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jueves, 2 de enero de 2014

¿POR QUÉ FRACASAMOS?

Autor: Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
¿Por qué fracasamos?
Una victoria conseguida desde el mal es, en el fondo, un profundo fracaso
¿Por qué fracasamos?
¿Por qué fracasamos?
Nos asusta e inquieta esa palabra que asoma en ocasiones ante el horizonte de la propia vida o de la vida de seres queridos: el fracaso. Por eso vale la pena reflexionar un momento sobre la misma.

Notamos que existen diversos tipos de fracasos. Fijemos nuestra atención en tres de ellos.


Fracasos tipo 1

El primer tipo de fracasos consiste en no alcanzar algo que deseamos intensamente. Nos proponemos una meta, empezamos a trabajar, dedicamos parte de nuestro tiempo y de nuestro corazón para conseguirla. Un día constatamos que la meta vuela lejos: fracasamos.

Así, fracasa un chico que busca conquistar una chica, o viceversa. O una persona que pide ascenso de sueldo y recibe una negativa. O un estudiante que se mata para aprobar y llega puntualmente un nuevo suspenso. O un mecánico que tras horas de esfuerzo no consigue encontrar el fallo en el motor del coche. O un adulto que se propone esta tarde no naufragar en Internet para atender a los hijos y al final termina nuevamente encadenado a la pantalla de la computadora...

Este tipo de fracasos duele. Algunos de modo más intenso, otros con menor profundidad. ¿Por qué duelen? Porque nos habíamos propuesto un objetivo, sencillo o ambicioso, y al final nos encontramos con las manos vacías.


Fracasos tipo 2

El segundo tipo de fracasos es menos visible y engaña a muchos. Es el fracaso que se logra cuando uno consigue hacer "bien" lo que es "malo", cuando logra la "victoria" que le permite alcanzar deseos y proyectos bajos, mezquinos, pecaminosos.

Quien engaña al esposo o a la esposa sin ser descubierto, ¿no se siente "victorioso"? Quien comete un "robo perfecto", ¿no llena sus bolsillos de un dinero que satisface tantos deseos personales?

Intuimos fácilmente que una "victoria" conseguida desde el mal es, en el fondo, un profundo fracaso. Porque el "triunfador" ha dañado su conciencia, ha destruido su integridad moral, ha perjudicado a otros (cercanos o lejanos). Se ha alejado de Dios y ha encendido una vela al diablo.

Por desgracia, muchos de los que consiguen victorias en el mundo del pecado parecen satisfechos, incluso presumen de sus fechorías. Sobre ellos la Biblia ofrece juicios muy severos, sea en algunos salmos, sea en el Nuevo Testamento. Su situación, además, es sumamente grave, porque disfrutan de sus logros hasta el punto de no reconocer el estado miserable en el que se encuentran.

Valen para esas personas aquellas terribles palabras del Apocalipsis: "Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista" (Ap 3,17-18).


Fracasos tipo 3

El tercer tipo de fracasos es más sutil y problemático. Somos honestos. Conseguimos metas buenas. La vida nos sonríe. Los problemas se resuelven. Sentimos una halagadora satisfacción ante tantas conquistas y ante la belleza de una conducta justa.

Sin embargo... algo dentro nos dice que nuestra vida, tan llena de victorias y de satisfacciones, tal vez es un fracaso.

¿Cómo ocurre eso? Es cierto que alcanzar un objetivo bueno nos llena de alegría. Pero no todos los objetivos corresponden a los anhelos más profundos del corazón, ni nos abren a exigencias más íntimas de la vida cristiana.

Un joven que desea aprobar exámenes y lo consigue ha conquistado, ciertamente, una meta muy gratificante. Pero su vida no está hecha para aprobar exámenes. Unos esposos que llevan una vida matrimonial satisfactoria y serena gozan de un don que muchos envidian y que a ellos les produce una alegría maravillosa. Pero tampoco esa vida casi de fábula es lo único a lo que aspiramos los seres humanos.

Causa sorpresa pensar que pueda ser un fracaso la vida de quien salta de gozo ante victorias limpias, buenas, sanas. No es fracaso, hay que aclararlo, porque se están logrando objetivos buenos. Pero sí lo es cuando esa persona olvida la meta definitiva y el único amor al cual está llamado: Dios.

