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domingo, 11 de octubre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 11 DE OCTUBRE DEL 2015


¿También los ricos se salvan?
Tiempo Ordinario


Marcos 10, 17-30. Tiempo Ordinario. Lo importante es no usar nuestros bienes para servirnos a nosotros mismos y a nuestros caprichos sino para ayudar a los demás. 


Por: P. Sergio A. Córdova | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la Semana 28o. del Tiempo Ordinario, del domingo 11 al sábado 17 de octubre 2015.
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Del santo Evangelio según san Marcos 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando Jesús se ponía ya en camino, se le acercó corriendo un hombre y arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!» Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.» Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?» Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.» Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. 

Oración introductoria
Señor, creo y confío en que escuchándote en mi oración, podré descubrirte y amarte más y aceptar plenamente las exigencias de cumplir tu voluntad. No quiero ser como el joven rico del Evangelio que pregunta sin querer escuchar. Tú eres mi Maestro, Tú eres mi guía, mi Señor. ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Dime en esta oración cómo puedo agradarte más, cómo puedo cumplir mejor tus mandamientos.

Petición
Jesús, ayúdame a descubrir en esta oración, qué es lo que me falta para alcanzar mi salvación y la de mis hermanos.

Meditación del Papa Francisco
¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño, y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida.
Durante la juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea falseado, destruido o menoscabado. Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas. Se lo ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”.
Al mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor, sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual, privándolo así de sus características esenciales de belleza, comunión, fidelidad y responsabilidad. (S.S. Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015).

Reflexión
Esta pregunta parece superflua o tonta, pero no lo es tanto. Al menos, a juzgar por las palabras de nuestro Señor: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos!". Los mismos discípulos se quedaron extrañados al oírle expresarse así. Y Jesús, con su conducta habitual, en vez de apaciguar el tono de sus sentencias, lo hace todavía más rotundo: "Sí, hijos, más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios". Los discípulos se espantaron aún más -nos refiere san Marcos- y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?".

Hace no mucho tiempo algunos teólogos católicos, así llamados de la "teología de la liberación", trataron de manipular el mensaje de Cristo -sobre todo en los países de América Latina- diciendo que la Iglesia debía ocuparse sólo de los pobres y marginados; e, inspirándose en la filosofía marxista, preconizaban la lucha de clases dentro de la misma Iglesia. ¡Qué aberración! Y, tristemente, todavía hay muchos sectores eclesiásticos que siguen pensando y opinando lo mismo...

Sin embargo, hay que hablar con la verdad del Evangelio: nuestro Señor nunca condenó la riqueza ni los bienes terrenos por sí mismos. Es más, entre sus amigos y discípulos se encontraban José de Arimatea y Nicodemo, que eran hombres ricos; Jesús se hospedó en la casa de Zaqueo y de Simón el fariseo, que también tenían grandes riquezas; entre sus apóstoles se contaba uno que había sido publicano, o sea, recaudador de impuestos. Y además, aceptaba en su compañía a “algunas mujeres que le asistían y le ayudaban con sus bienes” –nos refiere san Lucas—. Lo que nuestro Señor condena es, pues, el apego desordenado a las riquezas y a los bienes terrenos, el "hacer depender de ellos la propia vida" y el "acumular tesoros sólo para sí mismos" (cfr. Lc 12, 13-21).

Y es que el apego desmedido al dinero lleva al hombre a la avaricia y a la más completa ceguera hasta el punto de olvidar lo más importante en la vida: "¡Necio! –llamó nuestro Señor en una de sus parábolas a un avaro-; esta misma noche te van a reclamar el alma. Todo lo que has acumulado, ¿para quién será?" (Lc 12, 20). La avaricia hace mucho más difícil la entrada al Reino de Dios no por las riquezas en sí mismas, sino porque se convierten en una idolatría. Por eso dijo Jesús que "no se puede servir a dos señores, porque se ama a uno y desprecia al otro; no se puede amar a Dios y al dinero" (Mt 6, 24). Y esto fue lo que le ocurrió al joven rico del evangelio de hoy. Y eso fue también lo que le pasó a Judas Iscariote, que entregó a Cristo por treinta miserables monedas de plata.

