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domingo, 15 de mayo de 2011

JESÚS ES LA PUERTA


JESÚS ES LA PUERTA

“Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes que yo, son ladrones y bandidos; pero mis ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

San Juan 10, 1-10

VIAJE AL PURGATORIO



Autor: Máximo Álvarez Rodríguez | Fuente: Catholic.net

Viaje al Purgatorio

Si, como decía la canción “para entrar en el cielo no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco




Seguramente muchos se preguntarán a ver qué es eso del Purgatorio, y tal vez lleguen a pensar que es un invento de los curas o una creencia de la gente de antes, pasada de moda. Digamos, antes de nada, que la existencia del Purgatorio es un dogma de fe y que en la práctica el pueblo cristiano siempre ha demostrado creer en él. No se explicaría de otra manera la asidua costumbre rezar por los muertos.

En muchas de nuestras iglesias aparecen cuadros o relieves que intentan de alguna manera reflejar el tormento de las almas del Purgatorio, envueltas en llamas, suspirando por llegar a Dios, pero con una gran diferencia de las representaciones del infierno. En todo caso, es normal que nos preguntemos por qué ha de existir un purgatorio.

Todos somos conscientes de que en esta vida hay personas muy buenas que se sacrifican por los demás, que son todo un ejemplo de generosidad, paciencia, fe... y que tampoco faltan quienes se dedican a abusar de los demás, a explotarlos, gente egoísta, soberbia, cruel... Algo nos dice que tiene que hacerse justicia en el momento de la muerte, de modo que no sea indiferente ser bueno o malo. Todas las religiones hablan de premio o castigo. Es verdad que los cristianos creemos en la misericordia de Dios y por ello, aunque exista la posibilidad de la condenación eterna, nos parece acorde con el amor de Dios que exista un castigo merecido de carácter temporal. Eso es el Purgatorio, una especie de tormento purificador que no es eterno.

Las representaciones artísticas del Purgatorio y del Infierno difieren enormemente: mientras en el infierno sólo se ven rostros de desesperación y diablos y bichos raros, en las que hacen referencia al Purgatorio está también representado Dios, la Virgen María y el Cielo; aparecen rostros doloridos, pero no desesperados. Y nada de diablos. Ya sabemos que éstas imágenes, más bien propias de otras épocas, son sencillamente maneras de ayudarnos a entender una realidad mucho más profunda. No hace falta ningún lugar para sufrir, sino que es suficiente el tormento del alma.

Aunque haya personas, entre las que se incluyen santos canonizados, que dicen haber entrado en contacto con las almas del Purgatorio, no es esa nuestra experiencia. Pero sí que podemos partir de algunas experiencias de esta vida para intentar comprender un poco esta posibilidad de tener que sufrir después de la muerte. Si hay alguno que no cree en estas cosas le diremos que allá él, pero que sepa que algún día, tal vez no muy lejano, podrá enterarse por sí mismo.

Veamos. El ser humano es fundamentalmente el mismo antes y después de la muerte. Se supone que muchas de las experiencias de esta vida han de tener bastante parecido con la vida futura. Aquí y allí el hombre busca la felicidad, aquí y allí puede sufrir, aquí y allí necesita amar y ser amado. Vistas así las cosas se entiende aquello de que el fuego del Infierno y el fuego del Purgatorio sea el mismo que el fuego del Cielo.

Empecemos por el fuego del Cielo. Es el fuego del amor. Si una persona está profundamente enamorada se dice que su corazón arde en deseos de encontrarse con la persona amada, y no puede encontrar mayor felicidad que en sentirse unido a esa persona. Así y no de otra manera es el amor de Dios. “La alegría que encuentra el esposo con su esposa la encontrará tu Dios contigo”, nos dice Isaías.

Ahora bien, supongamos que una persona muy enamorada le hace a su amante una faena tan grande que pierde para siempre su amor, al tiempo que sigue enamorada. Eso sería el infierno: descubrir toda la belleza del amor de Dios y perderlo para siempre. Es la situación desesperada de quien experimenta un terrible remordimiento sin posibilidad de vuelta atrás, tanto más amargo cuanto mayor es el amor que siente. Ojalá nadie tenga que vivir esta situación y que el infierno no pase de ser una posibilidad nunca hecha realidad.

Pero supongamos que un marido muy enamorado ofende a su esposa, o viceversa, de tal manera que la persona ofendida no decide cortar definitivamente, pero sí durante una temporada. De momento le deja. Seguro que quien se ha portado mal siente un enorme remordimiento pesar, y que se le hacen largos los días esperando volver a encontrarse con su amor.

