Páginas

domingo, 8 de septiembre de 2013

FELIZ CUMPLEAÑOS, VIRGEN MARÍA!!! 8 DE SETIEMBRE


Autor: Don Ángel Moreno de Buenafuente | Fuente: www.la-oracion.com
Nacimiento de María. Un regalo de cumpleaños
Sentimos inmensa alegría, felicitamos a la Virgen María en la fiesta de cumpleaños.

Nacimiento de María. Un regalo de cumpleaños

Hoy, fiesta del nacimiento de la Virgen María, Estrella de la mañana, como la invoca San Bernardo, quiero poner nombres a la constelación celeste que corona a la Mujer vestida de sol y que tiene a la luna por pedestal, la dispuesta por Dios para ser madre suya. 

María es la Inmaculada, la concebida sin pecado. Dios podía liberar a quien iba a ser madre de su Hijo de toda mancha de pecado, lo quiso y lo realizó. Ella es la sin-pecado. 

María es la colmada de gracia, la amada de Dios; así la llama el ángel Gabriel como nombre propio, y esa identidad configura esencialmente la vida de la Nazarena. 

María es la mujer creyente, la que se fía de Dios; así la saluda su prima Isabel: "Dichosa tu, que has creído". Ella es nuestra madre en la fe. 

María es , que abandona su propio proyecto por el que le revela el Ángel de Dios: "Hágase en mí según tu Palabra". 

María es la madre del Verbo encarnado: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo", el Hijo de Dios. Es la madre de Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero, es también verdadera Madre de Dios. 

María es la contemplativa por excelencia, ella "guardaba todas estas cosas en su corazón". Maestra en acoger la Palabra, meditarla y alumbrarla. 

María es la mujer servicial: "Subió deprisa a la montaña a servir a su prima". Ella se tiene por esclava, servidora del Señor, y de cuantos tengan necesidad de su ayuda. 

María es la mujer agradecida, sensible a los dones recibidos. No se cree con derechos y reconoce a quien es la causa de su privilegio: "Proclama mi alma la grandeza del Señor". 

María es mujer solidaria, sensible, social. La vemos actuar en el marco de una boda de manera comprometida cuando le dice a su Hijo: "No tienen vino". 

María es la mujer fuerte, no se arredra frente a la dificultad. "Junto a la Cruz estaba María, su madre". 

María es la mujer orante; dialogó con el Ángel, acudió al templo con angustia buscando a su Hijo, se reunió con los discípulos a la esperan del don del Espíritu Santo. 

María es la mujer ensalzada, gloriosa, colocada junto a su Hijo en el cielo. 

Por todos estos motivos, a la vez que sentimos inmensa alegría, felicitamos a la Virgen María en la fiesta de cumpleaños. 

Por el nacimiento de María se enciende nuestra esperanza, el sentido de nuestra peregrinación. Ella, Medianera de todas las gracias, permanece en el desierto como mujer entrañable. 

EL EVANGELIO DE HOY: 08.09.2013

Autor: P. Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Las olimpiadas del cielo
Lucas 14, 25-33. Tiempo Orinario. Jesús sabe de sobra que muchas veces tendremos caídas, fracasos y derrotas. ¿Quién no las tiene? Nadie nace campeón ni vencedor.
 
Las olimpiadas del cielo
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 25-33


En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos les dijo: "Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Porque, ¿Quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla?. No sea que, después de haber hechado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comienzen a burlarse de él, diciendo: ´Este hombre comenzó a contruir y no pudo terminar´. O que rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz. Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípiulo".

Oración introductoria

Dios mío, no hay camino más corto y más seguro para alcanzar la felicidad que el conocimiento, amor, imitación y seguimiento de tu Hijo Jesucristo. Tú eres la fuente de todo lo bueno en mi vida. Nada de lo que me pasa sucede sin tu consentimiento y siempre, aunque a mí me pueda parecer que no, es para mi bien. Por eso, con gran confianza inicio mi oración, sé que será el medio para unirme contigo, en la mente y en el corazón.

Petición

Jesús, quiero ser tu discípulo y misionero, ayúdame a recoger mi cruz y a llevarla con fe y alegría; nunca dejes que me canse y busque otros caminos, engañosamente más fáciles.

Meditación del Papa Francisco

Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que nadie puede llevárselo consigo, lo debe dejar. Mi abuela nos decía a los niños: El sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también – cada uno lo sabe y lo conoce – nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte. (S.S. Francisco, 24 de marzo de 2013).

Reflexión

Hace tiempo escribí uno de mis artículos, como el que ahora escribo. Recuerdo que hablaba del radicalismo evangélico y de la necesidad de darlo todo para seguir a Jesús. Aludía al ejemplo de Hernán Cortés. Cuando desembarcó en México, mandó quemar las naves para que ninguno de sus hombres se sintiera tentado de echar marcha atrás. Y decía yo en esa ocasión que también los cristianos deberíamos "quemar nuestras naves" para seguir al Señor. O sea, que teníamos que "vender todo" para ser dignos discípulos suyos.

Pasados unos días, me comentó con gran confianza una persona amiga que, aunque eso era cierto, si se presentaban las cosas así de drásticas, nadie sería capaz de seguir a Jesús y que, vista así la situación, el ser discípulo de Cristo sería privilegio de muy pocas almas –las consagradas— pero no de los "cristianos de a pie", que luchan cada día contra mil obstáculos para tratar de ser buenos. Al fin y al cabo, a la mayoría de la gente del mundo les va "como en feria".

