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PERSONA SANTA



Persona Santa
Autor: Anthony de Mello, S.J.
Libro: Caminar sobre las aguas


En la India, los místicos y los poetas se preguntaron muchas veces que es una persona santa. Y llegaron a respuestas maravillosas.

"La persona santa es como una rosa". ¿Ya ha escuchado decir a una rosa: "Daré mi fragancia solamente a las personas buenas que me huelan, y voy a negar mi perfume a las rosas malas?" ¡No, no! Expandir el perfume es la naturaleza de la rosa.

"La persona santa es como una lámpara encendida en un cuarto oscuro" ¿Puede una lámpara decir que va a iluminar solamente a las personas buenas y esconder su luminosidad de las personas malas?.

"La persona santa es como un árbol dando sombra tanto para las personas buenas como para las personas malas. El árbol da su sombra aún a la persona que lo está cortando Y si fuere aromático dejará su perfume en el hacha".

EL AMOR MÁS GRANDE

Autor: Coronel John W. Mansur | Fuente: Del Libro Chocolate caliente para el Alma
El Amor más grande
¿Serías capaz de dar la vida por un amigo?
 
El Amor más grande
El Amor más grande

Más allá de todos los blancos planeados, las bombas hicieron impacto en una pequeña aldea vietnamita, más exactamente en un orfanato a cargo de un grupo de misioneros. Todos éstos, y uno o dos niños, murieron en el acto. Hubo varios menores heridos, entre ellos, una pequeña de ocho años.

De inmediato, los habitantes de la aldea solicitaron asistencia médica a un pueblo vecino que tenía contacto radial con las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Finalmente, un médico norteamericano de la marina y una enfermera llegaron en un jeep, sin ningún otro implemento médico más que sus maletines. Cuando terminaron de examinar a todos los heridos, dijeron que la niña de ocho años presentaba el caso más crítico. Si no se actuaba de inmediato, moriría a causa de una conmoción cerebral y la pérdida de sangre.

Era imperioso hacerle con urgencia una transfusión de sangre y, para ello, se requería un donante compatible. Un rápido examen demostró que ni el médico ni la enfermera tenían el tipo de sangre que se necesitaba; en cambio, algunos de los niños heridos si lo tenían. Aunque de modo muy precario, el médico hablaba la lengua de los aldeanos y la enfermera tenía los conocimientos básicos de francés, aprendidos en el colegio secundario; ambos, con la ayuda de un lenguaje de señas improvisado, trataron de explicar a los pequeños y asustados espectadores que, si alguno no donaba sangre para la pequeña, ella moriría sin remedio. Luego les preguntaron si alguno en particular deseaba ser el donante.

Todos permanecieron callados, con los ojos completamente desorbitados. Tras un prolongado silencio, uno alzó su pequeña mano, temblorosa como una hoja, al mismo tiempo que la bajaba y la volvía a subir.

-¡Oh, muchas gracias! -dijo la enfermera, en francés-. ¿Cual es tu nombre?

-Heng -respondió el pequeño.

Sin perder tiempo, lo acostaron en una camilla, le frotaron el brazo con alcohol e introdujeron la aguja en una vena diminuta. Heng se mantuvo tieso y en silencio durante el primer paso de la dura experiencia.

Al cabo de un momento, cubriéndose la cara con el otro brazo, dejó oír un sollozo estremecedor.

-¿Te duele, Heng? -preguntó el doctor. El niño respondió que no, sacudiendo la cabeza, pero más tarde volvió a lamentarse, siempre cubriéndose el rostro. EL doctor insistió con su pregunta. Sin embargo, Heng volvió a responder que no con la cabeza.

Los sollozos discontinuos se transformaron en una incesante torrente de lágrimas, cerrando los ojos con fuerza y presionando el puño contra la boca. La enfermera y el médico se inquietaron ante la extraña actitud del niño. Era obvio que había un problema, y muy serio. Para entonces, se había hecho presente en el lugar una enfermera vietnamita para ofrecer ayuda, quien, al notar el sufrimiento del pequeño, se dirigió a él en su idioma. La enfermera escuchó atentamente la respuesta de Heng y le respondió con voz calma, procurando serenarlo.

Pasados unos minutos, el pequeño paciente dejo de llorar y, con ojos inquisidores, miró a la enfermera vietnamita. Cuando ella asintió con la cabeza, Heng suspiró aliviado.

Levantando la mirada, la enfermera se dirigió a los norteamericanos con estas palabras :

-Heng pensó que iba a morir. No comprendió lo que ustedes dijeron. Creyó que, para que la niña pudiera sobrevivir, él debía donar toda su sangre.

-Pero ¿por qué habría querido hacerlo? -preguntó la enfermera de la marina. La vietnamita le repitió la pregunta a Heng, y el respondió :

-Porque es mi amiga.

EL AGUA QUE QUERÍA SER FUEGO


El agua que quería ser fuego.

“Ya estoy cansada de ser fría y de correr río abajo. Dicen que soy necesaria. Pero yo preferiría ser hermosa. Y encender entusiasmos. Y hacer arder el corazón de los enamorados y ser roja y cálida. Dicen que yo purifico lo que toco, pero más fuerza purificadora tiene el fuego. Quisiera ser fuego y llama.” 

Así pensaba en septiembre el agua de un río de montaña. 
Y, como quería ser fuego, decidió escribir una carta a Dios y pedir que cambiara su identidad. 