Porque una hermosa convivencia familiar, un trabajo exitoso y lleno de conquistas, un dinero ganado honestamente, unas vacaciones en un lugar sereno y reconfortante, no son el puerto último para la existencia humana, ni pueden ahogar otras dimensiones de la vida.

Sólo cuando abramos los ojos de la mente y del corazón a la meta definitiva. Sólo cuando comprendamos que todo puede servir para el bien si uno ama a Dios (cf. Rm 8,28). Sólo cuando los bienes materiales y la salud sean "invertidos" en la ayuda al pobre, al enfermo, al abandonado, al triste, al anciano. Sólo cuando seamos capaces de ver que muchos fracasos no son más que puertas que se cierran para que se abran horizontes de humildad y de acogida. Sólo cuando seamos capaces de ofrecer el dolor propio unido a la oración de Cristo en la Cruz por todos los hombres...

Sólo entonces nuestra vida brillará desde una luz que viene de lo alto y que permite participar en la única victoria que da sentido a la aventura humana: la del Cordero entregado por Amor al Padre y a los hermanos.

RICOS SIN SABERLO


Ricos sin saberlo


En la época de la recesión económica en los EE.UU., el señor Yates poseía una vasta extensión de tierra al oeste de Texas, donde criaba ovejas. Vivía pobremente, luchando para alimentar a su familia, cuando una compañía petrolera se dirigió a él, diciendo: – Pensamos que en su terreno puede haber petróleo. ¿Nos permite efectuar una perforación allí? Yates dio el permiso, pensando que no tenía nada que perder.

       La compañía empezó a perforar. A poca profundidad encontró el más importante yacimiento que, hasta la fecha, se había hallado en Norteamérica. Ese yacimiento podía producir más de 80.000 barriles de petróleo por día. ¡De un día para otro el señor Yates se hizo millonario! De hecho lo era desde el día que compró el terreno. El petróleo siempre había estado allí; simplemente no lo sabía.

       El señor Yates nos recuerda a tantas personas que tienen una Biblia en casa, pero nunca la han leído. ¿Será porque secretamente tienen miedo de lo que ella pueda decirles, miedo de sus exigencias pero también de las transformaciones que podría producir en ellas? ¡Ah, si pudiéramos apreciar las inmensas riquezas que contiene este libro! “Tu palabra es verdad”, dijo Jesús. En ella está la vida eterna (Juan 17:17; 5:39).

       Es un libro único en su mensaje de perdón y de salvación, que transforma y llena el corazón, y cuyas profecías se van cumpliendo.

EL EVANGELIO DE HOY: 02.01.2014

Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Primer Testimonio de Juan
Juan 1, 19-28. Navidad. "Yo soy la voz que grita en el desierto" No dejemos de escucharla, es para nosotros.
 
Primer Testimonio de Juan
Lectura del Santo Evangelio según san Juan 1, 19-28


Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: "Yo no soy el Mesías". De nuevo le preguntaron: "¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?" El les respondíó: "No soy". "¿Eres el profeta?" Respondió:"No". Le dijeron: "Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron.¿Qué dices de ti mismo?" Juan les contestó: "Yo soy la voz que grita en el desierto: ´Enderecen el camino del Señor´, como anunció el profeta Isaías".
Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos le preguntaron: "Entonces por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias". Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.


Oración introductoria

Señor, ciertamente no soy digno de tu Amor, por eso te pido ilumines este tiempo de oración para que sepa poner a un lado todo aquello que me separe de Ti. Necesito de tu fortaleza y de tu guía para enderezar mi camino. Háblame Señor, te escucho.

Petición

¡Mucha humildad te pido para cumplir lo que me pides! Que imite a Juan que supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida.

