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viernes, 30 de junio de 2017

UNA PALABRA


Una palabra…



El apóstol Santiago en su carta nos recomienda vigilar la lengua que, a pesar de ser un miembro pequeño del cuerpo, puede provocar desastres, lo mismo que una chispa puede originar un incendio pavoroso. Amado Nervo, conocido poeta mejicano (1870-1919), brevemente explica el poder que tiene una sola palabra, ya sea acertada o fatal.

Una palabra cualquiera puede ocasionar una discordia. Una palabra cruel puede destruir una vida. Una palabra amarga puede crear odio. Una palabra brutal puede golpear y matar. Una palabra agradable puede suavizar el camino. Una palabra a tiempo puede ahorrar un esfuerzo. Una palabra alegre puede iluminar el día. Una palabra con amor y cariño puede curar y bendecir.

San Pablo recomendaba a los cristianos de Éfeso: “No profieran palabras inconvenientes; al contrario, que sus palabras sean siempre buenas, para que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan”. Palabras edificantes son las que construyen la paz, la alegría y la unión de los corazones. Nos encontramos aquí mañana. El Señor te bendiga.


* Enviado por el P. Natalio

NARDOS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, 30 DE JUNIO


Nardo del 30 de Junio
¡Oh Sagrado Corazón, Camino, Verdad y Vida!

Meditación: Sabes, Señor, me parece verte en una colina de la hermosa Galilea. Vestido de blanco estás, el manto no llevas, Tus discípulos están descansando y el cielo se está pintando de un rojo tornasolado. Se levanta un rico olor a tierra mojada, y sobre la colina en que pones Tu mirada un trigal se alza, parece como que el campo se ha vestido de dorado para alabar al Dios de lo alto. En la otra colina, sencillas flores multicolores esparcidas la tapizan, y sonríen al nuevo día. Más allá hay un campo ralo en el que no crece ningún sembrado. Señor, me parece que me quieres decir que el mundo así está. A pesar de que toda la tierra fue regada con la Santísima Sangre de Mi Señor, en muchos lugares la semilla no germinó pues no se trabajó con fe y amor. Fue entonces que la planta murió y la tierra en desierto se convirtió. La otra colina en la que germinan flores sencillas son las que han luchado en un campo no tan trabajado, pero donde los talentos a Dios se han presentado y El los ha premiado. El trigal del cual se saca el Pan son todos aquellos a quienes el Señor eligió para ser Sus testigos, y que se vistieron de dorado, abrazándose con nardos pues junto a El su vida han entregado.
Señor, que en la Santa Llaga de Tu Corazón nos abrazas a todos con el Fuego del Amor, escóndenos allí hoy, para evitar que caigamos en el mal. Purifícanos cual metal, para que alcancemos la Verdadera Vida en la Tierra Prometida.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Llenemos el altar que hemos preparado de flores físicas y espirituales, y cantemos en alabanza al Corazón del Amor, que es Jesús, Nuestro Redentor.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.


SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, EN TI CONFÍO, MÁS AUMENTA MI FE


7 RAZONES PARA PERDERLE EL MIEDO A LA CONFESIÓN


7 razones para perderle el miedo a la confesión
Uno debe enfrentarse a sus propias faltas en un auto examen que no suele ser muy agradable


Por: H. Edgar Henriquez, L.C. | Fuente: Catholic Exchange // Pildoras de fe 




Todos alguna vez hemos sentido miedo a la confesión. No sabemos qué va a suceder, nos enfrentamos a una situación nueva. “Es que me da vergüenza…”, “¡quizá qué cosa va a pensar el padre de mí!”, “ha pasado tanto tiempo, no sé si Dios me acepte…”, “no soy capaz de contar mis pecados…”. Éstas son frases que uno escucha a menudo. Todas tienen un matiz de temor, dolor, vergüenza y conciencia de las propias faltas. Eso es un buen comienzo. Se puede decir que el miedo a la confesión es algo normal, ya que uno debe enfrentarse a sus propias faltas en un auto examen que no suele ser muy agradable. Ponerse frente a los propios pecados cuesta, pero es gratificante saber que Dios siempre nos espera con los brazos abiertos y quiere reconciliarse con nosotros. La confesión (o reconciliación con Dios) es un sacramento necesario para avanzar en la vida espiritual y cristiana, ya que nos da la gracia que nos sostiene en la prueba y nos anima a continuar por el camino del bien.