“Querido Dios: Tú me hiciste agua. Pero quiero decirte con todo respeto que me he cansado de ser transparente. 
Prefiero el color rojo para mí. Desearía ser fuego. ¿Puede ser? 
Tú mismo, Señor, te identificaste con la zarza ardiente y dijiste que habías venido a poner fuego en la tierra. No recuerdo que te compararas con el agua. 
Por eso, creo que comprenderás mi deseo. No es un simple capricho. Yo necesito este cambio para mi realización personal...” 

El agua salía todas las mañanas a su orilla para ver si llegaba la respuesta de Dios. 
Una tarde pasó una lancha muy blanca y dejó caer al agua un sobre muy rojo. El agua lo abrió y lo leyó: 

“Querida hija: me apresuro a contestar tu carta. Parece que te has cansado de ser agua, yo lo siento mucho porque no eres un agua cualquiera. Tu abuela fue la que me bautizó en el Jordán, y yo te tenía destinada a caer sobre la cabeza de muchos niños. Tu preparas el camino del fuego. Mi espíritu no baja a nadie que no haya sido lavado por ti. El agua siempre es primero que el fuego.” 

Mientras el agua estaba embebida leyendo la carta, Dios bajó a su lado y la contempló en silencio. El agua se miró a sí misma y vio el rostro de Dios reflejado en ella. 

Y Dios seguía sonriendo, esperando una respuesta. 

Ella comprendió que el privilegio de reflejar el rostro de Dios, solo lo tiene el agua limpia... 

Suspiró y dijo: “Sí Señor, seguiré siendo agua, seguiré siendo tu espejo. Gracias. 

LA BIBLIA ROTA



La Biblia rota

Conoció a Jesucristo y asistía con asiduidad a la congregación.

Llevaba su ejemplar de las Escrituras en todo momento. Pero un sábado cualquiera, camino de la iglesia, amigos suyos lo llamaron desde una esquina. El fingió no escucharlos. Entonces de uno de sus antiguos compañeros de farra le ofreció a gritos: Ven, tómate una cerveza. Está fría, como te gusta. No la despreciarás. Y nuestro protagonista vaciló. Se detuvo. En su interior batallaba el viejo hombre que le decía: "Tómate una cerveza, no es pecado". Será solo una. Y también el hombre nuevo que insistía: No te dejes vencer por la tentación. Resiste. Dios está contigo. Y tomó una decisión: "Tomaré una cerveza". Luego vino otra y una tercera más. Terminó ebrio, sentado en una silla. La Biblia cayó a un lado.

Desde ese día Armando era conocido simplemente como "biblia rota". El asegura que tomarse un trago no es pecado. Y lo hace con demasiada frecuencia. Volvió a ser borracho de antes. Jamás lo olvide: los principios bíblicos no se negocian.

EL EVANGELIO DE HOY: 22.06.2013

Autor: H. Roberto Villatoro | Fuente: Catholic.net
No se preocupen por el día de mañana
Mateo 6, 24-34. Nuestra actitud es diferente cuando ponemos todo nuestro esfuerzo confiando en que Dios hará el resto.
 
No se preocupen por el día de mañana
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 24-34

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá l primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero. Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con que se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento ¿Y porqué se preocupen por el vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas. 

Oración introductoria

Señor, gracias porque estás siempre conmigo. Gracias por que no me abandonas, gracias por ser mi Padre. Ya sé que Tú me amas mucho y que harías lo que fuera para que sea feliz y alcance el cielo que nos has prometido. Pero ayúdame a ver de buen grado todos los acontecimientos de mi vida, sabiendo que ahí estás Tú.

Petición

Dios mío, confío en ti. ¿Cómo no confiar en ti? Padre, que me abandone en ti.

Meditación del Papa

Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios. Benedicto XVI, Ángelus del 27de febrero de 2011.

Reflexión 

Lo decía San Juan de la Cruz y otros grandes santos: "De Dios recibimos tanto cuanto esperamos". Lo que nos puede pasar a nosotros, cristianos de a pie, y no místicos como San Juan de la Cruz, es que no nos la creemos. No creemos en el abandono en Dios. Pensamos poco en quién es Dios, en su omnipotencia, en que Él es Padre y quiere lo mejor para nosotros. San Francisco de Asís se lo dijo al Papa, cuando quería fundar su pobre congregación: "La congregación será una madre muy pobre, pero Dios es un Padre muy generoso.
Es verdad que el abandono en Dios, no implica un abandono de las cosas de "aquí abajo". Tampoco nos puede llevar a desentendernos de nuestros deberes y responsabilidades. Pero nuestra actitud es diferente cuando ponemos todo nuestro esfuerzo confiando en que Dios hará el resto. "Dios pone casi todo y tú pones tu casi nada, pero Dios no pone su casi todo si tú no pones tu casi nada".

Propósito

Iré a visitar al Santísimo, y le confiaré mis proyectos, preocupaciones y alegrías.

Diálogo con Cristo

Padre, que no tenga miedo a abandonarme en ti. Que sepa, Dios mío, que el abandonarme en ti, implica toda mi vida. Tú me has tomado en serio, y por eso me cuidas, me proteges, me das la vida y muchos dones. Ayúdame, pues, para que al abandonarme en ti, yo también te tome en serio.


Toda mi esperanza estriba solo en tu gran misericordia 
(San Agustín, Conf. 10)




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