Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net Tu hermano resucitará | |
Juan 11, 19-27. Tiempo Ordinario. Jesús es consciente del valor de la vida frente a la eternidad y la muerte. | |
En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Ya sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y crea en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?». Ella contestó: «Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Oración introductoria Señor Jesús, tu resurrección es la prueba más grande de que el amor puede triunfar en el mundo y en mi vida. Tú me enseñas que el amor es más fuerte y que contigo es siempre posible volver a empezar y trabajar por un mundo basado en la caridad. Ilumina mi oración para vivir este día, y toda mi vida, de cara a la eternidad. Petición Señor, ven a mi corazón para que nazca en mí la vida nueva que me has ganado por tu cruz y resurrección. Meditación del Papa Francisco Jesús, en el Nuevo Testamento, lleva a su cumplimiento esta revelación, y vincula la fe en la resurrección a su misma persona: "Yo soy la Resurrección y la Vida". De hecho, será Jesús el Señor el que resucitará en el último día a todos los que hayan creído en Él. Jesús vino entre nosotros, se hizo hombre como nosotros en todo, menos en el pecado; de este modo nos ha tomado consigo en su camino de vuelta al Padre. Él, el Verbo Encarnado, muerto por nosotros y resucitado, da a sus discípulos el Espíritu Santo como un anticipo de la plena comunión en su Reino glorioso, que esperamos vigilantes. Esta espera es la fuente y la razón de nuestra esperanza: una esperanza que, cultivada y custodiada, se convierte en luz para iluminar nuestra historia personal y comunitaria. Recordémoslo siempre: somos discípulos de Él que ha venido, viene cada día y vendrá al final. Si conseguimos tener más presente esta realidad, estaremos menos cansados en nuestro día a día, menos prisioneros de lo efímero y más dispuestos a caminar con corazón misericordioso en la vía de la salvación (S.S. Francisco, 4 de diciembre de 2013). Reflexión Decía santo Tomás de Aquino: "Tan sólo un necio trata de consolar a una madre ante su hijo muerto". Estas palabras surgen como fruto directo de la contemplación de este pasaje en el que Jesús, frente al sepulcro de su amigo Lázaro, derrama unas de las pocas lágrimas que aparecen expresamente en el evangelio. Jesús es consciente del valor de la vida frente a la eternidad y la muerte. Sabe que el alma de Lázaro reposa esperando, como la del resto de los hombres, el momento sublime de la redención. Sin embargo, Jesús también es un hombre. Lo que en un primer momento no le cuesta aplazar cuatro días, más tarde se transformará en lágrimas y llanto: la contemplación del sepulcro de su amigo. El regreso a la vida de Lázaro es un anticipo, una profecía, de lo que será en el futuro la resurrección de los muertos. Los amigos de Jesús, sus íntimos, sus más queridos, volverán a la vida ante el asombro de sus enemigos y las miradas mezquinas de los que en vida no acogieron a Jesús en su corazón. Pidamos a Cristo en este día que guarde un puesto para nosotros en su corazón. Digámosle con todo nuestro ánimo que queremos ser sus amigos y sus íntimos. Diálogo con Cristo Jesús, Tú me amas tanto que, con tal de salvarme, venciste el miedo al sufrimiento y a la muerte. Yo también, Jesús, quiero vivir así, sin temer a la renuncia o el desprendimiento, con tal de vivir en tu gracia y así poder acercar a otros a tu amor, especialmente a aquellos miembros de mi familia que se encuentran alejados de tu amor. Propósito Visitar a esa persona enferma o solitaria que sé que nadie visita, para darle ánimo. |
Páginas
▼
lunes, 28 de julio de 2014
EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 29 DE JULIO DEL 2014
APRENDER A EQUIVOCARSE
Aprender a Equivocarse...
Autor: Padre José Luis Martín Descalzo
Una de las virtudes-defecto más cuestionables: el perfeccionismo. Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.
He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las tareas que emprenden.
Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su interés- se quedan a mitad de camino.
Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.
Así es como, según decía MaxwelBrand. "todo niño debería crecer con convicción de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las persona siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos que el número de fallos que cometen.
Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse y seguir el camino emprendido.
Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados para la perfección.
Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto que un niño roto".
Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo saca amargura y pesimismo. Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.
No vale, realmente, la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los mercados.
LA MEDALLA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS QUE EL PAPA FRANCISCO LLEVA SIEMPRE CONSIGO
La medalla del Sagrado Corazón que el Papa Francisco
lleva siempre consigo
En una entrevista con la revista argentina 'Viva', Francisco recuerda a la empleada doméstica que trabajaba en la casa de su familia. Días antes de morir, la mujer le regaló la medalla que lleva puesta desde entonces
Ciudad del Vaticano, 27 de julio de 2014 (Zenit.org)
El santo padre Francisco reveló en una audiencia con los párrocos de Roma, que hace muchos años tomó del ataúd donde reposaba un amigo sacerdote argentino la cruz del rosario que tenía en sus manos. Desde entonces, Bergoglio la lleva siempre consigo. Junto a esta cruz, ahora sabemos que el Santo Padre también lleva siempre encima una medalla del Sagrado Corazón que le dio la señora que trabajaba con su familia cuando él era un niño.
