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viernes, 27 de mayo de 2011

El rey y el Bien

 El rey y el bien

Érase una vez un rey que, oyendo de la existencia de un sabio, lo mandó traer para que fuera su consejero. Comenzó el rey de llevarlo siempre a su lado y consultarlo sobre cada
acontecimiento de importancia en el reino. El consejo principal del sabio era siempre: "Todo lo que pasa es siempre para bien". No paso mucho tiempo antes que el rey se cansara de oír la misma cosa una y otra vez.

El rey amaba cazar. Un día mientras cazaba, el rey se dió un tiro en un pie. Presa de su dolor, se volvió hacia su consejero - siempre a su lado-- para pedirle su opinión. Y el consejero respondió como siempre "Todo lo que pasa es siempre para bien."

Se sumo su coraje a su dolor, y el rey ordenó la prisión para el consejero.

Esa noche, el rey bajó a la prisión para ver al consejero, y le preguntó que sentía acerca de estar en la cárcel. El consejero respondió como siempre: "Todo lo que pasa es siempre para bien." Esto sólo enfureció más al rey y dejó al sabio en la prisión.

Un mes más tarde, salió el rey otra vez a cazar. Pero se fue demasiado adelante de sus acompañantes y fue capturado por una tribu hostil. Los nativos lo llevaron a su pueblo para ser sacrificado para los dioses. Por sus tradiciones, solamente ofrendas perfectas son aceptables a los dioses y el rey parecía un espécimen excepcional.

Pero el próximo día, cuando llegaron los nativos para llevarlo al sacrificio, al inspeccionarlo descubrieron la cicatriz en su pie y tuvieron que rechazarlo para el sacrificio. Lo soltaron y se fue como flecha para su reino - dándose cuenta de lo que le decía su consejero: "Todo es siempre para bien."
El rey llegó a liberar al consejero quien, al escuchar sus aventuras, le señaló que bien que lo había encarcelado porque ya que siempre estaba a su lado y no tenia imperfecciones, lo hubieran sacrificado en el lugar del rey.

LEY: No existen coincidencias, accidentes o suerte (buena o mala). Todo lo que pasa tiene un propósito y siempre sucede para el bien de todos los involucrados. Como dijo Nieztche: "Lo que no me mata, me hace más fuerte". Y como dice un refrán mexicano: "No hay mal que por bien no venga".

La cuestión para ti es de enfoque: te vas a enfocar en lo "malo" que te pasa, o vas a buscar y abrirte a lo "bueno" que trae consigo.

Thomas Michael Powell

CUESTIONARIO A LA MADRE TERESA DE CALCUTA


 Cuestionario a la Madre Teresa



¿Cuál es el día más bello?
Hoy

¿Cuál es la cosa más fácil?
Equivocarse

¿Cuál es el obstáculo más grande?
El Miedo

¿Cuál  es el mayor error?
Abandonarse

¿Cuál es la raíz de todos los males?
El egoísmo

¿Cuál es la distracción más bella?
El trabajo

¿Cuál es la peor derrota?
El desaliento

¿Quiénes son los mejores profesores?
Los niños

¿Cuál es la primera necesidad?
Comunicarse

¿Qué es lo que hace más feliz?
Ser útil a los demás

¿Cuál es el misterio más grande?
La muerte

¿Cuál es el peor defecto?
El mal humor

¿Cuál es la persona más peligrosa?
La mentirosa (o)

¿Cuál es el sentimiento más ruin?
El rencor

¿Cuál es el regalo más bello?
El perdón

¿Qué es lo más imprescindible?
El hogar

¿Cuál es la ruta más rápida?
El camino recto

¿Cuál es la sensación más grata?
La paz interior

¿Cuál es el resguardo más eficaz?
El optimismo

¿Cuál es el mayor satisfacción?
El deber cumplido

¿Cuál es la fuerza más potente del mundo?
La fe

¿Quiénes son las personas más necesarias? 
Los padres

¿Cuál es la cosa más bella de todas?
El amor.

MAESTRA DE CANTO


Maestra de canto 
Autor: Padre Mariano de Blas, L.C. 


A Caruso, el famoso tenor, le dijo su maestra de música: “Tu voz es como el ruido del viento en las persianas”. Dictamen injusto, sin amor para un pobre niño que se esforzaba por cantar. Pero su madre secó las lágrimas de aquel niño y le convenció de que sería un gran cantor. Descalzo acudía a sus clases para ahorrar zapatos y pagar su cuota. Y fue el mejor tenor de su tiempo. Por fortuna no todas las maestras de canto y de otras materias piensan como aquélla.

Gracias a ellas hay muchos Carusos.

La Virgen y el sacramento de la Penitencia

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
La Virgen y el sacramento de la Penitencia
La Virgen acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón.
 
La Virgen y el sacramento de la Penitencia

La Virgen María ocupa un lugar muy particular para los creyentes en Cristo. Ella fue concebida inmaculada. Ella aceptó plenamente la voluntad de Dios en su vida. Ella, como Puerta del cielo, dio permiso a Dios para entrar en la historia humana. Ella estuvo al pie de la Cruz de su Hijo. Ella oraba con la primera comunidad cristiana en la espera del Espíritu Santo.

Por eso María está presente, de un modo discreto pero no por ello menos importante, en el sacramento de la Eucaristía. Las distintas plegarias la mencionan, pues no podemos participar en el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sin recordar a la Madre del Redentor.

¿Está también presente la Virgen en el sacramento de la confesión? En el ritual de la Penitencia no hay menciones específicas de María. Ni en los saludos, ni en la fórmula de absolución, ni en la despedida.

En algunos lugares, es cierto, se conserva la devoción popular de iniciar la confesión con el saludo “Ave María purísima. Sin pecado concebida”. Pero se trata de un saludo no recogido por el ritual, y que muchos ya no utilizan.

Sin embargo, aunque el rito no haga mención explícita de la Virgen, Ella está muy presente en este sacramento.

En la tradición de la Iglesia María recibe títulos y advocaciones concretas que la relacionan con el perdón de los pecados. Así, la recordamos como Refugio de los pecadores, como Madre de la divina gracia, como Madre de la misericordia, como Madre del Redentor y del Salvador, como Virgen clemente, como Salud de los enfermos.

A lo largo del camino cristiano, Ella nos acompaña y nos conduce, poco a poco, hacia Cristo. La invitación en las bodas de Caná, “haced lo que Él os diga” (cf. Jn 2,5) se convierte en un estímulo para romper con el pecado, para acudir al Salvador, para abrirnos a la gracia, para iniciar una vida nueva en el Hijo.

Por eso, en cada confesión la Virgen está muy presente. Tal vez no mencionamos su nombre, ni tenemos ninguna imagen suya en el confesionario. Pero si resulta posible escuchar las palabras de perdón y de misericordia que pronuncia el sacerdote en nombre de Cristo es porque María abrió su corazón, desde la fe, a la acción del Espíritu Santo, para acoger el milagro magnífico de la Encarnación del Hijo.

La Virgen, de este modo, acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón. Su presencia nos permite entrar en el mundo de Dios, que hizo cosas grandes en Ella, que derrama su misericordia de generación en generación (cf. Lc 1,48-50), hasta llegar a nosotros también en el sacramento de la Penitencia.