Pero está claro que tanto los ricos como los pobres son hijos de Dios, y tanto unos como otros pueden ser no sólo buenos cristianos, sino también santos. Ha habido muchos reyes y reinas, príncipes y nobles que han sido ejemplos preclaros de virtud y de santidad, y sus riquezas no les han impedido su camino hacia Dios. Allí están san Enrique, san Luis de Francia, santa Isabel de Hungría, santa Brígida de Suecia, san Francisco de Borja, santa Margarita de Escocia, san Wenceslao, san Casimiro y miles más.

Las riquezas son algo accidental, y deben ser un medio más para vivir y para servir mejor a Dios y al prójimo. Cuando el dinero no se usa para eso, es entonces cuando comienzan los problemas... y ahora sí nuestro Señor condena. De aquí nace la prepotencia, la soberbia, la avaricia desenfrenada, el maquiavelismo, la injusticia diabólica y la corrupción de muchos ricos y poderosos de la tierra que sólo se sirven a sí mismos y a sus propios intereses… Es entonces cuando la riqueza se convierte en un gravísimo peligro y un obstáculo para la propia salvación. Y así se cumple la palabra del Señor: "es más fácil a un camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los cielos".

Lo importante es, pues, cómo usamos de los bienes: si le damos gracias a Dios porque nos da elementos para vivir y descansar, y con ellos ayudamos a nuestros semejantes, o si sólo nos servimos a nosotros mismos y a nuestros caprichos. Pero, ¡atención!, no hay que ayudar a los demás sólo con las migajas que nos sobran y que caen de nuestra mesa, sino con verdadera generosidad. Sólo así vamos por el recto camino.

Propósito
Ante el relativismo y hedonismo imperante, ser fiel a mis convicciones de fe. Pondré en agenda mi próxima dirección espiritual.

Diálogo con Cristo 
Señor, porque me amas, no te cansas de mostrarme, por diversos medios, cuál es el camino que tengo que seguir. Sencillo de entender pero no fácil de caminar. No permitas que me pase lo del joven del Evangelio que cree cumplir todo hasta el momento en que ocurre algo que le muestra que hay otras cosas más importantes que cumplir tu voluntad. Tú sabes que trato de seguirte fielmente, aunque muchas veces no ha sido nada fácil. Ayúdame a salir de mi zona de confort para dejar a un lado todo lo que entorpezca o disminuya mi amor y mi generosidad a Ti y a los demás.

Preguntas o comentarios al autor  P. Sergio Cordova LC

CUIDA A LAS PERSONAS QUE QUIERES


Cuida a las personas que quieres
Por: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net 





¿Hace cuánto tiempo que no ves a tu mamá o a tu abuelita, has platicado con ellas, les has llevado un pequeño presente? ¿Y tus padrinos de bautismo o primera comunión, ya los saludaste para el día de su cumpleaños? ¿Qué decir de aquel compadre que hasta la pista le perdiste? Pero para qué ir tan lejos, entra a tu casa y ve a tus hijos, sobrinos, primos y hermanos, ¿no será que otros quehaceres, pasatiempos u obligaciones ocupan tus días y tus horas?

¡Qué refrán tan sabio el que tantas veces nuestros padres nos repitieron!: "Cuida y valora lo que tienes, pues sólo sabrás lo que has tenido, el día que lo pierdas".

Vivimos en medio de un frenetismo espantoso, no tenemos tiempo para convivir. Si no es el gimnasio, es la clase de tenis, si no es el tenis, es la clase de inglés, el tiempo y las horas que paso frente al televisor. Que tengo que ir a la clase de computación, me dirá uno; que me esperan mis amigos para ir al antro, otro dirá emocionado. Así nos pasamos horas, días y meses en miles de actividades y dejamos de lado la posibilidad de convivir con nuestros seres queridos.

Nuestra relación, gracias al activismo desenfrenado, se va opacando, se va secando, y llegará un momento, Dios no lo quiera, en que no habrá vuelta de hoja.

Había una joven muy rica que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre estaba descuidada en algún área.

Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella dejaba de lado al marido... Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo; una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo: "Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡más de lo que imaginas! tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores". La joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual.

Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo; y su vida que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no mostraban señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas y perfumadas. Entonces ella pasaba de largo. Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió.

Ella llegó a casa y se llevó un susto, la flor estaba completamente muerta, su raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas amarillas. La joven lloró mucho y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió: "Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única,... al igual que tus hijos, tu marido y tu familia".