En los tres casos, cielo, infierno y purgatorio, se trata de haber descubierto el fuego del amor de Dios, disfrutando de él, perdiéndolo para siempre o sufriendo mientras se espera algún día gozar de él.

Si en esta vida todo el mundo trata de evitar la cárcel, aunque sea por un breve período de tiempo, también merece la pena evitar la cárcel del Purgatorio. Sin embargo con frecuencia vivimos de forma bastante irresponsable. No se trata de negar la misericordia de Dios, sino de su incompatibilidad con el pecado. Si un amigo nos invita a una boda no se nos ocurre ir sucios y mal olientes, por mucha confianza que tengamos con él. No hace falta que nadie nos lo recuerde. Cuando, tras la muerte, seamos conscientes de la belleza de Dios y la fealdad de nuestro pecado, nosotros mismos comprenderemos la necesidad de purificarnos.

Si, como decía la canción “para entrar en el cielo no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco. ¡Cuántas veces se pasa por él en esta misma vida! Por eso en los momentos de sufrimiento deberíamos tener en cuenta aquello de que no hay mal que por bien no venga. Aceptemos el dolor del cuerpo y del alma como una purificación de nuestros pecados.

EL BUEN PASTOR SIEMPRE NOS BUSCA


El buen pastor siempre nos busca
Autor: Padre Cipriano Sánchez



"Una voz dice: ´¡Grita!´ Y yo le respondo: ´¿Qué debo gritar?’. Todo hombre es como la hierba y su grandeza es como flor del campo. Se seca la hierba y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.

La esperanza no se basa en el hombre, sino en un Dios fiel, que llega lleno de poder y al que acompaña el premio de su victoria. Éste es el Dios en el cual nosotros creemos, en el cual nosotros esperamos: Un Dios que no defrauda; un Dios que apoya y sostiene al hombre en todo momento; un Dios que acoge y recibe al ser humano necesitado, hoy más que nunca, de alguien que le diga en quién puede esperar.

No puedes poner tu esperanza ni cimentar tu vida en nadie más, porque todo es como la flor y como la hierba: la flor se marchita y la hierba se seca.

Si tú te afianzas en el Señor, jamás te marchitarás ni te secarás. Nunca serás una oveja perdida, jamás tu existencia estará alejada de Aquel que es tu gozo, tu alegría y tu certeza, porque estarás apoyado en Dios, cuya palabra permanece para siempre.

¡Qué hermosa imagen es la del pastor que lleva en sus brazos a los corderos recién nacidos que todavía no pueden caminar! ¡Qué bella figura es la del pastor que atiende a las ovejas que acaban de dar a luz a los corderitos, y que por estar más débiles, no pueden ir al ritmo del resto del rebaño en la peregrinación hacia los pastos verdes!

Pero, ¿quién es el Pastor? ¿Quién te carga? ¿Quién te espera? ¿Puedes decir con serenidad, con paz, que quien te carga y quien te espera es sólo Dios?

¡Cuántas veces eres cargado por la opinión de los demás, por las circunstancias, o por los bienes materiales! Y sin embargo, ninguno de ellos permanece para siempre.

Tenemos que tener en cuenta que es necesario afianzar nuestra esperanza en:

Alguien que nunca nos defraude, que nunca nos falle. Y que por mucho que nosotros esperemos en un hombre o en una mujer con muchas cualidades, que está muy cerca de nuestra vida, que nos apoya en todo momento, ese hombre o esa mujer son tan débiles como nosotros, y por lo tanto, no siempre nos van a poder sostener, ayudar o estar a nuestro lado.

En el Evangelio de San Mateo, Cristo nos habla de un Pastor que no sólo nos sostiene y nos carga, sino que nos habla de un Pastor que busca a la oveja que se perdió. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que este Pastor encuentre a la oveja? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la oveja se dé cuenta que está siendo buscada por su Pastor? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la oveja acepte al Pastor que la busca? ¿Qué pasaría si la oveja ve venir al Pastor, se mete por vericuetos muy complicados y huye más lejos, o si a la oveja le da vergüenza haber huido del rebaño, se esconde y no permite que el Pastor llegue a ella?

No importa cuánto tiempo tenga que pasar, ni dónde se haya metido la oveja, el Pastor la va a seguir buscando. Estemos donde estemos: en el rebaño o fuera de él; estemos como estemos: cansados o con temor, siempre tenemos que tener la certeza, la esperanza de que el Pastor jamás va a dejar de buscarnos, de que Él siempre estará dispuesto a cargarnos sobre sus hombros.

