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martes, 26 de abril de 2011

FACILIDADES MARIANAS

Facilidades Marianas
Juan Antonio Reig Pla, Obispo


Me viene a la memoria un vendedor de lotería de hace bastantes años que, en cada tren que pasaba por la estación, se asomaba a la puerta del vagón, enseñaba su ristra de papeles y voceaba simplemente: “¿y si tocara...?”. Por si sí, o por si no, mucha gente compraba un papelito de la tal lotería.

La vida eterna que Dios nos promete, y Jesucristo nos alcanza con su Muerte y Resurrección, no es ninguna lotería. Pero muchos que presumen de agnósticos o de no practicantes, podrían plantearse esa misma pregunta: “¿y si fuera cierto...?”; porque quizá entonces enfocarían su vida de otra manera: aprovechando mejor las múltiples oportunidades que Dios nos ofrece para hacer el bien y evitar el mal.

No obstante, este fin de semana, en que la ciudad de Castellón celebra a su Patrona la Virgen del Lledó, yo plantearía la cuestión en torno a la mediación maternal de María para acercarnos a Cristo.

No es fácil hacerse rico pero “si nos tocara la lotería…”, piensan muchos. Bueno, pues Dios ha puesto a disposición de todos sus hijos una “lotería” que nos facilita extraordinariamente esa riqueza espiritual, que tanto se echa en falta en muchos cristianos. Una “lotería”, además, que no es azarosa o impredecible: “siempre toca”, como pregonan los feriantes más avispados.

Esa lotería divina es la devoción filial a nuestra Madre y Señora la Virgen Santísima. Resulta el medio más fácil para enriquecer el alma con los dones de Dios. Y, a la vez, el camino más seguro para re-encontrar la misericordia divina, cada vez que nuestros pecados nos apartan del Señor.

Algunos reprochan a la devoción mariana un exceso de sentimentalismo, porque ciertamente el sentimiento está presente en cualquier relación materno-filial, sea humana o trascendente. Pero esto no quiere decir –si se entiende bien– que las multiformes devociones a la Virgen no encierren el alto grado de fe, esperanza y caridad, que caracteriza la oración cristiana profunda.

Toda oración es "el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre" (cf. Catec.Iglesia, 2560; citando a S.Agustín). Y los católicos sabemos bien que son falsas las acusaciones protestantes acerca de un supuesto culto excesivo a la Virgen. María siempre nos conduce a Jesús. Ella nunca es término, sino camino hacia Dios. Pero es un camino más fácil, más “maternal”, que la pura y escueta accesis del espíritu.

Muchas imágenes marianas nos ofrecen a Jesús en su regazo. Otras no lo manifiestan así; pero todas focalizan nuestra vida hacia Cristo. “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5- 6), manifestó María a los criados de las bodas de Caná; y lo mismo nos dice a nosotros. Pero tal cumplimiento de la voluntad de Dios puede, a veces, no ser fácil. Por eso Jesús le encargó: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26-27); para que Ella –que aceptó en todo momento la voluntad del Padre– nos facilite a nosotros aceptarla igualmente.

Con mi bendición y afecto.

"Señor acepta mi oración en medio de mis prisas"

"Señor acepta mi oración en medio de mis prisas"

 
Estoy viviendo muy de prisa, Señor, no me detengo en nada, las circunstancias me van viviendo y no vivo yo las circunstancias.

Paso de una actividad a otra.

Dicen que esto es el mal del siglo, pero no me gusta, Señor, ir tan de prisa.
Los días y las noches pasan presurosas y creo que dejo de hacer cosas muy bellas.

Mi vida se desliza vertiginosa; quiero detenerme y ver una puesta de sol que tiñe de rojo el agua de la laguna, o las nubes sobre las montañas, quiero encontrar tiempo para visitar a un enfermo; dame tiempo para leer.
Pero sigo repitiendo; “no tengo tiempo”.

Cuando veo el reloj y son ya las once de la noche, analizo: corrí, corrí como todos los mortales.

Dejo de disfrutar, de saborear las miradas tiernas de los niños, de observar los pétalos finos de una rosa.