Todas son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a regarlas, podarlas y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla.

Hoy es el día en que hagamos nuestra listita de prioridades y pongamos en ella, sí ¿por qué no? a todas aquellas personas que he dejado de visitar, acompañar y compartir en este presente que me acompaña.

¿Hace cuánto tiempo que no ves a tu mamá o a tu abuelita, has platicado con ellas, les has llevado un pequeño presente? ¿Y tus padrinos de bautismo o primera comunión, ya los saludaste para el día de su cumpleaños? ¿Qué decir de aquel compadre que hasta la pista le perdiste? Pero para qué ir tan lejos, entra a tu casa y ve a tus hijos, sobrinos, primos y hermanos, ¿no será que otros quehaceres, pasatiempos u obligaciones ocupan tus días y tus horas?

Hoy haz un corte de caja y retoma esta relación, verás que la vida tendrá un nuevo brillo, no sólo para tí.

¡Cuida a las personas que amas!

EL DISCURSO DE LA LUNA DE JUAN XXIII


El Discurso de la Luna de Juan XXIII 
Jueves 11 de Octubre de 1962 



Al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa...
Por: Alfonso Saborido Salado 




El jueves 11 de Octubre de 1962, al anochecer, más de cien mil personas se reunieron en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los gritos de la gente llegaron hasta la habitación del Papa, Juan XXIII, que impresionado se acercó a la ventana y vio una multitud de personas con antorchas a las que les dirigió unas ungidas palabras.

Narra Mons. Capovilla (*) que «aquella noche, el papa Juan estaba muy emocionado. No hablaba, vivía como ensimismado. Se sentía ya enfermo. Para él, lo importante era que el concilio había empezado. No le preocupaba si lo podría acabar él o su sucesor. Estaba sereno. Por la noche, la Acción Católica había congregado en la plaza de San Pedro a 100.000 personas, con las antorchas en la mano. Era un espectáculo. Le pedimos que se asomara a la ventana y dijera unas palabras, pero se enfadó: 'Ya he hablado una vez. Basta', les dijo». Y Capovilla añadió: "Le gustaba hablar poco y con gran sencillez, para que le entendieran todos. Y sobre todo huía de los aplausos de la masa, que le molestaban mucho. Cuando alguien le pedía que preparara un discurso, por ejemplo, para los presos, decía: 'Si quieren que hable de los presos, prepararé un documento sobre el tema, pero si yo voy a ver a los presos quiero sólo abrazarles y hablarles con el corazón de lo que me salga en ese momento".

Aquella noche, los gritos de la gente reunida en la plaza subían hasta las habitaciones pontificias. Capovilla le dice: "Santo Padre, asómese por lo menos a los cristales para contemplar el espectáculo de las antorchas". Se asomó a la ventana y debió impresionarse, porque le dijo al secretario: "Abra la ventana y ponga el tapiz rojo". Se asomó, y en ese momento se encontró frente a él con la luna llena. Y fue cuando pronunció, improvisándolo, el famoso discurso de la luna ("también ella está contenta hoy") y de la caricia a los niños:

«Queridos hijitos, queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí, de hecho, está representado todo el mundo. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observadla en lo alto, para mirar este espectáculo. Es que hoy clausuramos una gran jornada de paz; sí, de paz: “Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad” (cf. Lc 2,14).

Es necesario repetir con frecuencia este deseo. Sobre todo cuando podemos notar que verdaderamente el rayo y la dulzura del Señor nos unen y nos toman, decimos: He aquí un saboreo previo de lo que debiera ser la vida de siempre, la de todos los siglos, y la vida que nos espera para la eternidad.

Si preguntase, si pudiera pedir ahora a cada uno: ¿de dónde venís vosotros? Los hijos de Roma, que están aquí especialmente representados, responderían: “¡Ah! Nosotros somos vuestros hijos más cercanos; vos sois nuestro obispo, el obispo de Roma”.

Y bien, hijos míos de Roma; vosotros sabéis que representáis verdaderamente la Roma caput mundi, así como está llamada a ser por designio de la Providencia: para la difusión de la verdad y de la paz cristiana.


