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domingo, 25 de diciembre de 2016
EL GRAN REGALO DE DIOS
El gran regalo de Dios
En cada Navidad nos maravillamos de la bondad de Dios, nuestro Padre, que nos regaló a su mismo Hijo Unigénito, hecho niño en Belén. Ese día, inspirados por el ejemplo de la generosidad de Dios, acostumbramos a prodigar regalos a nuestro alrededor, a parientes y amigos. Pero hay dones más valiosos —¡y tan necesarios!— que podemos hacernos sin gastar un centavo.
Esboza una sincera sonrisa... y regálala a quien nunca la ha tenido. Recoge un rayo de sol en tu corazón... y hazlo volar allá en donde reina la noche. Descubre una fuente... y permite bañarse en ella a quien vive en el barro. Vierte una lágrima... y ponla en el rostro de quien nunca ha llorado. Enciende el valor en tu pecho... y ponlo en el ánimo de quien no sabe luchar. Descubre la vida... y alienta a quien se arrastra por ella. Cultiva la esperanza... e irradia su luz a tu alrededor. Imprégnate de bondad... y dónala a quien la desconoce. Descubre el amor... y comunica su fuego al mundo.
Amigo/a: ¡qué hermoso es hacer de tu vida una Navidad! Anímate a esparcir a manos llenas en el hogar, en el barrio, en tu ambiente de trabajo, el fuego del amor, la luz de la alegría y la fuerza de la esperanza. Que esta celebración cristiana te ayude a meditar y proyectar a tu vida la sorprendente bondad que Dios tiene con nosotros.
* Enviado por el P. Natalio
LLEGÓ LA NAVIDAD
Llegó la Navidad
Llegó la Navidad. Normalmente esta palabra nos trae brisas de alegría y nos da contento el saber que estamos en el día de los regalos, del arbolito o el “nacimiento”, de los adornos, de la buena comida. Es porque estamos celebrando un cumpleaños especial. Pero ¿De quién? Desgraciadamente muchos que abundan en la comida y sobre todo en la bebida no nos podrían dar una respuesta exacta. Tampoco tendrán preparado un regalo para el cumpleañero. Pero nosotros sí lo sabemos y queremos preparar, si no lo tenemos, un buen regalo para Él.
En la primera misa de Navidad, por la noche, se nos dice con entusiasmo: “¡Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado!” Claro que no es un niño cualquiera: es Dios que nos trae la salvación. Y para mostrar mejor esa salvación se hace niño pobre, sencillo y humilde en el portal de Belén. Tampoco tenemos por qué acentuar demasiado las tintas diciendo cosas que no están en el evangelio. No tenían por qué llegar a Belén en el último día buscando desesperados un lugar para el nacimiento, pues sería indigno de san José el exponer así a María. Tampoco debemos acentuar el que nadie les recibiera (lo de san Juan es en sentido místico y espiritual), pues sería indigno de la hospitalidad de todo un pueblo. Sencillamente no había sitio en la posada pública, o más bien, como ahora suelen decir muchos comentaristas, no tenían sitio en la sala principal de la casa (y quizá la única) donde estaban alojados, pues estaba mal visto que el nacimiento fuese en medio de la gente con niños. Por lo cual, para ese momento, tuvieron que ir a la parte trasera de la casa donde solían tener algunos animales. El hecho es que Dios se revela a unos pastores y éstos van a ver a un niño que ha nacido en Belén (no necesariamente en las afueras), a un lugar donde hay un pesebre, a un lugar donde suelen comer animales. Todo muy normal, pero sencillo.
Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios. La realidad y nuestra fe nos dice que ahí está Dios hecho hombre, rodeado por su madre María y por san José. Y ahí queremos estar nosotros como los pastores para adorarle. Y también para darle un beso ¿Y qué le vamos a decir? Debemos agradecerle todo ese inmenso amor y decirle que le queremos corresponder con un gran amor. Y como muestra de amor debemos darle algún regalo. Él no necesita ningún regalo material, porque todo lo hubiera podido tener y no ha querido nada material para que se vea mejor su amor por nosotros. Sin embargo no rechazaría muchas cosas materiales para tantos niños, y no tan niños, que viven necesitados, porque en las casas pobres también Jesús quiere nacer y quiere que allí se sientan contentos. Pero quiere sobre todo nuestro corazón. El ofrecer nuestro corazón suena bonito, pero no es fácil. Es poner nuestro corazón junto al suyo para tener “los mismos sentimientos”. No sería regalo el seguir igual que como éramos, sino el hacer algo más o bastante más.
