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domingo, 15 de abril de 2012

CREO EN LA MISERICORDIA DIVINA


Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Creo en la misericordia divina
Una devoción orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo.



Creo en la misericordia divina
Los católicos acogemos un conjunto de verdades que nos vienen de Dios. Esas verdades han quedado condensadas en el Credo. Gracias al Credo hacemos presentes, cada domingo y en muchas otras ocasiones, los contenidos más importantes de nuestra fe cristiana.

Podríamos pensar que cada vez que recitamos el Credo estamos diciendo también una especie de frase oculta, compuesta por cinco palabras: "Creo en la misericordia divina". No se trata aquí de añadir una nueva frase a un Credo que ya tiene muchos siglos de historia, sino de valorar aún más la centralidad del perdón de Dios, de la misericordia divina, como parte de nuestra fe.

Dios es Amor, como nos recuerda san Juan (1Jn 4,8 y 4,16). Por amor creó el universo; por amor suscitó la vida; por amor ha permitido la existencia del hombre; por amor hoy me permite soñar y reír, suspirar y rezar, trabajar y tener un momento de descanso.

El amor, sin embargo, tropezó con el gran misterio del pecado. Un pecado que penetró en el mundo y que fue acompañado por el drama de la muerte (Rm 5,12). Desde entonces, la historia humana quedó herida por dolores casi infinitos: guerras e injusticias, hambres y violaciones, abusos de niños y esclavitud, infidelidades matrimoniales y desprecio a los ancianos, explotación de los obreros y asesinatos masivos por motivos raciales o ideológicos.

Una historia teñida de sangre, de pecado. Una historia que también es (mejor, que es sobre todo) el campo de la acción de un Dios que es capaz de superar el mal con la misericordia, el pecado con el perdón, la caída con la gracia, el fango con la limpieza, la sangre con el vino de bodas.

Sólo Dios puede devolver la dignidad a quienes tienen las manos y el corazón manchados por infinitas miserias, simplemente porque ama, porque su amor es más fuerte que el pecado.

Dios eligió por amor a un pueblo, Israel, como señal de su deseo de salvación universal, movido por una misericordia infinita. Envió profetas y señales de esperanza. Repitió una y otra vez que la misericordia era más fuerte que el pecado. Permitió que en la Cruz de Cristo el mal fuese derrotado, que fuese devuelto al hombre arrepentido el don de la amistad con el Padre de las misericordias.

Descubrimos así que Dios es misericordioso, capaz de olvidar el pecado, de arrojarlo lejos. "Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja Él de nosotros nuestras rebeldías" (Sal 103,11-12).

La experiencia del perdón levanta al hombre herido, limpia sus heridas con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo conduce para ser curado en un mesón. Como enseñaban los Santos Padres, Jesús es el buen samaritano que toma sobre sí a la humanidad entera; que me recoge a mí, cuando estoy tirado en el camino, herido por mis faltas, para curarme, para traerme a casa.

Enseñar y predicar la misericordia divina ha sido uno de los legados que nos dejó el Papa Juan Pablo II. Especialmente en la encíclica Dives in misericordia (Dios rico en misericordia), donde explicó la relación que existe entre el pecado y la grandeza del perdón divino: "Precisamente porque existe el pecado en el mundo, al que Dios amó tanto... que le dio su Hijo unigénito, Dios, que es amor, no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia. Esta corresponde no sólo con la verdad más profunda de ese amor que es Dios, sino también con la verdad interior del hombre y del mundo que es su patria temporal" (Dives in misericordia n. 13).

Además, el beato Juan Pablo II quiso divulgar la devoción a la divina misericordia que fue manifestada a santa Faustina Kowalska. Una devoción que está completamente orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo. Reconocer ese amor, reconocer esa misericordia, abre el paso al cambio más profundo de cualquier corazón humano, al arrepentimiento sincero, a la confianza en ese Dios que vence el mal (siempre limitado y contingente) con la fuerza del bien y del amor omnipotente.

Creo en la misericordia divina, en el Dios que perdona y que rescata, que desciende a nuestro lado y nos purifica profundamente. Creo en el Dios que nos recuerda su amor: "Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldías por amor de mí y no recordar tus pecados" (Is 43,25). Creo en el Dios que dijo en la cruz "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34), y que celebra un banquete infinito cada vez que un hijo vuelve, arrepentido, a casa (Lc 15). Creo en el Dios que, a pesar de la dureza de los hombres, a pesar de los errores de algunos bautizados, sigue presente en su Iglesia, ofrece sin cansarse su perdón, levanta a los caídos, perdona los pecados.

Creo en la misericordia divina, y doy gracias a Dios, porque es eterno su amor (Sal 106,1), porque nos ha regenerado y salvado, porque ha alejado de nosotros el pecado, porque podemos llamarnos, y ser, hijos (1Jn 3,1).

A ese Dios misericordioso le digo, desde lo más profundo de mi corazón, que sea siempre alabado y bendecido, que camine siempre a nuestro lado, que venza con su amor nuestro pecado. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento" (1Pe 1,3-5).