Entonces, ¡no hay nada que temer! ¡Piérdele el miedo a la confesión! Porque la confesión…

1. Es conciencia de mi fragilidad

Una actitud que busca reparar el daño causado por nuestras faltas. Es conciencia de mi fragilidad, de mi pecado, de mis fallos. Me lleva a acercarme con humildad al Padre y pedirle perdón. Arrepentirse de los pecados cometidos toca directamente el corazón del hombre. Dios quiere sanarlo y lavarlo a través del sacramento de la confesión. Pero dejar entrar a Dios en nuestro interior significa abrir la puerta del corazón y la llave para ello es el arrepentimiento. Así es como Dios entra, mira todo lo que tenemos, ordena el desorden, sana las heridas, limpia la suciedad, reconforta el ánimo y nos devuelve la paz. Dios es quien renueva nuestra imagen y semejanza de Él. Es un acto de humildad y sinceridad. Es el primer paso para el perdón y la reconciliación. A éste se llega por un examen personal de los propios fallos cometidos, una reflexión íntima de nuestro interior de cara al Bien. Este arrepentimiento es necesario para la eficacia del sacramento, ya que no se puede perdonar a alguien que no está dolido o compungido de sus faltas.

«Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado… Pero tú amas al de corazón sincero… El sacrificio que Dios quiere es un espíritu arrepentido: un corazón arrepentido y humillado tú, oh Dios, no lo desprecias» (Salmo 51 (50), 5.8.19).

2. Es perdón por amor

Dios nos ama tanto que no se puede pensar en un amor más grande. Dios no tiene amor por nosotros. Dios es Amor, por eso se da a sí mismo cuando ama. Este amor de Padre se ve manifestado en sus obras, ya que nos crea, nos acoge y nos redime. Siempre que caemos está Él allí para ayudarnos a ponernos de pie. Cuando nos arrepentimos con sinceridad y humilde corazón Él nos recibe con los brazos abiertos, es más, espera día y noche a que volvamos a su casa. El mejor ejemplo de este amor que se hace perdón está en la parábola del hijo pródigo, quien luego de abandonar su casa, gastarse toda la herencia que le corresponde y pasar por mil peripecias, vuelve a la casa del Padre quien le abraza, le besa y le recibe con una fiesta. Este perdón se manifiesta en la confesión. Quien logra profundizar en esto, no puede sino acudir gozoso a la confesión. «La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón» (1 Samuel 16,7). Así que no tengas miedo de Dios, al contrario, vive en su Amor que te llama constantemente a su lado.

«El hijo empezó a decirle: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Traigan en seguida el mejor vestido y pónganselo; pónganle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomen el ternero gordo, mátenlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”» (Lucas 15, 21-24).

3. Es reconciliación con nuestro Padre

Las parejas saben muy bien de esto. Es inevitable que no haya discusiones en la vida familiar, que uno se equivoque y se canse de vez en cuando. Pero lo mejor de la discusión y las peleas es la reconciliación. Volver a conciliar (re-conciliar), volver a unirse, renovar la concordia de corazones. Si es hermoso reconciliarse con los hermanos, con los padres, con los amigos… ¡cuánto más hermoso será reconciliarse con nuestro Padre del Cielo! A veces nos parece lejano, como si viviera físicamente en las estrellas o las nubes, pero no es así. Él está más cerca que cualquiera de nosotros, está en la Eucaristía, se ha hecho carne para vernos, para tocarnos, para visitarnos, para hablar con nosotros, para decirnos que nos ama. ¡Qué gran alegría siente el corazón cuando nos acercamos a esta verdad! 

«Dios…, reconciliados ya, nos salvará para hacernos partícipes de su vida. Y no sólo esto, sino que nos sentimos también orgullosos de un Dios que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5, 10-11)

4. Es salud del alma

Vamos al médico cuando tenemos dolores, enfermedades, cuando necesitamos la cura y sanación del cuerpo. De la misma forma acudimos a Dios para sanar nuestros dolores y enfermedades, para buscar la cura del alma. El hombre está constituido de cuerpo y alma, si sanamos el cuerpo, también debemos sanar el alma. Es un estado completo de salud. Tal vez por eso le decimos a los sacerdotes “curas”, porque son los instituidos por Dios para acercar la sanación al alma de sus hijos. Un cuerpo sano y un alma sana te darán paz y alegría constantes. Pudiendo alejar los dolores y las enfermedades, ¿qué hacemos que aún no nos confesamos? A veces el miedo a la inyección es más fuerte que el deseo de sanar, pero debemos superarlo. El miedo a la confesión puede ser también más fuerte que el deseo de reconciliación, pero debemos enfrentarlo. Lo mejor de todo es que contamos con la ayuda del Espíritu Santo que nos empuja a acercarnos al confesionario y a dejarnos recibir la medicina. ¡Acércate al médico del alma para sanar tu interior!