En estas palabras está la respuesta a vuestro homenaje. Mi persona no cuenta nada; es un hermano que os habla, un hermano que se ha convertido en padre por voluntad de nuestro Señor. Pero todo junto, paternidad y fraternidad, es gracia de Dios. ¡Todo, todo!  Continuemos, por tanto, queriéndonos bien, queriéndonos bien así: y, en el encuentro, prosigamos tomando aquello que nos une, dejando aparte, si lo hay, lo que pudiera ponernos en dificultad.

Fratres sumus. La luz brilla sobre nosotros, que está en nuestros corazones y en nuestras conciencias, es luz de Cristo, que quiere dominar verdaderamente con su gracia, todas las almas.  Esta mañana hemos gozado de una visión que ni siquiera la Basílica de San Pedro, en sus cuatro siglos de historia, había contemplado nunca.

Pertenecemos, pues, a una época en la que somos sensibles a las voces de lo alto; y por tanto deseamos ser fieles y permanecer en la dirección que Cristo bendito nos ha dejado. Ahora os doy la bendición. Junto a mí deseo invitar a la Virgen santa, Inmaculada, de la que celebramos hoy la excelsa prerrogativa.

He escuchado que alguno de vosotros ha recordado Éfeso y las antorchas encendidas alrededor de la basílica de aquella ciudad, con ocasión del tercer Concilio ecuménico, en el 431. Yo he visto, hace algunos años, con mis ojos, las memorias de aquella ciudad, que recuerdan la proclamación del dogma de la divina maternidad de María.

Pues bien, invocándola, elevando todos juntos las miradas hacia Jesús, su hijo, recordando cuanto hay en vosotros y en vuestras familias, de gozo, de paz y también, un poco, de tribulación y de tristeza, acoged con buen ánimo esta bendición del padre. En este momento, el espectáculo que se me ofrece es tal que quedará mucho tiempo en mi ánimo, como permanecerá en el vuestro. Honremos la impresión de una hora tan preciosa. Sean siempre nuestros sentimientos como ahora los expresamos ante el cielo y en presencia de la tierra: fe, esperanza, caridad, amor de Dios, amor de los hermanos; y después, todos juntos, sostenidos por la paz del Señor, ¡adelante en las obras de bien!

Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados por nuestro camino.

A la bendición añado el deseo de una buena noche, recomendándoos que no os detengáis en un arranque sólo de buenos propósitos. Hoy, bien puede decirse, iniciamos un año, que será portador de gracias insignes; el Concilio ha comenzado y no sabemos cuándo terminará. Si no hubiese de concluirse antes de Navidad ya que, tal vez, no consigamos, para aquella fecha, decir todo, tratar los diversos temas, será necesario otro encuentro. Pues bien, el encontrarse cor unum et anima una, debe siempre alegrar nuestras almas, nuestras familias, Roma y el mundo entero. Y, por tanto, bienvenidos estos días: los esperamos con gran alegría».

Nota:

* Loris Francesco Capovilla (14 de octubre de 1915) es un cardenal italiano, el más longevo de la Iglesia Católica. Fue creado cardenal por el Papa Francisco en 2014. Inició su labor como sacerdote patriarcal con el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, electo Patriarca de Venecia en 1953, que lo tomó como su secretario personal. Después de ser elegido como Juan XXIII, Capovilla mantuvo su puesto y asignación y le siguió a Roma. Fue su más estrecho colaborador durante su pontificado, que terminó en 1963, participando también en el Concilio Vaticano II.

UNA COSA NOS FALTA - REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 11 DE OCTUBRE DEL 2015


Una cosa nos falta




El episodio está narrado con  intensidad especial. Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega "corriendo" un desconocido que "cae de rodillas" ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.

No es un enfermo que pide curación. No es un leproso que, desde el suelo, implora compasión. Su petición es de otro orden. Lo que él busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: « ¿Qué haré para heredar la vida eterna?». No es una cuestión teórica, sino existencial. No habla en general; quiere saber qué ha de hacer él personalmente.

Antes que nada, Jesús le recuerda que «no hay nadie bueno más que Dios». Antes de plantearnos qué hay que "hacer", hemos de saber que vivimos ante un Dios Bueno como nadie: en su bondad insondable hemos de apoyar nuestra vida. Luego, le recuerda «los mandamientos» de ese Dios Bueno. Según la tradición bíblica, ése es el camino para la vida eterna.

