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sábado, 17 de septiembre de 2016

NUBES DE TORMENTA


Nubes de tormenta
La dificultad toca día a día a nuestra puerta. Se abre paso en nuestra vida, como las nubes en el cielo claro.


Por: Gustavo Velázquez, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 




Una pequeña embarcación pesquera se debate en medio de la tormenta. Forcejea por mantenerse a flote entre el hervir de las olas. El capitán, firme frente al timón, recibe sereno los embates de la naturaleza. Sus brazos están agotados, pero no desiste en sus esfuerzos sobrehumanos. Sabe que la vida de sus hombres está en sus manos; no les puede fallar. De vez en cuando, recorre la cubierta con la mirada, admirado ante la valentía de cada marinero. Es, entonces, cuando de su corazón brotan nuevas fuerzas. Pero las más de las veces, suplica silencioso, anhelando que el sol le regale una mirada…

Las tormentas son fabulosas vistas desde la casa; pero terribles, soportadas a la intemperie. A nadie le incomoda ver los rayos y el granizo detrás de una ventana; pero sí, cuando caen sobre su cabeza. Pero aun así, las borrascas externas no representan casi nada comparadas con las internas. Cualquier enfermo preferiría mil veces vivir entre enfermos a estarlo; así como el lisiado preferiría compartir su casa con varios lisiados a estarlo. Cuando alguien cae enfermo, se le recomienda que tome reposo y medicinas. Pero cuando se cae en la angustia, lo recomendable es conservar la paz y tomar una fuerte dosis de “motivación” para sobrellevarla.

La dificultad toca día a día a nuestra puerta. Se abre paso en nuestra vida, como las nubes en el cielo claro. No hay hombre capaz de escondérsele, así como no hay ciudad capaz de evadir la lluvia. Por esto, resulta extraño soñar con una vida fácil, libre de complicaciones. Los caminos fáciles no existen, todos tienen sus inconvenientes: unas veces será una grieta, una curva, una subida; otras, el clima, el tráfico o el terreno. Los obstáculos son utilísimos. Sin ellos, viviríamos en una
monotonía infernal.

Los problemas nos desoxidan y nos quitan el sarro acumulado. Si a un ciclista novato le cuesta horrores recorrer una nueva pista, tal vez no se deba tanto a la pista cuanto a su falta de experiencia. Quien haya dejado por años la bicicleta y después la haya vuelto a retomar, sabrá por experiencia que los primeros pedaleos son torpes. Apenas si se guarda el equilibrio, culebreando por el camino a una velocidad lenta y con grandes esfuerzos. Después de unos días más, se recobrará gran parte de la agilidad perdida, con unas piernas cada vez más desentumecidas.

Las dificultades no hacen al hombre -según el pensamiento de muchos-, sino que muestran que lo es. ¿Cuándo se ha visto que de los enérgicos temblores, nazcan edificios? Los terremotos no se dedican a edificar, sino a destruir y a comprobar la solidez de las construcciones. Por eso, es en el momento de la prueba, cuando cada quien se demuestra quién es. Los periodos de tempestad son unos momentos preciosos de auto-examen. Lo fascinante es que son sorpresa. Así que debemos estar siempre preparados, pues la nota es exacta y no se aceptan sobornos.

Las contrariedades doblegan lo superficial… lo doblegable. Los ventarrones pueden echar por los suelos a una planta en maceta, pero no podrán contra el árbol montañés. No tanto por su corteza, vigor o tamaño, sino por sus raíces. Se necesitan raíces firmes y profundas, para no sucumbir. Si una planta no se preocupa por abrirse paso en la tierra, sino que se limita a absorber nutrientes, será muy vulnerable. Bastará cualquier pequeño aprieto para hacerla palidecer.

