Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MEDITACIONES. Mostrar todas las entradas

martes, 12 de septiembre de 2017

DECÁLOGO DE UNA CRÍTICA SANA


Decálogo de la crítica sana



- La crítica ha de hacerse siempre “cara a cara”.

- La crítica ha de hacerse a la persona interesada y en privado. 

- Nunca se debe criticar comparando con otra persona.

- Se deben criticar los hechos, jamás las intenciones.

- La crítica debe ser específica, no generalizadora; objetiva, no exagerada.

- Hay que criticar una sola cosa cada vez.

- No se debe, en principio, repetir las críticas una vez formuladas.

- Hay que saber elegir bien el momento para criticar.

- Nunca se debe criticar lo que no se ha comprobado bien.

- Antes de criticar hay que ponerse en las circunstancias del criticado.



López Caballero

lunes, 11 de septiembre de 2017

EL CARACOL Y EL ROSAL


El caracol y el rosal



Había una vez... ... Una amplia llanura donde pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro lado de la extensa pradera, se hallaba el hermoso jardín rodeado de avellanos.

El centro del jardín era dominado por un rosal totalmente cubierto de flores durante todo el año. Y allí, en ese aromático mundo de color, vivía un caracol, con todo lo que representaba su mundo, a cuestas, pues sobre sus espaldas llevaba su casa y sus pertenencias.

Y se hablaba a sí mismo sobre su momento de ser útil en la vida: –¡Paciencia! –decía el caracol–. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.

–Esperamos mucho de ti –dijo el rosal–. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres capaz de hacer?

–Necesito tiempo para pensar –dijo el caracol–; ustedes siempre están de prisa. No, así no se preparan las sorpresas.

Un año más tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.

–Nada ha cambiado –dijo–. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.

Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo.

Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.

–Ahora ya eres un rosal viejo –dijo el caracol–. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?

–Me asustas –dijo el rosal–. Nunca he pensado en ello.

–Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?

–No –contestó el rosal–. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Esa era mi vida; no podía hacer otra cosa.

–Tu vida fue demasiado fácil –dijo el caracol (Sin detenerse a observarse a sí mismo).

–Cierto –dijo el rosal–. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día... algún día.... ¿Pero, ... De qué te sirve el pasar los años pensando sin hacer nada útil por el mundo?

–No, no, de ningún modo –dijo el caracol–. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.

–¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?

–¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los avellanos produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.

–¡Qué pena! –Dijo el rosal–. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.

Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.

Y pasaron los años. El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles seguían con la misma filosofía que aquél, se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos.

Y a través del tiempo, la misma historia se continuó repitiendo... ¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.



© Hans Christian Andersen

lunes, 28 de agosto de 2017

LAS DOS CARTAS


Las dos cartas


La humildad consiste en el reconocimiento de que Dios es el autor de todo bien. De él proviene todo cuanto tenemos y somos. Y también cuanto tiene y es nuestro prójimo. Por eso no cabe el sentido competitivo de la vida, que está en el fondo de la actitud soberbia y envidiosa. El que quiere sobresalir no busca tanto alcanzar una meta, sino crear distancia respecto de los otros.

El Cura de Ars dijo en cierta ocasión: “He recibido dos cartas en el mismo correo; una decía que yo era un gran santo, y la otra, que era un hipócrita y un impostor. La primera no me hacía mejor de lo que soy y la segunda no me hacía peor de lo que soy. Delante de Dios, todos somos lo que somos, nada más ni nada menos”.

Ubicarse ante Dios significa ser conscientes de nuestra pequeñez y dependencia, porque “El Señor es un Dios grande, tiene en su mano los abismos de la tierra, son suyas las cumbres de los montes, suyo es el mar, porque él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos” (Sal 95). Ante él “somos polvo y ceniza”, como le dijo Abrahán.



* Enviado por el P. Natalio

sábado, 26 de agosto de 2017

EL CAMINO


El camino



Jesús es la “gran noticia” que necesita el hombre de hoy. Es la única respuesta a tus más íntimas aspiraciones. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. La ciencia y la tecnología hacen más confortable el cotidiano vivir, pero no alivian el corazón que sufre ni liberan de la angustia: nada reemplaza la presencia de Dios en ti y el amor de Jesús que ilumina tu vida.

Un explorador inexperto se perdió en medio de la tupida y peligrosa selva africana. Por fin, tras varias horas de caminar, se encontró con un nativo a quien le rogó: —¿Me puede mostrar usted el camino a través del bosque, por favor? Ya habían avanzado un buen trecho, cuando el explorador empezó a dudar y preguntó al guía: —Disculpe, señor, ¿es éste el camino? El nativo respondió: —Señor, aquí no hay caminos; confíe en mí, yo soy el camino.

