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sábado, 7 de diciembre de 2013

DIOS NO PATROCINA FRACASOS



DIOS NO PATROCINA FRACASOS

¿Sabes que se necesita para ser mamá? Bueno podrías
darme argumentos como: para ser mamá primero se necesita ser
responsable, tener madurez física como intelectual, planificar
bien....etc.
Pero la verdad básicamente lo que se necesita para ser mamá
es un "papá".
¿Cierto?

Bien ahora que ya sabemos lo que se necesita para
ser mamá dime, ¿Cómo se hace un bebé?.

Bueno para nadie es un secreto que para engendrar un
bebé ambos padres aportan células importantes. ¿Cuáles
son?, Correcto.
La madre aporta algo que se llama óvulo y el papá aporta algo
que se llama esperma en el cual viajan los espermatozoides.

Ahora bien, luego de esta introducción.....dime ahora....
¿cuántos Espermatozoides compiten para llegar al óvulo de la madre?
....uno, dos, diez,.....¿cuántos?,
¡correcto!....millones, tras millones, tras millones.

¿Hasta aquí estamos de acuerdo?, correcto, ahora dime...
de esos millones que compiten, ¿cuantos fecundan el óvulo?, medio
millón, diez, doce, cinco?...dime...¿Cuántos?, permíteme
recordártelo
UNO....el más capaz el más rápido, el más fuerte, el que le
ganó a esos millones.

¿Sabes?. En esa carrera no hay premio para el segundo lugar...
es decir de millones sólo uno alcanza el premio de la
vida, el campeón o la campeona.
Es decir... TU.

Desde el momento en que eres concebido en el vientre
de tu madre ya traes la casta de campeón o campeona, ya
eres un ganador.
Dios no patrocina fracasos.

Si Dios que es el Señor de la vida quiso darte ese
don, no es por un azar de la vida, tampoco por el fallón de un
anticonceptivo,es por que él tiene un plan maravilloso para ti. Por
eso cuándo tu dices: "yo no sirvo para nada, yo no se por qué
nací, yo soy lo peor, yo soy basura"... estás ofendiendo a Dios,
porque Él te hizo a su imagen y semejanza. Dios...... no hace
basura.

Eres importante, eres especial!.

ORACIÓN DE JUAN PABLO II A LA VIRGEN DE GUADALUPE


ORACIÓN DE JUAN PABLO II 
A LA VIRGEN DE GUADALUPE


Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!  Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.

Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena felicidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa. Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver e El, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos Sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra. Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.

GRAN CORAZÓN


Gran corazón (Juan XXIII)
Autor:  Padre Justo López Melús


El papa Roncalli era un hombre de gran corazón. De ahí brotaban esos gestos de comprensión y delicadeza que conmovían al mundo. Con esos gestos fue rompiendo moldes y durezas en sus diversos destinos, fue solucionando difíciles problemas, sobre todo en París, y Europa oriental. «Simplificar las cosas difíciles, y no complicar las sencillas», era su lema. En una ocasión, espontáneamente, se definió así: «La bondad llenó de alegría mi existencia».

Confesaba que, al ser elegido Papa, eligió el nombre de Juan, por su padre. En otra ocasión, manifestaba al obispo de Astorga, doctor Casteltort: «¡Oh, cómo recuerdo yo a mi madre! Mire, después de la elección, cuando al entrar en la basílica de San Pedro todo el mundo gritaba y aplaudía lleno de entusiasmo, yo pensaba: Acuérdate de tu madre, que era una mujer humilde y sencilla».

En medio de sus ocupaciones apostólicas, de su «solicitud por todas las iglesias», no se olvida de atender a su familia. Invita a sus cuatro hermanos a que le visiten en París, y ha de ayudarles a ponerse la corbata. Pero no acepta la sugerencia de asociarles a la corte pontificia. A su secretario, Capovilla, le dice: «Siento haberte apartado de tu madre tanto tiempo. Prométeme que, cuando todo esto haya terminado, irás a verla».

Una noche, en la plaza de San Pedro, dijo a los fieles: «Al llegar a casa acariciad a vuestros hijos y decidles que es de parte del Papa» Cuando le visitó el yerno de Kruschew, Adzjubei, con su esposa Rada, les preguntó el nombre de sus hijos. — Nikita, Aleksei e Iván—, le contestaron. «Pues dadles un abrazo de mi parte, les dijo el Papa, y en especial a Iván (Juan)».

SAN JOSÉ DEL ADVIENTO


SAN JOSÉ DEL ADVIENTO


Es tiempo de espera fecunda, sendero seguro por donde se encaminan nuestros pasos al encuentro de ese Dios que se hace Niño, uno más entre nosotros.

Y así como cuando decimos Adviento decimos también María, no podemos soslayar a José de Nazareth.
Su presencia constante y silenciosa, el abdicar de todo protagonismo para estar siempre disponible allí en donde le necesiten, debería florecernos la mansedumbre y el servicio.

