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martes, 17 de noviembre de 2015

LOS CUATRO DOMINGOS DE ADVIENTO



LOS CUATRO DOMINGOS DE ADVIENTO


1. Cada año, la elección de los evangelios nos hace seguir una progresión en los 4 domingos de Adviento:

- El primer domingo nos orienta hacia la Venida del Señor al final de la historia y el mensaje es el de la vigilancia;

- El segundo domingo está centrado en la figura de Juan Bautista y el mensaje es el de la paciencia y de la preparación activa para la Venida del Señor;

- El tercer domingo, también centrado en el Bautista, nos orienta con más fuerza hacia la persona de Aquél que viene; el mensaje es el de la alegría por la venida muy cercana;

- El cuarto domingo contempla el misterio de la Encarnación de Dios en María; el mensaje: una preparación profunda del misterio de la Navidad.

2. El Adviento no es, pues, una simple preparación de Navidad. Celebra a la vez la última Venida del Señor que dará todo su sentido a nuestra historia; pero también celebra al Señor que viene cada día a nosotros con una presencia muy real, pero que nos da la sed de Él, más fuerte y palpable.

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 17 DE NOVIEMBRE DEL 2015


Zaqueo, hoy ha llegado la salvación a esta casa
Tiempo Ordinario

Lucas 19, 1-10. Tiempo Ordinario. Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias.


Por: P Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 33o. del Tiempo Ordinario, del domingo 15 al sábado 21 de noviembre 2015.
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Del santo Evangelio según san Lucas 19, 1-10
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». 

Oración introductoria
Jesús, como Zaqueo quiero conocerte mejor, pero hay muchas cosas que me lo impiden y me distraen. Hoy vengo a esta oración dispuesto a encontrarme contigo. Mírame Señor, con ese amor con que miraste a Zaqueo, ven a mí, prometo no dejarte ir nunca más.

Petición
Señor, haz que venga hoy tu salvación a mi alma.

Meditación del Papa Francisco
Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.
Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida. (Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2015).


Reflexión
Zaqueo que era un hombre pecador se encuentra con Jesús. Pero este encuentro no sucede de manera fortuita, sino que nace de la curiosidad de este hombre, que seguramente admiraba a Jesús en secreto. Al pasar Jesús por Jericó había mucha gente reunida con la esperanza de ver cómo era ese profeta del que tanto se oía. Uno de ellos era Zaqueo, hombre de mala reputación, ya que se dedicaba a cobrar impuestos y además era muy rico. Su baja estatura le impedía ver a Jesús. Entonces corrió adelantándose para subirse a un árbol y desde ahí poder contemplar a Jesús en el momento en que pasara. Y al pasar Jesús miró hacia arriba y le dijo "Zaqueo, baja enseguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa". Él bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Y todo el pueblo murmuraba: "Se ha ido a casa de un rico pecador". Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más". Jesús le contestó: "Hoy ha entrado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido"

Cuán transformante habrá sido el encuentro de Zaqueo con Jesucristo para que este hombre decidiera corregir el rumbo de su vida. Probablemente desde el momento en que Zaqueo con tanto interés buscó a Jesús, sabía que su modo de actuar no era el correcto y sabía que conocer a ese profeta le cambiaría la vida, aunque esto tuviera muchas consecuencias. Zaqueo al subir al árbol, vence el respeto humano. Pone los medios necesarios para un encuentro cara a cara con el Señor. No imaginó que Jesucristo le pediría hospedarse en su casa. Y bajó del árbol rápidamente y lo recibió con alegría.

Qué actitud tan hermosa la de Zaqueo, que conociendo sus pecados, acepta al Señor y atiende rápidamente a su petición. Todos los cristianos podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del Señor y una prontitud alegre, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días. Zaqueo no podía seguir siendo el mismo después de conocer personalmente a Cristo. Decide restituir a toda persona que haya engañado. Y Cristo, que conoce el corazón de cada hombre, le da la buena noticia: "Hoy la salvación ha entrado a su casa".

Propósito
Imitar esta actitud de prontitud alegre de Zaqueo a lo que Jesús nos pide, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días.

