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domingo, 31 de julio de 2011

INTIMIDAD...

 Intimidad...

Todo lo que existe en nuestras vidas, todo lo que hemos creado a nuestro alrededor, es simplemente un reflejo de lo que llevamos dentro. La intimidad forma parte de nuestras necesidades esenciales, sin ese privado y sagrado espacio de creencias, pensamientos, sueños, proyectos que nos constituyen como seres únicos nos sentimos como amputados de nosotros mismos.

La claridad con la que seamos capaces de percibir nuestra vida y lo que ocurre en ella, es factor fundamental para nuestro bienestar interior. Para estar bien con otra persona, necesitamos estar bien con nosotros mismos. De eso se trata la intimidad, de conocernos íntimamente, internamente, honestamente. Se trata de poder mirarnos al espejo y reconocernos y aceptarnos tal como somos. No se escuda ni en el pasado ni en el futuro, puede percibirse como algo que nos gusta o que nos disgusta, nos revela realmente quienes somos; deja al descubierto nuestras heridas emocionales, temores y resistencias.

Para poseer una intimidad, se debe estar dotado de un “si mismo”. Necesitamos ser reconocidos como persona. No es en la superficialidad donde el ser humano se distingue de sus semejantes, sino en la intimidad: el ser humano vale lo que vale su intimidad. Descubrirnos en la dimensión personal requiere conocer cada vez mejor la propia intimidad. Descubrirse a los demás en esta misma dimensión implica ser capaz de comunicar la intimidad a otros. Ambas cosas resultan más fáciles en el clima natural de la intimidad que es la familia, como centro de intimidad. Ello se debe a que lo biológico se hace biográfico.

Aunque nuestros corazones anhelan la intimidad, aunque nuestras mentes entienden nuestra profunda necesidad de intimidad, la revelación de nosotros mismos que esta exige es a menudo algo que nos intimida demasiado. Compartir el propio ser completamente, sin límites, deja al desnudo el profundísimo temor a ser rechazado por ser quienes somos. Significa compartir los secretos de nuestros corazones, mentes y almas con otro ser humano imperfecto y frágil.

Exige que le permitamos a otra persona descubrir qué nos moviliza, qué nos inspira, qué nos impulsa, qué nos obsesiona, hacia dónde corremos y de qué huimos, qué enemigos autodestructivos yacen dentro de nosotros y qué sueños locos y maravillosos albergamos en nuestros corazones. Esta pertenece al individuo y a su interioridad, y también a los territorios que construye a lo largo de los años, pareja, familia, ya que la intimidad, es la que entreteje el vinculo que lo une a su entorno, a sus “íntimos”, pareja, hijos, parientes, amigos. Para la intimidad, las relaciones son procesos, no productos acabados y perfectos.

La intimidad necesita tiempo y espacio para crecer, implica estar ahí con la otra persona, estando presente tanto física como mental y emocionalmente, ambos durante la conversación y el silencio. Somos afortunados si experimentamos solo tres horas de auténtica intimidad en toda nuestra vida.

Podemos desarrollar intimidad con nosotros mismos de la misma manera que lo hacemos con otras personas, al ser honestos, comunicarnos claramente y permitirnos tiempo y espacio para estar a solas con nosotros mismos. Una vez que logramos intimar con nosotros mismos, aprendemos a aceptarnos por lo que somos, y nos sentimos lo suficientemente cómodos como para relajarnos y permitirnos fluir libremente con lo que sentimos, para expresarlo armónicamente, y establecer una conexión con la otra persona que nos permita conectarnos íntimamente.

Cuando nos compenetramos lo suficiente con otra persona para permitirnos decirle exactamente como nos sentimos, le ofrecemos un puente que puede permitirle conocernos mejor. Los puentes se cruzan en ambos sentidos, y eso nos permitiría conocer mejor a la otra persona también. Es importante recordar que no podemos intimar con otra persona más de lo que somos capaces de intimar con nosotros mismos. ¿Cómo podemos esperar que alguien sepa cómo nos sentimos si nosotros mismos no lo sabemos?

Es importante mantener siempre presente que nadie nos puede dar lo que no tenemos, ese es un trabajo que nos toca realizar a nosotros mismos. Si sentimos que hay algo que nos falta, e intentamos encontrarlo en otra persona, lo único que encontraremos será la decepción. Y no podía ser de otra manera pues simplemente estaremos viendo el reflejo de lo que llevamos dentro.