Al acercarnos a Jesús Niño debemos también aprender algunas lecciones. Una que es evidente es que para ser grandes en el Reino de Dios, no es necesario tener mucho dinero y poder. Más bien esto suele ser impedimento, porque los que tienen mucho material se creen que todo lo pueden y que no necesitan de nadie ni de Dios. Estos no suelen postrarse ante el Niño de Belén. Los que se sienten más cómodos en el Reino de Dios (y ante el portal de Belén) son los que, viviendo con su trabajo normal, tienen un corazón de niño, porque ponen su confianza en Dios, como los pastores.
El nacimiento de Jesús no es sólo algo que pasó. Hoy sigue naciendo en la Eucaristía y en nuestro corazón. Jesús nos ilumina y nos alienta para seguir su ejemplo de vida. Para ello nos dice, como el ángel a los pastores: “No tengáis miedo”. Que los deseos de mayor bondad sigan profundos en nuestro corazón, a ejemplo de María que iba conservando todos los sucesos en su corazón. Y que la paz que proclamaron los ángeles a los pastores inunde nuestros corazones en este día.
(P. Silverio Velasco)
FELICES FIESTAS? NO, POR FAVOR, FELIZ NAVIDAD!!
¿Felices fiestas? No, por favor: ¡Feliz Navidad!
Rescatemos el sentido real de esta magna celebración
Por: Mónica Muñoz | Fuente: elobservadorenlinea.com
Algo que recuerdo vivamente de mi niñez es la época navideña, que, comenzando diciembre, se anunciaba por todas partes: las casas eran revestidas de luces de colores, la gente colocaba sus árboles y acomodaba el nacimiento en un lugar preponderante en la sala de su hogar. Por supuesto, la televisión no se quedaba atrás, los comerciales inundaban la programación con villancicos y las películas recordaban durante todo el día que se acercaba el 25 de diciembre. Era, además, tiempo para preparar platillos que sólo en esta época se podían saborear: los romeritos y el bacalao eran las estrellas de todo menú familiar, sin olvidar el ponche, la sidra de manzana y los postres que daban a las mesas el toque especial.
Y qué decir de las posadas: Primero, el rezo del rosario y la letanía cantada, “Ora pro nobis”, repetíamos sin entender el significado exacto, pero con el gusto de saber que seguía entonar los versos “en el nombre del cielo, os pido posada, pues no puede andar, mi Esposa amada”, para escuchar la consabida respuesta, hasta lograr que un alma generosa abriera las puertas de su casa para que entraran los Santos Peregrinos José y María, que estaba a punto de dar a luz al Niño Dios.
Y, por fin, el momento más esperado por todos, había llegado: romper la piñata, hecha con una hermosa olla de barro llena de fruta, cacahuates y dulces, que tronaba después de sendos palazos asestados por los niños que disfrutaban a más no poder de la novena de fiestas previas a la Natividad.
De esas fechas guardo con cariño dos recuerdos: uno, cuando, por la noche del 24, de camino a la cena con mis abuelitos, mi papá detenía el coche frente a una casa que tenía un enorme nacimiento. Las personas de ese hogar dejaban abiertas las cortinas para que quien pasara pudiera contemplar las escenas representadas bellamente. Mis hermanos y yo admirábamos cada pieza, acomodada con cuidado sobre papel decorado para que simulara ser un pueblito lleno de detalles: un lago hecho con papel aluminio en el que “nadaban” cisnes y patos. Un establo con borreguitos y vacas, casitas, pastores, mujeres realizando labores hogareñas, y en el centro, presidiendo todos los cuadros, se hallaban María, José y el Niño recién nacido, a punto de recibir la visita de los tres Reyes Magos que se acercaban con sus regalos.
El segundo, evoco cuando íbamos a cortar nuestro árbol al bosque de los árboles de Navidad en Amecameca, Estado de México. Nos daba mucha emoción que mis papás pasaran por nosotros al salir de la escuela para ir a escoger nuestro pinito, que mi padre cortaba con mucha facilidad y lo acomodaba en el techo del coche. Luego, sembrábamos el que sustituiría al que nos estábamos llevando.
