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CALUMNIAS ....

Calumnias


Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, y todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado.

Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:

"Quiero arreglar todo lo que hice, ¿como puedo hacerlo?", a lo que el sabio respondió:

"Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suéltalas donde quiera que vallas".

El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y en el cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo:

"Ya he terminado", entonces el sabio contesto:

"Esa era la parte fácil... ahora debes volver a llenar el saco con esas mismas plumas que soltaste, sal a la calle y búscalas".

El hombre se sintió muy triste pues sabía lo que eso significaba, y no pudo juntar casi ninguna. Al volver el hombre sabio le dijo:

"Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya esta hecho.

Lo único que puedes hacer ahora es perdirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".

BENDICE MIS MANOS...


Bendice mis manos
Autor:  Sabine Naegeli



Señor, bendice mis manos
para que sean delicadas y sepan tomar
sin jamás aprisionar,
que sepan dar sin calcular
y tengan la fuerza de bendecir y consolar.

Señor, bendice mis ojos
para que sepan ver la necesidad
y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra;
que vean detrás de la superficie
para que los demás se sientan felices
por mi modo de mirarles.

Señor, bendice mis oídos
para que sepan oír tu voz
y perciban muy claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos
al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman
y piden que las oigan y comprendan
aunque turben mi comodidad.

Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.

Señor, bendice mi corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría
con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.

PARÁBOLA DEL SALUDO...

Parábola del saludo


El saludo de todos los días es como una tarjeta de presentación ante los demás. Al saludar evita usar formas establecidas y protocolarias, rebuscadas por la vanidad de los hombres. Es mejor un saludo lleno de simplicidad, sin abusar de los saludos que por ahí corren.

Saludo chuleta: "¡Hola! No tengo tiempo ahora porque llego tarde. Ya nos veremos". Tan rápido es que ni siquiera da tiempo a contestar. Con este saludo (?) no se siente ni pena ni gozo, sino todo lo contrario.

Saludo paliza: contrario al anterio, pues es un saludo que nunca acaba y más parece discurso oficial que otra cosa, pues te cuentan la vida propia y la ajena, y al final no sabes si te han saludado o te han recitado la Biblia en pasta, Dios me perdone.

Saludo dentífrico: "¡Qué bien estás! Buen tiempo tenemos, ¿verdad?". Esto se va diciendo con la voz engolada y sin dejar de enseñar los dientes. Te quedas perplejo, porque el remedo de beso se pierde en el aire y no sabes si te han saludado a ti o a la pelusa del aire. Parece que eso es cumplir el expediente o salir del paso, y para eso mejor es no perder el tiempo.

El arte de saludar a quienes nos encontramos en el camino debe ser aprendido por todos, de tal manera, que nos quitemos de la cabeza esos saludos tontos, sinsentido, que están llenos de palabras de adulación... Cuando se saluden entre ustedes, haganlo con sencillez y con verdad, pues el hermano lee mejor el corazón que entiende los sonidos.

El documento Nican Mopohua (1649) describe los encuentros de la Virgen Santa María de Guadalupe con el indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. La Señora se presenta como "la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive...". Juan Diego dice, por su parte, que ante ella se siente "un hombrecillo, cordel, escalerilla de tablas, cola, hoja, gente menuda". A ella se dirige el indio candorosamente: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿estás bien de salud, Señora y Niña mía?" Es este saludo un poema de sencillez. La preocupación primera de Juan Diego es si nuestra Señora está contenta, si en su corazón se aposenta la alegría.

Cuando saludemos, no usemos, pues, fórmulas establecidas... Ni siquiera esos saludos tontos de los que hemos hablado más arriba. Que nuestro saludo sea sencillo y sincero, que de la abundancia de nuestro corazón hable y bese nuestra boca.