Piadoso y religiosamente observante, es ante todo y por sobre todo, un hombre justo; a no confundirse, no está sometido a las veleidades de una limitada balanza humana. Antes bien, es justo con mayúsculas porque ajusta su voluntad a la del Dios del Universo por encima de todas las cosas.

Cuando esa humilde muchacha galilea –a la que ama incondicionalmente- presenta los síntomas ciertos de un embarazo sospechoso, José duda. Sabe que la rigidez de la ley mosaica pone a su amor en grave riesgo: por eso decide irse en silencio, evitando la sombra ominosa de la muerte y la ignominia que acosa a María.

Pero es un hombre que sabe oír y escuchar: ante el consejo de un Mensajero, no vacila y toma a María por esposa, casa en común, hogar fecundo
-habría que imaginarse, por un momento, una fiesta campesina allí en esa aldea, en honor de los noveles esposos-

El carpintero trabaja y trabaja; ya no es un hombre solo, hay una esposa con un hijo en camino que necesitan el sustento que puedan procurar sus manos encallecidas.
Así los días, del amanecer al ocaso, madera y esfuerzo, y un vientre amado que crece ante sus ojos mansos.

Edicto imperial, conteo de vasallos, censo: cada varón –las mujeres no cuentan- debe apersonarse en su pueblo natal para empadronarse.

José se pone en marcha con María y el Niño cercano, de Nazareth a Belén, ciento cincuenta kilómetros de ruta terrera y pedregosa no exenta de peligros.
Llegan a la Casa del Pan –Bethlehem de Judá- con apuros y urgencias: ese Niño ya no ha de esperar, el tiempo está maduro… allí mismo, toda la Creación contiene el aliento.

José no disfraza su acento ni esconde sus ropas polvorientas en el pedido de albergue: un posadero tajante los rechaza con un predecible –no hay lugar-. Ni hablar: pobres y con maternidad inminente, todo un mal negocio.

Les queda una gruta oscura, cueva en donde el ganado quizás busque alivio al frío nocturno.
Solos ellos en la noche, solita la María en el trance bravo del parto, no hay lecho, posada ni mucho menos partera… Pero está la mano tranquilizadora del carpintero, que sostiene y asiste, quizás sin saber mucho qué cosa hacer en esos menesteres.

-¿acaso hay algo tan gravitante y transformador en la vida como el nacimiento de un hijo?-

Ese Niño, esperado amorosamente por María y José y ansiado durante generaciones, por fin ha llegado. Ya nada será igual: por el nombre de ese Niño Jesús -Yehoshua, Yahveh Salva- creemos rotundamente que Dios nos salva, que se hace uno de nosotros y que la vida plena se abre caminos desde los niños y a través de los pobres y los humildes.

Un pequeño alto en el camino: usualmente se sindica a San José como padre legal de Jesús, custodio del Redentor o el menos certero padre adoptivo.

Por un momento, intentemos ponernos en su alma... Si tanto maternidad como paternidad son -ante todo- cuestiones cordiales, es decir, en las que prima el corazón por sobre el hecho biológico fundante, José es verdaderamente padre de Jesús.

Así lo reconoció desde sus primeros signos en María, y así lo cuidó con paternal afecto desde el mismo comienzo.
Así sostuvo con su trabajo y esfuerzo a su esposa y a su hijo.
Así los protegió en el duro camino del exilio -José, María y Jesús emigrantes a Egipto-.
Así seguramente le fué enseñando su oficio, tekton hábil con la madera.
Así lo guió en sus primeros pasos en la fé de Abraham y Jacob.
Así se inundó de angustia cuando en tiempos de su Bar Mitzvah ese Hijo amado se les extravía por tres días, y lo encuentran en el Templo, enseñando a escribas y doctores.

Seguramente, el Maestro pronunció vacilante ¡Immá! ¡Mamá! de Niño, descubriéndose en los ojos profundos de María.
Seguramente, a José lo llamaba pleno de ternura infantil ¡Abbá! ¡Papá!, término cuyo significado descubrió en la vida mansa y santa del carpintero, y que luego utilizaría para enseñarnos y revelarnos a todos el rostro de ese Dios escondido, Padre suyo y nuestro.

En este Adviento, dejando de lado cualquier intento laudatorio o ansias de reivindicar, grato es volver la mirada a José de Nazareth.
Y con él, a tantas y tantos Josés silenciosos y serviciales, mansos y humildes renegados de cualquier éxito, siempre disponibles allí donde se los necesite, decididos protectores de esta Vida que se nos regala y que se viene asomando en pañales.

GRACIAS SEÑOR POR LA VIDA


Gracias Señor por la vida


Gracias Señor por la Vida que me das, por los momentos que me regalas, por tener un proyecto y un plan para mí: gracias Padre por tenerme en TI.

