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jueves, 6 de agosto de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 6 DE AGOSTO DEL 2015 - FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS


Se transfiguró en su presencia
Solemnidades y Fiestas


Marcos 9, 2-13. Fiesta Transfiguración. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.


Por: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de "resucitar de entre los muertos".
Oración introductoria
Qué a gusto estoy contigo en oración, Señor y Padre mío. Pero qué fácil es que convierta mi oración en un necio monólogo, en palabrería centrada en mí mismo… Por eso te pido, humildemente, la luz y la fuerza de tu Espíritu Santo que pueden transfigurar esta meditación en un auténtico momento de contemplación.

Petición
Señor, dame la gracia de tener una fuerte experiencia de tu presencia en este oración.

Meditación del Papa Francisco
Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria.
La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: 'Escuchadlo'. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a 'perder la propia vida', donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna.
El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino.  (S.S. Francisco, Ángelus 1 de marzo de 2015).
Reflexión
Hoy parece ser el día de la revelación del Señor. Nos ha asegurado que algunos de los presentes no morirían sin ver la gloria de Dios. Pues bien, ya nos lo ha mostrado el evangelio: "...y se transfiguró delante de sus discípulos..."
Durante su vida terrena, no sólo hubo una sola transfiguración, sino que hubo más revelaciones o manifestaciones de su divinidad: el Nacimiento anunciado a los pastores, la voz que clama al salir Él de las aguas después de su bautismo, la entrada en Jerusalén, la Eucaristía, su muerte en la Cruz, su resurrección y ascensión a los cielos...
Pero, ¿cuáles son las transfiguraciones de Cristo en estos días? Parece ser que hay una que todos los días se lleva acabo: la Consagración del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre. Esa es la mayor manifestación que hay en nuestros días. Allí no están presentes ni Elías ni Moisés, sino solamente la Trinidad que nos da la certeza de estar presenciando un acto misterioso y milagroso a la vez.
Cristo nos invita a verle en la Eucaristía con ojos de fe, y decirle como Pedro: ¿qué bien se está aquí, Señor? Él nos está esperando para que le encontremos en el sagrario. Él está allí, y se te transfigurará sólo si estás dispuesto a seguirle con humildad y amor.

Propósito
Invocar a la Virgen María, para que me ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria.

Diálogo con Cristo
Jesús, gracias por invitarme a subir al monte alto de la oración, porque quieres transfigurarte para que pueda comprender la grandeza de tu gloria y pueda así convertirme en ese discípulo y misionero, que con tu gracia, acerca a otras personas, especialmente de mi familia, a experimentar la luz de tu Palabra, el consuelo de tu cercanía, lo maravilloso de tu amor.
Permite que salga de esta oración configurado contigo para revestir con tu amor mis pensamientos, palabras y obras.

EL SANTO NO NACE, SE HACE


El santo no nace, se hace
La aventura de la santidad comienza con un sí a Dios. 
(San Juan Pablo II)

Por: Anne Marie Baudrit | Fuente: Catholic.net 




Hace un par de años, estábamos cenando en mi casa y surgió “la vida de los santos” como tema central de la conversación. Luego de una larga y variada lista de temas asociados a este, hablamos del riguroso proceso de estudio de la vida y virtudes de los candidatos, que realiza la Iglesia antes de llegar a la beatificación y a la canonización. Uno de mis hermanos, un tanto inquieto con la idea de que se les proclame como dignos de ser imitados, mencionó que no cualquiera podría llegar a ser santo. Insistió que era casi imposible, pues ellos nacían con un “don especial” que ninguno de nosotros tenía. Se me ocurrió entonces preguntarle: -¿Qué entiende usted por “ser santo”? Y su respuesta fue muy rápida, como aquella que se tiene bien aprendida: -Hacer votos de castidad, pobreza y obediencia, y luego aparecer en las estampitas. Recuerdo este episodio que viene a mi memoria con cariño, pues creo que esas no son las únicas características de un santo. Me animó a aprender más sobre el tema para poder argumentarle a él y a cualquier otro, que no se nace aprendido y por ello todos estamos en “potencia” de llegar a ser santos.

“La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios.” (San Juan Pablo II).

Un santo es todo aquel que tras su muerte, llega a conseguir la felicidad eterna, en otras palabras, quién llega al Cielo. Muchas personas piensan que los santos son solo aquellos cuyas imágenes han sido colocadas en altares y conmemoramos sus fiestas diferentes días del año. Pero no es verdad, son todos los que en su vida han luchado por alcanzar el máximo regalo, el mejor de los destinos. Como dice San Juan Pablo II, son aquellos que le dieron un “sí” a Dios.

Cumplir la voluntad de Dios no es fácil, pero es algo a lo que todos los creyentes estamos llamados a seguir. ¿Cuál será nuestro destino final?, ¿Qué habrá después de la muerte?, ¿A dónde queremos ir?… Son preguntas que deben estar constantemente en nuestra vida, al tomar decisiones, al estar frente un problema o un desafío.

