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domingo, 15 de noviembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DEL 2015


El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
Signos de los tiempos


Marcos 13, 24-32. Domingo 33o. del Tiempo Ordinario B. Pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza.


Por: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 33o. del Tiempo Ordinario, del domingo 15 al sábado 21 de noviembre 2015.
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Del santo Evangelio según san Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pasado el sufrimiento de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria; él enviará entonces a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo. Fíjense en el ejemplo de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, saben que el verano está cerca. Pues lo mismo ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el Hijo del hombre ya está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre».

Oración introductoria
Señor, me acerco hoy a Ti con fe, sabiendo que eres el Señor de la vida y de la historia. Consciente de mis debilidades y caídas, pongo mi confianza en Ti, porque Tú siempre cumples tus promesas. Mientras contemplo tu amor que se convierte en fidelidad, yo deseo también corresponder con mi fidelidad. Estoy ante Ti en esta oración para escucharte y, descubrir tu voluntad en este día.

Petición
Espíritu Santo, concédeme estar atento a tus inspiraciones y fortalece mi voluntad para poder seguirlas.

Meditación del Papa Francisco

El pueblo de Dios ha sufrido tanto, han sido perseguidos, asesinados, pero ha tenido la alegría de saludar de lejos las promesas de Dios. Esta es la paciencia, que debemos tener en las pruebas: la paciencia de una persona adulta, la paciencia de Dios que nos lleva sobre sus hombros.


¡Qué paciente es nuestro pueblo! ¡Incluso ahora! Cuando vamos a las parroquias y nos encontramos con esas personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo con discapacidad o que tienen una enfermedad, pero llevan la vida con paciencia. No piden signos, saben leer los signos de los tiempos: saben que cuando germina la higuera, viene la primavera; saben distinguir eso. Sin embargo, estos impacientes del Evangelio de hoy, que querían una señal, no sabían leer los signos de los tiempos, y es por eso que no han reconocido a Jesús.
La gente de nuestro pueblo, gente que sufre, que sufre de muchas, muchas cosas, pero que no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe. Y esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones - mucha gente - es la que lleva adelante a la Iglesia, con su santidad, de todos los días, de cada día. «Hermanos míos, tengan por sumo gozo cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que sean perfectos y cabales, sin que les falte cosa alguna». Que el Señor nos dé a todos la paciencia, la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz, nos dé la paciencia de Dios, la que Él tiene, y nos dé la paciencia de nuestro pueblo fiel, que es tan ejemplar. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 17 de febrero de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
Nos encontramos ya en el penúltimo domingo del tiempo ordinario. Y, como todos los años, el Evangelio de este día nos habla de las realidades escatológicas y de las señales apocalípticas que acompañarán el fin de los tiempos, cuando llegue el momento de la "segunda venida" del Mesías.

El fin del mundo ha sido una preocupación del hombre en todas las épocas. Tal vez por su curiosidad natural o por su temor ante un futuro desconocido, siempre se ha interesado en estos temas. Y esta conciencia colectiva se ha agudizado sobre todo en ciertos períodos críticos de la historia. Así, por ejemplo, en las primeras décadas de la Iglesia, cuando todavía estaban frescas en la mente y en el corazón de los cristianos las enseñanzas de Cristo sobre el juicio final, se creía próxima la "parusía".

También, en el cambio del primer milenio, en el año 1000, se dio una "crisis" universal ante el temor del fin del mundo. Pero eso no sólo sucedió en el medioevo. En pleno siglo XX, a pesar de los progresos tecnológicos y los avances de la ciencia, se dieron muchos movimientos en esta dirección. Incluso hasta surgieron varias sectas -como los testigos de Jehová, lo adventistas del séptimo día, los secuaces de la así llamada "iglesia universal de Dios" y otras más- para quienes la idea del fin del mundo es parte fundamental de su credo.

Por supuesto que nuestro Señor profetizó el fin del mundo. Y el Evangelio de hoy es una prueba clarísima de ello: "Después de una gran tribulación -nos dice Jesús- el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas del cielo se caerán y los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad". Todo esto es muy cierto. Y nuestro Señor no nos habló de ello sólo para aterrorizarnos, como si estuviera narrando un cuento de miedo a unos niños.

