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martes, 26 de noviembre de 2013

LA CANCIÓN DE DIOS


La canción de Dios


Un organista de la iglesia estaba practicando una pieza de Felix Mendelssohn y no estaba tocando muy bien. Frustrado, recogió su música y se dispuso a irse. 
No había notado a un extraño que se había sentado en un banco de atrás. 

Cuando el organista se dio la vuelta para irse, el extraño se le acercó y le preguntó si él podía tocar la pieza. El organista respondió bruscamente: «Nunca 
dejo que nadie toque este órgano.» Finalmente, después de dos peticiones 
amables más, el músico gruñón le dio permiso con renuencia. 

El extraño se sentó y llenó el santuario de una hermosa e impecable música. 

Cuando terminó, el organista preguntó: «¿Quién es usted?» El hombre contestó: 
«Yo soy Felix Mendelssohn.» El organista por poco impide al creador de la canción que tocara su propia música. 

Hay veces en que nosotros también tratamos de tocar los acordes de nuestra vida e impedimos a nuestro Creador que haga una música hermosa. 

Igual que el obstinado organista, quitamos las manos de las teclas con renuencia. Como pueblo Suyo, somos «creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano» (Efesios 2:10). Pero nuestras vidas no producirán una música hermosa a menos que le dejemos obrar a través de 
nosotros. 

Dios tiene una sinfonía escrita para nuestras vidas. Dejémosle que haga su 
voluntad en nosotros. -- Dave Egner

LA BELLEZA DEL PERDÓN


La belleza del perdón
Autor: Padre Juan Carlos Ortega Rodríguez 


El Santo Padre nos recuerda cómo algunos cristianos han abandonado la práctica de este sacramento debido al profundo sentido de justicia que cultivan en su interior y que les lleva a "probar un sentimiento de indignidad ante la grandeza del don recibido. En realidad tienen razón en sentirse indignos" (Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, 15 de marzo de 2001, n.6). 

Parecería que estas palabras son contradictorias. Por una parte afirma el Papa que es bueno sentirnos indignos; pero por otra parece que este sentimiento nos aparta de uno de los principales sacramentos. 

En realidad la contradicción dependerá no del sentido de indignidad, que todos debemos experimentar, sino del fundamento de la indignidad. Nos hará mal si se funda en la justicia, en cambio será una ayuda si lo basamos en el amor. Me explicaré. 

La sociedad actual ha desarrollado fuertemente el sentido de justicia. Hace unos meses comentaba con un amigo este hecho que, aunque positivo, no es suficiente para saciar al ser humano. Más aún, si permanecemos en la sola justicia el hombre se empobrece pues su anhelo más profundo no se limita en ser justo sino que va más allá, deseando amar y ser amado. 

Uno de los síntomas de un matrimonio sano es cuando cada uno considera que recibe del otro más de lo que uno mismo merece, es decir, cuando uno se considera indigno de la persona amada. Cuando ambos se consideran indignos del otro es señal que su relación se basa en el amor y no en la justicia. 

En efecto, considerarse, en cierta medida, indigno de la persona amada ayuda a valorar los dones que de ella se recibe y ayuda a superar el sentido de culpabilidad por los propios errores. 

Si uno se considera indigno, valorará como algo gratuito y no merecido todo el cariño y entrega que de la persona amada recibe; en cambio, si uno se considera digno de tal amor, todos esos detalles serán recibidos como simple respuesta de justicia debida. 

De igual modo, uno acepta los propios errores de modo diverso dependiendo de si se vive en una actitud de amor o simplemente de justicia. Si la relación se basa en la justicia, nacerá un sentido de culpabilidad que no sanará incluso si la otra parte perdona, pues nunca se merece el perdón. 

Pero si la relación se basa en el amor, los fallos "lejos de deprimir el entusiasmo, le pondrá alas" (n. 9) para encontrar nuevos y mejores modos de manifestar el amor. 

Algo similar nos ocurre cuando consideramos nuestros pecados de cara a la constante fidelidad de Dios. Si mi relación con el Señor se basa en la justicia siempre me sentiré culpable e indigno y su amor de Dios, en vez de ayudarme, me abrumará e, incluso, no aceptaré su perdón pues no me lo 
merezco. 

Pero todo es diverso si mi relación con Él se funda en el amor. 

Cierto que probaremos, "como Pedro, el mismo sentimiento de indignidad ante la grandeza del don divino". Pero el amor será capaz de superar las consecuencias de mi indignidad. Llama la atención cómo Jesucristo no exige en primer lugar a Pedro que le pida perdón sino que se le ame: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos?" (Jn 21, 15) "Es sobre la base de este amor consciente de la propia fragilidad" que nacerá nuevamente la confianza y la entrega a la persona amada. 

Pedro, lleno de amor por el Maestro, y viéndose incapaz de obtener fruto, confía plenamente en su palabra. La pesca milagrosa es muy significativa. Cristo no pide a Pedro algo nuevo o diverso de lo que había realizado antes. Le pido lo mismo, lanzar las redes como hizo en la noche,pero en esta ocasión fiándose de su palabra. "Jesús pide un acto de confianza en su palabra" (n. 7). 

