Páginas

viernes, 31 de julio de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: VIERNES 31 DE JULIO DEL 2015


¿No es éste el hijo del carpintero?
Tiempo Ordinario

Mateo 13, 54-58. Tiempo Ordinario. La verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida. 


Por: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Mateo 13, 54-58
En aquel tiempo viniendo Jesús a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Oración introductoria
Señor Jesús, en ese pasaje del Evangelio veo reflejada mi tendencia a ponerte límites, a no confiar plenamente en que Tú quieres y puedes estar presente en mi oración. Ante mi debilidad, ante la distracción, necesito de tu gracia para que nunca más desprecie la intimidad que puedo llegar a tener contigo en la oración.

Petición
Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón con el fuego de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Es la seducción. El diablo casi habla como si fuera un maestro espiritual. Y cuando es rechazado, entonces crece: crece y se vuelve más fuerte. Jesús lo dice, cuando el demonio es rechazado, gira y busca algunos compañeros y con esta banda, vuelve. Crece involucrando a otros.
Ha sucedido con Jesús, el demonio involucra a sus enemigos. Y lo que parecía un hilo de agua, un pequeño hilo de agua, tranquilo, se convierte en marea. Cuando Jesús predica en la Sinagoga, enseguida sus enemigos lo menosprecian diciendo: pero, ¡este es el hijo de José, el carpintero, el hijo de María! ¡Nunca ha ido a la universidad! ¿Pero con qué autoridad habla? ¡No ha estudiado!” La tentación ha involucrado a todos contra Jesús.
Tenemos una tentación que crece: crece y contagia a otros. Pensemos en un chismorreo, por ejemplo: yo tengo un poco de envidia de esa persona, de esa otra, y primero tengo envidia dentro, solo, y es necesario compartirla y va a otra persona y dice: ‘¿Pero tú has visto a esa persona?’… y busca crecer y contagia a otro y a otro… Pero este es el mecanismo del chismorreo y ¡todos nosotros hemos sido tentados de chismorrear! Esta es una tentación cotidiana. Pero comienza así, suavemente, como el hilo del agua. Crece por contagio y al final se justifica.
Estemos atentos cuando en nuestro corazón, sintamos algo que terminará por destruir a las personas. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
¡Cuántas veces nos creemos gente "buena y religiosa" porque vamos a la iglesia, como los israelitas contemporáneos de Jeremías, o los paisanos de Jesús, pero sin creer verdaderamente en la Palabra que el Señor nos dirige!

Dios interpela siempre nuestra conciencia, invitándonos a la conversión y a un cambio radical de vida. Pero esas palabras nos resultan incómodas y molestas, y no queremos oírlas. Por eso perseguimos al "profeta" que nos habla de conversión y no hacemos caso a Cristo mismo, pues, al fin y al cabo, es sólo "el hijo del carpintero".

Es la hostilidad contra la fe. Necesitamos una actitud de profunda fe y confianza en Jesucristo para querer escuchar su palabra y no escandalizarnos cuando nos sorprende y nos "saca de nuestras casillas" cambiándonos nuestros planes muy personales. Es demasiado cómoda una fe que no exige nada y que se adapta a las propias tendencias pasionales de egoísmo, de placer o de racionalismo.

Pero la verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida, a una confianza total en Jesucristo que nos lleva a un compromiso radical de lucha contra el pecado, de caridad, de sacrificio, de dar la cara por Cristo ante los demás, sin miedos ni respetos humanos .

Propósito
Diariamente, pedir que sepa conservar y acrecentar el don más precioso que tengo: mi fe en la Santísima Trinidad.

Diálogo con Cristo
Señor, es tan grande tu bondad y misericordia que absurdamente llego a «acostumbrarme» a ellas, perdiendo así la capacidad de maravillarme continuamente de la grandeza de tu amor. Tú siempre dispuesto hacer grandes cosas en mi vida, yo distraído en lo pasajero. Por eso no quiero, no puedo y no debo dejar pasar más el tiempo sin seguir con confianza y valentía las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Con tu ayuda, sé que lo voy a lograr.