Meditación del Papa Francisco

Quién es por lo tanto Juan? Él mismo lo explica: "Yo soy una voz, una voz en el desierto", pero es una voz sin la Palabra, porque la Palabra no es Él, es Otro.
He aquí, pues lo que es el misterio de Juan: Nunca se apodera de la Palabra. Juan es el que significa, el que señala. El sentido de la vida de Juan es indicar a otro. [...]
Y realmente Juan era el hombre de la luz, llevaba la luz, pero no era su propia luz, era una luz reflejada. Juan es como una luna, y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan comenzó a declinar. Voz, no Palabra, luz, pero no propia.
Juan parece ser nada. Esa es la vocación de Juan: desaparecer. Y cuando contemplamos la vida de este hombre, tan grande, tan poderoso -todos creían que él era el Mesías-, cuando contemplamos esta vida, cómo desaparecía hasta llegar a la oscuridad de una prisión, contemplamos un gran misterio. (S.S. Francisco, 24 de junio de 2013, Misa matutina en la capilla de Santa Marta). 

Reflexión

Uno de los personajes clave que aparecen en escena antes de la predicación de Jesús es Juan el Bautista. Como buen precursor, toma siempre la delantera para preparar la llegada del Mesías y ofrecerle un pueblo bien dispuesto; para "hacer volver -como dice el profeta Malaquías- el corazón de los padres hacia los hijos, y convertir el corazón de los hijos hacia los padres". Es este mismo profeta quien, refiriéndose a la misión del nuevo Elías, anuncia a Israel esta promesa de parte de Dios: "He aquí que Yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará el camino delante de mí" (Mal 3,1). Y sabemos que Jesús, en el Evangelio, siempre que habla de Elías se refiere a Juan el Bautista.

Pero, ¿quién este Juan Bautista? El evangelista san Juan nos dice que "éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz y para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz"(Jn 1, 7-8). Su misión es, por tanto, hablar en nombre de otro y dar testimonio en favor de otro. ¡Mucha humildad se necesita para cumplir esta misión! Y Juan supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida. Cuando se presentaron ante él los sacerdotes y levitas, enviados por las autoridades judías desde Jerusalén, confesó con toda claridad: "Yo no soy el Mesías" –respondió sin rodeos–. Y, sin las falsas modestias típicas de las mojigatas, también declaró que él no era Elías, ni el Profeta. Él, simple y llanamente se autodefinía "la voz". Sí, "la voz que grita en el desierto", como dijo Isaías.

Pero, ¿para qué sirve una voz que grita en el desierto? ¿es que alguien puede escucharla? El desierto significa que tenemos que hacer espacios de silencio en la soledad de nuestro interior para acoger esta voz; y también que hemos de saber desprendernos de las cosas materiales que nos disipan y nos distraen para poder concentrarnos en lo esencial.

San Agustín comenta bellamente este pasaje en uno de sus sermones diciendo que "Juan era la voz y Cristo la Palabra eterna del Padre". El sonido de la voz de Juan permitió a Jesús pronunciar la Palabra de vida y hacerla llegar hasta nuestro corazón. Juan cumplió su misión de voz y desapareció: "Conviene que Él crezca -dirá en otro momento– y que yo disminuya".

Pero el mensaje de esta voz es de una grandísima profundidad y trascendencia: "Preparad los caminos del Señor" –clama esta voz–. Preparar los caminos del Señor significa abandonar el pecado y acercarnos a la gracia; significa aprender a ser humildes, como Juan Bautista, dejar entrar al Señor en nuestro corazón y que Él sea quien rija el destino de nuestra existencia. Significa también estar con el corazón atento para poder descubrir a Dios que viene a nosotros, pues tal vez por su humildad, su silencio y su sencillez, podría pasarnos desapercibido, como sucedió a los judíos: "En medio de vosotros hay uno –les decía el Bautista– a quien no conocéis, al que yo no soy digno de desatar la correa de la sandalia".

Propósito

Ojalá, pues, que seamos dóciles a esta voz que grita en el desierto y sigamos "preparando los caminos del Señor". Que cuando Cristo venga, nos encuentre a todos con el alma bien dispuesta, prontos para escuchar su palabra, para acoger su mensaje y recibir su salvación.

Diálogo con Cristo

Necesito ser más humilde, Señor, para permanecer cerca de Ti, conociendo y haciendo vida tu Evangelio. Tú eres la única fuente de la santidad, nada puedo ni debo hacer al margen de tu voluntad. De nada me sirve la fama, ni los bienes, lo único que me debe importar es permanecer unido a tu gracia para poder realizar la misión que me has encomendado.


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  • P. Sergio Cordova LC