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domingo, 23 de abril de 2017

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 20 - 21 - 22 - 23 DE ABRIL


Los cinco minutos de María - por Alfonso Milagro
20 abril




El mundo no se fijó en María; la sociedad de su tiempo no la tuvo en cuenta; María pasó inadvertida entre las mujeres de su tiempo, hasta que surgió la Iglesia.

María era la criatura más excelsa salidad de la mano de Dios, después de la humanidad de Jesucristo; sin embarto, en Belén nadie le dio albergue ni la atendió en el delicado momento de la maternidad, y en Nazareth fue una de tantas mujeres, de las más sencillas y humildes, y nadie se detuvo a mirarla ni a admirar sus virtudes.

No te llame la atención y no te extrañes de que no se reconozcan tus méritos, ni tu capacidad y talentos; preocúpate más bien de que sea Dios el que vea tus acciones, el que penetre tus intenciones, el que conozca el fondo de tu corazón.

Madre que nos has dado a luz en la gracia de Cristo, sigue formando en nosotros a Jesús, que es el Salvador.

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Los cinco minutos de María - por Alfonso Milagro
21 abril


Caminemos de la mano de María con nuestras manos unidas, pero tomados todos de la suya, que es al mismo tiempo suave y firme, tierna y vigorosa, como son las manos de una Madre.
Si nos aferramos a las manos de María, no nos perderemos; María no nos suelta nunca; somos nosotros los que nos desprendemos, y es entonces cuando ella lo siente profundamente y nos sigue con su mirada triste porque, al alejarnos de ella, nos estamos alejando de Dios. Y nunca volveremos a Dios si antes no volvemos a María.

Madre de la divina gracia, que no llegue yo nunca a perderla, sino que la conserve como el más rico tesoro.

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Los cinco minutos de María - por Alfonso Milagro
22 abril


Los santos llegan a afirmar que, cuando Dios asoció a María a la obra de redención, reservó para ella el ejercicio de la misericordia.
Como María es madre y lo propio de la madre es la bondad, la misericordia y el perdón, María siempre nos transmite el perdón de Dios y cuando la misericordia de Dios se derrama sobre nosotros, está presente María y por ella llega a nosotros esa divina misericordia como una caricia materna.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve... vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos...

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Los cinco minutos de María - por Alfonso Milagro
23 de abril



Si Jesús nos manda amar al prójimo como Él nos ha amado, el devoto de la Virgen deberá también amar a su prójimo como María lo ha amado.

No bastará, pues, cumplir el precepto amando simplemente; es preciso llegar a amar como nos amó y nos ama la Santísima Virgen María, con la misma pureza de sentimientos, con la misma sinceridad de afectos, con la misma ternura de su amor.

¡Cómo cambiaría el mundo si obráramos así! ¡Cómo ayudaríamos nosotros a que ese cambio se realizara por María! Nuestra es la responsabilidad, nuestra la obligación. María no obrará ella sola sino a través de nosotros; seamos dóciles instrumentos en sus manos, transmisores del espíritu mariano.

Madre del buen consejo, guíanos en la vida y danos a conocer la voluntad de Dios.

LA CORONILLA QUE CRISTO DIO A SANTA FAUSTINA PARA ALCANZAR LA DIVINA MISERICORDIA






La Coronilla que Cristo dio a Santa Faustina para alcanzar la Divina Misericordia


 (ACI).- La Coronilla es un conjunto de oraciones utilizadas como parte de la devoción a la Divina Misericordia y que fue dictada por el mismo Jesús en 1935 a Sor Faustina Kowalska.

En aquel año la religiosa recibió de Cristo las siguientes indicaciones: “Esta oración es para aplacar mi ira, la rezarás durante nueve días con un rosario común, de modo siguiente: primero rezarás una vez el Padre nuestro y el Ave María y el Credo”.

“Después, en las cuentas correspondientes al Padrenuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”.

“En las cuentas del Avemaría, dirás las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.

Esta Coronilla generalmente se concluye con la siguiente oración escrita en el diario de Santa Faustina: “Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, como una fuente de misericordia para nosotros, en ti confío”.

Con la expansión de la devoción al Señor de la Divina Misericordia, son muchos los fieles que rezan esta coronilla todos los días a las tres de la tarde, la “hora de la misericordia”, y siguiendo la promesa de Cristo: “A las almas que recen esta Coronilla, mi misericordia las envolverá en la vida y especialmente a la hora de la muerte”.