En una entrevista publicada este domingo, 27 de julio, en la revista argentina 'Viva', Francisco recuerda la historia de esta mujer y porqué tiene mucho cariño a las empleadas domésticas. "Era una señora que ayudaba a mi mamá a lavar la ropa, cuando no había lavarropas, con la tabla, a mano. Éramos cinco nosotros, mamá sola, y esta señora venía tres veces por semana a ayudarla. Era una mujer de Sicilia que había emigrado a la Argentina con dos hijos, viuda, después de que su marido muriera en la guerra. Llegó con lo puesto, pero trabajó y sostuvo a su hogar".
Cuando él tenía 10 años dejó de verla porque sus padres se mudaron. Mucho tiempo después, cuando Bergoglio ya era un sacerdote, se la volvió a encontrar. "Siempre pedí la gracia de volver a encontrarla, porque, mientras lavaba, nos enseñaba mucho, nos hablaba de la guerra, de cómo cultivaban en Sicilia", recuerda el Papa. Cuando volvió a encontrarla de nuevo, ella tenía más de 80 años y Bergoglio la acompañó 10 años hasta su muerte. Pocos días antes de morir, "se sacó esta medalla y me dijo: ‘Quiero que la llevés vos’, y todas las noches cuando me la saco y la beso, y todas las mañanas cuando me la pongo, la imagen de esa mujer me aparece. Era una anónima, nadie la conocía, pero se llamaba Concepción María Minuto. Murió feliz, con una sonrisa, con la dignidad de quien trabajó", recuerda el Santo Padre en la entrevista.
Narrando esta historia, Francisco explica porqué tiene "mucho cariño a la mujer que ayuda, a las empleadas domésticas, que tienen que tener todos los derechos sociales, todos. Es un trabajo como cualquiera, no debe ser objeto de explotación ni maltrato". Y haciendo memoria de las palabras que dijo hace un mes en el ángelus sobre las mujeres que trabajan en el hogar, indica, "no estaba en el ángelus original, me salió del corazón".
Aquel domingo, desde la ventana del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre tuvo presente a las "domésticas y asistentes, que provienen de tantas partes del mundo y prestan un servicio valioso en las familias" a pesar de que "muchas veces no valoramos con justicia el grande y hermoso trabajo que realizan".
GENTE FELIZ
Gente feliz
Autor: Padre Phil Bosmans
He buscado la causa profunda de la felicidad humana.
Nunca la he encontrado en el dinero, en el lujo,
en el propio provecho, en el poder, en el ocio,
en el ruido, en el placer.
En las personas felices he encontrado siempre
una rica vida interior, una alegría espontánea
hacia las cosas pequeñas, una gran sencillez.
En las personas felices me ha impresionado siempre
la falta de envidias insensatas.
En las personas felices no he encontrado nunca impaciencia,
agresividad o divismo.
Casi siempre poseían una gran dosis de humorismo.
REFUGIOS, LOS CONSUELOS QUE BUSCAMOS
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Refugios, los consuelos que buscamos
Hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada corazón humano.
Ante las dificultades, mientras llega el cansancio de la vida, cuando aumentan los dolores del cuerpo o del alma, buscamos refugios de paz, de alegría, tal vez de olvido.
Los refugios pueden ser variados. Hay quienes simplemente buscan su refugio en el sueño, como una especie de bálsamo para olvidar las penas y las angustias de cada día. Otros se refugian en un cuarto de su casa, o entre libros, o en el bar donde encontrar amigos y ambientes diferentes. Otros anhelan ese refugio en el trabajo, o en el coche, o en la televisión, o en la computadora, o en la música. Algunos, por desgracia, se crean un mundo artificial de sensaciones con la droga o con el alcohol, para consolar (falsamente) penas y dolores del alma.
Muchos de los refugios son simplemente un engaño, como un espejismo que enciende ilusiones pasajeras en el corazón, para luego dejarnos indefensos y cansados frente a los problemas que ahí siguen, con su peso de amenazas y con su martilleo obsesivo.
Existen, sin embargo, otro tipo de refugios que pueden ser sanos, que restablecen las fuerzas del alma para reemprender la lucha. Un rato de deporte, un diálogo con un amigo sincero, un libro bueno, devuelven serenidad al alma, abren horizontes de esperanza, nos preparan para volver con más bríos al combate de cada día. Pero en muchas ocasiones esos refugios también son insuficientes.
Por eso hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada corazón humano. Es el que se alcanza desde el encuentro sincero con Dios. Porque Dios da sentido a la vida, nos ha creado, nos tiende la mano como Salvador, nos espera cada día y tras la hora definitiva de la muerte.
A Dios nos acercamos en esos momentos de oración sincera, cuando le abrimos el alma, cuando le pedimos ayuda, cuando nos ponemos llenos de confianza entre sus manos. A Dios lo tocamos cuando podemos recibir los sacramentos, especialmente el gran regalo de la misericordia (la confesión) y el inmenso abrazo que es posible en cada Eucaristía. A Dios lo escuchamos con el espíritu abierto cuando leemos su Palabra, cuando creamos en nuestro interior espacios de silencio que nos permiten escuchar sus susurros cotidianos.
Es Dios el verdadero refugio que anhelamos. Porque sólo Dios conoce plenamente lo que hay en cada corazón humano. Porque sólo Él puede ofrecer consuelos verdaderos y palabras de ternura que curan y que lanzan a vivir desde una fe intensa, una esperanza alegre y un amor hecho servicio a quienes recorren a nuestro lado el mismo camino del existir terreno.