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domingo, 8 de enero de 2012

JESÚS SE MANIFIESTA EN NUESTRA VIDA



JESÚS SE MANIFIESTA EN NUESTRA VIDA

La salvación de Dios que Jesucristo, el Hijo encarnado, viene a traer no se circunscribe a un solo pueblo. Dios ama a la humanidad entera y ofrece su salvación a todos los hombres. El mensaje de salvación universal resuena con especial gozo en quienes no siendo del pueblo de Israel conocen que para ellos también hay salvación. La solemnidad de hoy está impregnada de un alegre mensaje que se condensa en la antífona que repetimos en el salmo responsorial; "Los confines  de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios". Ese mensaje es corroborado por san Pablo en la segunda lectura, pues él,  judío de raza y religión, proclama "que también los otros pueblos comparten la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio".

El Evangelio, la Buena Nueva es que todos los hombres y pueblos podemos ser salvados por la adhesión a él, todos los confines de la tierra pueden contemplar la salvación de Dios. Lo más importante es lo que esa escena quiere comunicar: los magos, miembros de pueblos paganos, han sido iluminados por la luz de Jesús el Señor, han sabido ponerse en camino hacia el Señor y han sabido reconocer en Él al  Salvador que es Dios, hombre y rey, como los simbolizan sus ofrendas de oro, incienso y mirra.

La adoración de los magos es signo claro de la voluntad de salvación universal que Dios tiene, es signo de que el Señor ofrece las señales necesarias para que le encuentre quien le busca, es invitación a ponernos también nosotros en camino para, día a día, identificar las señales que nos permiten reconocer al Señor en la vida cotidiana a fin de postrarnos ante Él con nuestra actitud de servicio, reverencia y alabanza.

Pbro. Pedro Hidalgo Díaz.
 
 

NO TODO VALE...

 
No todo vale

Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según el Evangelio de Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas “enseñando”. Hay algo que necesita comunicar a estas personas: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.

Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oír a Jesús hablar de la bondad sin medida de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican el mensaje de Jesús y también cómo acoge a los recaudadores, las prostitutas y los pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y hacia una moral que no se puede aceptar?

Según el Evangelio de Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿se salvarán sólo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios tan Bueno. Jesús quiere recordarlo a todos: «Esfuércense por entrar por la puerta estrecha».

De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación a la facilidad. Sería burlarse de Dios Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios que lo permite todo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.

Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sean misericordiosos como el Padre de Ustedes es misericordioso»; «No juzguen y no serán juzgados»; «Perdonen setenta veces siete» como el Padre de Ustedes; «Busquen el Reino de Dios y su justicia».

Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», debemos recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el Evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, se salvará» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como Él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.

En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da lo mismo; debemos responder con fidelidad al amor del Padre. Lo que Jesús pide no es el rigor de la ley, sino el amor radical a Dios y al hermano. Por eso, el llamado que nos hace es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros lo hacemos, cuando nos cerramos a su perdón.

José Antonio Pagola