Es muy arriesgado decidir en tiempos de tempestad. La mente no está en sus mejores momentos, sino que desvaría mareada de un lado a otro. Está borracha de desgracias y alucina salidas por todos lados. Es difícil decidir. Un giro falso al timón puede resultar fatal. Lo mejor es mantenernos firmes, aunque sangre el corazón o se queje el entendimiento. Porque no sólo nuestra vida corre peligro, sino también la de nuestra tripulación y la del barco.

“Al buen tiempo, buena cara…”. Cualquier hombre se alegra con el día, ¿a quién le cobran por la luz del sol? Pero, en la noche, es distinto. En la oscuridad, brillan las estrellas. Podemos preguntarnos: “¿durante el día hay estrellas?” Sí. No las vemos, porque el astro rey las opaca. Resplandecen camufladas; sin la oscuridad, jamás las apreciaríamos. Hay quienes brillan en la oscuridad y quienes se entenebrecen en las tinieblas.

Las dificultades exigen lo mejor de nosotros mismos: requieren una preparación continua. Nunca nos sobrepasarán. Basta con mantenernos firmes y evitar las decisiones precipitadas; porque, de lo contrario, la tormenta se apoderará de nuestro ánimo y nos devastará. La única consigna válida para los momentos angustiosos debe ser: “Renovarse o morir”, sobreponerse o naufragar; conscientes de que llevamos entre manos más de un destino: el nuestro y el de cuantos nos rodean.

CORRER A DIOS


Correr a Dios
Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.


Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 




Hay en nuestro mundo una costumbre que se va agudizando cada vez más. Y es la costumbre, incluso diría yo la manía, de ir corriendo a Dios de nuestro mundo. Correrlo de la familia, porque no nos sirve, porque estorba, porque es molesto. Correrlo de la sociedad, correrlo del mundo cultural, correrlo incluso de las iglesias. No queremos saber nada de El.

¿Por qué? Porque nos estorba, nos fastidia, nos molesta. Porque no lo necesitamos ya. Más aún, hay gente que presume de haber logrado este gran triunfo: Ya hemos puesto al hombre en su lugar. No necesitamos de Dios.

Pero, ¿qué es lo que realmente sucede? El que pierde no es El. El que pierde es el hombre. Y, así, podemos constatar estadísticamente que los lugares donde Dios está ya casi fuera, el hombre se ha vuelto contra sí mismo. Hay, casualmente, más suicidios. Casualmente más egoísmo. Hay, casualmente también, más guerras, más violencia.

¿Por qué en nuestro siglo ha habido tantas guerras, hay tantos desastres, hay tantos suicidios? ¿No será por esa manía de dar un puntapié a Dios y correrlo de nuestro mundo?

Repito que el que pierde no es El, porque El está tranquilo. El nos ve, El dice: A ver que puede hacer el hombre solo, sin Mí. Y el resultado es trágico. Por eso, hay todavía algunos que le queremos decir a El: No te vayas, por favor, porque entonces nos va a ir muy mal.

¡Pobre hombre! Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 17 DE SEPTIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 17


Muchos oyen hablar de los santos y no saben lo que es un santo.
Un santo es una apacible mirada que se posa en todos con bondad y para repartir bondad.

Es un rostro abierto para recibir a cuantos se le acerquen.
Es un par de oídos atentos siempre a escuchar la pena de los demás, los problemas de los angustiados.

Es un corazón que se hace lágrimas con el que llora y risas con el que goza.

Es una mano que se tiende blanda y acariciadora para brindar la ayuda que el prójimo necesita y que no se atreve a pedir.
Un santo es un hombre que ha sabido convertirse en un crucifijo de la voluntad de Dios.

¿Estás camino de la santidad? Ves que el camino ni es imposible, ni es tan difícil que digamos...

“Así como aquel que los llamó es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo a lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pe 1,15-16). No basta ser bueno, con una bondad intransigente; es preciso llegar a ser santo, es decir, un fiel cumplidor de la voluntad de nuestro Padre y esto, por amor.


* P. Alfonso Milagro