Confieso que ese comentario me ayudó mucho a comprender más a las personas, a ver el mensaje "desde el otro lado", desde la gente que escucha. Y, aunque tiene razón, también estoy convencido de que no podemos bajar el listón. Cuando se celebraban las Olimpíadas, todos podemos contemplar el impresionante esfuerzo que hacen los atletas en sus competiciones. A ellos no se les rebajan los récords o la marca olímpica. Deben luchar todos por superarla. Y los más avanzados son los que reciben las medallas.

Algo semejante ocurre en la vida cristiana. Ya Pablo, hablando a los corintios –gente familiarizada con los deportes agónicos y las competencias olímpicas- usaba la imagen de los atletas que corren en el estadio y de los que luchan en el pugilato para hablar de la ascesis cristiana y de la constante superación para alcanzar a Cristo (I Cor 9, 24-27).

Pues este domingo nuestro Señor vuelve a abordar el mismo tema en el Evangelio. Y lo hace con los mismos tonos aparentemente duros e intransigentes: "Si alguno quiere seguirme y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo". La verdad, ¡nuestro Señor “se pasa” con estas exigencias! Nunca había pedido alguien tanto a sus seguidores, como Cristo: ni Sócrates, ni Buda, ni Confucio. Y nadie después de Él se atrevería jamás a presentar tamañas exigencias. Sería propio de un loco. O de Dios.

Es verdad, Cristo es exigente y no se anda con rodeos. Ni engaña a nadie. Él quiere posturas claras y entregas totales. No medianías ni mediocridades. Pero hemos de entender bien las palabras del Señor. La palabra "odiar" tiene para nosotros un sentido muy duro y excluyente. No así en el arameo, la lengua que habló nuestro Señor. Los exegetas traducen este verbo por "posponer, preferir". Así, Cristo quiso decir que el que prefiere o ama a sus seres queridos o a sí mismo más que a Él, no puede ser su discípulo. Bien. Eso ya nos aclara un poco el sentido de las palabras de Jesús, pero no por ello dejan de ser muy exigentes.

Además, hemos de recordar otra cosa muy importante: nuestro Señor es infinitamente bueno y comprensivo, y se adapta a la situación espiritual de cada persona. Él siempre nos espera y guarda hacia nosotros una infinita paciencia y misericordia. Nunca nos atropella con sus exigencias. Pero no por eso nos baja el listón. Como en las Olimpíadas. Si no ganamos la medalla de oro en esta ocasión, hemos de seguir preparándonos para ganarla en las siguientes. Para Dios siempre hay tiempo y posibilidades, mientras dura la vida y la buena voluntad. A todos nos da pena y sentimos una cierta compasión cuando miramos la fatiga de los atletas y vemos que no todos consiguen el premio. Pues, ¿qué hemos de pensar de nuestro Padre Dios? Yo me imagino que nos contempla con infinita simpatía y ternura, como el papá que ve a su hijito de un año hacer grandes esfuerzos para ponerse de pie y dar sus primeros pasos. Más aún, Él mismo nos anima, nos “echa porras” y sale a nuestro encuentro con los brazos abiertos para acogernos, levantarnos en aire y ayudarnos a seguir adelante.

La enseñanza de Jesús es, pues, muy clara. Nos dice que "el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo suyo". Y, aunque comprende nuestra debilidad y nuestra situación personal en los diversos momentos y circunstancias por los que pasamos en nuestra vida, no rebaja sus exigencias: tenemos que seguir esforzándonos para ganar el premio.

Nuestra ascesis exige ponderación, seriedad, sacrificio y clara conciencia de los riesgos y de las dificultades de la aventura. Por eso nos presenta el Señor esas dos parábolas –la de la construcción de la torre y de la empresa militar-. Nos pide prudencia para medir bien nuestras fuerzas y la magnitud de la dificultad, no para desanimarnos, sino para ser coherentes y consecuentes con nuestras determinaciones.

No debe ser, pues, una decisión tomada a la ligera, en un momento de sentimiento, de emoción o de euforia. Necesitamos mucha claridad en la elección, energía en la voluntad y un grandísimo amor en el corazón para seguir a Jesucristo. Y hemos de estar dispuestos para la fatiga y para aceptar la cruz con fe, con generosidad y con un enorme amor en el pecho. Amor que no son sentimientos, sino obras y donación, sobre todo en los momentos más oscuros de la vida.

Jesús sabe de sobra que muchas veces tendremos caídas, fracasos y derrotas. ¿Quién no las tiene? Nadie nace campeón ni vencedor. Los héroes y los santos no nacen. Se hacen. Sigamos luchando, pues, con grandísimos bríos y entusiasmo, aunque a veces, en el Maratón de la vida, en lugar de correr no podamos sino arrastrarnos. El Señor en persona vendrá en nuestra ayuda y el premio que nos dará no será una simple medalla de oro, sino la vida eterna. Con Cristo… ¡¡Sí se puede!!

Propósito

Por amor a la cruz de Cristo, hacer hoy una buena acción a ese miembro de mi familia con el que tengo más dificultades.


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Sergio Cordova LC