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domingo, 6 de octubre de 2013

ORACIÓN PARA ALEJAR LOS MIEDOS


ORACIÓN PARA ALEJAR LOS MIEDOS

Padre hay momentos en que he sentido mucho miedo
Momentos desconcertantes y tormentosos y es cuando digo:
Padre acude a mí en éste momento en que tengo miedo.
Acude a mí cuando dudo, cuando me atormento por el dolor y la incomprensión.
Acude a mi cuando el Mundanal Ruido me afecta y no lo entiendo
Acude a mí en todo momento en que me veas atormentado por la ignorancia de pensar que no estás cerca.
Acude a mí cuando me enfermo no solo del cuerpo sino del espíritu
Acude a mí a perdonarme por pensar que no estás cerca
Acude a mí; pues yo te alabo y bajo tu frondoso árbol me acuesto a dilucidar tus pensamientos y a entonarme con tu Amor y tu Sapiencia.

Así sea

AYÚDAME, SEÑOR...


AYÚDAME, SEÑOR...

Ayúdame Señor, que mis fuerzas flaquean,
Ayúdame, Tu que tanto conoces mi pesar,
Ayúdame a no perder nunca la sonrisa
Y a regalar siempre alegría a los demás.
Ayúdame Señor, a perdonar a quien me hiere,
Y a olvidar las injusticias que hacen mal,
Ayúdame a mitigar el dolor del que sufre
Y a extender mi mano con dulzura y mucha paz.
Ayúdame Señor, a no pecar preparando el camino
Que a Ti me lleve en poco tiempo mas,
Y a sembrar el sendero que hacia Ti hoy transito
Con semillas de amor, de fe y de humildad.

LA SANTA MISA


LA SANTA MISA

Catecismo Mayor de San Pío X
Esencia, institución y fines del santo sacrificio de la Misa

1. ¿Es la Eucaristía solamente sacramento?
La Eucaristía, además de sacramento, es también el sacrificio perenne de la nueva ley dejado por Jesucristo a su Iglesia para ser ofrecido a Dios por mano de los sacerdotes.

2. ¿Qué es la santa Misa?
La santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz.

3. ¿Es el sacrificio de la Misa el mismo de la Cruz?
El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por manos de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares; mas, cuanto al modo con que se ofrece, el sacrificio de la Misa difiere del sacrificio de la Cruz, si bien guarda con éste la más íntima relación.

4. ¿Qué diferencia y relación hay entre el sacrificio de la Misa y el de la Cruz?
Entre el sacrificio de al Misa y el de la Cruz hay esta diferencia y relación: que en la Cruz, Jesucristo se ofreció derramando su sangre y mereciendo por nosotros, mientras en nuestros altares se sacrifica Él mismo sin derramamiento de sangre y nos aplica los frutos de su pasión y muerte.

5. ¿Qué otra relación guarda el sacrificio de la Misa con el de la Cruz?
La otra relación que guarda el sacrificio de la Misa con el de la Cruz es que el sacrificio de la Misa representa de un modo sensible el derramamiento de la sangre de Jesucristo en la Cruz; porque, en virtud de las palabras de la consagración, se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino sólo la Sangre de nuestro Redentor; si bien, por natural concomitancia y por la unión hipostática, está presente bajo cada una de las especies Jesucristo vivo y verdadero.

6. ¿Es el sacrificio de la Cruz el único sacrificio de la nueva ley?
El sacrificio de la Cruz es el único sacrificio de la nueva ley, en cuanto por él aplacó el Señor la divina justicia, adquirió todos los merecimientos necesarios para salvarnos, y así consumó de su parte nuestra redención. Más estos merecimientos nos los aplica por los medios instituidos por Él en la Iglesia, entre los cuales está el santo sacrificio de la Misa.

7. ¿Para qué fines se ofrece la santa Misa?
El sacrificio de la santa Misa se ofrece a Dios para cuatro fines: 1º, para honrarle como conviene, y por esto se llama latréutico; 2º, para agradecerle sus beneficios, y por esto se llama eucarístico; 3º, para aplacarle, para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio, por lo cual se llama propiciatorio; 4º, para alcanzar todas las gracias que nos son necesarias, y por esto se llama impetratorio.