JESÚS CON LA SAMARITANA, UN ENCUENTRO MISERICORDIOSO


Jesús con la samaritana, un encuentro misericordioso
La samaritana andaba sedienta de paz, de felicidad, de vida. Había buscado, pero no había encontrado. 


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Un hombre se perdió en el desierto. Estaba a punto de perecer de sed, cuando aparecieron algunas mujeres donde él. Él les pidió agua, pero ellas discutían entre sí en qué darle el agua, si en jarra de plata o de oro. Mientras discutían las mujeres, el hombre agonizaba por falta de agua.

En la vida nos ocurre con frecuencia lo mismo. Mientras hay muchas personas que mueren de hambre o de sed, hablamos de cosas que no tienen importancia y lo más trágico es que nosotros mismos desfallecemos sin saberlo.

La vida está amasada de encuentros y desencuentros. El Evangelio está lleno de encuentros de Jesús con distintas personas: Nicodemo, Jairo, Zaqueo, la hemorroísa, el centurión, la mujer cananea, la pecadora, el ciego de Jericó, los pescadores del lago, los doce, los 72 discípulos, los hermanos de Betania, la gente.

También acompaña al grupo de los 72 discípulos para prepararlos para la misión.

Jesús y la Samaritana (Jn 4, 42). Jesús toma la iniciativa y enfrenta a la mujer con su verdad. No la condena y la invita a una adhesión personal a Cristo. Me quiero detener en una reflexión de este encuentro.

La Samaritana es una mujer. Cincuenta años después de Cristo, el historiador judío Flavio Josefo, que vivió en ambiente romano, afirma que, en general, el pensamiento hebreo acerca de la unión matrimonial: “La mujer es inferior al hombre en todo". En las plegarias de los hebreos el hombre daba gracias a Dios por no haber nacido infiel, mujer, esclavo o ignorante.
Jesús se relaciona con la mujer con una atención afectuosa y la ennoblece haciéndola, en alguna forma, protagonista de sus enseñanzas de salvación. Habla con la Samaritana (Jn 4, 1-42); cuando los discípulos de regreso de buscar alimentos en la aldea vecina, encuentran a Jesús sentado en el pozo hablando con una mujer de Samaria,"se sorprendieron de que hablara con una mujer”.

San Juan (4,5-42) nos relata el encuentro de la samaritana con el Señor. Llegó una mujer samaritana a sacar agua del pozo de Jacob. Esta mujer se sentía sin horizonte, sola, angustiada, sin saber por qué vivía, sufría, buscaba felicidad y no la encontraba. Acudía cada día al pozo para saciar su sed y la de los suyos. Bebían, pero volvían a tener sed. La sed de la samaritana es búsqueda e insatisfacción. La samaritana andaba sedienta de paz, de felicidad, de vida. Había buscado, pero no había encontrado; había perdido sus raíces, no sabía de dónde venía ni a dónde iba. No se resignaba a seguir bebiendo del agua turbia.

Y allá estaba, Jesús, “cansado del camino, sentado junto al manantial”, esperando a la samaritana, pues siempre es Jesús el que salía al encuentro de los pecadores y sedientos. "Antes me muero de sed que pedirle un vaso de agua", se dice en algunos sitios. Sin embargo Jesús se adelanta y pide a una samaritana, de otra cultura enemiga: "Dame de beber". Jesús se hace el encontradizo con aquella mujer en la vida de cada día, junto al pozo, allí donde la mujer va a sacar agua para su casa. Y Jesús es el agua viva, esa que apaga la sed para siempre, comienza la conversación mendigando un sorbo de agua a la mujer. La mujer pone dificultades. Y Jesús dice: "el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". La revelación progresiva del mismo Cristo: "yo soy", el Mesías, el que habla contigo. El que beba del agua que yo le daré...
En el diálogo con la samaritana, Jesús la va llevando del agua material al agua del Espíritu. Jesús habla a la samaritana de adorar al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad (Jn, 4, 21-24).