«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mateo 9,12).

5. Es revestirse del “hombre nuevo”

Esto es, cambiar de vida, decidirse a ser diferente, a poner la mirada en las cosas del Cielo. Es signo de conversión. Es renovarse completamente, ser un “yo” mejorado. El hombre nuevo se deja guiar por el Espíritu de Dios, goza en espíritu y en verdad. El hombre nuevo no es esclavo de las pasiones y del pecado como lo es el hombre viejo, al contrario, es un hombre libre que vive su vida con tranquilidad y regocijo en el Señor. Pienso que todo cristiano quisiera llevar a plenitud su vida, ya sea en la oración, en los sacramentos, en la vida cotidiana, en el trabajo. Que todos los aspectos de vida estén unidos y sean dirigidos por el Espíritu Santo, esto es revestirse del hombre nuevo. El hombre nuevo por excelencia es Jesucristo, por eso en la vida espiritual se habla de imitar a Cristo, quien «se desojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres» (Filipenses 2,7) en todo, menos en el pecado. 

«Despójense del hombre viejo y de sus acciones, y revístanse del hombre nuevo que, en busca de un conocimiento cada vez más profundo, se va renovando a imagen de su Creador… Como elegidos de Dios, pueblo suyo y amados por él, revístanse de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia» (Colosenses 3, 9-10.12).

6. Es fiesta en el Cielo

Sabemos que no estamos solos, antes bien, formamos parte de la comunión de los santos. La iglesia de la tierra (nosotros) somos la Iglesia Peregrina, la de las almas purgantes (purgatorio) es la Iglesia Purgante y quienes ya gozan de la visión beatífica (los santos) son la Iglesia Triunfante. Así, constituimos todos un mismo cuerpo y un mismo espíritu. Por ello, cuando un pecador se convierte, en el Cielo se celebra una Fiesta. Si el gozo aquí en la tierra es grande, ¡imagínense cómo se celebra en el Cielo! Allí están los Ángeles, los Arcángeles, los Tronos, las Potestades, las Dominaciones y todas las demás órdenes celebrando la conversión de un pecador, aquel que deja su antigua vida y se anima a seguir a Cristo como un hombre nuevo. No es un cuento de hadas, es real. 

«Cuando encuentra [a la oveja], la carga sobre sus hombros lleno de alegría, y al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!”. Pues les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lucas 15, 5-7).

7. Es fuerza para la batalla

“La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios” (CEC). Luego de la confesión aumenta esta gracia en nosotros, es Dios mismo quien viene en nuestro auxilio y nos ayuda. Esta gracia será la fuerza en el combate diario. Si vives lleno de tentaciones, si las ocasiones de pecado son muchas que te llevan a caer, si no eres capaz de controlar tus impulsos pasionales… entonces, debes saber que la gracia recibida de Dios es fuerza en la lucha contra el mal. Y si esta gracia se acrecienta al recibir debidamente los sacramentos, ¡esta es tu oportunidad! El pecado debilita tu voluntad, te hace volátil, flexible, te dispone a caer de nuevo… la gracia será siempre ese don, ese favor, ese auxilio que te da Dios para vencer la prueba y salir victorioso. Ya sabes, aprovecha la gracia de Dios y combate el mal a fuerza de bien.

«Pero tú, hombre de Dios, evita todo esto (enriquecerse con trampas, amor al dinero y codicia), practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia y la bondad. Mantente firme en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna para la cual has sido llamado y de la cual has hecho solemne profesión ante muchos testigos» (1 Timoteo 6, 11-12).