8. ¿Quién es el que ofrece a Dios el sacrificio de la santa Misa?
El primero y principal oferente de la santa Misa es Jesucristo, y el sacerdote es el ministro que en nombre de Jesucristo ofrece el mismo sacrificio al eterno Padre.

9. ¿Quién instituyó el sacrificio de la santa Misa?
El sacrificio de la santa Misa lo instituyó el mismo Jesucristo cuando instituyó el sacramento de la Eucaristía y dijo que se hiciese en memoria de su pasión.

10. ¿A quién se ofrece la santa Misa?
La santa Misa se ofrece a solo Dios.

11. Si la santa Misa se ofrece a solo Dios, ¿por qué se celebran tantas Misas en honor de la Santísima Virgen y de los Santos?
La Misa que se celebra en honor de la Santísima Virgen y de los Santos es siempre un sacrificio ofrecido a solo Dios; se dice, empero, que se celebra en honor de la Santísima Virgen y de los Santos a fin de que Dios sea alabado en ellos por las mercedes que les hizo y nos dé más copiosamente por su intercesión las gracias que nos convienen.

12. ¿Quién participa de los frutos de la Misa?
Toda la Iglesia participa de los frutos de la Misa, pero en particular: 1º, el sacerdote y los que asisten a la Misa, los cuales se consideran unidos al sacerdote; 2º, aquellos por quienes se aplica la Misa, así vivos como difuntos.
Manera de asistir a la santa Misa

13. ¿Qué cosas son necesarias para oír bien y con fruto la santa Misa?
Para oír bien y con fruto la santa Misa son necesarias dos cosas: 1ª, modestia en el exterior de la persona; 2ª, devoción del corazón.

14. ¿En qué consiste la modestia de la persona?
La modestia de la persona consiste de un modo especial en ir modestamente vestido y en guardar silencio y recogimiento.

15. ¿Cuál es la mejor manera de practicar la devoción del corazón mientras se oye la santa Misa?

La mejor manera de practicar la devoción del corazón mientras se oye la santa Misa, es la siguiente:

1º. Unir desde el principio nuestra intención con la del sacerdote, ofreciendo a Dios el santo sacrificio por los fines para que fue instituido.

2º. Acompañar al sacerdote en todas las oraciones y acciones del sacrificio.

3º. Meditar la pasión y muerte de Jesucristo y aborrecer de corazón los pecados que fueron causa de ella.

4º. Hacer la Comunión sacramental.

LA IGLESIA


LA IGLESIA

Jesucristo, el Señor Resucitado,
sigue presente entre nosotros por medio de su Iglesia,
su Cuerpo, su Sacramento;
la Iglesia, icono de la Trinidad;
la Iglesia, Madre, Esposa, Virgen;
la Iglesia, “experta en humanidad”;
la Iglesia, Misterio y Don, vivificada por el Espíritu,
administradora y dispensadora de los misterios de Dios y de toda gracia;
Católica en su alma, sin exclusividades,
sin formas cerradas ni un único modo de santidad;
Católica, con la riqueza, siempre fiel y renovada de la Tradición,
que no divide ni separa, sino que une en Comunión, que integra;
rica en su liturgia, hermosa por la vida de sus hijos,
embellecida por el Espíritu con la santidad de sus miembros,
los santos, llamados, con razón, “los mejores hijos de la Iglesia” .

EL EVANGELIO DE HOY: 06.10.2013

Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
¿Dónde está la diferencia?
Lucas 17, 5-10. Tiempo Ordinario. Fe es también saber obedecer y servir a Dios con humildad, sencillez, amor y dedicación.
 
¿Dónde está la diferencia?
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 5-10

Dijeron los apóstoles al Señor; Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: Arráncate y plántate en el mar, y os habría obedecido. ¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: Pasa al momento y ponte a la mesa? ¿No le dirá más bien: Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.