Diálogo con Cristo 
Señor Jesús, necesito este encuentro contigo en la oración. El ejemplo de Zaqueo me hace ver que quien te deja entrar en su vida, no pierde nada de lo que realmente hace la vida bella, buena y grande. Tu amistad abre las puertas de un horizonte inmenso. Ayúdame a hacer la misma experiencia y a no tener miedo de abrirte de par en par las puertas de mi corazón.

LA CONSAGRACIÓN: EL MOMENTO DE MAYOR UNIÓN ESPIRITUAL CON DIOS


Consagración: 
El momento de mayor unión espiritual con Dios


Te invito a que vivas distinto el momento de la Consagración. Participa en primera persona con Cristo, que se ofrece en el altar por la humanidad.


Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net 



El momento de mayor unión espiritual con Dios

Después del ofertorio, empieza la plegaria eucarística. Comienza con el prefacio que converge en el canto del Santo. El momento central de la plegaria es la Consagración. En ella se transforman el pan y el vino, que hemos ofrecido, en cuerpo y en sangre de Cristo.
 

Participantes de un milagro

En la Consagración se percibe el mayor fervor y respeto en la iglesia. Sabemos que es un momento sumamente importante. Nos arrodillamos llenos de devoción para darle la bienvenida a Cristo, Rey y Señor nuestro, sin embargo podemos caer en el peligro de ser simples espectadores de este milagro. Podemos permanecer maravillados y asombrados pero anclados en nuestro sitio; aferrados a nuestro yo.

Te invito a que vivas distinto el momento de la Consagración. Participa en primera persona con Cristo, que se ofrece en el altar por la humanidad.
 

Consagración: Unión

Durante el ofertorio hemos ofrecido a Dios nuestro corazón, pequeño, pero todo suyo. Lo hemos puesto en el altar. Es momento de que nuestro corazón se una al de

Cristo Eucaristía.

Entre la Eucaristía y nosotros hay un abismo. Nosotros somos criaturas y Él es Dios (Gen 1, 27). Nosotros no somos nada y Él lo es todo. Es por eso que en el momento de la Consagración tenemos que postrarnos ante Dios y reconocer que nosotros no nos podemos unir a Cristo, que se ofrece en la Eucaristía, si el Espíritu Santo no nos eleva a Él. Es el Espíritu Santo quien penetra nuestra alma y la toma para elevarla y unirla a Cristo Eucaristía permitiéndonos ofrecernos con Él (Rom. 8, 17).
 

Consagración: Calvario

La Misa, memorial de la muerte de Cristo, nos permite estar en el Calvario. Es la cruz el sacrificio cruento de Cristo (Heb. 10, 12) que se vive de manera incruenta en la Eucaristía. Cuando el sacerdote eleva la hostia, es como si elevara el mismo cuerpo de Cristo crucificado. Nosotros lo vemos desde abajo y desearíamos unirnos a Él. Nuestro corazón desea que Cristo no muera solo. Le suplicamos que, al menos, nos permita darle un abrazo que pueda consolar su dolor. Sin embargo, la distancia entre la cruz y nosotros sigue siendo inmensa. Pero Jesús lo dijo en su predicación: “y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.” Jn. 12, 32. El Espíritu Santo nos atraerá a Él y nos unirá a Cristo, que se ofrece en la cruz y en la Eucaristía.
 

Agachar la cabeza en la consagración

Antes de la consagración cuando nos arrodillamos, en la epíclesis, el sacerdote coloca sus manos sobre las ofrendas e invoca al Espíritu Santo pidiendo que descienda. En ese momento puedes agachar tu cabeza y sentir que el sacerdote coloca sus manos sobre ti (que eres la ofrenda). Así permitirás que el Espíritu Santo descienda sobre ti y dejarás que penetre hasta lo más hondo de tu corazón al abrir tu alma a su acción. Él te llevará a la unión con Cristo. Él te hará participar del sacrificio redentor de tu Señor.