Después del encuentro con Cristo, la samaritana se transforma, deja su cántaro y corre entusiasmada al pueblo y va diciendo a todos: “Venid a ver a un hombre”, que es el Hijo del hombre, el Mesías que esperamos. Muchos de los samaritanos fueron y creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio. Y los samaritanos confesaron su fe: "Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo" (Jn 4,42).

Lo sucedido con la samaritana se repite en nuestra vida. San Agustín también conocía la sed , hastiado al fin de tanta aventura tras el placer, la sabiduría y la belleza dijo : “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Porque tanto la sed de la samaritana como la de Agustín eran , inconscientemente, sed de Dios. Dice Cabodevilla: “Cualquier forma de sed es sed de Dios”.

También nosotros tenemos sed, sed de felicidad, de éxitos, de verdad, de amor, de plenitud, de vida; el que no tiene sed, no busca fuentes de agua. El doctor Alexis Carrel escribió: “El ser humano tiene necesidad de Dios, como del agua y del oxígeno”. Realmente tiene más necesidad aún, al menos en un orden ontológico. San Agustín, dirigiéndose a Dios, le dice: “Quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le provocas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

Uno de los símbolos más frecuentes en la historia de la salvación es el agua. El agua es una necesidad vital y permanente, tanto para los hombres como para los animales y las plantas. El agua limpia, purifica, es vida, aunque en ocasiones es desgracia, destrucción y muerte, en las tormentas y las inundaciones… Desde el diluvio hasta el bautismo, pasando por la roca del Horeb, el agua se asocia en la Biblia a la presencia del Espíritu de Dios, que purifica, da vida y recrea, como el agua, elemento tanto más estimable en tierras cálidas y secas. El pueblo de Dios esperaba que en los tiempos mesiánicos se concedería en abundancia el don del Espíritu. En el Nuevo Testamento es el evangelio de san Juan el que insiste más en esta relación entre el agua y el Espíritu Santo.

HISTORIA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS


HISTORIA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS



La compañía de Jesús es una orden religiosa de la Iglesia Católica, fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola y un grupo de universitarios de la Universidad de París de diversas procedencias. Los "primeros compañeros", inicialmente no pensaron en fundar una nueva orden religiosa, mas con el paso del tiempo, influenciados por su profunda experiencia de Dios y por la crisis que enfrentaba la Iglesia en tiempos de la Reforma protestante, maduraron la idea de conservar una vinculación especial entre ellos, conformando un cuerpo eminentemente apostólico y eclesial. Así, cuando en el mundo comenzaban a soplar los vientos de la modernidad, nace la Compañía de Jesús como un impulso fresco y renovador para la Iglesia y la vida religiosa; sus miembros, posteriormente, recibirán el nombre de "jesuitas".

Desde sus inicios, el principal fin de la Compañía ha sido reunir a hombres generosos de toda raza y nación que se ofrezcan incondicionalmente a comunicar el mensaje de Jesucristo al mundo; hombres que fundan su espiritualidad en la experiencia de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, la mayor riqueza que porta la Compañía. La finalidad de la compañía ha sido formulada en sus Constituciones, como defensa y propagación de la fe y está hoy enriquecida por la Congregación General 32, como servicio de la fe y promoción de la justicia que la misma fe exige. La misma C.G. 32 señala que ser jesuita es reconocer que uno es pecador, pero llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue san Ignacio.
Ignacio escribiendo las Constituciones de la Compañía

Esto supone que todo tipo de apostolado que se oriente a este fin es de interés para la Compañía. De allí que su carisma, que brota de los Ejercicios y está sintetizado en las frases ignacianas “a la mayor gloria de Dios” y “en todo amar y servir” sea múltiple y la conduzca a una gran variedad de apostolados: educación, sacramentos, investigación, arte, proyección social, etc
Ignacio propone los siguientes criterios para ayudar a la Compañía a discernir los apostolados que debe promover:

- donde haya más necesidad,
- donde haya mayor "deuda de gratitud",
- donde el bien sea más universal,
- donde el mal sea más manifiesto,
- donde las obras sean más urgentes,
- y donde el trabajo sea más importante.
La palabra más, o magis, impregna todas la características del jesuita, puesto que nunca se
conforma con lo establecido sino que siempre aspira al mayor servicio de Dios.