El cristiano que ama de verdad a Cristo, sabiéndose pecador e indigno, se acerca a la confesión. Sabe que por sí mismo no es capaz de cambiar, por eso se fía de Dios y de su perdón. Y regresa a su vida para lanzar nuevamente las redes con la seguridad de que la gracia alcanzada en la confesión iniciará a llenar sus redes de buenas obras. Cuando uno ama, el hecho de saberse indigno le impulsa a confiar en la persona amada, es decir, a fiarse plenamente de su amor. 

Pedro, porque ama al Señor, aunque se sienta indigno, no sólo confía en Él, sino que "se siente en la necesidad de testimoniar y de irradiar su amor". De igual modo, el cristiano que se sabe indigno pero ama, es impulsado por el amor a entregarse con más ahínco a la persona que ama para demostrarle que aquel error o fallo no expresa realmente lo que su corazón siente por Él. 

El cristiano es alguien que se sabe indigno de un Dios tan grande y por ello confía, ama y se entrega a Él. 

Quien se confiesa es aquella persona que, consciente de su pecado, desea escuchar del Señor las palabras: ’lanza otra vez tus redes, pero en esta ocasión confiando en mí’. 

Quien se confiesa es aquella persona que quiere decir a Dios: te amo, por eso, no tengas en cuanta mis pecados sino la fe y el amor de mi corazón.

DIOS NOS REPRENDE CON UNA CARICIA

Autor: SS Francisco | Fuente: Catholic.net
Dios nos reprende con una caricia
Confiémonos en las manos de Dios, como un niño se confía en las manos de su papá. ¡Esas son manos seguras!
Dios nos reprende con una caricia

Fragmento de la homilía del Papa francisco el la misa del martes 12 noviembre en Santa Martha

Confiémonos a Dios como un niño se confía en las manos de su papá. El santo padre ha reiterado que el Señor no nos abandona nunca y ha subrayado que también cuando nos reprende, Dios no nos da una bofetada sino una caricia.

"Dios ha creado al hombre para la incorruptibilidad", pero "por la envidia del diablo ha entrado la muerte en el mundo".

Hay un pasaje del Libro de la Sabiduría que recuerda nuestra creación. La envidia del diablo, ha hecho posible que comenzase esta guerra, "este camino que termina con la muerte y ha entrado en el mundo y la experimentan aquellos que le pertenecen".

Todos tenemos que pasar por la muerte, pero una cosa es pasar por esta experiencia con una pertenencia al diablo y otra cosa es pasar por esta experiencia de la mano de Dios. Y a mí me gusta escuchar esto: "Estamos en las manos de Dios desde el principio". La Biblia no explica la Creación, usando una imagen hermosa: Dios, con sus manos nos hace del barro, de la tierra, a su imagen y semejanza. Son las manos de Dios las que nos han creado: el Dios artesano, ¿eh? Como un artesano nos ha hecho. Estas manos del Señor... Las manos de Dios, que no nos abandonan.

La Biblia, narra como el Señor le dice a su pueblo: "Yo camino contigo, como un papá con su hijo, llevándolo de la mano". Son las manos de Dios las que nos acompañan en el camino.

Nuestro Padre, como un Padre con su hijo, nos enseña a caminar. Nos enseña a ir por el camino de la vida y de la salvación. Son las manos de Dios las que nos acarician en los momentos de dolor, nos consuelan. ¡Es nuestro Padre el que nos acaricia! Nos quiere mucho. Y también en estas caricias, muchas veces, está el perdón. Una cosa que me ayuda es pensar esto. Jesús, Dios, ha traído consigo sus llagas: se las hace ver al Padre. Este es el precio: ¡Las manos de Dios son manos llagadas por amor! Y esto nos consuela mucho.

Muchas veces, escuchamos decir a las personas que no saben en quien confiar: "¡Confíate en las manos de Dios!. Esto, es bello porque allí estamos seguros: es la máxima seguridad, porque es la seguridad de nuestro Padre que nos quiere mucho. Las manos de Dios, también nos curan de nuestras enfermedades espirituales.

Pensemos en las manos de Jesús, cuando tocaba a los enfermos y los curaba, son las manos de Dios: ¡Nos curan! ¡No me imagino a Dios dándonos una bofetada! No me lo imagino. Reprendiéndonos sí me lo imagino, porque lo hace. Pero nunca, nunca nos hiere. ¡Nunca! Nos acaricia.

También cuando nos reprende lo hace con una caricia porque es Padre. "Las almas de los justos están en las manos de Dios". Pensemos en las manos de Dios, que nos ha creado como un artesano, que nos ha dado la salud eterna. Son manos llagadas y nos acompañan en el camino de la vida. Confiémonos en las manos de Dios, como un niño se confía en las manos de su papá. ¡Esas son manos seguras! 

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 26 DE NOVIEMBRE DEL 2013

EL EVANGELIO DE HOY
Martes 26 de Noviembre del 2013

Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): 

En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». 

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

Comentario: Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

Meditación:

No quedará piedra sobre piedra
Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, con la energía de un himno cristiano de Cataluña, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».