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lunes, 10 de septiembre de 2012

QUIÉN TIENE UN AMIGO... TIENE UN TESORO



Quién tiene un amigo, tiene un tesoro
Un amigo que es desde siempre y para siempre. Sabe transformar el juicio en perdón, la culpabilidad en inocencia, el sufrimiento en amor.
Autor: Jaime Bordons, L.C. | Fuente: Catholic.net


Distraigo su atención sólo para compartir con ustedes algo que viví hace poco.

Yo no sé porqué desde hace mucho tiempo escucho que el mejor amigo del hombre es el perro. Yo tenía uno y la verdad es que nunca lo percibí como a un amigo.


Cuando la vida arrecia fuerte, los problemas pesan mucho y las lágrimas surgen en lo más íntimo del corazón, se apetece la compañía de un amigo y se entiende mejor aquello que dice la Sagrada Escritura "quién tiene un amigo, tiene un tesoro"

Recientemente tuve el gozo (y digo bien, ¡gozo!) de atender espiritualmente a personas cuyas vidas no son un poema de amor, que conocen en carne propia el sabor de la derrota y el aroma del fracaso en sus múltiples variedades de dolor y desesperación.

Aquí lo fácil es juzgar y condenar, señalar con el dedo y alegrarnos nosotros de no ser así, de haber tenido mejor suerte.

A un amigo se le reconoce cuando lo necesitamos, cuando requerimos de un consejo, cuando nos hace falta que alguien nos escuche y comprenda.

En esas personas, después de conocer sus vidas y las heridas que laceraban sus almas, su fondo y la amargura de su dolor, vi de pronto brillar una esperanza. Habían encontrado, sorpresivamente, al mejor amigo.

Un amigo que es desde siempre y para siempre. Un amigo que sabe transformar el juicio en perdón, el pecado en pureza, la culpabilidad en inocencia, el sufrimiento en amor.

Uno de ellos me preguntó si el Cielo todavía era para él... Coloqué una imagen de ese amigo con el rostro agonizante en la mesa, comentamos juntos lo hizo por cada uno de nosotros y no fue necesaria otra respuesta. Gran hallazgo, ese amigo también había creado el Cielo para ellos, y diría más, pensando en ellos.

¡Cuánto nos hace falta descubrir el amor!

Esas personas que les comento, descubrieron que precisamente, cuando sentimos que tocamos fondo en la vida, cuando ya no le encontramos gusto a las cosas, es ahí precisamente, cuando en nuestra conciencia resuena la voz del amigo que viene en nuestra ayuda.

Su voz es suave y si no queremos no la escuchamos porque no usa violencia alguna, nunca sale en la radio ni en la televisión. Sólo gusta hablarnos en lo íntimo de la conciencia.

El amigo que así habla no busca nunca su propio interés sino el nuestro, sabe de dolores ya que Él los vivió primero que nosotros en carne propia y le agrada curar nuestras heridas más profundas, aquellas que tantas veces no nos atrevemos a reconocer.

Para mí fue un privilegio estar con ellos y poder contemplar y ser testigo que Él está cuando otros ya no quieren saber nada y nos ofrece sinceramente su amistad y su perdón. Y después dicen algunos por ahí que es aburrido ser sacerdote...

A todos ellos les vi con el rostro distinto, más tarde, terminada la Misa, con paz en el corazón y con una ilusión renovada en la vida.

¡Habían encontrado al amigo de sus almas!, "nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos"... nos enseñaba el Señor.

Por cierto, que no se me olvide decirles dónde vive ese amigo para que lo puedan encontrar (si así lo desean), vive en dos lugares a la vez: en el Cielo y en el Sagrario de la Capilla, en realidad los dos son lo mismo.

Desde allí, enseña a los que le visitan cómo cambiar en el dolor en esperanza, el olvido en amor, la propia cruz de cada día en vida eterna, porque precisamente es "el mejor amigo"


Que no nos engañen más con aquello de que el mejor amigo del hombre es el...

EL PODER DE UN BUEN PROPÓSITO


El poder de un buen propósito

¡Ahora! Vuelve a tu vida noble ahora. -No te dejes engañar: "ahora" no es demasiado pronto... ni demasiado tarde.

¿Quieres que te diga todo lo que pienso de "tu camino"? -Pues, mira: que si correspondes a la llamada, trabajarás por Cristo como el que más: que si te haces hombre de oración, tendrás la correspondencia de que hablo antes y buscarás, con hambre de sacrificio, los trabajos más duros... Y serás feliz aquí y felicísimo luego, en la Vida.

Esa llaga duele. -Pero está en vías de curación: sé consecuente con tus propósitos. Y pronto el dolor será gozosa paz.

Estás como un saco de arena. -No haces nada de tu parte. Y así no es extraño que comiences a sentir los síntomas de la tibieza. -Reacciona.



 Fr. Nelson M.
amigos@fraynelson.com

DE NUEVO, SOBRE EL PECADO...

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
De nuevo, sobre el pecado
Hace falta, tener valor para llamar las cosas por su nombre y para reconocer la propia falta.
 
De nuevo, sobre el pecado

No resulta fácil hablar del pecado. Primero, porque personalmente a nadie le gusta encararse con esta realidad. Segundo, porque provoca extrañeza tocar el argumento en ambientes donde el pecado es visto como un residuo de culturas ya superadas.

Nos cuesta, sí, en lo personal, hablar del pecado. Si hemos fallado a una promesa, si el egoísmo nos encerró en un capricho deshonesto, si dejamos abandonado al necesitado, con facilidad inventamos excusas que "borren" nuestro pecado.

"Estaba cansado... No era para tanto... En el mundo en el que vivimos no podemos ser perfectos... No siempre tengo que ser yo quien tienda una mano... Me encontraba en un momento muy tenso y me permití aquello como desahogo..."

Pero las muchas excusas que pasan por la cabeza no son suficientes para eliminar esa voz interior que nos susurra, respetuosamente, que hemos actuado mal, que hemos pecado.

Hace falta, en lo personal, tener valor para llamar las cosas por su nombre y para reconocer la propia falta. Sólo desde una actitud de sinceridad y desde la grandeza de alma podremos decir, sin excusas falsas: he pecado, he fallado ante Dios y ante mis hermanos.

Palpamos, además, que en muchos ambientes la gente ha cerrado los ojos y el corazón ante la idea del pecado. Psicólogos y sociólogos, filósofos y pensadores, literatos y personas “de la calle”, rechazan cualquier idea de pecado como obsoleta o incluso dañina.

Por eso explican las acciones ajenas (además de las propias) desde teorías más o menos articuladas. Algunos explican todo lo que hacemos o dejamos de hacer con la educación recibida en casa, en la escuela o en el grupo. Otros ven como origen de nuestros actos las fuerzas interiores de la propia psicología. Otros simplemente niegan la libertad y consideran que cada comportamiento humano está controlado por el destino, por las neuronas o por férreas "leyes de la naturaleza".

En esas perspectivas, no es posible negar que existen actos que causan rechazo y que son condenados. Pero incluso la condena queda explicada simplemente por el disgusto que esos actos provocan en algunos, sin que haya que calificarlos con una palabra, "pecado", que consideran fuera de lugar en un mundo moderno y maduro.

Las negaciones de uno mismo o de otros no pueden suprimir la realidad profunda del pecado, de ese acto que realizamos, con un conocimiento claro y con una aceptación plena, contra el amor. Porque en el fondo del pecado hay, como ya explicaba san Agustín, un rechazo a Dios y una opción extraña y egoísta por uno mismo. Es decir, el pecado nos aparta del núcleo más hermoso de toda existencia humana, porque nos impide amar a Dios y entregarnos sanamente a los hermanos.

Hace falta tener valor para recordar lo que es el pecado. Sólo entonces comprenderemos por qué Cristo vino al mundo y por qué murió en un Calvario. Manifestó, de esa manera, lo grave que es el pecado, al mismo tiempo que reveló esa verdad que da sentido a toda la existencia humana: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).

Cuando reconocemos, sencilla y honestamente, que hemos pecado, estamos listos para dar los siguientes pasos: pedir perdón, acoger la misericordia en el sacramento de la confesión, reparar el daño cometido, y empezar a vivir llenos de gratitud desde el abrazo que nos llega de un Dios cercano y misericordioso.


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  • P. Fernando Pascual LC