Ya puedes perder el miedo a la confesión. Estas 7 razones te ayudarán a conocer más los sacramentos que Dios ha instituido para el bien de sus hijos, a quienes ama inmensamente. La confesión, bien entendida, deja de ser un lugar de miedo para transformarse en un acto de amor, de misericordia, de perdón y de reconciliación. Este es el verdadero sentido del perdón de los pecados: volver la mirada a Dios nuevamente, limpiarnos de toda mancha, tomar fuerzas para continuar nuestra lucha y no desanimarse si se vuelve a fallar. No podemos dejar que el tiempo pase y nuestras faltas se vayan “pudriendo”.  Apenas tengas conciencia de tu pecado y te arrepientas de ello, no dudes en acudir a la Iglesia en busca de esta medicina de Dios, de este sacramento. Ah, ¡y no te olvides de confesar todos tus pecados! 

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 30 DE JUNIO


Los cinco minutos de María
Junio 30



La Virgen, que fue Madre en la tierra, sigue siendo Madre en el cielo; sigue siendo Madre perfecta; la maternidad consiste en pensar continuamente en los hijos y procurarles los mayores bienes.

Tenemos en el cielo una Madre que piensa continuamente en nosotros, que desea sinceramente nuestro bien, que tiene en sus manos los tesoros de la divinidad y quiere comunicárnoslos.
Descansemos confiadamente, como niños pequeños, en los brazos de tan buena Madre.

Santa María participa de alguna manera de la Paternidad del Padre respecto de aquel Hijo que el Padre eterno engendró desde la eternidad y ella concibió de su carne en el tiempo.

Virgen Santa, sé nuestra Madre y muéstranos a Cristo.


* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY VIERNES 30 DE JUNIO DEL 2017

Si quieres…
Santo Evangelio según San Mateo 8, 1-4. XII Viernes de Tiempo Ordinario.


Por: H. Cristian Gutiérrez, L.C. | Fuente: www.missionkits.org 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero, Señor, estar contigo estos minutos. Enséñame a orar. Mira lo mucho que necesito de Ti. Ayúdame a creer, a esperar y amar hoy un poco más. Gracias por todos los dones espirituales y materiales que me concedes. Gracias por tu inmenso amor. Gracias por tu presencia y tu acción en mi vida. Dame la gracia de serte siempre fiel y de ser un apóstol infatigable de tu Reino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 8, 1-4
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes curarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: "Sí quiero, queda curado".
Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Qué hermosa petición la que este leproso te hace postrado a tus pies! "Señor, si quieres, puedes curarme". Tras esta petición se descubre la fe maravillosa de un enfermo que ha aceptado su enfermedad y que no la vive como un castigo sino como un don, un medio para acercarse a Ti. Es la fe manifestada en la disponibilidad del "si quieres". Esto me puede enseñar en mi vida a estar siempre abierto a la Voluntad de Dios. Eres Tú quien mejor sabes lo que me conviene en cada momento. Por ello, antes de cada petición podría decirte: "Señor, si quieres, concédeme…" "Si quieres, ayúdame…" "Si quieres, dame…"
Es la fe del que se abandona en tus manos esperando de Ti lo que necesita. Este leproso no pide la curación, pide la Voluntad de Dios.
Y como no hay nada que te conmueva más que la fe, tu respuesta es inmediata: "quiero, queda limpio". El "quiero" me demuestra que no eres la lámpara de Aladino que satisface todos mis deseos, no eres la máquina dispensadora de bebidas que sólo cuando lo necesito acudo a ella para que me dé lo que pido. El "quiero" manifiesta tu libertad divina que siempre actúa conforme a mi bien.
Concédeme, Señor, un poco más de fe para saber abandonarme en tus manos con confianza; para saber pedirte con humildad; para buscar ante todo tu Voluntad sobre mí; para aceptar con agrado lo que dispongas en cada momento de mi vida.
"Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Es precisamente lo que le sucedió al leproso: "Si quieres, puedes hacerlo". Los derrotados descritos en la primera carta, en cambio, rezaban a Dios, llevaban el arca, pero no tenían la fe, la habían olvidado. Cuando se pide con fe, Jesús mismo ha dicho que se mueven las montañas. "Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá". Todo es posible, pero sólo con la fe. Y esta es nuestra victoria."
(Homilía de S.S. Francisco, 14 de enero de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré aceptar y solucionar alguna molestia o dificultad que se me presente, con la confianza de que Dios no me abandona y me ayudará a superarla.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.