La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. «Jesús se le queda mirando con cariño». Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.

Jesús entiende muy bien su insatisfacción: «una cosa te falta». Siguiendo esa lógica de «hacer» lo mandado para «poseer» la vida eterna, aunque viva de manera intachable, no quedará plenamente satisfecho. En el ser humano hay una aspiración más profunda.

Por eso, Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones, «vende lo que tienes». Lo segundo, ayudar a los pobres, «dales tu dinero». Por último, «ven y sígueme». Los dos podrán recorrer juntos el camino hacia el reino de Dios.

El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría  y la libertad de quienes siguen a Jesús. Marcos nos explica que «era muy rico».

¿No es ésta nuestra experiencia de cristianos satisfechos de los países ricos? ¿No vivimos atrapados por el bienestar material? ¿No le falta a nuestra religión el amor práctico a los pobres? ¿No nos falta la alegría y libertad de los seguidores de Jesús?



José Antonio Pagola

HOY CELEBRAMOS A SAN JUAN XXIII, EL PAPA BUENO, 11 DE OCTUBRE


San Juan XXIII
11 de Octubre




Angelo Giuseppe Roncalli nació en Lombardía (Italia) el 25 de noviembre de 1881. Fue el cuarto hijo de un total de catorce del matrimonio formado por Giovanni Battista Roncalli (1854–1935) y Marianna Giulia Mazzolla (1854–1939) quienes trabajaban como aparceros. 

El ambiente religioso de su familia y la vida parroquial bajo la guía del padre Francesco Rebuzzini, le proporcionaron a Angelo formación cristiana.Ingresó en el seminario de Bérgamo en 1892. En 1896 fue admitido en la Orden Franciscana Seglar por el director espiritual del Seminario de Bérgamo , el Padre Luigi Isacchi. Hizo una profesión de esa Regla de vida el 23 de mayo de 1897. De 1901 a 1905 fue alumno en el Pontificio Seminario Romano.

 El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Santa María de Monte Santo, en la Piazza del Popolo. En 1905, fue nombrado secretario del Obispo de Bérgamo, Giacomo Radini Tedeschi, y en el año siguiente fue el encargado de la enseñanza de Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo. Ocupó estos puestos hasta la muerte de «su» obispo, como siempre recordaría a Radini Tedeschi, acaecida en 1914.




Hoy celebramos a San Juan XXIII, el Papa bueno

(ACI).- "¡Oh, los santos, los santos del Señor, que por doquier nos alegran, nos animan y nos bendicen!", decía San Juan XXIII, llamado el "Papa bueno" y cuya fiesta es el 11 de octubre.

Angelo Giuseppe Roncalli, más conocido como San Juan XXIII, nació en Italia en 1881. Ingresó desde muy joven al seminario y fue ordenado sacerdote en 1904.

En la Segunda Guerra Mundial, siendo Obispo, salvó a muchos judíos con ayuda del “visado de tránsito” de la Delegación Apostólica.

En 1953 fue creado Cardenal y a la muerte de Pío XII, es elegido como Sumo Pontífice en 1958. Poco a poco se ganó el apelativo de “Papa Bueno” por sus cualidades humanas y cristianas.

El mundo entero pudo ver en él a un pastor humilde, atento, decidido, valiente, sencillo y activo. Se enrumbó por los caminos del ecumenismo y del diálogo con todos. Escribió las famosas encíclicas “Pacem in terris” y “Mater et magistra” y convocó al Concilio Vaticano II.

Es llamado a la Casa del Padre el 3 de junio de 1963, beatificado por San Juan Pablo II en el 2000 y canonizado por Papa Francisco en abril del 2014.

El milagro para su beatificación se basó en la curación de Sor Caterina Capitani, una religiosa que tenía una dolencia estomacal muy grave.

Las hermanas de la paciente, que conocían de la gran admiración de Sor Caterina por Juan XXIII, oraron pidiendo la intercesión del “Papa bueno” y colocaron una imagen de él en el estómago de la paciente.

Minutos después la religiosa empezó a sentirse bien y pidió comer. Más adelante, Sor Caterina relataría que vio a Juan XXIII sentado al pie de su cama y que le dijo que su plegaria había sido escuchada. La ciencia no pudo dar explicaciones de esta curación.