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miércoles, 15 de marzo de 2017

ORAS POR LOS DIFUNTOS?


¿Oras por los difuntos?




Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en su propio favor, porque con la muerte termina el tiempo de expiar y purificarse. Si los vivos no rezan por ellas, quedan abandonadas. Nosotros tenemos el inmenso poder de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos reparar el mal que hayamos hecho. Pero a menudo no le damos importancia.

San Juan Macías, hermano dominico, tenía una gran caridad con las almas del Purgatorio. ¡El obtuvo por sus oraciones (principalmente por la recitación del santo Rosario) la liberación de un millón cuatrocientas mil almas! En retribución, él consiguió para sí mismo las más abundantes y extraordinarias gracias; y esas almas vinieron a consolarlo en su lecho de muerte y a acompañarlo hasta el Cielo. Este hecho es tan cierto que fue insertado por la Iglesia en el decreto de su beatificación.

Cuando las almas benditas son liberadas de sus penas y gozan la beatitud del Cielo, no olvidan a sus amigos de la Tierra: su gratitud no conoce límites. Postradas ante Dios, no cesan de orar por sus bienhechores. Santa Catalina de Bologna dice: "He recibido muchos favores de los Santos, pero mucho más grandes de las almas del Purgatorio". Orar por los difuntos es una excelente obra de misericordia.


* Enviado por el P. Natalio

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 15 DE MARZO DEL 2017


Cada instante, un regalo
San Mateo 20, 17-28. II Miércoles de Cuaresma


Por: H. Balam Loza, LC | Fuente: www.missionkits.org 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres de mí? Quiero cumplir tu voluntad en cada momento de mi vida. Tal vez, como tus apóstoles, soy débil y no soy capaz de darte todo. Conozco bien que soy una creatura de barro. Por eso vengo a ponerme delante de Ti, para que seas Tú quien me indique qué es lo que quieres de mí. Yo soy capaz de hacer grandes y heroicas promesas, pero necesito que llenes mi corazón de amor para poder darte con totalidad mi vida.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, mientras iba de camino subiendo a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: “Ya vamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará”.
Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella respondió: “Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino”. Pero Jesús replicó: “No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que Yo he de beber?”. Ellos contestaron: “Sí podemos”. Y él les dijo: “Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado”.
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, ¿cómo vivías con tus discípulos? Quiero contemplar, por un instante esos momentos tan familiares y tan profundos. A veces puedo pensar que eras una persona infatigable, pero ¿cómo eras? Tú, eras el maestro y sin embargo te veo en la última cena lavando los pies de tus discípulos, y dejando a Juan recostarse en tu pecho… y no me es difícil imaginar las largas caminatas, llenas de cordialidad. Puedo pensar, en la paciencia que tendrías al escuchar a tus discípulos y sin duda te reirías, internamente, de la valentía de la madre de los Zebedeos ante tal petición… en fin, no dudo que más que un Señor, serías un gran Amigo.
Y hoy, al arrodillarme delante de la cruz y ver que diste tu vida por mí, veo algo más que una imagen fría, veo a un Dios, a un amigo que lo dio todo por mí, hasta la última gota. Sé que estás aquí para ser mi amigo. Es verdad que mis sentidos no te perciben, pero al igual que tus discípulos puedo gozar de este rato de oración, puedo escucharte, puedo descansar en tu pecho, en tu corazón y gozar de este momento. Te abro mi corazón y te pido ser santo. Sí, es un poco atrevida la petición y no sé si soy capaz de compartir tu sufrimiento, pero Tú has dicho que tocásemos a la puerta y para eso estoy aquí.
Te amo, Jesús, con todo mi corazón, con la sencillez de un niño y estoy aquí para pasar un rato con mi mejor amigo, con el auténtico amigo. No quiero hacer grandes cosas sino quiero vivir cada instante con pasión, hasta la más mínima cosa, pues cada instante es un regalo de tu amor.
Un corazón tibio se encierra en una vida perezosa y sofoca el fuego del amor. El que es tibio vive para satisfacer sus comodidades, que nunca son suficientes, y de ese modo nunca está contento; poco a poco termina por conformarse con una vida mediocre. El tibio reserva a Dios y a los demás algunos “porcentajes” de su tiempo y de su corazón, sin exagerar nunca, sino más bien buscando siempre recortar.[…] Hay una segunda tentación en la que se puede caer, no por ser pasivos, sino por ser “demasiado activos”: es la de pensar como dueños, de trabajar sólo para ganar prestigio y llegar a ser alguien. Entonces, el servicio se convierte en un medio y no en un fin, porque el fin es ahora el prestigio, después vendrá el poder, el querer ser grandes. “Entre vosotros -nos recuerda Jesús a todos- no será así: el que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor”. Así se edifica y se embellece la Iglesia.
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a vivir con especial alegría, pues la vida del cristiano es un servir con alegría a ejemplo de Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

ABRIR NUESTRO CORAZÓN AL DON DE DIOS


Abrir nuestro corazón al don de Dios
 Pidámosle a Cristo nos conceda abrir nuestro corazón al don de Dios, y nos permita abrir el nuestro para ser don de Dios para los demás.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




Nuestra vida no es simplemente una serie de circunstancias, una serie de días que van pasando uno detrás de otro, sino que todos los días de nuestra vida son un don de Dios, no sólo para nosotros, sino sobre todo un don de Dios para los demás, para aquellos que viven con nosotros. Un don de Dios que requiere, por parte nuestra, reconocerlo y hacernos conscientes de que efectivamente es un regalo de Dios. Y permitir, como consecuencia, que en nuestro corazón haya un espíritu agradecido por el hecho de ser un don de Dios.