¡El Pastor siempre busca! A veces busca Él mismo en tu corazón, a veces te busca a través de otros seres humanos, a veces te busca a través de las circunstancias, porque lo último que quiere el Pastor es que pierdas la

esperanza de que estás siendo buscado. Esa certeza es lo que aviva el alma de todo hombre y de toda mujer de la peor de las desesperaciones, de la peor de las angustias, que es la desesperación y la angustia de la propia soledad, del saberse solo frente a la propia miseria, del saberse abandonado frente a la propia pequeñez.

Cuando la esperanza se apoya en el Señor, cuando Dios sabe que tu alma está

esperando en Él, el primero que se alegra es Él. ¿Cuánto vale una oveja entre noventa y nueve? Muy poco, casi nada. Y sin embargo, ese muy poco y casi nada se multiplica por el amor infinito de Jesucristo, por el amor infinito de un Señor y de un Redentor que te busca en sus inspiraciones, en las circunstancias, a través de los hombres, a través de caminos de santificación cristiana.

¿Quién te buscó a ti? ¿Quién te encontró? ¿Llegaste solo? ¿Quién te trajo? Quien te trajo fue un pastor, y ese pastor, a su vez, fue traído por otro Pastor. Convierte tu corazón en fuente de esperanza para tantos hombres y mujeres que no la tienen. Transforma tu vida en un camino del Pastor que busca sin cesar a todo hombre y a toda mujer que, por la razón que sea, no está en su rebaño.

¿De qué sirve tanto luchar?


Autor: Juan Rafael Pacheco | Fuente: Catholic.net
¿De qué sirve tanto luchar?
¡Cuántas veces queremos tomar el camino fácil para salir de las dificultades recortando el esfuerzo, para encontrarnos al final con un resultado que no nos gusta.


En inglés tienen una frase que lo dice todo: “easy comes, easy goes”, o sea, fácil viene, fácil se va. Vemos cómo la depresión abate despiadadamente los que lo tienen “todo”, y la melancolía es parte triste de sus vidas, al comprobar lastimosamente que no “todo” lo compra el dinero.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué tantos grandes ricos son presa fácil del consultorio del psiquiatra, del psicólogo? ¿Por qué los que heredan fortunas tienden frecuentemente a vivir una vida vacía, de hastío existencial?

Entonces, ¿será necesaria la lucha diaria por la vida para lograr ser felices?

Cuentan de un hombre que encontró un capullo de mariposa. Lo llevó a su casa para observar la mariposa cuando saliera.

Un día notó que tenía un pequeño orificio. Había llegado el momento tan esperado. Ahí permaneció durante varias horas, viendo la mariposa luchar para lograr pasar su cuerpo a través del pequeñísimo huequito.

Pronto pareció que había cesado de forcejear pues no lograba salir. Parecía estar atascada.
Sintiendo lástima, el hombre quiso ayudarla. Con una tijerita cortó a un lado del agujero agrandándolo, y la mariposa salió al fin del encierro.

Pero no era el hermoso ejemplar que el hombre esperaba. Tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.

El hombre confiaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y la hinchazón del cuerpo cedería.

No pasó ni lo uno ni lo otro. La infeliz solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Jamás logró volar.

Lo que el hombre no había entendido era que la restricción de la apertura del capullo y el esfuerzo de la mariposa de salir por el diminuto agujero, eran parte natural del proceso, que forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que alcanzaran el tamaño y fortaleza requeridos para poder volar y ser libre finalmente.

¿Qué fue lo que pasó? Muy sencillo. Al privar la mariposa de la lucha, también le fue privado su normal desarrollo.

Si Dios nos permitiera progresar en todo sin obstáculos, nos convertiríamos en seres inútiles. No podríamos crecer y ser fuertes como podríamos haberlo sido a través del esfuerzo y la constancia, a través de la lucha, a través del trajín de cada día.

¡Cuánta verdad encierra esta pequeña historia!
¡Cuántas veces queremos tomar el camino fácil para salir de las dificultades, tomando en nuestras propias manos esas tijeras y recortando el esfuerzo, para encontrarnos al final con un resultado insatisfactorio y muchas veces desastroso!

Apliquémonos la lección, y agradezcamos a Dios que tengamos que luchar para conseguir con Su ayuda el pan nuestro de cada día.
Bendiciones y paz.