Actual Prepósito General de la Compañía de Jesús,
P. Peter-Hans Kolvenbach, S.J.


La Compañía ha tenido una especial intervención en la historia de la Iglesia y del mundo. Para la persecución de sus objetivos casi siempre ha desenvuelto un rol protagónico allí donde su misión lo exigía. Esto ha supuesto el afecto incondicional de mucha gente, pero también el rechazo de personas que no comprendían sus reales motivaciones. De allí que toda la orden es suprimida en 1773, para ser restaurada en 1814. Con todo, cercanos a cumplir cinco siglos de historia, los jesuitas han extendido su misión por todos los continentes, y a inicios del siglo XXI continúan trabajando con especial atención a los retos del mundo moderno en todos los lugares donde la Iglesia y el Papa les envían. Para la Compañía las fronteras y los límites no son obstáculos sino nuevos desafíos, nuevas oportunidades por las que alegrarse.

HOY... CADA DÍA


Hoy… cada día



“Viviré este día como si fuese el último día de mi vida. No perderé ni un momento siquiera en lamentarme por las desgracias del ayer, las derrotas del ayer, los sufrimientos del ayer. Olvidándome del ayer, no pensaré tampoco en el mañana. ¿Debo preocuparme de acontecimientos que quizá nunca contemple? ¡No! El mañana yace sepultado con el ayer, y no pensaré más en él” (Og Mandino). 

Cada día hagamos algo de lo que podamos sentirnos orgullosos al día siguiente. Cada día, pensemos que es el primero, para vivirlo con sorpresa; y el último, para aprovecharlo como nuestra última oportunidad. Cada día, busquemos nuestra felicidad haciendo más feliz a alguien que está a nuestro lado. Sembremos una semilla de cuyos frutos podamos vivir mañana. Renovemos nuestro corazón de tal manera que no quede amargura alguna para el día que vendrá. Y no guardemos nuestras sonrisas de hoy para mañana. Sólo podremos sonreír mañana, si hemos sonreído hoy.

“Este día es todo lo que tengo, y estas horas son ahora mi eternidad. Saludo este amanecer con exclamaciones de gozo, como un preso a quien se le conmuta la sentencia de muerte. Elevo mis brazos con agradecimiento por este don inapreciable de un nuevo día. Trataré con ternura y afecto cada hora porque sé que no retornará jamás. Haré de este día el mejor día de mi vida” (Og Mandino). Tienes hoy a la vista un material precioso para reflexionar. Aprovéchalo. Y toma tus decisiones.


Enviado por el P. Natalio

SAN IGNACIO DE LOYOLA, FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, 31 DE JULIO


Ignacio de Loyola, Santo
Fundador de la Compañía de Jesús, 31 de julio
Por: Cristina Fernández | Fuente: Catholic.net 




Fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas)

Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556).

San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.

Un poco de historia

Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.

Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.

Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando.

Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.

Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse.

A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.

San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo III convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.

El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia.

Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa.

La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica.

Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas.

Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV.


¿Qué nos enseña su vida?
A ser fuertes ante los problemas de la vida.
A saber desprendernos de las riquezas.
A amar a Dios sobre todas las cosas.
A saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo.
A vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás.
A perseverar en nuestro amor a Dios.
A ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS:



Oh Corazón Santísimo de Jesús; derrama copiosamente tus bendiciones sobre la Santa Iglesia, sobre el Soberano Pontífice y sobre todo el Clero; da la perseverancia a los justos, convierte a los pecadores.

Ilumina a los infieles y bendice a nuestros parientes, amigos y bienhechores, asiste a las almas del Purgatorio y extiende sobro todos los corazones el imperio de tu amor. Amén.