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miércoles, 2 de febrero de 2011

PADRES Y MADRES


PADRES Y MADRES

Recordad a todos —y de modo especial a tantos padres y a tantas madres de familia, que se dicen cristianos— que la "vocación", la llamada de Dios, es una gracia del Señor, una elección hecha por la bondad divina, un motivo de santo orgullo, un servir a todos gustosamente por amor de Jesucristo.

San Josemaría Escrivá de Balaguer

TU MANO, SEÑOR


Tu mano, Señor
Autor: Javier Menéndez Ros

Esta noche, Señor, te abro mi mano, te la extiendo sin abrir mis ojos para que Tú la agarres con fuerza y no la sueltes jamás.

Hoy, Señor, de nuevo me he parado a admirar. Esta vez he fijado mi vista en la manita pequeña de un bebé agarrando con sus deditos el dedo de un hombre adulto. Es algo que no deja de sorprenderme y no puedo evitar que ese sea siempre el primer gesto que hago cuando tengo a un pequeño a mi alcance.

Pero mi mano, Señor, aunque a menudo creo que es grande y fuerte, en realidad es como la manita de un recién nacido: pequeña, débil, frágil y necesita asirse a la tuya grande y fuerte.

Señor, ya es de noche, llueve y estoy solo, pero se que siempre tendré tu mano ahí, disponible, abierta para que la mía repose en silencio como el ave que encuentra su rama. Tu mano me espera con paciencia para darme confianza, para darme ternura, para darme calor, para pedirme exigencia y para darme tu Amor.

Señor, ayúdame a poder ver siempre mi mano como lo que realmente es: la mano de un bebé que nada puede por si sólo. Ayúdame a pedirte siempre tu mano. Se que por amor a mi la tienes clavada a un madero, manantial que no cesa, reguero de sangre que no cesa y que no se moverá hasta que agarre mis dedos.

Señor, que no me de miedo mirarte a los ojos cuando me acerques tu mano abierta, suplicante en el cuerpo de un mendigo que sólo espera unas monedas. Que no sea indiferente al dolor de mis hermanos, que sepa tender mi mano al que lo necesite.

Esta noche, Señor, te abro mi mano, te la extiendo sin abrir mis ojos para que Tú la agarres con fuerza y no la sueltes jamás.

ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA CANDELARIA


ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA CANDELARIA

Virgen de Candelaria, madre de Dios y madre nuestra,
Con toda la devoción y confianza, que un hijo pone en su madre, quiero ofrecerte,
hoy, mi persona, mis cosas y mi vida entera.

Acéptalas, madre mía.
Te pido protección para aquellos hijos tuyos,
que por circunstancias de la vida, se encuentran fuera de sus
hogares, y desde lejos te invocan con sincero corazón.

Dulce Virgen de Candelaria, consuelo de los afligidos y
Reina de los hogares cristianos: derrama tu gracia sobre nosotros
y sobre nuestras familias: y haz, que sin olvidarnos de Ti, tengamos
siempre, salud y paz. AMEN.

MARÍA PRESENTA A SU HIJO

                     Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
María presenta a su HijoMaría presenta a su Hijo
La fiesta de hoy debe recordarnos la decisión de cumplir la voluntad de Dios con Espíritu de humildad.




Hoy celebramos una fiesta muy hermosa: la purificación de María y la presentación del Niño en el templo. En esta fiesta se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión de Cristo. Ni María necesitaba ofrecerse al Padre, pues toda su vida no tenía otro sentido, otra finalidad distinta de la de hacer la voluntad de Dios. Ojalá aprendamos en este día estos dos aspectos tan bellos: la humildad y el sentido de la consagración, como ofrecimiento permanente a Dios ... Humildad que es actitud filial en manos de Dios, reconocimiento de nuestra pequeñez y miseria. Humildad que es mansedumbre en nuestras relaciones con el prójimo, que es servicialidad, que es desprendimiento propio.



María, como Cristo, quiso cumplir hasta la última tilde de la ley; por eso se acerca al templo para cumplir con todos las obligaciones que exigía la ley a la mujer que había dado a luz su primogénito.



Este misterio, como los demás de la vida de Cristo, entraña un significado salvífico y espiritual.



Desde los primeros siglos, la Iglesia ha enseñado que en el ofrecimiento de Cristo en el templo también estaba incluido el ofrecimiento de María. En esta fiesta de la purificación de María se confirma de nuevo su sí incondicional dado en la Anunciación: “fiat” y la aceptación del querer de Dios, así como la participación a la obra redentora de su hijo. Se puede, pues, afirmar que María ofreciendo al Hijo, se ofrece también a sí misma.



María hace este ofrecimiento con el mismo Espíritu de humildad con el que había prometido a Dios, desde el primer momento, cumplir su voluntad: “he aquí la esclava el Señor”.



Aunque la Iglesia, al recoger este ejemplo de María, lo refiere fundamentalmente a la donación de las almas consagradas, sin embargo, tiene también su aplicación para todo cristiano. El cristiano es, por el bautismo, un consagrado, un ofrecido a Dios. “Sois linaje escogido, sacerdocio regio y nación santa” (1Pe 2, 9). Más aún, la presencia de Dios por la gracia nos convierte en templos de la Trinidad: pertenecemos a Dios.



La festividad debe recordarnos la decisión de cumplir la voluntad de Dios con Espíritu de humildad: somos creaturas de Dios y nuestra santificación depende de la perfección con que cumplamos su santa voluntad. (Cfr 1Ts 4, 3).



Conforme al mandato de la ley y a la narración del evangelio, pasados cuarenta días del nacimiento de Jesús, el Señor es presentado en el templo por sus padres. Están presentes en el templo una virgen y una madre, pero no de cualquier criatura, sino de Dios. Se presenta a un niño, lo establecido por la ley, pero no para purificarlo de una culpa, sino para anunciar abiertamente el misterio.



Todos los fieles saben que la madre del Redentor desde su nacimiento no había contraído mancha alguna por la que debiera de purificarse. No había concebido de modo carnal, sino de forma virginal....



El evangelista, al narrarnos el hecho, presenta a la Virgen como Madre obediente a la ley. Era comprensible y no nos debe de maravillar que la madre observara la ley, porque su hijo había venido no para abolir la ley, sino darle cumplimiento. Ella sabía muy bien cómo lo había engendrado y cómo lo había dado a luz y quien era el que lo había engendrado. Pero, observando la ley común, esperó el día de la purificación y así ocultó la dignidad del hijo.




¿Quién crees, oh Madre, que pueda describir tu particular sujeción? ¿Quién podrá describir tus sentimientos? Por una parte, contemplas a un niño pequeño que tu has engendrado y por otra descubres la inmensidad de Dios. Por una parte, contemplamos una criatura, por otra al Creador. (Ambrosio Autperto, siglo VIII, homilía en la purificación de Santa María).




¡Oh tú, Virgen María, que has subido al cielo y has entrado en lo más profundo del templo divino! Dígnate bendecir, oh Madre de Dios, toda la tierra. Concédenos, por tu intercesión un tiempo que sea saludable y pacífico y tranquilidad a tu Iglesia; concédenos pureza y firmeza en la fe; aparta a nuestros enemigos y protege a todo el pueblo cristiano. Amén. (Teodoro Estudita, siglo VIII)



Meditación del Papa Juan Pablo II Presentación de Jesús en el Templo Audiencia General del miércoles 20 de junio de de 1990