Sí, se respiraban sentimientos de hermandad, se deseaba hacer el bien al prójimo, pasábamos muchos momentos en familia, pero, lo principal de ese tiempo, era que verdaderamente se celebraba a Aquél que había nacido para redimir al mundo de sus pecados. En la actualidad, me da tristeza comprobar que poco a poco se ha desplazado al Festejado para reemplazarlo por comidas y fiestas sin sentido. Los villancicos quedaron para el museo y en su lugar escuchamos cualquier tipo de música, menos la que habla de Jesús y su venida a este mundo. Las posadas son “pachangas” y borracheras, así que ni hablar de rezos y cantos, eso está bien para los mojigatos… entonces, ¿qué sentido tiene hablar de Navidad, si ya no la celebramos?
Ahora, se ha desechado al Rey que ha nacido entre nosotros para sustituirlo por Santa Clos y figuras vestidas de rojo. Los adornos que decoran las plazas y centros comerciales hablan del invierno con sus copos de nieve artificiales, las luces multicolores bailan sobre duendes, renos y trineos, por cierto, objetos extranjeros que han invadido nuestro país, pero por ningún lado vemos el portal de Belén, ni la estrella, ni los ángeles de los coros celestiales, mucho menos animales y pastores, pero lo más grave es que, el motivo de esta gran fiesta, Dios que ha enviado a su Hijos para salvar al mundo, ha sido ignorado por el ambiente ateo que nos invade cada vez más.
Hoy, son más las personas que se desean “Felices fiestas”, perdiendo de vista lo esencial y reduciendo la incomparable obra de la salvación a una fiesta de fin de año. Hasta los católicos bien formados han adoptado esta moda. Incluso, un personaje importante en México ha llegado al colmo, enviando felicitaciones con motivo de las “fiestas de invierno”.
Ahora que hemos llegado a la gran fecha, los invito a rescatar el sentido real de esta magna celebración. Para los cristianos, católicos y no católicos, ha nacido el Salvador del mundo, no hay ningún hecho que se le compare, por importante que parezca, por eso, por favor, no nos deseemos “felices fiestas”, démonos un abrazo y digámonos sinceramente ¡feliz Navidad!
QUÉ NOS ENSEÑA LA NAVIDAD?
¿Qué nos enseña la Navidad?
La Navidad es una de las fiestas más importantes de la Iglesia porque en ella celebramos que el Hijo de Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo, para enseñarnos el camino para la vida eterna
Por: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net
La Navidad es una de las fiestas más importantes de la Iglesia porque en ella celebramos que el Hijo de Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo, para enseñarnos el camino para la vida eterna.
La Navidad, a pesar de ser una fiesta cristiana, se ha popularizado en todo el mundo. Efectivamente, hasta los no creyentes celebran "las fiestas de diciembre", como se les dicen. Los regalos, los pinos adornados y los Santa Claus abundan en esta época y el gasto familiar se eleva a las nubes.
Por desgracia, el verdadero sentido de celebrar el nacimiento de Cristo se ha transformado en un mero intercambio de regalos, tal como lo hacían los paganos griegos y romanos para las fiestas de la Saturnalia, es decir, el inicio del invierno.
Un poco de historia
Emmanuel significa Dios con nosotros. La celebración de la Navidad nos recuerda que Dios no está lejos, sino muy cerca de nosotros. En Navidad, celebramos al Niño Jesús que es Hijo de Dios. En Él, Dios nos mostró su rostro humano, para salvarnos y amarnos desde la tierra.
Jesús es el Hijo unigénito de Dios, imagen perfecta del Padre, lleno de gracia y de verdad.
¿Qué nos enseña la Navidad?
La celebración de la Navidad es un momento privilegiado para meditar en el texto evangélico de San Lucas 2, 1-20, en donde se narra con detalle el Nacimiento de Cristo.
Podemos reflexionar las virtudes que encontramos en los diferentes personajes involucrados y luego, aplicarlas a nuestra vida:
María nos enseña a ser humildes, a aceptar la voluntad de Dios, a vivir cerca de Dios por medio de la oración, a obedecer a Dios y a creer en Dios.