Sin embargo, también tenemos que interpretar correctamente estas palabras del Señor. La Biblia razona con categorías relativas e históricas, más que absolutas y metafísicas. El lenguaje oriental –y, por tanto, también el bíblico y el usado por Jesús en su predicación- no siempre se ha de entender en un sentido literal y absoluto, sobre todo en los temas apocalípticos. Por este mismo motivo, mucha gente no entiende las expresiones del Apocalipsis del apóstol san Juan e interpreta erróneamente muchos de sus pasajes.

Pero, volviendo al Evangelio, cuando Cristo habla del fin del mundo, no sólo se refiere al fin de los tiempos en absoluto, sino también al fin de "SU" mundo, al término de una época o a la vida de los oyentes. Por eso, nosotros, más que inquietarnos por "el" fin del mundo, tendríamos que preocuparnos de "nuestro" propio fin. Y las palabras que vienen a continuación: "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo esto suceda" se cumplieron perfectamente.

En efecto, el año 70 d.C. las legiones romanas, al mando del emperador Tito, sitiaban Jerusalén y prendían fuego a la ciudad, "sin dejar piedra sobre piedra". ¡Les llegó "su" fin del mundo, tal como Cristo lo había anunciado! Y podemos hablar, en términos análogos, del saqueo de Roma por los vándalos en el año 410; de la caída del Imperio romano en el 476; o de la caída de Constantinopla en el 1453. O, en épocas más recientes, el derrocamiento de las monarquías europeas durante la revolución francesa, la revolución bolchevique del 1917 y la caída del imperio zarista; las dos grandes guerras mundiales, la explosión del comunismo y su difusión por muchas partes del planeta, y todas esas formas de totalitarismo que azotaron al mundo -el nazismo, el fascismo, el marxismo, etc.- hasta llegar al derrumbamiento definitivo de esas mismas ideologías con la caída del muro de Berlín en 1989… Todos estos trágicos eventos han sido, en cierto modo, otras formas de "fin del mundo".

Pero, más que detenernos en la profecía escatológica de Cristo -por lo demás, totalmente desconocida para nosotros, como nos lo dice Él mismo: "El día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre"- concentrémonos en el presente: en la necesidad de velar y de estar preparados para la venida de Cristo. Es decir, en la necesidad de vivir en gracia y de llevar una vida cristiana digna y santa.

Propósito
Pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza: "Aprended de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a la puerta". ¡Cristo está para llegar! Entonces, ¡qué dicha debe invadir nuestra alma! Está comenzando la primavera. Y el Señor nos invita hoy a descubrir esos signos de los tiempos, que nos descubren un nuevo amanecer. No se está acabando el mundo. En realidad, está naciendo uno nuevo; ¡está llegando otra primavera del espíritu!

Dialogo con Cristo
¿Qué signos de esperanza descubo Señor, en la Iglesia y el mundo de hoy? Meditaré en esta pregunta, contemplando la higuera, y encontraré muchísimos brotes de vida.

NO OFREZCA RESISTENCIA



No ofrezca resistencia 


De William Penn se cuenta una anécdota maravillosa. Desde la infancia, William Penn estaba habituado a portar una espada a toda hora, porque en su época, esa arma formaba parte del atuendo de un caballero. Un día, se le ocurrió que la espada era incongruente con sus creencias cuáqueras, pero por otra parte sabía que se sentiría muy avergonzado de no llevarla.

Consultó a George Fox, aunque no dudaba que su líder le diría: “Es algo malo. Debes dejar de usarla.”

Sin embargo, George Fox no le dio esa respuesta. Fox guardó silencio por un momento, y al cabo dijo: “Lleva tu espada hasta que no puedas llevarla más.

Aproximadamente un año después, Penn advirtió que llevar la espada sería más vergonzoso que andar sin ella, y le resultó muy fácil dejar de usarla.

LA CRUZ DE CADA DÍA


La cruz de cada día 



Un joven, ya no daba más con sus problemas. Cayó de rodillas, rezando, "Señor, no puedo seguir. Mi cruz es demasiado pesada". El señor, como siempre, acudió y le contestó, "Hijo mío, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación. Después, abre esa otra puerta y escoge la cruz que tú quieras".
El joven suspiró aliviado. "Gracias, Señor" dijo, e hizo lo que le había dicho. Al entrar, vio muchas cruces, algunas tan grandes que no les podía ver la parte de arriba. Después, vio una pequeña cruz apoyada en un extremo de la pared.