Oración introductoria

Señor, te pido que aumentes mi fe, porque aunque soy católico, tiendo a creer sólo aquello que me conviene. Me comprometo en el apostolado, pero sin poner realmente todo mi esfuerzo. Que esta oración abra mi entendimiento y fortalezca mi voluntad para saber que soy capaz de mover montañas, si hago lo que tengo que hacer.

Petición

Jesús, dame la gracia de vivir con un espíritu de servicio profundo y, que cuando haya servido, esté convencido en lo profundo de mi corazón que sólo he hecho lo que tenía que hacer.

Meditación del Papa Francisco

Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia. (S.S. Francisco, 14 de abril de 2013).

Reflexión

¿Cuál es la diferencia entre un creyente y un ateo? ¿O qué distingue a una persona religiosa de otra que es indiferente a la religión? Por supuesto que muchas cosas. Pero yo creo que la diferencia más fundamental es, precisamente, la fe. Es muy diferente creer y no creer, tener fe o vivir como si Dios no existiera.

Muchas veces he preguntado a niños, jóvenes y adultos si es igual estar bautizado o no, tener fe o no tenerla; y qué es lo que hace la diferencia. Y, desafortunadamente, no siempre me lo han sabido decir. Yo estoy convencido de que existe un abismo entre uno y otro. La persona bautizada ha recibido, además de la purificación del pecado original y la filiación divina –que es un regalo verdaderamente increíble- el don incomparable de la fe. Y la fe cambia radicalmente la vida. Es como si un ciego de nacimiento comenzara a ver y pudiera contemplar toda la belleza de esta maravillosa creación que Dios ha hecho para nosotros. O como si un hombre encerrado en una cueva fuera, de pronto, llevado a la cima de una elevada montaña para contemplar desde las alturas todos los valles y el paisaje que se extiende delante de sus ojos.

Una persona con fe es tremendamente afortunada. Tiene en su mano la llave de la felicidad y el secreto para vivir en paz, con alegría y serenidad todos los momentos de su existencia, incluso los más difíciles e incomprensibles para nuestra pobre naturaleza humana. Muchas veces he podido asistir y acompañar a tantas personas en momentos terribles de dolor –ante la muerte de un ser querido o ante desgracias inesperadas— y siempre me han dado mucho que pensar. Unos, porque han sabido aceptar esos sufrimientos con una grandísima paz y serenidad, y siempre me han edificado muchísimo; y los otros porque, en las mismas circunstancias o ante situaciones menos dramáticas, se han rebelado contra Dios, se han desesperado y perdido temporalmente la luz e incluso la razón de su misma existencia....

¡De veras que la fe cambia radicalmente la vida! Y, por desgracia, en nuestro mundo secularizado de hoy –sobre todo acá en Europa— es cada vez más frecuente encontrar a gente que se declara agnóstica o que, siendo cristianos, viven una fe muy superficial y subjetiva; o que, por el ambiente tan materialista que los envuelve, parece como si Dios no existiese para ellos.

En el Evangelio de hoy, los discípulos le piden a nuestro Señor, a quemarropa: "Señor, auméntanos la fe". Seguramente, al lado de Cristo, ya habían aprendido lo que era la fe, y la diferencia tan abismal entre una persona creyente y otra incrédula. Jesús, antes de hacer cualquier milagro, ponía siempre la fe como condición para realizarlo. Aquella mujer sirofenicia, a pesar de no pertenecer al pueblo elegido, arrancó de Cristo la curación de su hijita gracias a su fe humilde y perseverante. Y aquel centurión romano –que también era "pagano"- logró de Jesús un milagro para uno de sus servidores enfermos, y nuestro Señor quedó profundamente conmovido ante una fe tan maravillosa. Fue también la fe de aquella mujer hemorroísa la que arrancó de Cristo su curación, después de doce años enferma y tras haber gastado toda su fortuna en médicos. Gracias también a la fe, Jairo consiguió que Jesús resucitara a su hijita muerta.