Gracias por mis capacidades, por los talentos y dones, que me ayudan a ser puente entre Vos y los demás.

Gracias también por mis defectos, mis dudas, mis dificultades y mis límites; con ellos me enseñas que sólo soy y tengo sentido, en Tus Manos.

Gracias por mi soledad y también por mis afectos, porque de ese cruce entre los otros y yo, descubro nuevas experiencias de vida.

Gracias por darme nuevos sueños, nuevos proyectos y nueva luz, después que hubo tanta oscuridad por soltarme de tu mano.

Gracias por encontrarme, por cuidarme y protegerme, por llevarme siempre en tus brazos.

Gracias por venir a mi, siempre, aún cuando yo me he alejado de ti,

Gracias por amarme, como sólo me amas vos; y por cambiar mi corazón, llenándolo de tu amor. 

Gracias Padre, Dios de la Vida. Por un año más de vida.

EL EVANGELIO DE HOY: 07-12-2013

Autor: H. Sérgio Mourao, LC | Fuente: Catholic.net
Misión de los discípulos
Mateo 9, 35. 10, 1. 6-8. Adviento. Sólo lograremos cumplir con este mandato misionario, si estamos unidos a Cristo.
 
Misión de los discípulos
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 35. 10, 1. 6-8


En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Les dijo: "Vayan más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente".

Oración introductoria

Jesucristo, creo que Tú también me has llamado para llevar adelante esta misión, pero muchas veces siento que no puedo, pues experimento mi debilidad e incapacidad. Enséñame, Jesús, a creer que siempre estás actuando en mi vida, que Tú me llamaste a esta misión, que estás conmigo; para que siga adelante y ayude a mis hermanos, en medio de tantas dificultades.

Petición

Señor, ayúdame a ser tu testigo en este mundo y a transmitir mi fe a los que más la necesiten.

Meditación del Papa Francisco

La oración. En el Evangelio hemos escuchado: "Rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies". Los obreros para la mies no son elegidos mediante campañas publicitarias o llamadas al servicio de la generosidad, sino que son "elegidos" y "mandados" por Dios. Él es quien elige, Él es quien manda, Él es quien manda, Él es quien encomienda la misión. Por eso es importante la oración.
La Iglesia, nos ha repetido Benedicto XVI, no es nuestra, sino de Dios; ¡y cuántas veces nosotros, los consagrados, pensamos que es nuestra! La convertimos… en lo que se nos ocurre. Pero no es nuestra, es de Dios. El campo a cultivar es suyo. Así pues, la misión es sobre todo gracia. La misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la oración, encontrará en ella la luz y la fuerza de su acción. En efecto, nuestra misión pierde su fecundidad, e incluso se apaga, en el mismo momento en que se interrumpe la conexión con la fuente, con el Señor. (S.S. Francisco, 7 de julio de 2013).

Reflexión 

El Papa Benedicto XVI nos enseña que no podemos llevar este mensaje por nosotros mismos, estando alejados del pastor, de Cristo. Sólo lograremos cumplir con este mandato misionario en cada una de las difíciles situaciones en las que vivimos, si estamos unidos a Cristo.
Y el Papa va más allá: "No es con el poder, con la fuerza, con la violencia que el reino de paz de Cristo se extiende, sino con el don de sí". No podemos aceptar pasivamente el mal que sugiere el mundo y mucho menos querer combatirlo con la fuerza.
Sólo podremos ayudar este mundo siendo de verdad lo que somos: cristianos, misioneros, apóstoles de Cristo. Y eso implica el don de nosotros mismos, salir de nuestras seguridades, de nuestras comodidades, para que el prójimo tenga también la paz y el amor de Dios, que nosotros debemos transmitir.

Propósito

Hoy ofreceré un pequeño sacrifico a Dios, por todos los que sufren a causa de su fe.

Diálogo con Cristo

Señor, Tú necesitas de colaboradores para la gran obra de tu redención. Necesitas de apóstoles convencidos y entusiasmados, que enseñen a otros. Señor, Tú me llamas a esta misión. Y creo que si Tú me lo pides, Tú me darás las fuerzas para responder: "Aquí estoy". Cura, Señor, mis debilidades y mis flaquezas, para que pueda ser un instrumento que dé salud a los demás. Señor, que yo no pierda la esperanza de luchar, aunque el mundo sea cada vez más agresivo. Que nunca me olvide de que Tú, el Salvador de este mundo, estás conmigo. ¡Gracias, Señor, por tu compañía! En tus manos, pongo este nuevo día.


"Cuando estés con una persona, has de ver un alma: un alma a la que hay que ayudar, al que hay que comprender, con la que ha que convivir y a la que hay que salvar". (San Josemaría Escrivá, Forja n. 573)



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  • H. Sérgio Mourao, LC