No tengo tiempo de detenerme a ver los parques, la belleza de las flores, el ruido de las fuentes y el trino de los pájaros, junto con los niños que corretean, hacen todo un poema.

Dame fuerza, Señor, para detener mi carrera.

Quiero sentir la paz para darla a mis hermanos de peregrinar, que, como yo, corren.

Dejamos lo trascendental por lo transitorio.

En todos los rostros se observa un duro rictus de velocidad que lo va desfigurando.

Dame, Señor, serenidad para vivir, calma para detenerme y poder amar a todos.
Sin prisas, sin velocidad, sin atropellamiento.

Te ofrezco mi jornada de hoy, Señor, llénala tu de tu amor, para poder darlo a los demás.

Amén

PERDER A CRISTO


Autor: P. José Luis Richard | Fuente: Catholic.net
Perder a Cristo
Quien se sienta triste porque le parece encontrarse lejos de Cristo, tenga esperanza, nadie pierde a Cristo "sin querer".



Le han matado a su Señor y ella no pudo socorrerle. Sus gritos en medio de la multitud no sirvieron de nada y en seguida los sofocaron con golpes y empujones. ¡No había podido hacer nada por Jesús! Seguirle en silencio y acompañarle de pie junto a la cruz. Y nada más.

Lloraba recordando, en cambio, lo bueno que había sido Jesús con ella aquel día en la casa de Simón, la paz que le había inundado siempre al lado del Maestro, su mirada bondadosa y limpia, aquella seguridad... Pero ya todo había acabado. Sus enemigos habían vencido y se habían desecho de Él y ahora ni siquiera le permitían a ella ungir como era debido el cuerpo del Señor.

Ella había creído que ya nunca podría llorar más. Que, después de la muerte de Jesús, quedaría insensible a cualquier otro dolor. Pero sí, aquello era demasiado. ¡Ya no tenía a Cristo! ¡Ni siquiera su cuerpo! Se lo habían quitado. Sintió rabia, amargura, odio, nostalgia. Todo a la vez.

Se le aparecen de pronto unos ángeles, pero ella ni se inmuta. ¿Qué le importa todo si ha perdido a Cristo? Jesús en persona se le acerca. No le oye llegar. Él se insinúa. Nada: está tan inmersa en su desesperación que no distingue la voz de Cristo hasta que Él mismo se le revela.

Ella se arroja sin dudarlo un instante a los pies de Cristo, los abraza llorando de alegría y en un instante cree entender todo lo que había pasado. Nosotros, mientras tanto, observémosla.

Ahí está María, de la que Jesús había expulsado siete demonios. Cristo le había perdonado sus muchos pecados porque ella había amado mucho. Y porque Jesús le había perdonado demasiado pensó que, en adelante, jamás podría decir que ella le amaba ya bastante.

Es una mujer y le ama como ella es: con sencillez, con naturalidad, con esos pequeños detalles que dejan la impronta de una alma delicada. No se le habían presentado oportunidades especiales, pero tampoco había perdido ninguna ocasión para demostrar a Jesús su cariño y su eterno agradecimiento por haberla salvado.

Con fina intuición esta mujer había experimentado que nada era comparable con la posesión de Cristo, con su amistad, con la paz que Él irradia. Y que, por ello, no existe peor tragedia que perderle o disgustarle.

Sólo se había equivocado en un detalle: creía que había perdido a Cristo, que se lo habían quitado. Y nadie pierde a Cristo "sin querer", como extraviamos un llavero o un reloj. María, en realidad lo llevaba muy, pero que muy vivo en su alma. Por eso se había levantado de madrugada. Por eso lloraba.

Quien se sienta triste porque le parece encontrarse lejos de Cristo, tenga esperanza. Si estuviese tan lejos como el demonio le sugiere, ninguna pena le daría. Una de dos: o ya tiene a Cristo o lo está tocando ya. Bastará, como hizo María, darse la vuelta, actuar como si ya lo hubiese hallado y descubrir la presencia de Cristo que le dice: "No me buscarías, si no me hubieses encontrado ya".


Señor, permíteme encontrarte en mi búsqueda de cada día