Todo el Evangelio está lleno de estos ejemplos. Y Cristo nos dice hoy algo muy impresionante. Tal vez, a fuerza de escucharlo, ya nos hemos acostumbrado. Pero fijémonos muy bien en sus palabras: "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, dirías a esta morera: -Arráncate de raíz y plántate en el mar-, y os obedecería".

¿Cuántos de nosotros, que nos llamamos buenos cristianos –y que, seguramente lo somos- hemos hecho algún milagro? O mejor: ¿cuántos milagros hemos realizado hasta el día de hoy, gracias a nuestra fe en Cristo? Cristo cumple siempre su palabra. Entonces, ¿dónde está el problema? Tal vez en que nuestra fe es tan, tan pequeña que no llega ni siquiera al tamaño de un minúsculo granito de mostaza... Y no me estoy refiriendo yo a milagros "espectaculares". Cuando Cristo habla de trasplantar moreras y de mover montañas, se refiere no tanto a las montañas físicas, sino a las dificultades de la vida y a circunstancias aparentemente insuperables. La fe, si es auténtica, es capaz de remover obstáculos gigantescos.

En la segunda parte del Evangelio de hoy se nos presenta otro tema que, en apariencia, no tiene nada que ver con esta primera parte. Nuestro Señor nos pone el caso del criado que sirve a su amo en cuanto éste llega del campo. Y Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Acaso deberá estar agradecido con el criado porque ha hecho lo mandado?". La frase, aunque cierta, podría desconcertarnos un poco, como si nuestro Señor nos estuviera diciendo que Dios no tiene por qué agradecer nuestros servicios. Aparte de que no se ve mucha relación con el tema de la fe, la afirmación parece un poco dura...

Pero vamos a explicarlo. Hay que decir, en primer lugar, que no tenemos que aplicar esta frase a Dios, sino a nosotros. O sea, Jesús no nos está revelando los sentimientos del Padre en relación con nosotros, sino que nos está indicando cuáles deben ser nuestros sentimientos y actitudes personales en nuestras relaciones con Dios. En otras palabras, nuestro Señor no se identifica con ese amo de la parábola, que con razón nos resulta un poco chocante: un arrogante señorón, mandón y orgulloso, que primero se interesa de sí mismo y luego de los demás. En realidad, el amo tiene el derecho de comportarse así con el criado, pero nos parece egoísta y pretencioso. Al menos, debería cuidar las buenas formas de educación, también con su criado.

Pero hay que mirar las cosas en sentido inverso. Es decir, desde la perspectiva del criado. Nosotros somos esos "siervos inútiles" del Evangelio. Y, cuando hayamos hecho todo lo que nos está mandado, digamos como el siervo de la parábola: "Somos unos siervos inútiles, y lo que teníamos que hacer, eso hicimos".

Somos nosotros los afortunados al haber sido llamados por Dios para su servicio. Es una honra y un santo orgullo poder ser contados entre los servidores de Dios. Y lo que necesitamos para cumplir bien con nuestro deber es, ante todo, una grandísima humildad, disponibilidad, empeño generoso y docilidad para servir y obedecer. Es un don gratuito el que hemos recibido de parte de Dios. ¡Y dichosos nosotros si nos comportamos así! Además, es lo único lógico y sabio que podemos hacer, siendo creaturas e hijos de un Padre tan generoso y tan bueno.

Esto, en definitiva, es también fe. No sólo es la capacidad para hacer milagros. Fe es también saber obedecer y servir a Dios con humildad, sencillez, amor y dedicación. La fe debe traducirse en obras. Si no –como nos dice el apóstol Santiago— "es una fe muerta" (cfr. St 2, 14-26) . La fe debe ser activa y operante para ser auténtica. Una fe amorosa hecha obediencia, humildad y servicio fiel a Dios nuestro Señor.

Propósito

Disponer lo necesario para que la asistencia en familia a la celebración dominical de la Eucaristía sea el momento más importante del día.


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  • P. Sergio Cordova LC