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domingo, 26 de junio de 2011

HIMNO A JESÚS SACRAMENTADO

 Himno a Jesús Sacramentado

        Te adoro con devoción, Dios escondido,
        oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
        A ti se somete mi corazón por completo,
        y se rinde totalmente al contemplarte.

        Al juzgar de ti se equivocan
        la vista, el tacto, el gusto,
        pero basta el oído para creer con firmeza;
        creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;
        nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

        En la Cruz se escondía solo la Divinidad,
        pero aquí se esconde la humanidad;
        sin embargo, creo y confieso ambas cosas,
        y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

        No veo las llagas como las vio Tomás,
        pero confieso que eres mi Dios:
        haz que yo crea más y más en ti,
        que en ti espere y que te ame.

        ¡Memorial de la muerte del Señor!
        Pan vivo que da la vida al hombre:
        concede a mi alma que de ti viva,
        y que siempre saboree tu dulzura.

        Señor Jesús, Pelícano bueno:
        límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
        de la que una sola gota puede liberar
        de todos los crímenes al mundo entero.

        Jesús , a quien ahora veo oculto,
        te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
        que al mirar tu rostro cara a cara,
        sea yo feliz viendo tu gloria.

        Así sea.

NO TE RINDAS...

 No te rindas

No te rindas, aún estás a tiempo
de abrazar la vida y comenzar de nuevo,
aceptar tu sombra,
liberar el lastre y retomar el vuelo.

No te rindas, que la vida es eso,
continuar el viaje, perseguir tus sueños,
abrir las esclusas, destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor, no cedas,
aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se acalle el viento,
aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tu seno.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque yo te quiero,
porque existe el vino y el amor es cierto,
porque no hay herida que no cure el tiempo.

Abrir las puertas, quitar los cerrojos,
bajar el puente y cruzar el foso,
abandonar las murallas que te protegieron,
volver a la vida y aceptar el reto.

Recuperar la risa, ensayar un canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida, remontar los cielos.

No te rindas, por favor, no cedas,
aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se acalle el viento,
aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tu seno.

Porque cada día es un comienzo nuevo,
porque ésta es la hora y el mejor momento,
porque tienes alas y puedes hacerlo,
porque no estás solo y porque yo te quiero.

OCHO PRINCIPIOS DE LA FELICIDAD

  
Ocho principios de la felicidad
Autor: Johann Wolfgang Goethe

        SUFICIENTE FE para reconocer la realidad de la presencia de Dios.

        SUFICIENTE ESPERANZA para apartar la preocupación del porvenir.

        SUFICIENTE CARIDAD para reconocer el bien en casa del vecino.

        SUFICIENTE PACIENCIA para trabajar hasta el término de tus tareas.

        SUFICIENTE VALOR para confesar tus faltas y corregirlas.

        SUFICIENTE SALUD para que el trabajo sea un placer.

        SUFICIENTES FUERZAS para afrontar las dificultades y vencerlas.

        SUFICIENTES INGRESOS para asegurar la satisfacción de tus necesidades.

CUANDO EL VINO SE HACE AÑEJO.. O AGRIO


Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
Cuando el vino se hace añejo...o agrio
Casi sin darnos cuenta, aunque los que nos rodean sí lo perciben, nos vamos tornando indiferentes, egoístas, resentidos, malhumorados... en una palabra: agrios.





Cuando el vino se hace añejo su sabor adquiere su total esplendidez.

Cuando el vino se hace añejo tiene la plenitud de su madurez.

Así es el vino de nuestra vida que empezó con uvas verdes y frescas, pero poco a poco se fue almacenando en nuestro corazón, poco a poco se fue llenando el ánfora de nuestra alma y dichosos serán los que permitan que ese vino alcance los bordes y llegue a derramarse para los demás.

Ese vino son nuestras vivencias, nuestros recuerdos, nuestra valiosa experiencia de la vida. Claro-oscuro de luces y sombras. Días luminosos, si la infancia fue feliz; días de adolescencia y juventud que nos dejaron un aroma de vino dulce y perfumado y otros recuerdos que son como una copa amarga que tuvimos que beber.

Así, en toda vida humana tenemos que gustar de una serie de acontecimientos tristes y gozosos que van tejiendo la urdimbre de nuestro existir y nos dejan el poso del vino reposado, dulce y noble o el poso de una amargura vivida. Los dos van a darle cuerpo y aroma a ese vino irrepetible de nuestro vivir.