Cierto día el Señor de la Divina Misericordia dijo a Santa Faustina: “Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta Coronilla”.

En otra ocasión Jesús le pidió a la Santa: “Escribe: cuando recen esta Coronilla junto a los moribundos, me pondré entre el Padre y el alma agonizante no como el Juez justo sino como el Salvador misericordioso”.

DICHOSOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO


Dichosos los que creen sin haber visto.
¡Qué dicha encontrarse nuevamente con el Señor, había vencido verdaderamente a la muerte!


Por: Pa´ que te salves. | Fuente: Catholic.net 




Contemplaremos, paso a paso, un hermosísimo pasaje evangélico. Veremos a los apóstoles que, atemorizados, se escondían bajo llave. Veremos a Jesús que amorosamente se acerca a ellos y les anima. Veremos al apóstol Tomás que no se anima a creer en la Resurrección del Señor.

Cuando se está lejos de Jesús, o cuando se le desconoce, la vida de una persona se convierte en una angustia permanente. ¿Qué sucede cuando una persona que no cree en Dios se entera que ha de morir pronto por una enfermedad incurable? ¿Que sucede con una persona que no cree en Dios y pierde a un ser querido, o sufre un terrible accidente? ¿Acaso no se llena de angustia, de miedo, de duda? Pero, cuando verdaderamente se cree en Dios, la persona atribulada confía y no se angustia. Nuestro mundo de hoy vive angustiado todo el tiempo pues no conoce o no quiere aceptar a Jesucristo.

Contemplemos este pasaje evangélico que el apóstol San Juan nos transmite por medio de la Liturgia de la Palabra. Observemos, paso a paso, lo acontecido en aquella ocasión. Observemos a los protagonistas del pasaje y presenciemos personalmente lo ocurrido.

Era el día de la Resurrección. Era ya de noche. Los discípulos de Jesús, diez únicamente (pues Judas, quien había traicionado y vendido al Señor, se había quitado la vida; Tomás estaba ausente), se encontraban encerrados bajo llave en una casa. Estaban llenos de miedo por los judíos. Asustados, temerosos, no comprendían qué pasaba. Por la mañana, María Magdalena les había dicho que Jesús había resucitado, que ya no estaba en la tumba. Pedro y Juan fueron corriendo presurosos a ver el sepulcro, la tumba, donde habían depositado el cuerpo del maestro. Ellos no creían lo dicho por María Magdalena. Creían que el cuerpo había sido robado y temían que los judíos los maltratasen. Además, estaban tristes pues ¿de qué les había servido haber dejado familias, trabajo, fama y tranquilidad para seguir a Jesús durante tres años y haber terminado con la sentencia de muerte, ejecución y sepultura del maestro? Estaban desconcertados, atemorizados y tristes. ¡Pobres discípulos! Se sentían huérfanos.

Mas de pronto, en medio de esa comunidad atemorizada y encerrada bajo llave, el Señor se presenta amorosamente. ¡Cuál habrá sido el susto que ellos se habrán llevado al ver que un resucitado se les aparezca! Tres días antes lo habían enterrado muerto después de un suplicio horrible! Ahora Él se presenta en medio de ellos. Conociendo el Señor que estaban tan atemorizadas y que su aparición les iba a aumentar los temores, les dice amorosa y tiernamente: “La paz esté con Ustedes”. Ellos se tranquilizan. El Señor nuevamente les ayuda, pues les muestra las heridas causadas por los clavos en las manos, y la herida causada por la lanza en el costado. Entonces, esos discípulos que estaban llenos de miedo, de tristeza, se alegran de ver al Señor.

¡Qué dicha encontrarse nuevamente con el Señor! En esos momentos, reconocían que era verdad todo lo que les había dicho. Lo veían a Él resucitado, vivo. ¡Había vencido verdaderamente a la Muerte!.

Seguramente San Pedro se abalanzó sobre el Señor. Le habrá abrazado y besado. Habrá llorado de alegría al ver a su maestro nuevamente. Las lágrimas habrán corrido nuevamente por sus mejillas, pero ya no de tristeza por la traición, sino de alegría por el reencuentro con el maestro amado.

