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domingo, 27 de marzo de 2016
EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO DE RESURRECCIÓN 27 DE MARZO DEL 2016
¡Ha resucitado el Señor!
Cuaresma y Semana Santa
Juan 20, 1-9. Domingo de Resurrección. ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
Por: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9
El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.
Oración introductoria
Señor Jesús, por tu resurrección sé que estoy llamado a resucitar, para eso es la vida, para eso he sido creado. Te suplico que seas Tú la luz en mi camino y, en este momento de oración, ayuda a mis sentidos para que sepan recogerse en el silencio interior y exterior, para poder aspirar a contemplar tu gloriosa resurrección.
Petición
¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
Meditación del Papa Francisco
El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.
Oración introductoria
Señor Jesús, por tu resurrección sé que estoy llamado a resucitar, para eso es la vida, para eso he sido creado. Te suplico que seas Tú la luz en mi camino y, en este momento de oración, ayuda a mis sentidos para que sepan recogerse en el silencio interior y exterior, para poder aspirar a contemplar tu gloriosa resurrección.
Petición
¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!
Meditación del Papa Francisco
La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se “inclinaron” para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que “inclinarse”, abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.
El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos. […]
Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas que ganan con la sangre de los hombres y las mujeres.
Y que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos hoy están de luto; y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora del Señor Jesús: “Paz a vosotros”. “No temáis, he resucitado y siempre estaré con vosotros”. (Homilía de S.S. Francisco, 5 de abril de 2015).
Reflexión
¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!
En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche- "que Dios ha muerto". Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.
Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película "Jesús de Nazaret". Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: "¡Éste es el inicio!".
Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen" (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.
Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles -a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos-, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.
Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: "Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos".
¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.
Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos "aparece" constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.
Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. "El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado".
En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria" (Col 3, 1-4).
Propósito
Poner especial atención a la convivencia familiar, para que este día esté caracterizado por la alegría.
Diálogo con Cristo
Jesús, qué alegría poder celebrar la Pascua de Resurrección, con júbilo festejo que has vencido el miedo al sufrimiento y a la muerte... y todo para enseñarme un estilo de vida que me puede llevar a la plenitud el amor. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Rebosa mi corazón de esa auténtica emoción que da una paz inigualable. Confío que no se apagará por los problemas y contrariedades que hoy se puedan presentar, sé que depende de mi actitud porque tu gracia lo hace posible.
Preguntas o comentarios al autor P. Sergio Córdova LC
¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!
En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche- "que Dios ha muerto". Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.
Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película "Jesús de Nazaret". Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: "¡Éste es el inicio!".
Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen" (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.
Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles -a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos-, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.
Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: "Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos".
¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.
Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos "aparece" constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.
Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. "El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado".
En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria" (Col 3, 1-4).
Propósito
Poner especial atención a la convivencia familiar, para que este día esté caracterizado por la alegría.
Diálogo con Cristo
Jesús, qué alegría poder celebrar la Pascua de Resurrección, con júbilo festejo que has vencido el miedo al sufrimiento y a la muerte... y todo para enseñarme un estilo de vida que me puede llevar a la plenitud el amor. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Rebosa mi corazón de esa auténtica emoción que da una paz inigualable. Confío que no se apagará por los problemas y contrariedades que hoy se puedan presentar, sé que depende de mi actitud porque tu gracia lo hace posible.
Preguntas o comentarios al autor P. Sergio Córdova LC
PASCUA DE LA MISERICORDIA PARA TODOS, AUN SIN SABERLO, NADA MÁS NECESITAMOS
Pascua de la Misericordia para todos: aun sin saberlo, nada necesitamos más
La condición cristiana exige combatir el mal, denunciar las injusticias, revestirnos de auténticas entrañas de misericordia ante dramas de nuestra vida cotidiana
Fuente: Ecclesia
Un año el alba de la Pascua ha llegado circundada de situaciones personales y colectivas que reclaman sanación, misericordia, redención y, en suma, resurrección. Varios podrían ser los ejemplos que avalarán esta afirmación. Pondremos solo algunos ejemplos, de distinta naturaleza y valoración.
Así y sin ir más lejos, en las vísperas mismas de la Semana Santa, la Unión Europea firmó un acuerdo ya definitivo –lo de definitivo es, al menos por ahora…- con Turquía –país donde prosiguen los atentados yihadistas- sobre los refugiados , que, aunque menos rechazable que el del 7 de marzo , no acaba de satisfacer las auténticas expectativas de la mejor humanidad de bien. El sábado 19 de marzo se estrelló un avión en territorio ruso, con el saldo de 62 víctimas mortales, entre ellas dos pilotos españoles. El domingo 20, otro trágico accidente, en este caso de un autobús, sembró el dolor en España, con la muerte de trece universitarias europeas en Tortosa. Y en Madrid, días antes, en medio de la indiferencia ciudadana y policial –salvo excepciones-, un grupo de hinchas del PSV Eindhoven se burló y se mofó impunemente de un grupo de indigentes rumanas. Y ya más lejos de nuestras fronteras, Brasil está siendo testigo de una, cuando menos, poco edificante historia, con la corrupción al fondo, a propósito del nombramiento de su expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, como ministro, en una maniobra política de más que dudosa significación estética y ética.
Sí, también eran tantos motivos para la alegría y la esperanza. Las calles de toda nuestra España han vuelto en Semana Santa a llenarse de hermosísimas expresiones de piedad popular y nuestras celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual han vuelto a derramar gracia de Dios por doquier, amén de otros muchos ejemplos anónimos de actitudes y de acciones solidarias dignas del ser humano y del ser cristiano.
Sin embargo y lejos de planteamientos maniqueos o de botellas medio llenas o medio vacías, la cierto es que la humanidad entera sigue gimiendo y necesitando auténticos valores, rearme moral, misericordia y redención. Sigue, incluso tantas veces sin saberlo, necesitando y demandando la Pascua. Y la Pascua está aquí en nosotros, ahora en su esplendor celebrativo, intensificada, si cabe aún más, en pleno Año Jubilar de la Misericordia. Y ni podemos ni debemos ser prófugos de ella, prófugos de una Pascua que vuelve y viene a nosotros como el más pleno y definitivo abrazo y pacto de Dios con su pueblo.
Ante el eterno problema del mal y su infinita e irresoluble cadena de interrogantes –mal, a veces, inevitable y otras muchas veces fruto de la acción inadecuada del hombre- la única respuesta definitiva no es otra que Jesucristo y este crucificado y resucitado por nosotros y para nosotros. El gemido, el llanto, la impotencia, la negligencia y el pecado de la entera humanidad de todos los tiempos han sido asumidos en la cruz salvadora y florecida del Señor del tiempo y de la historia. Nada necesitamos más que la Pascua. Nada necesitamos más que poner nuestras miradas, penas, gozos, alegrías y expectativas en Él. En su cruz, caben todas las cruces de todas las personas y situaciones.
Y para ello, el Dios de Jesucristo nos confía a los cristianos ser testigos de la Pascua. Los cristianos, en efecto, estamos llamados y urgidos a afrontar la realidad con un plus añadido de humanidad, bien impregnados por nuestra fe, una fe a la que siguen a las obras, una fe que solo es avalada por la autenticidad de las obras. Y esta íntima unidad entre fe y obras se ha de traducir a la vida, a la vida concreta, a la personal y a la social.
La condición cristiana exige combatir el mal, denunciar las injusticias, revestirnos de auténticas entrañas de misericordia ante dramas como el de los migrantes y los refugiados y asumir con responsabilidad –como demandó Francisco el Domingo de Ramos- su destino. Ser cristiano significa no permanecer indiferentes ante ningún dolor humano y rechazar y evitar toda forma de corrupción, tenga el “color” que tenga… Ser cristiano significa ejemplaridad, ecuanimidad, coherencia, valentía y testimonio cabal de la Pascua. Y todo ello en medio de un mundo que se olvida de la Pascua, pero que nada necesita más que la Pascua.
JESÚS VENCE A LA MUERTE - MEDITACIÓN DE DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Jesús vence a la muerte
Resucita al tercer día y se aparece a sus discípulos y a las mujeres.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
La acción de José de Arimatea y Nicodemo fue rápida y eficaz. Antes de que los judíos puedan darse cuenta de la muerte, ya está enterrado Jesús en un lugar que responde a la piedad de los suyos. Pero los judíos temen a Jesús y se acuerdan de la profecía de la resurrección al tercer día. Ellos habían destruido el templo del cuerpo de Jesús, y ahora recuerdan el verdadero sentido de la profecía. Por ello acuden a Pilato reclamando una guardia que resultó providencial, muy a pesar suyo.
"Al día siguiente de la Parasceve se reunieron los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato y le dijeron: Señor nos hemos acordado de que ese impostor dijo en vida: Al tercer día resucitaré. Manda, pues, custodiar el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos; y sea la última impostura peor que la primera. Pilato les respondió: Ahí tenéis la guardia; id y custodiad como sabéis. Ellos marcharon y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia"(Mt).
La garantía
La muerte era un sello en la boca de Jesús. Los sellos intentan ser una garantía: seguridad, guardan el cadáver en su silencio. Y, en efecto, esos sellos serán garantía de la muerte verdadera de Jesús que yace en la losa del sepulcro con el corazón abierto, separada el alma del cuerpo. Y los guardias se convertirán en testigos privilegiados del gran día del domingo, del primer día de la semana cristiana.
Los guardias se asustan
Por ellos conocemos lo que sucedió al inicio del día primero, al nacer el alba: "Y he aquí que se produjo un gran terremoto, pues un ángel del Señor descendió del Cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como de relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. Llenos de miedo, los guardias se aterrorizaron y se quedaron como muertos(Mt).
Habían pasado cuarenta horas desde el momento de la muerte: desde las tres del viernes hasta las siete del domingo. Un día completo, nueve horas del viernes y siete del domingo. Tres días. En ese tiempo el alma de Jesús desciende a los infiernos, como reza el credo cristiano. Pero el cuerpo estaba allí, en reposo total, sin conocer la corrupción, con la rigidez de la postura del crucificado, con sus llagas abiertas, cubierto por la sábana y rodeando el rostro con el pañolón del sudario. Un gran terremoto conmovió a los soldados, que se estremecen, cuando, de repente, ven al ángel de vestiduras blancas lleno de fuerza y poder, que desplaza la gran piedra con facilidad y se sienta en ella. Los soldados caen al suelo, se desploman sin sentido. El temor no nubla sus mentes, pues se dan cuenta de lo sucedido, pero aquello supera grandemente sus experiencias. Estaba sucediendo el hecho central de la salvación. En el sepulcro, aquel cadáver estaba volviendo a la vida.
Se fabrica una historia
Algunos de los soldados huyen de espanto, otros quedan removidos por lo sucedido, otros acuden a los sanedritas con la noticia. "Algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos con los ancianos, después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos. Si esto llegara a oídos del procurador, nosotros le calmaremos y cuidaremos de vuestra seguridad. Ellos tomaron el dinero y actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy"(Mt).
Comienza una nueva etapa
Los sanedritas tenían ya el gran signo de Jonás. Tres días en el seno de la tierra, y volver a la vida. Todos los otros milagros palidecen con la grandeza de lo sucedido. Este milagro, realizado por su propio poder, manifestaba a Jesús como vencedor de la muerte y del pecado. Una nueva era acababa de comenzar. Pero, de nuevo, no creyeron. Y elaboraron una mentira rápida y burda: unos testigos dormidos testifican de lo que ha sucedido. Mientras dormían acudieron unos hombres y se llevaron el cuerpo. Era burda la mentira, pero el dinero acalla las conciencias. Los soldados, testigos involuntarios de los hechos, garantizan de una manera involuntaria la verdad de la resurrección de Jesús.
La gran victoria
La resurrección es la gran victoria. Jesús ha descendido todos los escalones de la humillación, uno a uno, como saboreando el abajamiento. Y, cuando ha llegado a lo más hondo, toma al hombre caído y lo eleva a niveles insospechados. La nueva vida es mucho más que lo que se puede alcanzar por una ética correcta; es un don de Dios que introduce a los hombres en la vida divina si se unen a Cristo resucitado y vencedor.
PAPA FRANCISCO EN VIGILIA PASCUAL 2016: ABRAMOS EL SEPULCRO DE LA ESPERANZA Y RESUCITEMOS CON CRISTO
El Papa en Vigilia Pascual: Abramos el sepulcro de la esperanza y resucitemos con Cristo
Por Alvaro de Juana
(ACI).- La Pascua “es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor”, afirmó el Papa Francisco durante la Vigilia que presidió este sábado en la Basílica de San Pedro. En la homilía que pronunció, el Santo Padre recordó que “el Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos”. A su vez señaló que todo cristiano tiene una misión: “llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida”.
Para ello, “la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos”. “Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida”, pidió.
“Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo”, dijo el Papa al explicar la misión concreta de la Iglesia en el mundo.
La ceremonia comenzó con el encendido de la llama pascual en el atrio de la Basílica, para luego trasladar el cirio pascual en procesión al interior del templo. Ya dentro, un diácono entonó el pregón pascual, el antiguo himno que alaba la resurrección. Asimismo, unas siete mil velas fueron encendidas por los fieles, congregados dentro de la Basílica del Vaticano.
“Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos”, dijo al comentar las lecturas proclamadas en la Vigilia.
“Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia”.
El Papa señaló además que “continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que evangelizarlos”.
“¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza?”, preguntó Francisco. "La liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría”.
Por tanto, “no olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza; hagamos en cambio memoria del Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado”.
UN MENSAJE NUEVO, CRISTO HA RESUCITADO!!
Un mensaje nuevo: ¡Cristo ha resucitado!
Si creen mi palabra de hoy, si de verdad toman en serio lo que hoy les voy a decir... su vida será nueva.
Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
Lo que tengo que decirles lo han oído otras veces, pero me gustaría que no pareciera lo de siempre. Es necesario que les suene a nuevo, que les de la impresión de que no lo han oído nunca.
Olviden un momento la rutina: esas reflexiones a veces tan monótonas que apenas les rozan la piel.
Olviden un momento la vida diaria: las discusiones caseras, los huesos que duelen, las jaquecas, las rabietas de los niños, los pelmazos que no dejan vivir.
Hoy quisiera que mis palabras sonaran a nuevas.
Si creen mi palabra de hoy, si de verdad toman en serio lo que hoy les voy a decir... su vida será nueva, empezarán a vivir de una forma distinta, la rutina diaria tendrá una profundidad desconocida, las celebraciónes religiosas les traspasará el alma, la alegría que nadie puede quitar será su huésped, incluso la muerte será una puerta llena de posibilidades, la vida será una ruta acompañada por la esperanza, la misma enfermedad tendrá una cara desconocida. Para que entiendan bien lo que voy a deciles, es necesario que el Señor esté con ustedes... que levantemos el corazón... que demos gracias al Señor nuestro Dios...
Hermanos, esto es lo que hoy tengo que decirles: Jesús de Nazaret, el hijo de José y de María, el muerto injustamente y sepultado, ¡¡Ha resucitado y vive para siempre!!! La muerte ha sido vencida: el muro impenetrable, la oscuridad existencial, el mal constante que nos envuelve, la queja permanente... no son verdad del todo.
Alguien ha roto el misterio, ha trocado la noche en aurora luminosa, ha iniciado una nueva creación. Oiganlo todos: ¡Cristo ha resucitado!
Ustedes jóvenes, que les asusta la dureza de la vida: Cristo resucitado fortalece su rebeldía contra la injusticia.
Ustedes padres y madres de familia, Cristo vivo resplandece en el amor fiel que se tienen, ilumina y sostiene la entrega generosa a los hijos.
Solteros y solteras, Cristo resucitado los hace fecundos, pone en sus manos otro modo de crear vida, construye otra familia no según la carne y la sangre, sino en el Espíritu de hijos y hermanos.
Hombres y mujeres de la tercera edad, Cristo resucitado vive con ustedes, no permite que se reseque su alma, con Él hasta el final llegarán llenos de vida.
Ustedes, enfermos, Cristo vivo está con ustedes en la cruz de su dolor, con ustedes se pone en las manos del Padre, con ustedes cruza la frontera de la vida sin fin.
Ustedes, pobres de la tierra, únanse a Cristo resucitado, Él está animando su lucha por salir de la miseria, por lograr que los respeten y los escuchen; Él está dentro de ustedes y se identifica con ustedes.
Ustedes, los que luchan por la justicia, libertad, amor, y dignidad de todo ser humano, sepan que Cristo resucitado los está sosteniendo, les patrocina la tarea, les asegura que resucitarán y su vida será todo un éxito.
Hermanos: Cristo, el amigo de los niños, el que perdona a la adúltera, el cercano a los enfermos, el que se sienta con los pecadores, el que quiere a las prostitutas, el que acepta a todo hombre... resucitado, sigue haciendo lo mismo. No dejen de acercarse a su presencia; crean en él, enciendan las velas en su vida resucitada. Vengan y vean, experimenten una vida nueva.