CRISTO, CENTRO DE LA PASCUA



Cristo, centro de la Pascua



1) Para saber
Al terminar el tiempo de cuaresma y con el comienzo de la Pascua, la Iglesia quiere que pongamos nuestra atención en el misterio de nuestra salvación, y reconozcamos la centralidad de nuestro Señor Jesucristo a quien le debemos nuestra liberación.

El Papa Benedicto XVI nos invita a “celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación”. Dios nos envía a su Hijo, quien se sacrificará para que todos seamos justificados y perdonados.

Aunque le debemos nuestra salvación a Jesús, no significa que ya no debamos poner de nuestra parte lo que nos corresponde. Aunque sea muy poco lo que podemos participar en comparación con lo que ya hizo Nuestro Señor Jesucristo, a Dios le basta ese poco para aplicarnos los méritos de su Hijo.

2) Para pensar
En base a un ejemplo puesto por el predicador de la Santa Sede, el padre Raniero Cantalamessa, ponemos a continuación una comparación que nos puede hacer comprender mejor nuestra participación en la Redención de Cristo.

Era un hombre de escasos recursos que habiéndose casado, su mujer murió al dar a luz. El padre se hizo cargo de su hijo, el cual creció amándolo mucho, e hizo unos estudios sobresalientes. El padre, viudo, decidió volverse a casar y así tuvo más familia. Nacieron siete hijos. Mientras sus hermanastros aún eran pequeños, el hijo mayor comenzó a trabajar con gran éxito. Con muchas privaciones ahorró todo para regalarle un anhelo que su padre siempre había querido: una casa propia. Cuando ya tuvo el dinero, compró una casa grande en un millón de pesos. Decidió regalársela el día de su cumpleaños. Quiso hacer partícipes a sus hermanitos del regalo y, aunque sabía que casi no tenían dinero, les propuso que le dieran sus ahorros. Con gusto y generosidad aceptaron: el mayor de ellos, que tenía diez años, apenas llegaba a tener cincuenta pesos; una hermana que le seguía le dio veinte pesos; entre todos los restantes apenas juntaron diez pesos. No obstante, escribió una carta donde le agradecía a su padre todos sus esfuerzos por llevarlos adelante y al final firmaba él y los otros siete hijos.

Sobra decir cuán agradecido leyó el padre la carta. Al final les dio amorosamente un beso a cada uno, sabiendo que en realidad era el mayor el que la compró. Hicieron una fiesta en la nueva casa donde todos celebraron una nueva vida. Aunque no todos pagaron igual, todos disfrutaron y fueron felices en la nueva casa.

3) Para vivir
De manera semejante Cristo, que ama al Padre, es el hermano mayor que ya pagó todo el precio de nuestro rescate, con su preciosísima sangre, un precio exorbitante, como dice el Papa.

Jesús ha querido que nosotros también participemos con lo que tengamos. En su sacrifico al Padre que se hace presente en cada Misa, de un valor infinito, podemos unirnos ofreciendo con el corazón todo lo que somos y tenemos.

Como en el ejemplo, todos podemos disfrutar en la casa del Padre en la gloria de una nueva vida, la vida de la gracia. En esta Pascua agradezcamos a Jesucristo habernos salvado con su sacrificio y acudamos a los sacramentos para recibir la gracia ganada.
Pbro. José Martínez Colín 

ORACIONES BREVES A LA DIVINA MISERICORDIA




 ORACIONES BREVES
PARA REZAR A LAS TRES DE LA TARDE

Expiraste, Jesús, pero Tu muerte hizo brotar un manantial de vida para las almas y el océano de Tu misericordia inundó todo el mundo. Oh, Fuente de Vida, insondable misericordia divina, anega el mundo entero derramando sobre nosotros hasta Tu última gota de sangre. (IV, 59). 



Oh, Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, manantial de misericordia para nosotros, en Ti confío. (1, 35).


ESENCIA DE LA DEVOCION A LA DIVINA MISERICORDIA


La esencia de la devoción



La esencia de la devoción se sintetiza en cinco puntos fundamentales:



1. Debemos confiar en la Misericordia del Señor. Jesús, por medio de Sor Faustina nos dice:

"Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina". 



2. La confianza es la esencia, el alma de esta devoción y a la vez la condición para recibir gracias. 

"Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad". 


3. La misericordia define nuestra actitud ante cada persona.
"Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formar de ejercer misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y adora mi misericordia". 


4. La actitud del amor activo hacia el prójimo es otra condición para recibir gracias.

"Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá mi misericordia en el día del juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio".

5. El Señor Jesús desea que sus devotos hagan por lo menos una obra de misericordia al día.

"Debes saber, hija mía que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas".   

FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

 
Fiesta de la Divina Misericordia
Segundo Domingo de Pascua

"La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Diario, 300)
La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es Misericordioso y nos ama a todos ... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia" (Diario, 723). En este mensaje, que Nuestro Señor nos ha hecho llegar por medio de Santa Faustina, se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... "porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario, 742).
Con el fin de celebrar apropiadamente esta festividad, se recomienda rezar la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia; confesarse -para la cual es indispensable realizar primero un buen examen de conciencia-, y recibir la Santa Comunión el día de la Fiesta de la Divina Misericordia.