Habiendo permitido al Espíritu Santo descender y poseerte, mantente atento a los gestos del sacerdote. Mientras el presbítero eleva la Eucaristía, te puede ayudar abrir tus manos como gesto de ofrenda y dejar que tu corazón vuele hasta unirse a la hostia que se encuentra en las manos del sacerdote. Mira con alegría tu corazón unido al Sagrado Corazón de Jesús, hecho hostia por nosotros.

Frutos de la unión con Cristo Eucaristía

Durante la consagración nos podemos unir íntimamente a Cristo que se está ofreciendo en el altar. ¿Qué valor tiene esta unión? ¿cuál es el fin de la misma? ¿qué frutos da?

Podemos decir que la unión con Jesús Eucaristía es un don en sí mismo. No necesitamos nada más. Ese es el fin. Si toda nuestra vida cristiana no nos lleva al encuentro profundo con Dios, no vale para nada.

Podrás ser un catedrático en teología pero si no te relacionas con el Dios que conoces no sirve de nada. Podrás donar tu tiempo a los pobres y enfermos, pero si no descubres a Dios en ellos, caes en la filantropía. Podrás cumplir a la perfección los mandamientos, pero si mediante ellos no te encuentras con tu Dios están vacíos de sentido. Podrás recibir una y otra vez los sacramentos, pero si no te unes a Dios a través de ellos se convierten en rituales sin valor alguno (1Cor. 13, 1-3).

La unión de corazones

El cielo, fin de nuestra vida terrena, es un profundo abrazo con Dios que dura eternamente. Tú, hoy tienes la posibilidad de abrazarte a Él y abandonarte en sus brazos durante la consagración a través de la unión con Él dejando que te conceda su intimidad en el silencio. No pretendas nada maravilloso. Acepta que tu Dios es sencillo y pequeño. Desde tu banca en la Iglesia, por tu fe sencilla, puedes recibir el don de los grandes místicos: el don de la unión de corazones. El tuyo y el de Él en silencio.

Escucha las palabras que pronuncia el sacerdote: Tomad y comed todos de él porque éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Es necesario que aceptes al Dios que se humilla y se abaja y se hace alimento por ti (Jn. 6, 35). Quiere vivir en ti y hacer de tu corazón su morada (Jn. 14, 23). Acepta su entrega y ofrécete a Él tú también.

Oración en la elevación de la hostia

En el momento en que el sacerdote eleva la hostia en el altar di:

Espíritu Santo ven a mi alma. Deseo profundamente unirme en intimidad con el Sagrado Corazón de Jesús que se encuentra en la Eucaristía. Realiza la unión de nuestros corazones y permíteme vivir así mi día ofreciéndome y acogiéndolo.

Dios, en su infinita bondad, concede tres dones que se derivan de la unión con Él: nos santifica, nos fecunda y nos hace ofrenda de alabanza agradable al Padre.

Cómo alcanzar la unión con Dios

En primer lugar, de la unión con Dios, se da como fruto nuestra santificación. Necesitamos vivir en nuestra verdad de hombres pecadores, pequeños y limitados. Hay que vaciarnos de nosotros mismos y presentarnos ante Dios desnudos, sin nada, deseosos de acogerlo como don.

Dios no pide que vivamos en nuestra pobreza para dejarnos ahí, en el fango. No hubiera mandado a su Hijo solo para hacernos ver qué bajo había caído su más alta creación. Fue alto el precio que pagó y no está dispuesto a desperdiciar la sangre derramada por Cristo, su Hijo (1Pe. 1, 17-19). Dios nos quiere elevar, enriquecer, llenar. Nos quiere llevar a la plenitud de su diseño de salvación (Jn. 1, 16). Nos quiere crear de nuevo en Cristo Hijo, por la acción de su Espíritu. En definitiva nos quiere santificar. “Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor.” Ef. 1, 4.

El Corazón de Cristo está herido por la lanza de la que brota sangre y agua (Jn. 19, 34). La sangre y agua del costado es esa gracia sacramental que progresivamente nos santifica. Ahora bien, para poder acoger esa sangre y que se convierta en la nuestra, el corazón tiene que estar abierto. Nuestro corazón también tiene que ser herido por la espada que atravesó el corazón de María (Lc. 2, 35). Morir a nosotros mismos es lo que permite que la sangre fluya del Corazón de Jesús al nuestro y viceversa.