"Señor", susurró, "quisiera esa que está allá". Y el Señor contestó, "Hijo mío, esa es la cruz que acabas de dejar".

SI CREES QUE NO SIRVE, PRUEBA


Si crees que no sirve, prueba
Como tantas cosas en la vida, no se puede saborear ni ver los resultados hasta que no se toma en serio.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: Catholic.net 




Un monje, se encontró una piedra preciosa y se la regaló a un viajero. Éste después de algún tiempo volvió donde el monje, le devolvió la joya y le suplicó: “Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí”.

En la oración encontramos luz y fuerza para descubrir los tesoros y para regalarlos. En la oración encontramos fuerza para gastar y entregar la vida.

San Juan de la Cruz afirma que “quien huye de la oración, huye de todo lo bueno” (Dichos de luz, 185 ).

Santa Teresa supo por experiencia los resultados de la oración. Sin ella no encontraba la vida, ni camino, ni paz ni alegría. Es puerta y camino para ir a Dios. “La oración es principio para alcanzar todas las virtudes y cosas (en la) que nos va la vida comenzarla todos los cristianos” ( C 16, 3 ). Y en otro lugar: “Para ir a Dios, creedme, y no os engañe nadie en mostraros otro camino sino el de la oración” ( C 21, 6 ).

La oración nos lleva a amar y respetar a la tierra y a los otros. “Simplemente, estoy convencido de que sólo la persona de oración puede evitar que estas realidades buenas lleguen a ser ídolos malos. Sólo ella puede orientarlos al respeto del ser humano y al respeto de la tierra. De ahí la utilidad social y hasta cósmica de lo que aparentemente es la inutilidad misma. La oración es una reserva de silencio donde rehacer las energías; el silencio es armonía y plenitud. El hombre de oración es como el árbol. Influye en el ambiente”(Barreau).

La oración sirve para crecer, alcanzar virtudes, para sufrir, para arrancar los vicios. Así se expresa san Buenaventura:

“Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, sé hombre de oración.

Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, sé hombre de oración.

Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y deseos, sé hombre de oración.

Si quieres vivir alegremente, y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, sé hombre de oración.

Si quieres alejar de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, sé hombre de oración...

Finalmente, si quieres desarraigar del ánima todos los vicios y plantar en su lugar las plantas de las virtudes, sé hombre de oración. Porque en ella se recibe unción y gracias del Espíritu Santo, la cual enseña al hombre todas las cosas”.

¡Cuánto bien ha hecho la oración!, ¡Cómo ha cambiado a las personas!. “¡Oh cuántas danzas ha hecho la poderosa mano de Dios con este suave y eficaz y celestial remedio de la oración! ¡Oh con cuánta facilidad ha hecho dejar los deleites mundanos y convertidlos en divinos!

¡Cuán frecuentemente ha hecho soltar de las manos rentas, estados, dignidades y señoríos que el hombre tenía pegado a su corazón!” (Diego de Guzmán).

La oración nos ayuda en nuestro caminar, por el día y por la noche, mientras duran lo días de esta vida intranquila, hasta que las sombras desaparezcan. Y en ésta búsqueda se pide la realización del encuentro. “Señor, concede a todos los que Te buscan, que Te encuentren, y a todos los que ya Te han encontrado, que Te busquen de nuevo, hasta que todo nuestro buscar y encontrar sea cumplido en tu presencia” (Hermann Bezzel).

La oración brota desde una necesidad, desde un deseo, desde una frustración. Así se expresaba Cervantes en el Quijote: “Abrid camino, señores míos, dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas, ni ciudades de los enemigos que quisieran acometerlas.

Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido.

Vuestras mercedes se queden con Dios, y queden con Dios, y digan al Duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano: quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno, y sin ella salgo, bien al revés de cómo suelen salir los gobernadores de otras ínsulas”.

La oración, como tantas cosas en la vida, no se puede saborear ni ver los resultados hasta que no se toma en serio. Por eso quien dude de su eficacia, que la pruebe.

LA SANTA MUERTE, LEJOS DE LA RELIGIOSIDAD CRISTIANA

La Santa Muerte, lejos de la religiosidad cristiana
Especialistas consultados explican el origen y el alcance del fenómeno de esta secta.


Fuente: RIES // ACI Prensa 



En su libro La Santa Muerte, el mal de ojo y otras supersticiones, el P. Jorge Zarazúa precisó que el origen del culto a la santa muerte "es muy incierto, aún para sus mismos promotores". "Algunos de ellos lo consideran un culto prehispánico, que habría sobrevivido a pesar de la oposición de la Iglesia Católica. Según los que promueven esta ´devoción´, se trataría de la supervivencia del culto a Mictlantecuhtli, que, en la mitología azteca, es el dios de la muerte, señor del Mictlán, el silencioso y oscuro reino de los muertos", afirma. El P. Zarazúa señaló también que, de acuerdo a otros seguidores de esta secta, su origen se remonta a los africanos que llegaron para trabajar como esclavos en el continente americano. Sin embargo, el sacerdote precisó que es muy difícil que este culto pueda tener un origen prehispánico o africano, "pues los elementos con los cuales se le representa son más bien de la cultura occidental, como son el manto, la túnica, la guadaña y el reloj de arena".

"Las antropólogas Katia Perdigón y Elsa Malvido señalan que el culto a la santa muerte nació en los años cincuenta y que no tiene ninguna raíz prehispánica", subrayó. El P. Jorge Zarazúa constató que la pertenencia a esta secta se ha extendido entre los fieles católicos, al punto que muchos "la consideran un santo más de la Iglesia Católica, tal vez porque sus promotores se encargan de difundirla con métodos similares a la forma en que se promueven las devociones católicas (rosarios, procesiones, "misas", etc.), precisamente para atraer y atrapar a los católicos más desprevenidos y desorientados".

El P. Luis Santamaría, sacerdote diocesano español y miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), señaló que a pesar que muchos católicos creen que es posible pertenecer a este culto o incluirla entre sus devociones, esto está "lejos de una religiosidad verdaderamente cristiana". "Basta ver su vinculación directa con la delincuencia y el narcotráfico, y la clase de valores que promueve, para hacer un juicio negativo sobre este culto tan peculiar", indicó. El P. Santamaría recordó que "los pastores de la Iglesia han tenido, desde el principio, una palabra crítica y profética ante una realidad creciente que se nutre de la falta de formación religiosa y la superstición".

El sacerdote dominico y también miembro de RIES, P. Pedro Fernández, dijo que el culto a la santa muerte "es un verdadero problema en los niveles social y religioso" en la capital de México. "Así como encuentras imágenes de la Virgen de Guadalupe o de San Martín de Porres, hallas imágenes de la Santa Muerte". El P. Fernández también consideró que este culto se ha extendido de forma particular entre "la gente popular y el crimen organizado, debido, sobre todo, a una mezcla muy peligrosa de religiosidad, ignorancia y violencia". Para el sacerdote español, este culto se ve favorecido "por la crisis total de valores morales en la que nos encontramos".

Roberto Federigo, experto en sectas y miembro de RIES, reveló que este peligroso culto se ha extendido a Argentina, donde recibe el nombre de "san la muerte". "Se estima que nació como un sincretismo pagano-cristiano, una fusión de divinidades de los pueblos originarios guaraníes con algo del simbolismo ornamental de los jesuitas". Federigo indicó que el culto a "san la muerte" se encuentra actualmente "muy difundido en la zona conurbana de Buenos Aires (denominado Gran Buenos Aires), debido a las migraciones internas y de países limítrofes". "Muchos asocian este culto a la delincuencia, pues algunos delincuentes le prometerían veneración a cambio de protección. Desde hace algunos años, además de su proliferación, han aparecido templos y lugares de culto permanentes, con ministros y fieles, con regular asistencia y un principio de sistema de creencia organizado que podría asemejarse al de los cultos afrobrasileños u otros de la religiosidad popular".

El 27 de marzo de 2012, ocho personas, que serían integrantes de una misma familia, fueron detenidos por las autoridades de México acusados de haber asesinado a dos niños de 6 y 7 años y una mujer adulta de 55, como sacrificios a la santa muerte. Un portavoz de las autoridades mexicanas señaló que las víctimas fueron asesinadas con cuchillos, y se les extrajo la sangre como "ofrenda" a la santa muerte.