Nunca he entendido a los estirados que no contestan al saludo o, si lo hacen, parece que están concediendo un favor, pasando una factura o perdonando la vida. Sépanlo, no hay cargo ni encomienda ni prebenda que sitúe a un hombre por encima de otro hombre, pues todos tenemos dos agujeritos en la nariz y algún remiendo en el alma, y Dios nos hizo a todos lo mismito de importantes.

No neguemos el saludo, aunque seamos muy importantes, que la verdadera importancia está en la nobleza del corazón y su tarjeta de identidad es el saludo. Mientras más nobles, más sencillos. El que no se adelanta a saludar por mantener las distancias, va haciéndose cada vez más lejano y termina siendo extraño a los hermanos.

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS ES MISERICORDIA

¡Oh Sagrado Corazón, Corazón Misericordioso!

Meditación: El viento arrecia, parece que la tierra se pone desierta, todo se oscurece...se va la Luz del mundo, y te escucho decir: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen..." y de repente se oye un grito desgarrador: "Padre, en Tus Manos encomiendo Mi Espíritu". Mi Dulce Jesús ha muerto, mi Dios ha muerto...lo hemos matado. De nuestro corazón aún hoy lo arrancamos, la tierra tiembla...por eso nuevamente están aquí las tinieblas. Tu Cuerpo Santo cuelga inerte, pero a pesar del temor, un soldado con la lanza abre Tu Costado, y brotan de Él Tu última gota de Sangre, y Agua. La Sangre de la Redención, el Agua del Perdón. Así la Luz de Tu Misericordia nos baña en los sublimes Sacramentos que dejaste en Tu Iglesia Santa. Señor, mi Jesús amado, mi Redentor, me atrevo a pedirte a Vos que me liberes hoy y me enseñes a pedir perdón, para mi sanación, bañándome con los Rayos de Tu Misericordioso Corazón. Que goce así de la Nueva Jerusalén que algún día veré.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

LEVANTAR EL CORAZÓN...

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Levantar el corazón
Al llegar a una situación de fracaso, el corazón corre el riesgo de hundirse. Duele no conseguir un deseo fuertemente anhelado.
 
Levantar el corazón


No podemos realizar tantas cosas que desearíamos... A veces, por factores que escapan a nuestro control. Otras veces, por culpa nuestra. Fallamos en la organización, o quisimos ir más allá de nuestras posibilidades, o prometimos lo que no podíamos dar, o dejamos de lado el propio deber para encontrarnos, al final, sin recursos y sin tiempo.

Al llegar a una situación de fracaso, el corazón corre el riesgo de hundirse. Duele no conseguir un deseo fuertemente anhelado. Duele ver fracasar una obra que prometía tantos resultados. Duele descubrir que las manos están vacías y que no se ha conseguido prácticamente nada.

Son momentos en los que quisiéramos llorar. Será, tal vez, con lágrimas de pena, sobre todo si le hemos fallado a otros. Será, puede ocurrirnos, con lágrimas de amargura, que nos atan todavía más a la desesperanza. Será, ojalá, con lágrimas de quien mira al cielo y pide ayuda.

Porque en lo más hondo de la fosa cualquier cristiano puede levantar el corazón y recordar que Dios vino para todos. También para quien fracasa y siente en su alma pena por sí mismo y pena por otros.

Miramos, entonces, hacia el cielo. Descubrimos que allí se encuentra un Sumo Sacerdote que fue en todo, menos en el pecado, semejante a nosotros. Sentimos la seguridad de que podemos encontrar un ancla que nos acerque a la morada eterna y segura, la que nos ha preparado para siempre Cristo (cf. Heb 6,18-20; Jn 14,1-3).

Entonces llega el momento de tomar, nuevamente, el arado. No mirar hacia atrás, pues queda mucho camino por recorrer. No llorar con amargura, porque las lágrimas sólo sirven si nos acercan al consuelo divino y nos permiten volver a empezar. No sentirnos nunca solos, porque tenemos siempre a nuestro lado, también después de un fracaso, a un Amigo bueno, fiel, dispuesto a consolarnos.



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  • P. Fernando Pascual LC