El amor comienza cuando la necesidad termina.

(Enviado por María Inés)

QUE NO SE APAGUE TU SONRISA...


Que no se apague tu sonrisa...
Cuando al despertar las fuerzas te flaqueen.
Cuando el día te parezca gris.
Cuando la claridad del sol oscurezca tu mirada.
Cuando esa mano amiga, haya dejado de estar.
Cuando te creas encontrar sin salida.
Cuando nada tenga sentido para ti.
Cuando los valores carezcan de la escala tuya.

Sonríe...

Siempre encontrarás esa luz, que encenderá tu mirada.
Otros brazos que te atenderán sin necesidad de reclamarlos.
Una luz que alumbrará sin que tú la enciendas.
Una puerta que se abrirá sola.
Alguien que te hará cambiar de idea.

Por ello...

Con tu sonrisa ayudarás a quien la necesite.
Te sentirás mejor, viendo que gracias a ella, alguien lo hace.
Secarás las lágrimas de un niño o anciano.
Una sonrisa vale más que una palabra.
Sonríe, pero abiertamente.
Con ella, ayudarás, sin duda alguna, a sonreír.
Sólo de esta manera, serás feliz.

Sonríe ... pese a todo

 

SALTAR AL VACÍO...


Saltar al vacío
Autor: P. Miguel Segura | Fuente: Catholic.net




Hay quienes pasan la vida buscando métodos de oración novedosos y de todo tipo pero, en el momento, no hablan con Dios.




Cada vez que veía fotos de hombres lanzándose desde un avión, el joven sentía la necesidad interior de estar entre ellos. Quería ser paracaidista.

-¿Por qué ellos sí y yo no? -se decía.

Lo primero que hizo fue conseguir un instructivo sobre diversos tipos de paracaídas. Después inició y concluyó un estudio comparativo de aviones modernos. Como se dio cuenta de que ignoraba muchas cosas, decidió estudiar también un master en caída de cuerpos, atracción de masas y fricción. Concluyó su preparación con un año de estudios meteorológicos y movimientos de corrientes de aire.

Por fin, cuando se sintió preparado, eligió cuidadosamente el avión. Era un bimotor que aún seguía en uso y tenía buen aspecto.

Al despegar le dijo al piloto que se dirigiera al punto que, ya antes, le había señalado en el mapa con una regla y un compás. El momento se acercaba y al elevarse el avión, el joven sentía más y más el vértigo entusiasmante de volar.

Por fin, cuando se encontraban a la altura perfecta se levantó del asiento, abrió la escotilla y sintió el viento helado en la cara. Permaneció allí unos instantes llenando los pulmones con el puro azul del cielo...

Pero no saltó.

Cerró la escotilla y mandó aterrizar. Había olvidado que para saltar hace falta una cosa más. Ser un valiente.

Conozco a quienes pasan la vida preparándose para orar; buscan métodos de oración novedosos y consejeros de todo tipo pero, llegado el momento, no hablan con Dios. Y es que para hablar con Dios hay que ejercitar la fe y olvidan que para vivir de fe hace falta... ser un valiente; o sea, pedirla.

IGNACIO DE LOYOLA, SANTO - 31 DE JULIO

Autor: Cristina Fernández | Fuente: Catholic.net
Ignacio de Loyola, Santo
Fundador de la Compañía de Jesús, 31 de julio
Ignacio de Loyola, Santo

Fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas)

Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556).

San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.

Un poco de historia

Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.

Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.

Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando.

Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.

Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse.

A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.
San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo II convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.

Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa.

La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica.

Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas.

Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV.

¿Qué nos enseña su vida?

  • A ser fuertes ante los problemas de la vida.


  • A saber desprendernos de las riquezas.


  • A amar a Dios sobre todas las cosas.


  • A saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo.


  • A vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás.


  • A perseverar en nuestro amor a Dios.


  • A ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.


  • Oración

    Virgen María, ayúdanos a demostrar en nuestra vida de católicos convencidos, una profunda obediencia a la Iglesia y al Papa, tal como San Ignacio nos lo enseñó con su vida de servicio a los demás.
    Amén.

    Para profundizar más en la vida de San Ignacio de Loyola consulta: Corazones.org