Dios va transformando nuestro corazón. Arranca nuestro corazón de piedra y nos da un corazón de carne (Ez. 11, 19-20). La acción de Dios no es inmediata. El Espíritu Santo actúa en el tiempo y realiza su obra progresivamente. A veces lo más fácil de cambiar es lo externo y si nos quedamos en un nivel superficial podría bastar esta transformación por fuera que es lo que el mundo ve. Sin embargo, la unión con Cristo Eucaristía nos va asemejando a Él desde dentro (Mc. 7, 15). Aquello que solo Dios conoce. Lo más ruin de nuestro interior. Dios quiere tocar ahí, lo más profundo, lo más arraigado y lo más difícil de cambiar.

Él nos quiere conceder los mismos sentimientos del Hijo (Fil. 2, 5). Sentimientos que son internos y que tienen un reflejo en el comportamiento externo. Nos quiere conceder la humildad, la compasión y la misericordia de su mismo Hijo. Tengamos paciencia y confiemos en la obra de Dios que es fiel a su promesa y no defrauda. Él es el primer interesado en nuestra santificación.

Oración de unión

Cuando te veas unido a Cristo puedes repetir esta oración:

Espíritu santificador, hazme capaz de morir a mí mismo para poder recibir de Cristo su sangre que me santifica. Deseo ser uno con Él; identificarme con Él. Te pido que me unas a su Corazón Eucarístico, que es la fuente de donde mana el agua que me purifica y la sangre que hace blancas mis vestiduras. Mantenme unido a Él siempre.

Otros frutos de la unión con Cristo Eucaristía

En la consagración, al unirnos íntimamente a Cristo, se da como fruto, en primer lugar, nuestra santificación. En segundo lugar se da como fruto nuestra fecundidad. “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” Jn 15, 5.
 

Las bodas del Cordero

La consagración, entendida como la unión de los corazones, realiza las bodas del Cordero con su Iglesia (Ap. 19, 7). Nuestra alma se presenta como esposa que desea la unión con el amado (Cant 3, 1). A la Misa también se le conoce como el banquete de bodas del Cordero. Cristo, Cordero de Dios, se sacrifica en el altar. Esta vez no lo hace solo. Su esposa, cada uno de nosotros, nos hemos unido a Él para ofrecernos junto con Él.

Dios se da por entero a su Iglesia, hasta dar la vida por ella. “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” Mt 20, 28. Su Iglesia, que somos todos nosotros, nos damos a Cristo hasta dar nuestra pequeña vida por Él también. Esta donación recíproca es la comunión que da vida. “Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” Cant 2, 16.

Dios fecunda al alma que lo ha acogido como don. Dios da vida en el corazón que se ha dejado penetrar por el fuego de su amor. Cristo, en la unión mística con nuestro corazón, nos hace padres y madres espirituales capaces de dar vida eterna (Jn 10, 10).

Nuestra sangre, unida a la suya, se derrama a la humanidad entera. La gracia que santifica cae en el corazón de nuestros hijos espirituales y los empapa de vida. Los ríos de agua viva corren hasta llegar a los confines de la tierra (Is 59, 19).

Las palabras del sacerdote son las siguientes: Tomad y bebed todos de Él porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados.

Unido a Cristo puedes ser mediador de la alianza de Dios con los hombres (1Tim 2, 5). Duele pensar que nuestros hijos, nietos, sobrinos, nuestros seres queridos, han perdido la fe o se alejan progresivamente de Dios. Tú puedes ser mediador de la alianza de Dios con ellos. Puedes ser puente entre el Señor y aquellos que se han alejado. Lo único que tienes que hacer es ofrecer toda tu sangre, es decir, ofrecer tu vida por ellos. Cualquier sacrificio, por más doloroso y exigente que sea, no tiene el valor de la unión al sacrificio de Cristo en el altar. Esto es lo más valioso. No lo pierdas. Te invito a unirte a Jesús Eucaristía con sencillez y creer.
 

Oración para la consagración

Al ver el cáliz, lleno de la sangre de Cristo y la tuya, puedes decir estas palabras:

Jesucristo, esposo de mi alma, me presento deseoso de unirme a ti en el cáliz. Permite que mi sangre, unida a la tuya, se derrame por el bien de mis hermanos los hombres. Tus hijos te buscan, empápalos de vida. El mundo necesita de ti, de tu misericordia. No le niegues tu perdón. Tienen sed de ti, sed de tu sangre que los purifique y los salve. Concédeles el don de recibir tu preciosa sangre.
 

Somos ofrenda agradable al Padre

En tercer lugar, gracias a la unión con Jesús en la Eucaristía, podemos ser ofrenda de alabanza agradable al Padre. “También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” 1Pe 2, 5.

Aquél que más ha alabado al Padre ha sido Cristo su Hijo (Jn 17, 4). Hemos dicho que nosotros, asimilados en Él, vamos transformándonos progresivamente en hijos como lo fue Jesús (Ef 1, 5). Es por eso que este momento de unión con Cristo nos hace capaces de ser una alabanza para el Padre celestial.

Nadie podía pagar el precio de nuestra justificación. En el pueblo de Israel se ofrecían animales para agradar el corazón del Señor. Se realizaban holocaustos para recibir el perdón, la justificación. Se hacían sacrificios para ofrecer el culto debido a Dios. (Ex 5, 8). Nada de eso era suficiente. La falta era abismal. Nuestra parte de la alianza con Dios siempre era insuficiente. Hasta que vino Jesucristo, Cordero de Dios. Él sí podía pagar porque era Dios mismo. “Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida.” Rom 5, 18. Su ofrenda de alabanza sí era agradable al Padre. “Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.” Ef 5, 2. Nosotros tenemos la posibilidad de unirnos a Él y de ofrecernos como Él. Podemos, también nosotros, ser ofrendas de alabanza agradables al Padre.
 

Oración de ofrecimiento

Cuando escuches las campanas que indican que se está realizando la consagración recita esta oración:

Señor mío y Dios mío. Padre amado, me presento ante ti deseoso de agradarte. Quiero ser hijo tuyo como lo fue Jesús. En la unión con Él, por el Espíritu Santo, me ofrezco para ser una ofrenda de alabanza agradable a ti, Padre. Acepta el humilde don de mí mismo.

¿QUÉ ES EL ADVIENTO Y CÓMO PODEMOS VIVIRLO?


¿Qué es el Adviento y cómo podemos vivirlo?
Por Abel Camasca

 (ACI).- El Adviento es el tiempo de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además marca el inicio del Nuevo Año Litúrgico católico y este 2015 empezará el domingo 29 de noviembre.

Adviento viene del latín “ad-venio”, que quiere decir “venir, llegar”. Comienza el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés Apóstol (30 de noviembre) y dura cuatro semanas.



El Adviento está dividido en dos partes: las primeras dos semanas sirven para meditar sobre la venida final del Señor, cuando ocurra el fin del mundo; mientras que las dos siguientes sirven para reflexionar concretamente sobre el nacimiento de Jesús y su irrupción en la historia del hombre en Navidad.

En los templos y casas se colocan las coronas de Adviento y se va encendiendo una vela por cada domingo. Asimismo, los ornamentos del sacerdote y los manteles del altar se tornan de color morado como símbolo de preparación y penitencia.

Muchos católicos conocen del Adviento, pero tal vez las preocupaciones en el trabajo, los exámenes en la escuela, los ensayos con el coro o el teatro de Navidad, el armado del Nacimiento y la compra de regalos, hacen que se olvide el verdadero sentido de este tiempo.

Por ello, ACI Prensa ha preparado una sección especial con diversos recursos para vivir el Adviento, entre los que está el cómo armar la corona y bendecirla, la liturgia familiar para cada domingo, video, oraciones, imágenes, el Rosario de Adviento, reflexiones de San Juan Pablo II, etc.

LOS CINCO DEFECTOS DE JESÚS


Los cinco defectos de Jesús
¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.


Por: Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan 




Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.


Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.


En la prisión mis compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora?».


Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio.



Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria.

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados de aquel hombre.
Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.


Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas.

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).
Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!


Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica.


Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Lc 15, 89).


¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...


Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce»


Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10).



Cuarto defecto: Jesús es un aventurero.

El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas.
Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso.

Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.

A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20).

El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:

«Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312).

Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!




Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía.

Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116).


Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».


Y nosotros hemos creído en el amor

Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.

Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.

Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles.

Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón».


Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.


Nota: El texto está extraído del libro Testigos de esperanza de F.X. Nguyen van Thuan, publicado por la Editorial Ciudad Nueva en el año 2000 (págs. 26-31), y se reproduce aquí por cortesía de la editorial a quien se agradece su autorización. Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan nació en 1928 en Hue, región central de Vietnam. Fue ordenado sacerdote en 1953 y obispo de Nhatrang en 1967. En 1975 es nombrado por Pablo VI obispo coadjutor de Saigón, actualmente ciudad de Ho Chi-Minh. A los pocos meses de su nombramiento, con la llegada del régimen comunista, es arrestado permaneciendo en la cárcel desde 1975 a 1988. Nombrado cardenal en febrero de 2001, murió en 2002 a los 74 años.

¿Y DÓNDE ESTABA DIOS?


¿Y donde estaba Dios...?
En quienes se levantan por encima del mal que les ha sucedido y muestran que son más grandes que los males que vivieron


Por: Fr. Nelson Medina, OP | Fuente: fraynelson.com 




Quien le escribe es un joven de 18 años que sabe muchas cosas traumáticas de la vida y está conociendo acerca del amor de Dios, sólo que en su caminar le nace una interrogante: ¿Dónde esta Dios cuando ocurre una violación o un asesinato? ¿Dónde esta Dios cuando se clama auxilio? ¿Por qué no manda angeles a detener a los abusadores de inocentes? ¿Acaso si se viola a un niño se lo está castigndo por algo que ha hecho?

Perdone la crudeza de la pregunta pero creo que las dudas se resuelven cuando están candentes, le pido por favor me responda y me ayude. Gracias.

Empecemos por la parte más sencilla, de en medio de este conjunto de preguntas tan complicadas: cuando el inocente sufre no sufre "por algo que haya hecho".

La pregunta supone que Dios debería evitar que se cometieran injusticias. Lo que uno puede decir es: ¿en dónde empiezan las injusticias en las que Dios debería intervenir? Si sucede la violación de un niño, o incluso antes de eso: ¡un aborto!, lo que uno piensa es: "Ahí Dios debería haber intervenido" Pero si un empresario paga salarios de hambre a miles de obreros, ¿no debería intervenir Dios también ahí? Si un país invade injustamente a otro país, ¿no sería otro caso que Dios debería impedir? ¿Y no sería también motivo suficiente cuando un hombre casado, de veinte años de matrimonio, sale a su primera "aventura," que en realidad es un adulterio, y que en realidad va a arruinar su vida, al de su esposa y al de sus hijos?

Por el camino de las "intervenciones" uno no llega muy lejos. O mejor dicho: uno llega a que Dios tendría que estar todo el tiempo suprimiendo la libertad que dio al hombre. Sería un Dios en perpetua contradicción consigo mismo.

Lo que Dios hace es muy distinto. Él no quita la libertad que dio pero tampoco renuncia a su propia libertad que es siempre sabia, poderosa y compasiva. Ejerciendo su propia libertad, Dios conduce la historia humana sin negar la obra de nuestra libertad. ¿Cómo? A partir de las consecuencias que puedan tener los actos perversos. Es decir: no todas las personas manejan del mismo modo el "después" de las cosas malas que les suceden. Hay personas, sin duda guiadas por Dios, que aprovechan los traumas de su niñez para hacer respetar los derechos de los niños. Hay personas que han conocido los horrores de la droga y hoy son los mejores terapistas y acompañantes de quienes quieren abandonar ese infierno. Hay personas que, siguiendo el ejemplo de Cristo, y sostenidos, sin duda, por el amor de Cristo, se levantan por encima del mal que les ha sucedido y muestran que son más grandes que las desgracias que los visitaron. ¡Ahí está Dios!