José nos enseña a escuchar a Dios y hacer lo que Él nos diga en nuestra vida, aunque no lo entendamos y a confiar en Dios.
Jesús nos enseña la sencillez. A Dios le gusta que seamos sencillos, que no nos importen tanto las cosas materiales. Jesús, a pesar de ser el Salvador del mundo, nació en la pobreza.
Los pastores nos enseñan que la verdadera alegría es la que viene de Dios. Ellos tenían un corazón que supo alegrarse con el gran acontecimiento del nacimiento de Cristo.
El 25 de diciembre se celebra la Navidad. Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo y enseñarnos el camino para la vida eterna.
Jesucristo es luz, amor, perdón y alegría para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
La Sagrada Familia nos da ejemplo de la aceptación de la Voluntad de Dios, viviendo con sencillez, humildad y alegría el nacimiento de Jesús en el Portal de Belén.
Actividad en familia
La persona que dirige, lee y pide a los demás miembros del grupo que cuando ella se detenga en las palabras negritas, ellos tendrán que adivinar la palabra que falta para completar la historia.
"En una ciudad llamada Nazaret vivía una joven llamada María. María amaba mucho a Dios y estaba comprometida para casarse con un hombre muy bueno que se llamaba José y era carpintero.
Un día, se le apareció a María el Ángel Gabriel mandado por Dios y le preguntó si quería ser la Madre del Hijo de Dios y le explicó que el Espíritu Santo vendría sobre ella. María contestó que sí aceptaba.
José se preocupó mucho cuando María le dijo que iba a tener un bebé. Pero una
noche, Dios le mandó a José un mensaje.
El ángel le dijo en sueños que no dudara en casarse con María pues el Hijo que Ella estaba esperando era el Hijo de Dios y que salvaría a los hombres del pecado.
José despertó y fue a buscar a María, la llevó a su casa y cuidó de ella.
En aquellos días el Emperador César Augusto, dio la orden de que todos tenían que ir al pueblo de donde eran sus familias para empadronarse.
José formaba parte de la familia de David que eran del pueblo de Belén. Entonces José y María tuvieron que ir al pueblo de Belén. El viaje fue muy difícil para la Virgen María porque ya había llegado el momento de que naciera el bebé.
Tan pronto como llegaron a Belén, José empezó a buscar donde descansara María, pero no encontró ningún lugar porque todas las posadas estaban llenas de gente.
Al final, José encontró un establo y llevó ahí a María.
Al poco tiempo, nació el Niño Jesús. María envolvió al niño en pañales y lo acostó en un pesebre que José había preparado.
Cerca de Belén habían unos pastores que cuidaban sus ovejas, entonces se les apareció un ángel de Dios y les dijo: No tengan miedo, les traigo buenas noticias, hoy ha nacido en Belén el niño que será el Salvador, vayan a verlo.
De pronto, el Cielo se llenó de ángeles que cantaban a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad!.
Los pastores corrieron hacia Belén y encontraron a José, María y el Niño Jesús tal como les habían dicho los ángeles. Adoraron al Niño y le ofrecieron regalos."
LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 25 DE DICIEMBRE
LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Diciembre 25
Cantando van los pastores
cantando van las muchachas,
cantando van monte abajo por la veredita blanca.
Un lucerito brillante los guía con su fulgor;
con alma, salud y gracia entonan esta canción:
"Podéis, pastorcillos, alegres cantar;
en Belén el Niño ha nacido ya.
Tocad las campanas, a gloria tocad;
en Belén el Niño ha nacido ya.
Al son de alegres campanas,
llegando van los pastores
y al Niño le hacen ofrenda
de sus regalos mejores;
pero hay un pastorcito
que trae el más grande don
y al Niño con alegría
le ofrece su corazón.
Podéis, pastorcillos, alegres cantar;
en Belén el Niño ha nacido ya..."
“No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). Así comienza la nueva era: la era de la realización de la promesa hecha a nuestros antepasados; ya nos ha venido el Mesías, el Redentor, el Salvador; ya podemos considerarnos salvados por la infinita misericordia de nuestro Hermano Jesús, que se entregará por todos nosotros.
* P. Alfonso Milagro