Y el Señor, amorosamente, les vuelve a decir que la paz esté con ellos. ¡Qué encuentro tan maravilloso! ¡Único! Jesucristo resucitado y sus amados discípulos. El reencuentro después del dolor. La alegría después de la tristeza.

Él les habla, le conforta, les da muestras de cariño, junto con nuevas indicaciones. Les da de regalo al Espíritu Santo, y el poder de perdonar los pecados. Además de abrirnos las puertas del Cielo, de la vida eterna, además de haber muerto por todos los hombres, además de habernos amado tanto, Jesús sigue regalando cosas a sus amigos, a sus amados, a sus hijos.

¡Qué alegría! ¡Qué gozo! ¡Qué tranquilidad habrá sido el volver encontrase con el maestro!. Los discípulos habrán recobrado vida después de tan duras penas sufridas.

Y el Señor se marcha… Los vuelve a dejar…

Cuando Tomás, el discípulo ausente, regresa, los compañeros le cuentan lo ocurrido. Pero él no les cree. Se imagina que el miedo y la tristeza les hace ver fantasmas o algo así. Les dice: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. ¡Pobre Tomás! No creía. Aún pedía pruebas de lo que sus compañeros le decían. Él no comprendía cómo Jesús pudo morir de forma tan vil si era Dios.

Pasan ocho días más. Era el siguiente domingo, el primero después de la Resurrección. Ese día, sí estaba Tomás con los demás discípulos. El Señor se les vuelve a aparecer. Y amorosamente le invita a que meta sus dedos en las heridas, para que crea. Al instante el buen Tomás se arrodilla y le dice “¡Señor mío y Dios mío!” A lo que le responde el Señor: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que crean sin haber visto”. En ese momento, el Señor pensó en todos nosotros, que creeríamos sin que lo hubiéramos visto.

El Señor nos invita a creer a pesar de no haber visto. A creer en el amor infinito de Dios por nosotros. Y junto con toda la Iglesia en este Jubileo del Año dos mil. Nos invita a la conversión, a volver a Dios, a alejarnos de la vida de pecado. Recordemos que para esto ha venido Jesucristo, para rescatarnos del pecado y abrirnos nuevamente las puertas el cielo. Y, para ello, recordemos que espera que cada uno de nosotros libremente lo busque a Él.

No dejemos pasar el tiempo. Volvamos a la casa del Padre. Sigamos los caminos de nuestros Señor Jesucristo: Amemos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo. Si amamos realmente estaremos en el camino de la conversión, pues quien verdaderamente ama es quien imita a Dios, pues Dios es amor, nos dice el apóstol san Juan, y el mandato de Jesucristo es: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Por ello, la auténtica conversión del corazón es la imitación de Cristo amoroso, quien nos amó y se entregó por nosotros.

La Iglesia, por medio del catecismo, nos recuerda que cada persona, tú o yo, hemos de responder libremente a la invitación que Dios nos hace para creer. Esa respuesta muy personal de cada uno, es la fe.

Nos recuerda, también, que la fe no es algo nada más personal, pues no la habríamos recibido si no hubiese otras personas que nos la transmitieran. Por ello, es necesario que todos transmitamos a otras personas esa fe.

Recordemos que no es suficiente creer en Jesucristo para que alcancemos la vida eterna y nos salvemos. Es necesario que nuestra vida se transforme en una vida llena de obras de acuerdo a los mandatos de Jesucristo: obras llenas de amor a Dios y a nuestros hermanos los hombres.

La fe no llega así porque sí a los demás. Es necesario que haya otras personas que la lleven a los que no la conoces. Todos los cristianos, todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a transmitir la fe a los demás, empezando por nuestros hijos.

Nadie puede dar lo que no conoce. Por ello es necesario que conozcamos cada día mejor nuestra fe, para que la podamos transmitir a los demás, empezando por los de casa.

EL PURGATORIO, EL INFIERNO Y EL CIELO QUE VIO SANTA FAUSTINA KOWALSKA


El purgatorio, el infierno y el cielo que vio Santa Faustina Kowalska




 (ACI).- Santa Faustina Kowalska, a quien se le apareció el Señor de la Divina Misericordia, cierto día le preguntó al Señor por quién debía orar; y un tiempo después, Dios le permitió ver el purgatorio, el infierno y el cielo con un mensaje para todos los seres humanos.