Solemos ser buenos para el tiempo de alegría y bonanza, pero generalmente no sabemos o nos cuesta mucho comportarnos a la altura de las circunstancias cuando llega el tiempo de la prueba, el tiempo del dolor o del sacrificio. Y en el fondo es una cosa natural, pues el hombre fue hecho para la felicidad, para el amor, para la plenitud. Así fuimos creados, pero el mal se interpuso entre Dios y el hombre y nos llenó de malas inclinaciones y así supimos del dolor. Por eso en nuestro peregrinar por la tierra sabemos que tenemos que amalgamar alegrías y dolores, salud y enfermedad, contrariedades y dichas, éxitos y fracasos, todo como un buen vino añejado por el tiempo para darle de beber a los demás.

Un alma que no atesora, que pasa por la vida con la vaciedad de la inmadurez y del egoísmo, nunca podrá ser la fuente donde otras almas necesitadas y sedientas puedan apagar su sed.


Pero...cuando el vino se hace agrio...

Como tantas cosas en la vida encontramos que hay una contraparte o lo que pudiera ser "la otra cara de la moneda". Pues bien, no siempre el buen vino se mejora haciéndose añejo, también el vino bueno se echa a perder, se vuelve agrio... Según vamos avanzando en edad pudiera ser que algunas de las virtudes o las bondades de carácter que poseíamos se van debilitando y por el contrario los defectos casi incipientes que aparecían en nuestra personalidad van creciendo como la mala hierba.

Casi sin darnos cuenta, aunque los que nos rodean sí lo perciben, nos vamos tornando fríos, indiferentes, egoístas, necios, resentidos, malhumorados,... en una palabra: agrios.

Pasaron los años y aquel gracejo, aquel buen humor, aquella sonrisa fácil, aquella ternura ... se fueron apagando hasta que solo de vez en cuando surgen algunos destellos de todo aquel caudal que hacía que nuestro vino fuese agradable de paladear por su sabor dulce y fresco.

¿Por qué somos así? ¿Por qué dejamos que la rutina y la falta de entusiasmo nos atrape hasta irnos despojando de todo lo que nos hacía ser gratos como personas y compañeros? En el matrimonio, hermanos, hijos, padres, nietos y amistades.

Nuestro vino hemos de servirlo cuando está fresco o cuando se añejó por los años y la experiencia. El ánfora de nuestra alma está llena de ese vino, sirvámosle antes de que se haga agrio. Porque no solo se sirven vinos añejos cuando han pasado los años, también hay vinos que saben a jóvenes, frescos y dulces. Los que están en los albores de la vida también han de cuidar que este vino no pierda su calidad y se torne insípido, ese vino con el que brindan con sus padres, sus hermanos o amigos puede volverse agrio ¡cuidado!.

Según pasan los años el caudal de nuestra existencia se torna más rico, no lo guardemos para nosotros solos, seamos generosos. Siempre encontraremos el momento preciso para dar de ese vino, que se fue  añejando, pero que siempre tendrá un sabor nuevo y fresco para el que lo beba. Misión importante para los que hemos acumulado años. Si sentimos que nuestro vino ya se añejó es porque es la hora de brindar con nuestros seres queridos y amigos, es la hora de salir en el atardecer dorado, al camino para ofrecer al joven caminante un vaso de ese vino.

El vino requiere de ciertos cuidados para estar en optimas condiciones: reposo, temperatura, etcétera y así, nosotros, debemos cuidar con esmero nuestras actitudes y trato para los demás y muy especialmente para los seres que amamos y que nos rodean. Porque también es cierto que algunos dan el buen vino a los de afuera y dejan el de menor calidad y a veces el ya muy agrio, para los de la casa.  

No dejemos que nuestro vino se torne agrio, renovémosle cada día.

Hoy podemos pensar qué calidad de vino estamos ofreciendo a aquellos con los que convivimos. ¿Tiene aromas de recuerdos, tiene color y calor de ternura y comprensión, tiene fuerza y energía para consolar y guiar a quién lo necesite?¿Cumple en fin, su verdadera misión, dar grato sabor a los que nos aman, conocen y tratan?.

Todo, todo nuestro empeño ha de ser día con día, ofrecer el mejor vino de nuestra existencia y nunca dejar que ese vino bueno se llegue a agriar.