En la historia de la Iglesia, Dios nuestro Señor ha ido dando dones constantemente, y a veces Él se prodiga de una forma particular en algunas circunstancias, por lo demás muy normales, muy corrientes, pero que se convierten de modo muy especial en don de Dios para sus hermanos. Es Él quien decide dar hombres y mujeres a su Iglesia que ayuden a los demás a caminar, que ayuden a los demás a encontrarse más profundamente con Cristo; es Él quien decide hacer de nuestras vidas un don para los demás.

Ciertamente que esto requiere, por parte de quien toma conciencia de ser un don de Dios para los demás, una correspondencia. No basta con decir “yo me entrego a los demás”, “yo soy un don de Dios para los demás”, es necesario, también, estar conscientes de lo que por nuestra parte esto va a suponer. A veces podemos convivir con el don de Dios y no ser conscientes de que lo tenemos a nuestro lado y no ser conscientes de que Dios está junto a nosotros. Podemos estar conviviendo con el don de Dios y no reconocerlo.

Algo así les había pasado a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo. A pesar de llevar ya tiempo con nuestro Señor, no habían captado el don de Dios. Tanto es así que, justamente después que Cristo les habla de pasión, de muerte y de resurrección, acompañados de su madre, llegan y le dicen a Jesús: “Queremos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Cuando Jesús está hablando de renuncia, de entrega, de sacrificio, de redención, ellos le hablan a Cristo de dignidades, de cargos y de honores.
¡Qué misterio es el hecho de que se puede convivir con el don de Dios y, sin embargo, no reconocerlo! Nuestra vida puede ser una vida semejante a la de los hijos de Zebedeo, que tenían el don de Dios más grande —Cristo nuestro Señor—, y no lo habían reconocido.

El don de Dios, el Hijo de Dios caminaba con ellos, comía con ellos, dormía con ellos, les hablaba, les enseñaba, y ¡no lo habían reconocido! Es necesario tener los ojos abiertos y el corazón dispuesto a acoger el don de Dios, porque nos damos cuenta de que, no solamente Juan y Santiago no habían captado nada del don de Dios que era Cristo para sus vidas, tampoco nosotros mismos, muchas veces, lo hemos captado.

En este Evangelio encontramos una serie de características que tiene que tener nuestro corazón para ser capaz de reconocer el don de Dios: En primer lugar, estar dispuestos a servir a los demás; en segundo lugar, estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, y en tercer lugar, estar dispuestos a ir con Cristo, como corredentores, por el bien de los demás.

Corredentor, compañero y servidor son las características del corazón que está dispuesto a reconocer el don de Dios y del corazón que está dispuesto a ser don de Dios para nuestros hermanos. A nosotros, entonces, nos correspondería preguntarnos: ¿Soy yo también corredentor? ¿Tomo yo como mía la misión de la Iglesia, la misión de Cristo, que es salvar a los hombres? ¿Soy compañero de Cristo, es decir, lo tengo frecuentemente en mi corazón, bebo su cáliz, comparto con Él todo? ¿Su vida es mi vida, sus intereses los míos, sus inquietudes las mías? ¿Soy servidor de los demás? ¿Estoy dispuesto a ser de los que sirven, de los que ayudan, de los que colaboran, de los que cooperan, de los que se entregan, de los que dan sin esperar necesariamente una recompensa?

Así como el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos, ¿tenemos nosotros la conciencia de que éste debe ser el retrato de nuestra vida: corredentores, compañeros y servidores de Cristo? Esta conciencia, que nos convierte en don de Dios para los demás, es la que nos convierte en colaboradores, en ayuda y en camino de Dios para nuestros hermanos los hombres.

No soñemos pensando que simplemente porque los criterios del Evangelio más o menos se nos emparejen y estemos de acuerdo con ellos, ya por eso tenemos claro el don de Dios. Si no eres con Cristo corredentor, si no eres capaz de beber su cáliz y si no eres con Cristo servidor de tus hermanos, serás lo que seas, pero no me digas que has encontrado el don de Dios, porque te estás engañando.

Cuando el Señor nos llama a la fe cristiana, es para llenarnos de cosas cotidianas y normales, como es cada una de nuestras vidas. En lo cotidiano está el don, no tenemos que buscar cosas extraordinarias ni milagros ni cosas raras.

Pidámosle a Cristo que nos conceda abrir nuestro corazón al don de Dios, pero también pidámosle que nos permita abrir nuestro corazón para que también nosotros, corredentores, compañeros y servidores, sepamos ser don de Dios para los demás.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 15 DE MARZO


Los cinco minutos de María
Marzo 15



Nada hay tan fecundo como la virginidad de María. Solemos presentar a la virginidad como algo estéril, como si la esterilidad fuera una característica de la virginidad. En cambio, en María, conciliamos la fecundidad maternal con el brillo de su límpida virginidad.

Tu vida ha de estar consagrada a Dios, al amor de Dios, en la plenitud de la entrega de una virginidad espiritual: de Dios, todo de Dios, sólo de Dios y para siempre de Dios.

Por eso tu entrega debe obligarte a gastarte por tus prójimos, desvivirte por ellos, sufrir por ellos, morir por ellos.
“Madre, ayúdanos a enseñar la verdad que ha anunciado tu Hijo y a extender el mandamiento del amor” (San Juan Pablo II)



* P. Alfonso Milagro