1. El purgatorio

Una noche, cuenta la santa, su Ángel de la Guarda le pidió que lo siguiera y de repente se vio en un lugar lleno de fuego y de almas sufrientes. Ellas estaban orando fervientemente por sí mismas, “pero no era válido, solamente nosotras podemos ayudarlas”, señaló Santa Faustina.

Ella preguntó a las almas lo que más las hacía sufrir y le contestaron que era el sentirse abandonadas por Dios. Luego, vio a la Virgen María que visitaba a las almas del purgatorio, quienes la llamaban “Estrella del Mar”.

Finalmente, su Ángel Guardián le pidió que regresaran, y al salir de aquella prisión de sufrimiento, escuchó la voz del Señor que le dijo: “Mi Misericordia no quiere esto, pero lo pide mi Justicia”.


2. El infierno

En un retiro de ocho días que vivió Santa Faustina Kowalska, en octubre de 1936, ella vio el abismo del infierno con varios de sus tormentos. Luego, escribió lo que se le permitió ver a pedido del mismo Cristo.

“Fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente grande y, extenso es! Las clases de torturas que vi: La primera es la privación de Dios; la segunda es el perpetuo remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el fuego que penetra en el alma sin destruirla –un sufrimiento terrible, ya que es puramente fuego espiritual–, prendido por la ira de Dios”, describió la santa.

Asimismo, señaló que la quinta tortura es una oscuridad continua con un terrible olor sofocante y que a pesar de la oscuridad, las almas de los condenados se ven entre ellas.

“La sexta es la compañía constante de Satanás; la séptima es una angustia horrible, odio a Dios, palabras indecentes y blasfemia. Estos son los tormentos que sufren los condenados, pero no es el fin de los sufrimientos. Existen tormentos especiales destinados para almas en particular. Estos son los tormentos de los sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionado con el tipo de pecado que ha cometido”.

Por otro lado indicó que hay cavernas y fosas de tortura donde cada forma de agonía difiere de la otra. “Yo hubiera fallecido a cada vista de las torturas –explicó Santa Faustina– si la Omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma encuentre una excusa diciendo que no existe el infierno, o que nadie ha estado ahí y por lo tanto, nadie puede describirlo".


3. El cielo

El 27 de noviembre de 1936 la santa escribió una visión del cielo, en el que pudo ver sus bellezas incomparables, la felicidad que nos espera para después de la muerte y el cómo todas las criaturas alaban y dan gracias a Dios sin cesar.

Indicó que esta fuente de felicidad es invariable en su esencia, pero es siempre nueva, derramando felicidad para todas las criaturas. “Dios me ha hecho entender que hay una cosa de un valor infinito a sus ojos, y eso es, el amor a Dios; amor, amor y nuevamente amor, y nada puede compararse a un solo acto de amor a Dios”.

De igual manera contó que “Dios en su gran majestad, es adorado por los espíritus celestiales, de acuerdo a sus grados de gracias y jerarquías en que son divididas, no me causó temor ni susto; mi alma estaba llena de paz y amor; y mientras más conozco la grandeza de Dios, más me alegro de que Él sea el que es”.

“Me regocijo inmensamente en su grandeza y me alegro de que soy tan pequeña, ya que siendo tan pequeña, Él me carga en sus brazos y me aprieta a su corazón”, destacó santa Faustina Kowalska.

JESÚS SALVARÁ SU IGLESIA - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 ABRIL 2017


JESÚS SALVARÁ A SU IGLESIA



Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está con ellos Jesús. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? «Está anocheciendo» en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

Dentro de la casa están «con las puertas bien cerradas». Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

Los discípulos están llenos de «miedo a los judíos». Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar al mundo como lo amaba Jesús ni infundir en nadie aliento y esperanza.

De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. «Entra en la casa y se pone en medio de ellos». La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a anunciar por todas partes la Buena Noticia de Jesús.

Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo a vosotros». No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice, como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo».

Solo Jesús salvará a su Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.

Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores.


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Jn 20, 19-31

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY DOMINGO 23 DE ABRIL 2017 - DIVINA MISERICORDIA


II Domingo de Pascua – Ciclo A
Domingo 23 de Abril de 2017





Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2,42-47:

Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.

Palabra de Dios    

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Salmo
Salmo Responsorial: 117,2-4.13-15.22-24

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

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Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1,3-9:

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.
Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un Poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, má preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.

Palabra de Dios

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Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31:

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

«Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor