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miércoles, 21 de junio de 2017

LOS ANTEOJOS DE DIOS


Los anteojos de Dios



Un día el alma de un negociante caminaba hacia el cielo. Esperaba encontrarse con Dios para rendirle cuentas de su vida. No iba tranquilo. Y no era para menos, porque en la conciencia, a más de llevar muchas cosas negras, tenía muy pocas positivas que hacer valer.

Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero y sólo había encontrado unos cuantos recibos de conmovidos: "Que Dios se lo pague".  Fuera de eso, nada importante que realmente valiera la pena. La cercanía del juicio de Dios lo tenía muy preocupado. Se acercó despacito a la puerta de entrada principal y se extrañó mucho de no ver a nadie haciendo cola. Pensó: O no son muchos los clientes o los trámites se realizan sin complicaciones. La puerta estaba abierta de par en par, nadie la cuidaba. Entró por ella y gritó:

“¡Ave María Purísima!”

Pero nadie le respondió. Miró hacia adentro y vio que todo era maravilloso, pero no había nadie que le impidiese el paso. Parece, se dijo, que aquí son todos bien honrados.

De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala, se fue internando en las mansiones celestiales hasta que llegó donde tenía que llegar, a la oficina de Dios.

La puerta estaba abierta. Nadie la cuidaba. Parece que el cielo inspira confianza. Por ello nuestro amigo sin ningún problema entró hasta la oficina y allí, sobre el escritorio, vio los anteojos de Dios.

Se acercó y sin poder resistir a la tentación, los tomó y se los puso, mira a la Tierra y... ¡qué maravilla!  A todos se les veía en su verdad, sin mentira ni caretas.

Se le ocurrió una idea: ubicar a su socio, el de la financiera, y no le resultó difícil. Allí estaba entablando un negocio con una pobre viuda a la que estaba hundiendo más en su pobreza. Y al ver la sucia acción de su socio, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la Tierra, pero claro, ahora estaba en el cielo. Tantos eran sus deseos de hacer justicia que no pudo menos que coger un banquito que estaba debajo de la mesa y lanzarlo a su amigo de la Tierra, con tan buena puntería que el socio cayó instantáneamente.

En eso entró Dios a la sala. Nuestro amigo se asustó, pero Dios lo tranquilizó diciéndole:

- ¿Dónde has puesto el banquito que uso para mis pies?

- Bueno, yo...

Hasta que se animó y le contó todo.

- Ya lo sabía, le respondió Dios.  Pero mira, cuando uses mis anteojos debes usar también mi corazón. Imagínate, si cada vez que Yo viera una injusticia en la Tierra, me decidiera a tirar un banquito... ¡No alcanzarían todos los carpinteros del Universo para abastecerme! No, hijo mío, hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho de juzgar el que tiene el poder de salvar.

Y poniéndole la mano encima al hombre, le dijo:

- Vuelve, hijo mío, a la Tierra, y di siempre esta jaculatoria: "Jesús, manso y humilde corazón, dame un corazón semejante al tuyo".

Es verdad que cuando existe rectitud en la conciencia se aprecian mejor las injusticias, pero no es menos cierto que con amor éstas tienen mejor solución. Dios no aprobó la injusticia del socio usurero, sino que le pidió otros medios para corregirla.


© Fray Mamerto Menapace

RECTITUD DE INTENCIÓN Y EL AMOR A DIOS


Rectitud de intención y el amor a Dios
La oración, el ayuno y el uso del dinero.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 




Una vida activa
La base y el mínimo moral para entrar en el reino era vivir de acuerdo con los mandamientos. Para ello era necesario superar las interpretaciones que alejaban de la ley del amor. Era el mínimo indispensable. Pero había que dar un paso más, se trataba de la vida activa del amor. ¿Cómo se ama? estando unido al amado, estando unidos a Dios del modo más íntimo posible, y esto se consigue por medio de la oración. Jesús pasa entonces a explicar la oración de los hijos de Dios en el nuevo reino.

Rectitud de intención
Lo primero que enseña es no hacer las cosas buenas para ser vistos, sino hacerlas ante Dios en total sinceridad "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los Cielos"(Mt).

Jesús muestra el inicio del camino de la perfección: la rectitud de intención. Cuando falla, todo se desbarata. No basta, pues luego se deben hacer más cosas; pero cuando se corrompe se degenera hasta lo más santo. El camino para adquirir la rectitud de intención es actuar ante la mirada de Dios Padre, que está en los cielos, con ojos amorosos y observa con cariño el buen uso que el hijo hace de su libertad.

La limosna
Una concreción de esta rectitud de intención es un acto en sí muy bueno: ayudar al necesitado con la limosna, ayudar al culto de Dios. "Por tanto, cuando des limosna no lo vayas pregonando, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, con el fin de ser alabados por los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará"(Mt).

La belleza de la imagen de la mano izquierda desconociendo lo que hace la derecha es inconmensurable. De un modo paralelo, el hipócrita repugna puesto que da para alcanzar la vanagloria, la consideración social y el placer de ser admirado por los hombres. Compra la fama al precio de una buena acción externa; pero se hace un hipócrita, y toda su recompensa está en esa alabanza superficial y voluble. Ninguna acción buena deja de ser premiada por el Padre bueno de los cielos, pues ve en lo secreto, en lo íntimo, en lo personal. Este es el secreto del hijo de Dios, actuar ante la mirada de su Padre celestial; todo lo demás le sobra.

La oración de los hijos de Dios
Pero la enseñanza de Jesús va más al interior, y llega a la misma oración. "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre que ve en lo oculto, te recompensará. Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que se figuran que por su locuacidad van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos; porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis"(Mt).

La oración que enseña Jesús es un diálogo personal, sencillo, de corazón a corazón, amoroso. Lejos de las grandes palabras, de las manifestaciones en las plazas. Es más, sabe que el Padre celestial conoce todo lo que necesita; pero que quiere que se lo pidamos por el bien que produce al que pide dirigirse a Dios. La oración pasa a ser diálogo con Dios, la conversación del hijo con su Padre, consciente de la distancia, pero también del cariño.


El ayuno
En la misma línea de la oración y la limosna está la enseñanza sobre el ayuno. "Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto, te recompensará" (Mt).
Es necesario comer y beber para mantener la vida; por eso es tan frecuente la observancia del ayuno para manifestar la superioridad del alma sobre el cuerpo. El ayuno es costoso, y puede tener efectos externos, de ahí la necesidad de un cuidado especial para evitar la hipocresía. En aquellos momentos, era moneda corriente la utilización del ayuno para la vanagloria, deformando el sentido religioso natural. Jesús quiere que quede clara la sinceridad ante Dios y la humildad agradecida. El Padre que ve lo interior, lo premiará.

El uso del dinero
Jesús también enseña el recto uso del dinero, y el peligro de colocarlo como un ídolo que ocupe el lugar de Dios. El dinero y los tesoros son sólo un medio, pero nunca un fin.

"No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón"(Mt).

Usar, pero no abusar. Tener el corazón desprendido. Tener el tesoro en el cielo. Pero el apego de las cosas terrenas es tan frecuente entre los hombres, que necesitaba una lección especial.

Esta lección se completa con la que señala que el dinero se puede convertir en un dios que compita con el verdadero Dios, en el hombre de poca fe. "Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas"(Mt). La cuestión de fondo siempre es la misma: el amor a Dios por encima de todas las cosas es lo primero, el amor al dinero es una verdadera idolatría.

QUÉ HAY QUE HACER PARA SER SANTOS EN LA VIDA COTIDIANA? EL PAPA FRANCISCO RESPONDE


¿Qué hay que hacer para ser santos en la vida cotidiana? El Papa Francisco responde
Por Miguel Pérez Pichel
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




VATICANO, 21 Jun. 17 / 02:56 am (ACI).- Durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Francisco explicó que para ser santos "no es necesario estar rezando todo el día", y aseguró que lo que hay que hacer es "cumplir con nuestro deber con el corazón abierto a Dios".

“Pensamos que es algo difícil, ser santos. Que es más fácil ser delincuente que santo. ¡No! Ser santo se puede porque nos ayuda el Señor. Es Él quien nos ayuda”.

En una nueva catequesis centrada en la esperanza, el Santo Padre reflexionó sobre los santos, “testimonios y compañeros de la esperanza”. Recordó cómo “en el día de nuestro Bautismo resonó, por nosotros, la invocación de los santos. Muchos de nosotros, en aquel momento, éramos niños, y nos llevaban en los brazos de nuestros padres”.

Esa ocasión, subrayó el Pontífice, “fue la primera en la que, en el transcurso de nuestra vida, se nos regaló esta compañía de nuestros hermanos y hermanas mayores que pasaron por el mismo camino que nosotros, que conocieron nuestras mismas fatigas y que viven para siempre en el abrazo de Dios”.

“Dios no nos abandona jamás”, aseguró. “En toda ocasión en que estemos necesitados, vendrá uno de sus ángeles a infundirnos consuelo”. “Los santos de Dios están siempre aquí, ocultos en medio de nosotros”.

Ahora bien, planteó el Papa, “alguno de vosotros podrá preguntarme: ‘Pero Padre, ¿se puede ser Santo en la vida de cada día?’. ‘Sí, se puede’. ‘¿Pero eso significa que tengo que rezar todo el día?’. ‘No. Eso significa que tú tienes que cumplir con tu deber todo el día: rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos… Y hacerlo todo con el corazón abierto a Dios. Con esa alegría de que ese trabajo, también en la enfermedad, el sufrimiento, la dificultad, esté abierto a Dios. Y así seremos santos”.

Francisco destacó que “los cristianos, en la lucha contra el mal, no desesperan. El cristianismo cultiva una confianza ciega: no cree que las fuerzas negativas y destructoras puedan prevalecer. La última palabra de la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En todo momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que nos han precedido en el signo de la fe”.

“Su asistencia nos dice, ante todo, que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y al mismo tiempo nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está hecha de innumerables hermanos, con frecuencia anónimo, que nos han precedido y que, por la acción del Espíritu Santo, están involucrados en los asuntos de los que todavía viven aquí”.

El Obispo de Roma insistió en que la invocación de los santos durante el Bautismo “no es la única invocación de los santos que muestra el camino de la vida cristiana”; y como ejemplo citó los sacramentos del matrimonio y del sacerdocio:

“Cuando dos novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio –afirmó–, se invoca de nuevo para ellos, en esta ocasión como pareja, la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de fe para los dos jóvenes que inician el viaje de la vida conyugal”.

En relación al matrimonio, indicó que “quien ama verdaderamente tiene el deseo y la valentía de decir ‘para siempre’”, y si no están dispuestos a decir “para siempre”, “¡que no se casen! O para siempre, o nada. No obstante, saben que tiene necesidad de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos. Por eso, en la liturgia nupcial se invoca su presencia”.

Sobre el sacramento del sacerdocio, recordó que “también los sacerdotes custodiamos el recuerdo de una invocación de santos pronunciada ante ellos. Es uno de los momentos más importantes de la liturgia de la ordenación. Los candidatos se echan sobre tierra, con la cara hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el Obispo, invoca la intercesión de los santos”.

“Somos polvo que aspira al cielo. Débiles de fuerzas, pero potentes en el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos”, finalizó.

POR QUÉ JESÚS PERMITIÓ QUE TRASPASARAN SU SAGRADO CORAZÓN EN LA CRUZ?


¿Por qué Jesús permitió que traspasaran su Sagrado Corazón en la cruz?

 (ACI).- En las Sagradas Escrituras se narra que Jesús, muerto en la cruz, recibió una lanza que le traspasó el corazón. Siglos después, el Señor le reveló a Santa Catalina de Siena, laica italiana y doctora de la Iglesia, el mensaje que encierra este hecho.

La Santa le preguntó al Señor: “Dulce Cordero sin mancha, tú estabas muerto cuando tu costado fue abierto. ¿Para qué, entonces, permitiste que tu Corazón fuese de tal forma herido y abierto a la fuerza?”


Jesús le contestó: "Por varias razones, de las que te diré la principal. Mis deseos hacia la raza humana eran infinitos y el tiempo actual de sufrimiento y tortura estaban al terminar”.


“Ya que mi amor es infinito, yo no podía por este sufrimiento manifestarte cuanto te amo. Es por eso que yo quise revelarte el secreto de mi corazón, permitiéndote verlo abierto, para que puedas entender que te amé mucho más de lo que te podía probar por un sufrimiento que ha terminado".


Posteriormente, en el siglo XVII, a Santa Margarita María de Alacoque se le aparece Jesucristo y mostrándole su corazón, le dice:

“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado”.


“Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares. También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute".

Este año, la Iglesia celebrará la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús el viernes 23 de junio.

NARDOS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, DÍA 21 DE JUNIO


Nardo del 21 de Junio
¡Oh Sagrado Corazón, Indulgente y Glorioso!

Meditación: Señor, a pesar de que Tu Corazón ya no latía, Tu Madre sabía que volverías. Ella con gran Dolor te aguardaba en oración, Ella esperaba, destrozada y angustiada, Ella confiaba en Tu Palabra. Señor de la Esperanza, Señor de la Verdad que enseñas a Tu Iglesia, a pesar de su tibieza, que Tu Palabra no pasará, que todo se cumplirá. Por eso aquella Dulce Muchacha de Nazaret, la Joven Madre de Belén, la Dolorosa del Calvario, nos mostraría que con amor y Fe que te volveríamos a ver. Es por eso que a Ella te presentaste para consolarla y alegrarla, pues El Santo, Su Hijo Amado, había Resucitado. ¡Cuál no fue el Gozo de aquella Santa Madre!. Alegrémonos con María pues Jesús está vivo, en Cuerpo y Alma, vivo hace dos mil años y vivo hoy. No prediquemos a un Cristo Muerto, ya que ¡el Señor Resucitó!. ¡Gloria a Dios!. 
Y Este Señor está a nuestro lado, porque la Santa Palabra cumpliéndose está. Él nos dijo: "...donde dos o más estén reunidos en Mi Nombre, Yo estaré en medio de ellos". Hagamos lo que nos ordena nuestro Señor: "vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva...éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en Mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas, tomarán con sus manos serpientes y si beben algún veneno, no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos..." (Marcos 16, 15-20). Cristo está vivo, es el Único Dios y todo lo hace El, es el Señor que sigue haciendo milagros y acompañándonos...seamos sus humildes instrumentos.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Que testimoniemos a nuestros hermanos que Jesús está vivo, cumpliendo sus mandatos.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 21 DE JUNIO


Los cinco minutos de María
Junio 21



Moisés quiso ver a Dios, pero el Señor todopoderoso le recordó que para nadie era posible contemplar su rostro sin caer muerto. Dios es una fuerza que todo lo supera y anonada.

Pero Dios, en el seno de María asumió rostro humano. Es el rostro de Jesús que nos revela la misericordia y la bondad de Dios. Es el rostro que nos mira y que nosotros podemos mirar. María ha humanizado a Dios. Y el rostro de María es un rostro maternal y misericordioso, signo de la cercanía del Padre y de su Hijo Jesús, con quienes ella nos invita a entrar en comunión (Cf Puebla 282).
Los ojos puros de María gozaron de la mirada de Dios. Ella pudo contemplar al Hijo de Dios entre sus brazos. Y ella es, a su vez, la mirada de Dios sobre la humanidad, signo y anticipo de nuestra última mirada: contemplar el rostro de Dios.

Santa María de los ojos limpios. Destellos de tu Dios, que yo sea limpio de corazón para poder ver a Dios.


* P. Alfonso Milagro

JUNIO, MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, DÍA 20


Mes del Sagrado Corazón de Jesús
Día 20: La castidad


El Corazón de Jesús es el emblema de la inocencia. Él quiere ser el cordero sin mancha que se alimenta en un jardín de lirios. En su vida terrena, Jesús escoge un precursor, mártir de la castidad; ofrece sus confidencias a un discípulo, Juan, que es virgen. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". La Iglesia amará la castidad como el ornamento más delicado y suave de sus ministros... y los santos la magnificarán como la virtud angélica... creadora de los ángeles sobre la tierra

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 20 JUNIO


Los cinco minutos de María
Junio 20



“¿Quién, oh Madre de Dios, ha recurrido a tu protección, sin ser prontamente liberado por ti? ¿Quién te implora, sin encontrar en ti una auxiliadora tan poderosa, que jamás defrauda su confianza?
Nadie, oh Virgen Madre de Dios, que haya recurrido a ti,  ha sido defraudado; por el contrario, él te ve acudir a su oración y no tarda en recibir el beneficio que responde plenamente a sus deseos” (Oración de los griegos)
Santa María de la claridad, alumbra el camino del hombre mortal.


* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 21 DE JUNIO DEL 2017


La recompensa de lo secreto
Santo Evangelio según San Mateo 6, 1-6. 16-18. XI Miércoles de Tiempo Ordinario


Por: H. Rubén Tornero, LC | Fuente: www.missionkits.org 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, gracias por el inmenso amor que me has tenido. Te doy las gracias de todo corazón por este momento de encuentro personal contigo. Aumenta mi fe. Creo en Ti, Jesús, pero bien sabes que mi fe es débil. No la dejes desfallecer. Confío en Ti, Jesús. Quiero abandonarme totalmente a tus paternales manos; todo lo que tengo y lo que soy, te lo doy. Te amo, pero dame la gracia de aprender a recibir tu inmenso amor. Dame la gracia de dejarme amar por Ti, de amarte y de ser un reflejo de tu amor para los demás.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres, para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. En cambio, cuando tú des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Jesús, hoy me pides que todo lo que haga sea de manera humilde, escondida, allí donde sólo tu mirada puede penetrar.
Me dices que allí es donde el Padre me recompensará… y yo me pregunto, ¿qué he hecho de extraordinario para que Tú me recompenses?, ¿qué puedo darte yo que no haya recibido de Ti? Nada; y sin embargo, Tú me quieres dar la mejor recompensa: Tu amor.
¿Acaso no me amas ya aunque no ayune, ore ni dé limosna? ¡Claro que sí! Me amas por lo que soy, y no por lo que hago. Y entonces, ¿para qué hacer todo lo que me dices? Tú me pides todo esto, no para que Tú me regales tu amor, sino para que yo pueda recibirlo.
Me pides orar en lo secreto, en medio del silencio, ya que sabes que sólo allí, en la intimidad, puedo escuchar tu voz que dice: "Te amo".
Me pides dar limosna sin esperar que me pongan una estatua en la ciudad o un comercial en la tv… pues sabes cuán presto los hombres olvidamos. Tú, en cambio, quieres darme un amor sin fecha de caducidad, un amor que dure para siempre…, pero yo no puedo recibirlo si estoy lleno de alabanzas humanas, del mismo modo que sólo puedo llenar una copa con un buen vino si está vacía.
Tú me pides ayunar sin poner cara de viernes santo, pues sabes que la verdadera felicidad no me la dan los banquetes, sino el privarme de algo para dárselo al que está a mi lado.
Jesús, ¡yo no quiero otra recompensa que no seas Tú! Mírame. Dame la gracia de aprender a cifrar mi felicidad sólo en Ti.
"Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida."
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de noviembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a privarme de alguna cosa que me guste y se la voy a regalar a alguien.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

SAN LUIS GOZAGA, 21 DE JUNIO, PATRÓN DE LA JUVENTUD CRISTIANA

Hoy 21 de junio  es fiesta de San Luis Gonzaga, patrón de la juventud cristiana



 (ACI).- El 21 de junio es fiesta de San Luis Gonzaga, patrón de la juventud cristiana y protector de los jóvenes estudiantes, quién pasó por muchas incomprensiones y sufrimientos en la “vida de lujo” que tuvo que experimentar, hasta que escuchó un “llamado especial”.

San Luis Gonzaga nació en 1568 en Italia en una familia noble. Su madre, preocupada por las cosas de fe, lo consagró a la Virgen y lo hizo bautizar. Mientras que al papá sólo le interesaba el futuro mundano del hijo y que fuese soldado como él.

San Luis frecuentaba mucho los cuarteles y allí aprendió la importancia de ser valiente, pero también adquirió un vocabulario rudo. Su tutor le hizo ver al pequeño que ese lenguaje era grosero, vulgar y blasfemo. Por lo que el muchacho jamás volvió a hablar de ese modo.