EL MEJOR CATECISMO: MIS PAPÁS REZANDO


El mejor catecismo: mis papás rezando
!Qué alegría para unos padres escuchar de su hijo, que fueron ellos, con su vida y ejemplo, su mejor catecismo!


Por: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma | Fuente: Catholic.net 




Hay recuerdos infantiles que se graban indelebles en la memoria y el corazón. Así como hay lecciones que uno, sin darse mucha cuenta, aprende de pequeño para siempre.

Recuerdo por ejemplo una que, aunque común y casi desapercibida entonces, ahora me parece magnífica. Mi padre, de vez en cuando, me preguntaba cuánto le quería, y yo, abriendo y estirando los brazos a más no poder -como queriendo abarcar el mundo entero- le respondía: “así”; pero percibía que mis bracitos no alcanzaban a medir el inmenso amor que sentía por él. Mi madre, teniéndome en su regazo, también me lo interrogaba, y yo, contestando lo mismo, le abrazaba el cuello lo más fuerte que podía; pero sintiendo que me faltaban fuerzas para demostrarle todo mi amor por ella.

En hechos tan simples fui aprendiendo una lección digna de todo un tratado y de una entera vida: que el amor que uno llega a experimentar por su padre, no hay metro que lo mida; y que ante la deuda incalculable de amor con nuestra madre, siempre nos descubriremos faltos de fuerzas para saldarla del todo.

Es en el hogar donde se aprende el amor; donde se aprende a amar. Y junto a ésta, otras lecciones magistrales tienen su cátedra en la familia. Son los padres los maestros que deben ir grabando en sus hijos, con cosas sencillas de hoy, otras que no han de olvidar nunca mañana.

Así es como creo que muchos de nosotros no podremos olvidar que fue de nuestros padres de quienes recibimos el tesoro de la fe y de quienes aprendimos a rezar.

A este propósito, acabo de leer unas líneas preciosas y emocionantes, escritas por alguien que a su vez guarda imborrable en su alma la gran lección, impartida por sus padres, de cómo hablar con Dios. Voy a dejarle la palabra a él, auque esto se lleve la mitad de este artículo. A mí no me importa. Y tú mismo pensarás lo mismo tras escucharlo:

"En casa, nada de piedad expansiva y solemne; sólo cada día el rezo del rosario en común, pero es algo que recuerdo claramente y que lo recordaré mientras viva...

“Yo iba aprendiendo que hace falta hablar con Dios despacio, seria y delicadamente. Es curioso cómo me acuerdo de la postura de mi padre. Él, que por sus trabajos en el campo o por el acarreo de madera siempre estaba cansado, que no se avergonzaba de manifestarlo al volver a casa; después de cenar... se arrodillaba, los codos sobre la silla, la frente entre sus manos, sin mirar a sus hijos, sin un movimiento, sin impacientarse.

Y yo pensaba: Mi padre, que es tan valiente, que es insensible ante la mala suerte y no se inmuta ante el alcalde, los ricos y los malos, ahora se hace un niño pequeño ante Dios. ¡Cómo cambia para hablar con Dios! Debe ser muy grande Dios para que mi padre se arrodille ante él y también muy bueno para que se ponga a hablarle sin mudarse de ropa.

“En cambio, a mi madre nunca la vi de rodillas. Demasiado cansada, se sentaba en medio, el más pequeño en sus brazos, su vestido negro hasta los tacones, sus hermosos cabellos caídos sobre el cuello, y todos nosotros a su alrededor, muy cerquita de ella. Musitaba las oraciones de punta a cabo, sin perder una sílaba, todo en voz baja.

Lo más curioso es que no paraba de mirarnos, uno tras otro, una mirada para uno, más larga para los pequeños. Nos miraba, pero no decía nada. Nunca, aunque los pequeños enredasen o hablasen en voz baja, aunque la tormenta cayese sobre la casa, aunque el gato volcase algún puchero. Y yo pensaba: Debe ser sencillo Dios cuando se le puede hablar teniendo un niño en brazos y en delantal. Y debe ser una persona muy importante para que mi madre no haga caso ni del gato ni de la tormenta.

“Las manos de mi padre, los labios de mi madre... ellos fueron mi mejor catecismo."

¡Qué mayor alegría y satisfacción para un padre y una madre que escuchar del propio hijo, a la vuelta de los años, que para él fueron ellos, con su vida y ejemplo, el mejor catecismo!