Benedicto XVI nos da algunos consejos para poder llegar a la felicidad eterna y lo primero es fortalecer el amor con que amamos a Dios. Él tiene que estar al mando del timón de nuestro barco, de nuestro corazón; y ser la primer guía o referencia en cada situación. Para que el amor pueda crecer y dar fruto en el alma, hay que escuchar la palabra de Dios y recibir la Eucaristía. Al escuchar la palabra de Dios, aprendemos más de Jesús y utilizamos como ejemplo, su vida para imitarlo y ser mejor cada día. La Eucaristía tiene un efecto como el de las barritas energéticas que utilizan los deportistas para volver al campo de juego con una buena “carga”. Así funciona la Comunión, nos da energía para seguir luchando en esa misión que tenemos, nos ayuda a no desviarnos del camino con facilidad y a luchar contra las dificultades.


Otro consejo que nos dá, es la oración constante. Esta nos ayuda a mantener una relación más cercana a Dios y aprender a tratarle como un Padre amoroso que está siempre ahí para escuchar nuestras necesidades y preocupaciones, para que contemos de nuestras flaquezas, disgustos, ilusiones y momentos de felicidad. Por último nos pide vivir las virtudes con entusiasmo y constancia, vivirlas de manera heroica. Así es como vamos a lograr ser santos… ¿Suena fácil, no?


San Agustín es uno de mis santos favoritos, su vida es un vivo ejemplo de que nunca es tarde para cumplir con la voluntad de Dios y que uno no nace siendo santo. Su madre, quien llegó a ser después Santa Mónica, procuró inculcarle desde pequeño la doctrina católica. Sin embargo, su padre era pagano y Agustín vivió como un chico normal de su época en una sociedad pagana. Le gustaba disfrutar de los placeres y espectáculos vanales de su época. De una mente brillante y gran aficionado a la Filosofía, se convierte en un gran buscador de una verdad, la cual busca por muchos años siempre sintiéndose insatisfecho. Cuando muchos años después descubre que el catolicismo –aquellas ideas escuchadas constantemente de su madre- provee la Verdad absoluta, decide realizar un giro a su vida y se arrepiente de todas sus faltas. Se bautiza a los 33 años, se ordena sacerdote y llega a ser Obispo de Hipona y será nombrado luego como Doctor de la Iglesia.

Al conocer más sobre vidas de santos, me di cuenta que muchos de ellos habían sufrido por la muerte de un familiar muy cercano. Llegué a pensar que una pérdida así hacía falta para poder ser santo y que la santidad tenía que doler… ¡Pero comprendí que no hacía falta! Lo que realmente eso significaba es que lograron llevar su dificultad con alegría, entendiendo que ese era parte del plan de Dios. Confiando plenamente en Él.


La Iglesia busca almas que viviendo en el mundo y en las cosas del mundo, lo búsquen a Él. Que quieran seguirle, imitarlo, conocerlo, que lo tengan como centro de sus vidas. Pero no saliéndose del mundo, sino dentro de él, que seamos personas comunes, para demostrar que verdaderamente “vivir la vida” es vivirla con Dios en nuestro corazón.

“La santidad consiste en estar siempre alegres” (San Juan Bosco).

Ninguna persona puede estar triste si imita a Jesús durante su vida, si sabe que existe una felicidad eterna que es el Cielo y que puede llegar a alcanzarla. Como dice San Juan Bosco, “un santo siempre esta alegre, un santo triste, es un triste santo”. En resumen: ¡Hay que estar alegres! Es importante que esta felicidad que sentimos cuando seguimos a Cristo, no nos la dejemos para nosotros mismos. Todos queremos que nuestros amigos y familiares puedan sentir lo que estamos sintiendo, no dejemos de hacer apostolado y llevarle más almas a nuestro Padre que nos espera en el Cielo.


El tiempo corre y no podemos dar vuelta atrás, cada segundo cuenta, Dios confía en nosotros para acercar a Él a cada persona que cruce por nuestras vida. No nacemos siendo santos, tenemos que luchar para alcanzarlo. Seamos soldados de Cristo. ¡Somos la Iglesia Militante! ¡Luchemos por ser santos! ¡Formemos un ejército, el ejército de Dios!

LA TRANSFIGURACIÓN CAMBIA LA VIDA


La Transfiguración cambia la vida
Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 




El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal...

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...
Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...

Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...

Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...

El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...

Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.

Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.

Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.

Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!...

Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas.

En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.

Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro --del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está aquí!...

Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...

La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin decaer un momento.

Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.

Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.

Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.

Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos...

¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los discípulos?...

Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla....

QUIERO SER CAPAZ...


Quiero ser capaz


Quiero ser capaz de dar comida a quien tiene hambre.
Quiero ser capaz de dar de beber a quien tiene sed.
Quiero poder calmar las penas de quien está intranquilo.
Quiero ofrecer reposo a quien está cansado.
Quiero abrir mis puertas y ofrecer amor a quien está solo.
Quiero ser tu hermano, Señor.
Quiero ser realmente hermano de todos.
Quiero atreverme a ir a visitar a quien está en la cárcel.
Quiero saber cuidar a quien está enfermo.
Quiero acoger a quien viene de cerca o de lejos,
sea blanco o negro, que eso nunca me importe.
Quiero estar dispuesto a tender mi mano
a todo el que la necesite.
Quiero ser tu hermano, Señor.
Quiero ser realmente hermano de todos.
Pero yo solo no puedo.
Ayúdame, Señor, dame el amor que necesito
para poder amar a los demás como tú los amas.