Poco a poco fue creciendo en la fe y a los nueve años hizo un voto de castidad. Cuando tenía trece años conoce al Obispo San Carlos Borromeo, quien queda impresionado con la sabiduría e inocencia de Luis y le da la Primera Comunión.

Algunos historiadores afirman que el ambiente que se vivía en la nobleza y sociedad de aquel entonces estaba llena de fraude, vicio, crimen y lujuria. Por lo que San Luis se sometió a un orden riguroso y prácticas de piedad constantes, sin descuidar sus responsabilidades en la corte.

Por asuntos de su padre tuvo que viajar a España y en la iglesia de los jesuitas en Madrid oyó una voz que le decía: “Luis, ingresa en la Compañía de Jesús”. Su madre tomó con alegría los proyectos de Luis, pero el papá montó en cólera y no aceptó fácilmente la inquietud vocacional de su hijo.

Más adelante, después de que se le enviara a diversos viajes y se le diera cargos importantes, el papá tuvo que ceder y escribió al general de los jesuitas diciéndole: “Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas”.

San Luis ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús. Allí continuó con sus penitencias y mortificaciones que ya habían afectado su salud. Con el tiempo se convirtió en un novicio modelo, se mantuvo fiel a las reglas y siempre buscaba estar en los oficios más humildes. En ocasiones, durante el recreo o en el comedor, caía en éxtasis.

Por aquel entonces la población de Roma se vio afectada por una epidemia de fiebre, los jesuitas abrieron un hospital donde los integrantes de la orden atendían. Luis empezó a mendigar víveres para los enfermos y logró cuidar de los moribundos hasta que contrajo la enfermedad.

Se recuperó de ese mal, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que en pocos meses lo redujo a un estado de gran debilidad. Acompañado de su confesor San Roberto Belarmino, se fue preparando para la muerte.

En una ocasión cayó en un arrobamiento y se le reveló que moriría en la octava del Corpus Christi. Con la mirada puesta en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, partió a la Casa del Padre alrededor de la media noche, entre el 20 y 21 de junio, con tan sólo 23 años de edad.



Se crió entre soldados

San Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del Imperio y Marta Tana Santena (Doña Norta), dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese soldado como el.

Desde que el niño tenía cuatro años, jugaba con cañones y arcabuces en miniatura y, a los cinco, su padre lo llevó a Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y en marchar al frente del pelotón con una pica al hombro.

En cierta ocasión, mientras las tropas descansaban, se las arregló para cargar una pieza de la artillería, sin que nadie lo advirtiera, y dispararla, con la consiguiente alarma en el campamento. Rodeado por los soldados, aprendió la importancia de ser valiente y del sacrificio por grandes ideales, pero también adquirió el rudo vocabulario de las tropas. Al regresar al castillo, las repetía cándidamente.

Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que, comprendiendo que aquello ofendía a Dios, jamás volvió a repetirlo.


Despierta su vida espiritual

Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como un despertar espiritual. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo.  Su propia entrega a Dios en su infancia fue tan completa que, según su director espiritual, San Roberto Belarmino, y tres de sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal.

En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia, "la escuela de la piedad".

Un día que la marquesa contemplaba a sus hijos en oración, exclamó: «Si Dios se dignase escoger a uno de vosotros para su servicio, "¡qué dichosa sería yo!". Luis le dijo al oído: «Yo seré el que Dios escogerá.». Desde su primera infancia se había entregado al la Santísima Virgen. A los nueve años, en Florencia, se unió a Ella haciendo el voto de virginidad. Después resolvió hacer una confesión general, de la que data lo que él llama «su conversión».

A los doce años había llegado al más alto grado de contemplación. A los trece, el obispo San Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.

Fue muy puro y exigente consigo mismo

Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos que, según la descripción de un historiador, "formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie". Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos, fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad.

A fin de librarse de las tentaciones, se sometió a una disciplina rigurosísima. En su celo por la santidad y la pureza, se dice que llegó a hacerse grandes exigencias como, por ejemplo, mantener baja la vista siempre que estaba en presencia de una mujer. Sea cierto o no, hay que cuidarse de no abusar de estos relatos para crear una falsa imagen de Luis o de lo que es la santidad. No es extraño que en los primeros años, después de una seria desición por Cristo, se cometan errores al quererse encaminar por la entrega total en una vida diferente a la que lleva el mundo. El mismo fundador de los Jesuitas explica que en sus primeros años cometió algunos excesos que después supo equilibrar y encausar mejor.  Lo admirable es la disponibilidad de su corazón, dispuesto a todo para librarse del pecado y ser plenamente para Dios. Además, hay que saber que algunos vicios e impurezas requieren grandes penitencias.  San Luis quiso, al principio, imitar los remedios que leía de los padres del desierto.

Algunos hagiógrafos nos pintan una vida del santo algo delicada que no corresponde a la realidad. Quizás, ante un mundo que tiene una falsa imagen de ser hombre, algunos no comprenden como un joven varonil pueda ser santo. La realidad es que se es verdaderamente hombre a la medida que se es santo. Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las que vivió sus primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero de muy joven comprendió que había un ideal mas grande y que requería mas valor y virtud.


Fue en Montserrat donde se decidió la vocación de Luis

Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once años y ocho meses. En el viaje Luis estuvo a punto de morir ahogado al pasar el río Tessin, crecido por las lluvias. La carroza se hizo pedazos y fue a la deriva. Providencialmente, un tronco detuvo a los náufragos. Un campesino que pasaba vio el peligro en que se hallaban y les salvó.

Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, le sirvió de pretexto para suspender sus apariciones en público y dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de "Vidas de los Santos" por Surius. Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo dificultades en asimilar los diarios alimentos.

Otros libros que leyó en aquel período de reclusión son , Las cartas de Indias, sobre las experiencias de los misioneros jesuitas en aquel país, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por la conversión de los herejes y Compendio de la doctrina espiritual de fray Luis de Granada. Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar.

En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo.

Fue inútil que su padre le combatiese en estos deseos. En la misma corte, Luis vivía como un religioso, sometiéndose a grandes penitencias.  A pesar de que ya había recibido sus investiduras de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano.

Madrid

En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis, obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o disminuyó sus devociones.

Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad, espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar hecho de carne y hueso como los demás.


Resuelto a unirse a la Compañía de Jesús
El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús.»

Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta los participó a su esposo, este montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero.

De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de sus amigos, accedió de mala gana a dar consentimiento provisional. La temprana muerte del infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584.

Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mántua. Acudieron a parlamentar eminentes personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir al muchacho, pero no lo consiguieron.

Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y, terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los derechos de sucesión a Rodolfo y escribió al padre Claudio Aquaviva, general de los jesuitas, diciéndole: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas.»


El Noviciado
Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant'Andrea. Acababa, de cumplir los dieciocho años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: "Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado" (Salmo cxxxi-14). Sus austeridades, sus ayunos, sus vigilias habían arruinado ya su salud hasta el extremo de que había estado a punto de perder la vida.

Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las mortificaciones. Al principio, el joven tuvo que sufrir otra prueba cruel: las alegrías espirituales que el amor de Dios y las bellezas de la religión le habían proporcionado desde su más tierna infancia, desaparecieron.

Seis semanas después murió Don Fernante. Desde el momento en que su hijo Luis abandonó el hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de vivir.  El sacrificio de Luis había sido un rayo de luz para el anciano

No hay mucho más que decir sobre San Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina, estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello: Luis obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su mente en las cosas celestiales.

Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros.

Luis suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.

Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.


Una epidemia
En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.

Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno,  limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.

Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus espaldas, lo llevó al hospital donde servía.

Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad.

Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama.

En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia.

En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el "Te Deum" como acción de gracias.

Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: "Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!" (Salmo Cxxi - 1). En una de esas ocasiones, agregó: "¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!" Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:

-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos ...!
-¿A dónde, Luis?
-¡Al Cielo!
-¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.

Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: "En Tus manos, Señor. . ."

Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.

Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia de San Ignacio, en Roma.

Fue canonizado en 1726.

El Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes.
El Papa Pio XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana.