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domingo, 17 de enero de 2016

¿NOS FALTA ALGO O ALGUIEN?


¿Nos falta algo o alguien?



Con San Juan, los milagros de Jesús, toman una palabra: signos. Con ellos se nos va revelando la riqueza y la grandeza que existe en el Señor. Quien quiera descubrir la personalidad de Jesús no tiene más que acercarse al lenguaje y al fondo de sus signos. Comprobaremos, entre otros aspectos, que su misión tiene un objetivo: la felicidad de las personas. Hoy, poniendo en marcha los motores del tiempo ordinario, arrancamos con las Bodas de Caná.

Las Navidades no pueden quedar en el olvido. ¿Para qué ha venido Jesús? ¿Por qué ha nacido Dios en un pobre portal de Belén? Dios, ha nacido, para que los hombres reconozcamos su presencia, su amor y su poder en Jesús. Lo hemos entonado en villancicos, lo hemos formulado y expresado en belenes, estrellas, comidas familiares o luces; pero, ahora, nos espera lo más importante: ¡Despegar con Él para meternos de lleno en su misión!

La Navidad ha sido un aeropuerto donde Dios ha aterrizado en forma de Niño. Pero, Dios, nos invita a despegar. A dejarnos conducir por Jesús y, con Él, y de primera mano, meternos de lleno en ese inmenso horizonte –que es el cielo- donde late el corazón de Dios (en el corazón de Cristo), donde habla Dios (por los labios de Jesús) o donde se ve la mano de Dios (en los signos de Jesús). ¿Seremos capaces de despegar? ¿No nos pesarán demasiado los kilos de consumo que en estos días de fiesta hemos echado al cuerpo pero no al alma?

Con el Bautismo de Jesús nos colocábamos en pista con Él. En las Bodas de Caná empezamos a divisar todo un paisaje en el que, Jesús, comienza a regalarnos un suculento vino de primera, que el mundo nos arrebata o que en la sociedad no se encuentra.

Con San Juan, el signo de las Bodas de Caná, tiene completa vigencia y actualidad. ¿En dónde echamos en falta la felicidad? ¿Qué banquetes serían más completos si dejásemos convertir el agua insípida de nuestra existencia, en licor bueno por el encuentro personal con Jesús?

La fama de Jesús no puede quedarse relegada a un “niñito” nacido entre pajas. Ese NIÑO ha crecido, ha sido bautizado y, en el presente, si lo miramos como si fuese una radiografía, comprobamos que los rasgos de su persona nos muestran profundidades cuyos fondos están en Dios.

La popularidad de Jesús la podemos seguir proyectando nosotros cuando, al analizar la pobre o rica fiesta de nuestra vida, nos interpelamos en qué debemos  cambiar o qué podemos transformar, desde nuestro testimonio convencido y vivo de que el Señor nos acompaña. Y sino, al final, miremos a Jesús y como María…digamos: ¡Hagamos lo que Tú nos digas o nos sugieras!


* P. Javier Leoz

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: DOMINGO 17 DE ENERO 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Enero 17



Tan cierto es que somos hijos de nuestro pasado, como que somos padres de nuestro futuro; pero no es menos cierto que nos conviene mucho más mirar y recordar y tener presente que somos más padres de nuestro futuro, que hijos de nuestro pasado.

El pasado ha de recordarse como experiencia de la vida, como enseñanza para nuestro porvenir, como lección de nuestra historia.
Pero nunca será positivo recordar el pasado, si se hace para desalentarse, para ser pesimista, para perder fuerzas y entusiasmo.
El pasado ya no es nuestro; pasó, y pasó sin remedio y sin posibilidad de modificación: tal como fue, así seguirá siendo.
El futuro no sabemos si será nuestro y ciertamente no es nuestro todavía.

El presente es el que está en nuestras manos, es el que podemos hacer que sea de esta o de la otra forma; y el presente es el que puede modificar nuestro futuro.

Vive el presente, pero no fija la mente en el futuro.
Está en tus manos construir un nuevo mundo y lo harás si tú te transformas en un hombre nuevo; es la gracia la que realizará en ti esa transformación. “Si fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús, de él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo… renovándose en lo más íntimo y revestirse del Hombre nuevo” (Ef 4,21-24)


* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 17 DE ENERO 2016


Hijo, no tienen vino...
Milagros


Juan 2, 1-11. Tiempo Ordinario. Acudamos a María siempre que lo necesitemos y en todos los momentos de nuestra vida. 


Por: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Juan 2, 1-12
Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: "No tienen vino." Jesús le responde: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora." Dice su madre a los sirvientes: "Haced lo que él os diga." Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: "Llenad las tinajas de agua." Y las llenaron hasta arriba. "Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala." Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora." Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.

Oración introductoria
Espíritu Santo, ilumina mi oración de modo que pueda salir de mí mismo, de mis preocupaciones y problemas, para abrir mi corazón a lo que hoy quieres decirme. Pido la intercesión de tu Madre santísima, que solucionó las necesidades de los demás, poniéndolas en tus manos.

Petición
Señor, así como cambiaste el agua en vino en Caná de Galilea, te pido que transformes mi vida en la clave del amor.

Meditación del Papa Francisco
Las bodas son momentos especiales en la vida de muchos. Para los “más veteranos”, padres, abuelos, es una oportunidad para recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que puedan formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos, estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar sus familias, es un gran desafío para los padres. A su vez, la alegría de los jóvenes esposos. Todo un futuro que comienza, todo tiene “sabor” a casa nueva, a esperanza. En las bodas, siempre se une el pasado que heredamos y el futuro que nos espera. Hay memoria y esperanza.  Siempre se abre la oportunidad para agradecer todo lo que nos permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que hemos recibido. 
Y Jesús comienza su vida pública precisamente en una boda. Se introduce en esa historia de siembras y cosechas, de sueños y búsquedas, de esfuerzos y compromisos, de arduos trabajos que araron la tierra para que ésta dé su fruto. Jesús comienza su vida en el interior de una familia, en el seno de un hogar. Y es precisamente en el seno de nuestros hogares donde continuamente Él se sigue introduciendo, Él sigue siendo parte. Le gusta meterse en la familia.
Es interesante observar cómo Jesús se manifiesta también en las comidas, en las cenas. Comer con diferentes personas, visitar diferentes casas fue un lugar privilegiado por Jesús para dar a conocer el proyecto de Dios. Él va a la casa de sus amigos –Marta y María–, pero no es selectivo, no le importa si son publicanos o pecadores, como Zaqueo. No sólo Él actuaba así, sino cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia del Reino de Dios, les dijo: "Quédense en la casa que los reciba, coman y beban de los que ellos tengan”. Bodas, visitas a los hogares, cenas, algo de “especial" tendrán estos momentos en la vida de las personas para que Jesús elija manifestarse ahí. (Homilía de S.S. Francisco, 22 de septiembre de 2015).

Reflexión
Recuerdo que, hace algunos años, traía entre manos varios proyectos apostólicos y, para llevarlos adelante con mayor celeridad, necesitaba el apoyo de algunas personas importantes del mundo político y empresarial. Y como no las conocía personalmente, me era necesario contar con la recomendación de otros amigos para que les pidieran su apoyo.

Todos, alguna vez en la vida, necesitamos a algún amigo "influyente" para que nos recomiende con otras personas, sea por motivos personales o profesionales. ¿No te ha sucedido, por ejemplo, que tienes que entrevistarte con el jefe de tu empresa para alguna cuestión laboral o con el presidente de una multinacional? ¿O que, en un viaje a Roma, hayas querido saludar al Papa o acudir a una audiencia general? Dicha recomendación sería muchísimo más necesaria si quisieras una entrevista personal con el Papa o asistir a una Misa en su capilla privada en el Vaticano. Lo mismo si pretendieras un favor especial del presidente de los Estados Unidos o de la reina de Inglaterra.

En la vida espiritual nos ocurre algo semejante. Pero con la grandísima diferencia de que no estamos pidiendo algo a un rey o a un papa, ¡sino al mismo Dios! Gracias al infinito amor que nos tiene y a su inmensa condescendencia, no tenemos necesidad de "intermediarios", pues podemos acudir directamente a Él a través de la oración. Sin embargo, sí necesitamos el apoyo de alguna "palanca" especial para que nos ayude a obtener de Él aquello que le suplicamos.

¡Cuántas veces me han dicho a mí esta frase: "Padre, usted que está más cerca de Dios, rece por esto o aquello", pues creemos que el Señor escucha más a quienes están más cerca de Él. Por eso mismo rezamos a los santos y pedimos su intercesión. Pero si, para las cosas de la tierra, el secretario del jefe, un amigo o una persona de confianza nos pueden ayudar a obtener un favor, ¡con cuánta mayor razón no nos va a socorrer la Madre de Dios, que es también nuestra Madre dulcísima! ¡Ella es nuestra más poderosa y eficaz "palanca"!

Esto es lo que ocurre en el Evangelio de hoy. Se celebra una boda en Caná de Galilea. Jesús y sus discípulos son invitados a la fiesta. Y María Santísima está también allí. Las celebraciones nupciales en el Oriente duraban alrededor de una semana. Eran, como es lógico, días de alegría y de júbilo. De pronto, a mitad de la fiesta, se acaba el vino. ¡Qué tragedia para aquellos jóvenes esposos! Esto sí que iba a ser un "trago amargo".

Pero María, con su exquisita delicadeza femenina y con solicitud de verdadera madre, es la primera en darse cuenta de ello y, para evitar un chasco a esos novios, se acerca a Jesús para decirle: "No tienen vino". Obviamente, ni Jesús ni María estaban implicados en el asunto. Ellos eran también huéspedes e invitados, como los demás. Sin embargo, María no estaba sólo informando algo a su Hijo, sino que era ya una discreta y fina petición de que hiciera algo para solucionar aquella embarazosa situación. El Señor responde como era lógico que lo hiciera: "¿Qué nos interesa esto a ti y a mí?". No era problema de ellos. Y añade un motivo aún más fuerte para no involucrarse en la cuestión: "Aún no ha llegado mi hora". Todavía no era el momento de hacer milagros ni de manifestar al mundo su poder. Todavía tenía que esperar un poco.

Y, sin embargo, María insiste, con gran finura y delicadeza. Ella sabía que su Hijo no se negaría a complacerla en aquel favor que le estaba pidiendo. Por eso, porque conocía el corazón de su Hijo, les ordena con total seguridad a los sirvientes: "Haced lo que Él os diga". Su Hijo sacaría a aquellos novios de su apuro. Y a continuación nos narra el evangelista cómo sucedió el milagro.

Yo quisiera fijarme ahora, más que en el milagro mismo -que fue maravilloso- en la intercesión igualmente maravillosa de la Santísima Virgen. Todavía no era tiempo de que nuestro Señor hiciera milagros porque el Padre había reservado "su hora". Y María, con su petición, ¡adelanta la hora de Dios! Podemos decir que su súplica "cambió" los planes de Dios. ¡Eso sí que es prodigioso!

Hace algunos días recordábamos que san Bernardo solía llamar a María la "Omnipotencia suplicante" y "la Medianera de todas las gracias". Decía: "La voluntad de Dios es que nosotros tengamos todo a través de María". Por ella nos vienen todas las gracias porque es la más poderosa de las reinas y la más eficaz de las intercesoras. Un hijo bueno no niega nada a su madre. Y Jesús es el hijo más amoroso de la más dulce y bondadosa de las madres. Pero, sobre todo, ¡es Dios todopoderoso! Con esta intercesora, ¿qué no podremos obtener de Dios? Ella no es su secretaria ni una amiga, ¡sino su propia Madre!

Hay un hermoso motete que algunas veces cantamos en el Rosario, que dice así: "Porque eres Madre de Dios, todo lo puedes; porque eres nuestra Madre, siempre nos acoges en tu corazón, María, a Dios y el hombre..." Todos, como hijos pequeños y débiles que somos, necesitamos de una madre, necesitamos de María, sobre todo en las horas de oscuridad y de aflicción.

El santo Cura de Ars solía decir: "Un corazón de madre es un abismo de bondad: ¿Qué tendrá que ser, pues, el corazón de María? El corazón de María es tan tierno para con nosotros, que los de todas las madres reunidas no son sino un pedazo de hielo al lado del suyo". Y san Bernardo: "¡Oh tú, que caminas por este miserable valle de lágrimas y andas zozobrando entre la tempestad del mundo! Si no quieres verte sumergido entre las olas, no apartes jamás los ojos de esta brillante y luminosa estrella. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tribulación, mira la estrella e invoca a María".

Propósito
¡Ojalá, pues, que nuestra confianza en la poderosa intercesión de María Santísima sea total y filial, como la del niño pequeño que confía ciegamente en su madre! Acudamos a Ella siempre que lo necesitemos y en todos los momentos de nuestra vida. Ella, como en Caná, arrancará otro milagro de su Hijo cuando nosotros, como aquellos jóvenes esposos, "ya no te tengamos vino" para seguir viviendo con fe, alegría y perseverancia nuestra vida cristiana.

Diálogo con Cristo 
Sólo el amor a Cristo será capaz de despertar en mí una mayor entrega, sólo el amor me dará la fuerza para ser santo, sólo el amor me hará obediente y perseverante, sólo el amor a los demás me impulsará a servirles con el ejercicio continuo de la caridad.

 
Preguntas o comentarios al autor   P. Sergio Córdova LC

¿DESEAS SEGUIRME?


¿Deseas seguirme?



Si en el pecado vives, te ofrezco una nueva nueva morada.
Si la soledad hoy te aflige, yo puedo estar a tu lado.
Si sientes que todo lo has dado, yo no te pediré nada.

No tienes ya nadie hay en quien confiar, pero en mi hombro puedes llorar.
Si no hay nada ya que tenga sentido, escucha mi voz que te indica el camino.
Deja de buscar ya la felicidad en donde tanto la has buscado, y decídete a encontrarla a mi lado.

Recuerda siempre mi sacrificio de amor, que por tu vida la mía extinguí.
Puedes seguir adelante, puedes enfrentar la vida, puedes levantarte, Puedes amar y ser amado, puedes confiar y otros confiar en ti, Si es que a mi lado caminas y al abrigo de mi amor decides caminar.

Esperaría tu respuesta una eternidad si fuera necesario, pero solo puedo esperar mientras vives, y la vida es como neblina que en un segundo pasa y desaparece.
¿Deseas seguirme?

Jesús

SEÑOR, NO SABEMOS CORREGIR


Señor, no sabemos corregir




No sabemos expresar a nuestro hijo
el gran amor que le tenemos.

Muchas veces nuestras palabras
ofenden y nuestros gestos dañan o humillan.
Caemos fácilmente en el castigo.

Por eso queremos respetar con claridad
la estupenda dignidad de nuestro hijo,
de modo que él respete siempre a los demás.

Queremos descubrir entusiasmados,
su belleza para que él viva feliz y agradecido.

Danos ojos atentos para contemplar
todo lo bueno y positivo que posee.

Danos oídos muy abiertos,
para escuchar con ternura tus palabras.

Danos sabiduría para servirlo,
para ayudarlo en sus dificultades,
y para abrirle caminos entusiasmantes en su vida.

María Sabiduría, enséñanos a ser sinceros.
Virgen de la fidelidad y del servicio,
ruega por nosotros. Amén.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: 16 DE ENERO 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Enero 16



Las dificultades están hechas para superarlas y no para dejarse superar por ellas; porque en la vida, quieras o no quieras, siempre te encontrarás con dificultades.

No temas los golpes de la dificultad; a veces son duros, son crueles, pero el atleta no se hace entre sábanas, sino en las pistas; el sabio no resulta de las diversiones, sino de los estudios; el santo no es fruto de contemplaciones, sino de vencimientos; el hombre no se hace entre blanduras, sino bregando con la dificultad.

Los espartanos con frecuencia trataban con severidad a sus hijos para hacerlos fuertes y resistentes; así llegaron a ser aquel esforzado pueblo indomable. A costa de sacrificios te harás hombre y llegarás a ser santo.

Tu palanca será la oración, pero también el sacrificio, que te moverá a negarte muchas cosas, y eso por amor; por amor a Dios y por amor a los hermanos. “Sin efusión de sangre, no hay remisión de los pecados” (Heb 9,22). Sin la muerte de Cristo no hubiéramos nosotros gozado de la Vida, y sin tu propia entrega, sin tu palabra de sacrificio, algunos de tus hermanos no recibirán la gracia. La cruz no pesa cuando estamos de colores; los colores de la gracia no sólo dan hermosura, sino sobre todo fuerza.


* P. Alfonso Milagro

LAS FLORES HABLAN



Las flores hablan



Cuentan de Ignacio de Loyola en su vejez que al pasearse por el jardín de su residencia romana, acariciaba con su bastón las florecillas, y les decía suavemente: “Callad, callad, que ya os entiendo”.

Sabía su lenguaje. Entendía lo que querían decirle. También nosotros comprendemos enseguida el diálogo imaginario. Pero hay una diferencia. Para nosotros es una anécdota edificante de una narración hagiográfica. Para su santo protagonista, era una experiencia. Él pronunciaba su sentimiento íntimo con la punta de su bastón, y oía la respuesta floral con realismo palpable. Casi le gritaban tanto las flores, que tenía que pedirle que se callasen. Las oía bien.

Había sido guerrero y cortesano. Fue ya mayor cuando acudió a las aulas. No estaba la poesía entre las disciplinas de su juventud. Nunca fue artesano del lenguaje y el estilo. Pero era místico profundo de trato familiar con Dios y sus criaturas, y la vista de una humilde flor bastaba para llevarlo al instante a la presencia de quien la formó. Entendía el lenguaje de pétalos, perfumes y colores. Era un enamorado.

Menos nos sorprende su reacción en el jardín cuando recordamos lo que al principio de su carrera espiritual dejó escrito en los Ejercicios que han guiado a generaciones en el camino de encontrar a Dios. Allí, al acabar treinta días de contemplación asidua en purificación del alma, seguimiento de Cristo y búsqueda de la divina voluntad, describe la última experiencia con la que despide al candidato a las alturas y lo entrena para el resto de su vida. Esto es lo que le dice:

“Mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender, así mismo haciendo templo de mí siendo criado a la similitud e imagen de su divina majestad.

Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre el haz de la tierra. Así como en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados…, cando ser, conservando, vegetando y sensando.

Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma e infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia..., así como del sol descienden los rayos, y de la fuente las aguas.”(Contemplación para alcanzar amor)

Siguen las creaturas siendo sagradas. Dios está en ellas, “trabaja” en ellas, vive en ellas como vive en mí, y todo lo que existe desciende de su ser como del sol los rayos o de la fuente las aguas. Presencia divina en entornos terrenos. Parentesco de cielo y tierra. Intimidad del Creador con sus criaturas. Todo nos habla de él, porque él está en todo.

“Callad, callad, que ya os entiendo.” Las flores hablan.
* Carlos G. Vallés S.J.

DOS GRANDES SECRETOS


Dos grandes secretos
Éstos son los dos grandes secretos, que grandes hombres y santos, a ejemplo de María, tuvieron en la vida para vencer las dificultades.


Por: Mariano Hernández | Fuente: Catholic.net 




En la mañana del 13 de mayo de 1981, San Juan Pablo II pasaba por la plaza de San Pedro y recibió tres balazos. Una bala entró directamente en su abdomen, las esperanzas se volvieron angustias al ver la sotana blanca llena de sangre.

El hombre que le disparó al Papa, Ali Agca, arrastraba una vida de asesinatos y pertenecía a grupos terroristas palestinos. No era un simple ladrón, era un tirador profesional que no pudo explicarse por qué el Papa no murió. A penas empezaba el pontificado del Papa, no podía acabar tan rápido. El Papa sobrevivió al atentado porque el tirador se equivocó de día. Sí, el 13 de mayo es día de la Virgen de Fátima, fue ella quién salvo al Papa de la muerte.

Con claridad lo dice el Papa Benedicto XVI, la vida de los santos no se entiende sólo con su biografía, sino con su actuación después de la muerte. Ahí está la protección de María, Ella sigue viva y nos sigue demostrando su amor.

Simplemente basta con ver nuestro país: millones de peregrinos visitan la basílica de Guadalupe, no van por tradiciones o por compromisos, van porque ella es verdaderamente la Madre de Dios. En Francia, millones visitan el santuario de Lourdes. En Portugal, en Italia, en todas partes María se hace presente y quiere guiarnos por el camino de Dios.

Y si nos preguntáramos ¿cuál es el secreto de María?, ¿qué es lo que la ha hecho digna de tanta grandeza?, nos encontraríamos ésta respuesta: María es grande porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a ella misma. Ella es humilde, no quiere ser sino la esclava del Señor. En la vida pública de Jesús, María desaparece de los evangelios y es hasta la hora de la muerte, cuando los discípulos huyen, ella permanece al pie de la cruz, enseñándonos a ser fieles hasta el final, y misteriosamente, en este acompañar a Cristo hasta la cruz, está el secreto de su fortaleza.

La vida es difícil, son muchas las batallas y estás no se ganan solas. María quiere ayudarnos, y con su ejemplo nos da la fortaleza necesaria para salir adelante. Invitándonos a seguir a Cristo como ella lo hizo, quizá de manera silenciosa, pero siempre fiel, hasta la cruz. Y es en este seguir a Cristo donde nos ha dejado nuestra mejor arma, el mejor apoyo que tenemos para el arduo caminar de la vida, esa gran herramienta que ella espera y quiere que hagamos: rezar el rosario. No solo para nuestro beneficio, sino como un regalo para ella, refugio de los pecadores y auxilio de los Cristianos, siempre dispuesta a interceder por nosotros para nuestra salvación.

Éstos son los dos grandes secretos, que grandes hombres y santos, a ejemplo de María, tuvieron en la vida para vencer las dificultades, y que todos nosotros también podemos imitar para vencer en la gran batalla de la vida: "Seguir a Cristo hasta la cruz, y rezar el santo rosario para nuestra salvación".

MEDIA HORA EN EL CIELO, CADA DÍA


Media hora en el cielo, cada día
La verdad es que hemos estado en el cielo; cielo que llevamos ahora dentro de nosotros para que otros también lo vean


Por: P. Lucas Prados | Fuente: AdelanteLaFe.com 




Bajo este título sugerente y un tanto atrevido se esconde el mayor de los regalos que hemos recibido de Dios. Un regalo que está al alcance de todos. Un regalo que podemos recibir cada día si nosotros queremos.

Entramos a la Iglesia, tomamos agua bendita y nos vamos a uno de los bancos para en silencio aguardar el comienzo de la Santa Misa. Sale el sacerdote de la sacristía, se arrodilla delante del Sagrario, sube al presbiterio, besa el altar y comienza la Santa Misa con un saludo cristiano: “En el nombre del Padre… El Señor esté con vosotros”. Acto seguido nos invita a ponernos en paz con Dios mediante la recitación del “Yo confieso”. En este momento le pedimos perdón a Dios por todas las ofensas que hayamos podido cometer; perdón que es otorgado si nuestras faltas son veniales, aunque deberíamos acudir a confesarnos si es que hubiera algún pecado mortal. Es lógico que le pidamos perdón al Señor en este momento pues qué sentido tendría acercarnos a Él si estuviéramos separados como consecuencia del pecado. Dos amigos que quieren hablar, tienen que pedirse perdón si es que se hubieran ofendido. Hechas la paces ya podemos acercarnos a Él. Acto seguido, y una vez hechas las paces, ensalzamos a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo…”.

Posteriormente nos disponemos a escuchar el mensaje que el Señor quiere transmitirnos ese día. Escuchamos con devoción y atención las lecturas de la Sagrada Biblia. En realidad, estas lecturas nos ofrecen un mensaje para crecer en santidad, para conocer mejor a Jesús… En algunas ocasiones el sacerdote nos explica alguno de estos pasajes para facilitarnos su comprensión.

Acabada la liturgia de la Palabra nos disponemos a participar en el Ofertorio. Ahora es cuando el sacerdote presenta a Dios las ofrendas de pan y vino. Ofrendas que se convertirán poco después en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Es en este momento cuando nosotros desde el banco presentamos también a Dios nuestra ofrenda. Regalamos a Dios todo lo que vamos a hacer en ese día. Le ofrecemos nuestro corazón, nuestro amor, nuestra paciencia, nuestro dolor… Acabada esta ofrenda, el sacerdote las recoge todas y nos dice: “Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre todopoderoso”.

Terminado el Ofertorio, nuestro corazón después de haber aclamado la santidad de Dios (“Santo, Santo, Santo es el Señor…”) se arrodilla ante el misterio que va a ocurrir delante de nuestros ojos. Cristo, saltándose las barreras del tiempo y del espacio, se va a hacer realmente presente justo en el momento que es crucificado en el Calvario. No es que Cristo vuelva a morir. Es realmente un milagro de Dios. En ese momento nosotros nos recogemos interiormente y somos trasladados al Calvario. Oímos el bullicio de las gentes. Vemos tres cruces levantadas donde han clavado a tres malhechores. Y junto al pie de la cruz que está en medio vemos a María, Juan Apóstol y otras mujeres. Ante este espectáculo horrendo también nosotros nos ponemos de rodillas y con timidez elevamos los ojos a la cruz. En ella vemos agonizando a Cristo. Es en ese momento cuando le decimos: “¡Señor soy yo quien tendría que estar clavado en la cruz y no tú! ¡Yo soy el pecador! ¡Déjame al menos morir contigo!” Es en este momento cuando la ofrenda de las cosas que habíamos hecho anteriormente se transforme en una ofrenda de nosotros mismos. Si fuera posible desearíamos morir con Cristo.



La Santa Misa sigue con más oraciones. Invocamos a Dios como nuestro Padre del cielo y con humildad y gran alegría nos disponemos a recibir a Jesús en nuestro corazón. Nos acercamos al comulgatorio. Nos ponemos de rodillas. No nos atrevemos a tocar a Jesús con nuestras manos. Él es tan santo y nosotros tan sucios. Bastante es que me permita recibirlo en mi boca y depositarlo en mi corazón. Vuelvo a mi banco y en ese momento de supremo gozo oigo a Jesús que me dice: “Lucas, antes, cuando estaba yo muriendo en la cruz me ofreciste tu vida. Ahora te has quedado sin ella, pues ya es mía. ¡Escucha!, toma la mía, pues desde ahora será la tuya”. A nosotros, emocionados, nos recuerdan las palabras que Él ya nos dijo: “El que me coma vivirá por mí”.

Con ese gozo, le damos gracias al Señor y después, lleno nuestro corazón de paz y alegría nos disponemos a reasumir nuestras tareas cotidianas. No sin antes haber recibido la bendición de Dios y escuchar cómo Él nos dice: “Ahora marcha en paz”.

Han sido unos momentos intensos. La verdad es que hemos estado en el cielo; cielo que llevamos ahora dentro de nosotros para que otros también lo vean. Y con ese espíritu pasaremos el resto del día con la esperanza de mañana volver a encontrarnos de nuestro con Cristo, pedirle perdón de nuevo, ofrecerle lo que somos y tenemos, y llevarnos un día más el cielo con nosotros. Y todo esto, día a día, hasta que el Señor nos considere dignos de irnos ya siempre junto a Él para no salir nunca más de las moradas eternas.

Esa es mi Misa de cada día. Nadie me la explicó. O mejor fue el mismo Señor quien así me lo contó. Y así la estoy viviendo desde los trece años. Ahora estoy para cumplir los sesenta. El Señor me llamó a ser uno de sus Doce. Y desde entonces no he perdido ni un solo día mi encuentro con Él en su casa.