EL PAPA FRANCISCO NOS DICE QUE LOS DIVORCIADOS EN NUEVA UNIÓN NO ESTÁN EXCOMULGADOS


Papa Francisco: Divorciados en nueva unión no están excomulgados, no hay que tratarlos así
Por Alvaro de Juana


VATICANO, 05 Ago. 15 / 10:24 am (ACI).- Las personas divorciadas vueltas a casar “no están excomulgados", y no deben ser tratadas como tales pues "ellas forman parte siempre de la Iglesia”, afirmó el Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles.

De esta manera el Pontífice recordó la tradición de la Iglesia, su Doctrina y Magisterio e invitó a los Obispos a “acogerlos y a animarlos, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración”.

El Papa retomó hoy las Audiencias Generales en el Aula Pablo VI luego de un periodo de descanso de algunas semanas. Una vez más, el tema de su catequesis fue la familia, en este caso sobre las personas divorciadas en nueva unión.

“Hoy quisiera detener nuestra atención sobre otra realidad: cómo cuidar a aquellos que, después del irreversible fracaso de su vínculo matrimonial, han comenzado una nueva unión”, anunció el Papa al inicio de su intervención, a lo que añadió: “la Iglesia sabe bien que una situación tal contradice el Sacramento cristiano”.

No obstante, el Obispo de Roma subrayó que la Iglesia tiene una “mirada de maestra” que “viene siempre de un corazón de madre”.

Recordando la exhortación apostólica Familiaris Consortio de San Juan Pablo II, señaló que “un corazón de madre; un corazón que, animado por el Espíritu Santo, busca siempre el bien y la salvación de las personas. He aquí porqué siente el deber, ‘por amor a la verdad’ de ‘discernir bien las situaciones’”.

Una de las preocupaciones en estos casos es siempre la de los hijos pequeños. Ante ello, “vemos aún más la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que viven tales situaciones”.

“Por esto, es importante que el estilo de la comunidad, su lenguaje, sus actitudes, estén siempre atentos a las personas, a partir de los pequeños, ellos son quienes más sufren estas situaciones”, explicó ante miles de peregrinos en el Aula Pablo VI.

“¿Cómo podríamos aconsejar a estos padres hacer de todo para educar a los hijos a la vida cristiana, dando ellos el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad como si fueran excomulgados?”, se preguntó el Pontífice.

Su respuesta fue que “no se deben agregar otros pesos a aquellos que ya los hijos, en estas situaciones, deben cargar”. “Lamentablemente, el número de estos niños y jóvenes es de verdad grande” por lo que “es importante que ellos sientan a la Iglesia como madre atenta a todos, dispuesta siempre a la escucha y al encuentro”.

Francisco dejó claro que ante esta situación la Iglesia “no ha sido ni insensible ni perezosa” y destacó que “gracias a la profundización realizada por los Pastores, guiada y confirmada por mis Predecesores, ha crecido mucho la conciencia de que es necesaria una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad, a los bautizados que han establecido una nueva convivencia después del fracaso del matrimonio sacramental”.

“En efecto, estas personas no son en efecto excomulgadas, no están excomulgados, y no van absolutamente tratadas como tales: ellas forman parte siempre de la Iglesia”, añadió.

El Papa Francisco mencionó también cómo Benedicto XVI intervino sobre esta cuestión “solicitando un discernimiento atento y un sabio acompañamiento pastoral, sabiendo que no existen ‘recetas simples’” en uno de sus discursos en el VII Encuentro Mundial de las Familias en Milán en 2012.

Francisco reiteró además la invitación a los Obispos a “manifestar abiertamente y coherentemente la disponibilidad de la comunidad a acogerlos y a animarlos, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la frecuencia a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz”.

Por último, el Santo Padre puso de modelo al Buen Pastor ya que la Iglesia “acoge a sus hijos como una madre que dona su vida por ellos” y, como dice la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, “todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad. La Iglesia […] es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.

“Del mismo modo todos los cristianos están llamados a imitar al Buen Pastor. Sobre todo las familias cristianas pueden colaborar con Él cuidando a las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la comunidad”, invitó el Papa antes de concluir la Catequesis.

¿Quiénes están excomulgados?

Pueden incurrir en excomunión los bautizados que abandonan la verdadera fe para abrazar el cisma o la herejía, así como los miembros de las comunidades de herejes y cismáticos que han nacido en ella.

Incurren además en excomunión latae sententiae (automática) quienes procuran el aborto.

El adulterio, el divorcio y la nueva unión de los divorciados no están penados con excomunión, aunque sí son un pecado mortal.

El Catecismo de la Iglesia en su artículo 1650 señala que “si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales”.

Así pues, “la reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia”.

En el artículo 1651 se señala que “respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados”.