Los primeros cristianos eran conscientes que para llegar a Dios había que recorrer el camino de Jesús. Como Buen Pastor va adelante guiando a sus ovejas porque, hoy como ayer, hay también muchos caminos de mentira y engaño que terminan en una vida sin sentido. ¡Gracias, Jesús, tú me llevas por el camino seguro de la verdadera vida!



* Enviado por el P. Natalio

viernes, 25 de agosto de 2017

LA LÁMPARA ARDIENTE




Lámpara ardiente



Tu vida, como la de todos, transcurre, entre sencillas tareas. Puedes caer en el grave error de juzgarlas sin importancia y hacerlas sin implicarte con entusiasmo y amor poniendo lo mejor de ti mismo. “La calidad de una persona no se descubre en las grandes decisiones, sino en las pequeñas tareas de cada día”.

Seamos fieles en las cosas pequeñas, porque ahí estará nuestra fortaleza. Miremos el ejemplo de la lámpara que arde con el aporte de pequeñas gotitas de aceite, y sin embargo da mucha luz. Las gotitas de aceite de nuestras lámparas son las cosas pequeñas que realizamos diariamente: la fidelidad, la puntualidad, las palabras bondadosas, las sonrisas, nuestra actitud colaboradora hacia los demás. Madre Teresa de Calcuta.

Ser fieles al quehacer de cada día es algo importante. La felicidad humana generalmente no se logra con acciones de especial relevancia, que pueden acontecer muy raras veces, sino en ese sencillo deber que realizas todos los días con mucho amor. Valorízalo en ti y en los demás.


* Enviado por el P. Natalio

miércoles, 9 de agosto de 2017

MI ALMA TIENE PRISA


Mi alma tiene prisa



Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…

Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.

No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.

No tolero a manipuladores y oportunistas.

Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.

Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.

Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…

Sin muchos dulces en el paquete…

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír, de sus errores.
Que no se envanezca, con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.
Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.

Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.

¡Sí!… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.

Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.

Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.

Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una.


© Mário de Andarde (Sao Paulo 1893 – 1945)

lunes, 7 de agosto de 2017

EL PERDÓN PACIFICA


El perdón pacifica



“El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido”, 1 Juan 2, 9-11. Cuenta Teresa de Calcuta:

“Tenemos en Lima casas para los que sufren de SIDA; la mayoría son jóvenes. Y la mayoría de ellos muere, pero tienen una muerte muy hermosa, en paz con Dios. Un joven estuvo agonizando por tres días y no podía morir. La hermana le preguntó: “¿Qué cosa te preocupa?, ¿qué es lo que te impide morir? Yo deseo ayudarte”. Y el joven dijo: “Hermana, no puedo morir hasta que no pida perdón a mi padre”. La hermana averiguó dónde vivía el padre y lo trajo por avión adonde su hijo estaba. Fue una hermosa y viva realidad de la parábola del hijo pródigo. Fue emocionante ver al joven encontrarse con la muerte lleno de paz con Dios”.

Entre los sentimientos que turban la paz del corazón se destaca por su capacidad destructiva el odio que se niega a perdonar y olvidar. “Señor, tú que eres puro amor, tú que perdonabas a los que te crucificaban, quita de mi corazón el veneno de los recuerdos que me llenan de rencor y rabia. Derrama en mi interior el deseo de perdonar y la gracia del perdón”. Que el Señor te bendiga.


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 27 de julio de 2017

LA NIETA QUE SALVÓ A SU ABUELO


La nieta que salvó a su abuelo



En un lugar del Perigord (Francia), ejercía su profesión un médico, a quien nadie hacía referencia por su propio nombre, sino al que todos llamaban “el buen Doctor”. Y en verdad merecía este título, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los pobres.

Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso. No es que fuese descreído. No llegaba a tanto. Más bien era “indiferente”. Así, se daba el caso de que desde la fecha lejana de su matrimonio no se había preocupado de recibir los sacramentos...

Los muchos años y la excesiva actividad profesional desarrollada postraron al doctor en el lecho, con irreparable agotamiento. Toda esperanza de curación quedaba descartada. ¡Y “el buen Doctor” iba a morir en la impiedad!

Este pensamiento y temor torturaba el corazón de una nieta que le acompañaba en aquella ocasión. La niña era un ángel de dulzura y de piedad. Sentada junto al enfermo, lo entretenía y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, dirigía con lágrimas esta plegaria al cielo:

“¡Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podéis, moved a penitencia el corazón de mi abuelo!
No permitáis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales.
En Vos, Madre mía, tengo puesta toda mi confianza.”

Y tras de esa oración rezaba las tres Avemarías...

Una tarde, con el fin de distraer a su abuelo, la niña empezó a pasar revista al contenido de una gran cartera donde aquél había ido dejando recuerdos de pasados tiempos... Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo, y exclamó:
–Una antigua carta, abuelo. ¿De quién será que la habéis conservado?...

El anciano le respondió:
–Léela y haremos memoria.

Y la joven leyó:
“Mi querido ahijado: ¡Cuánto siento no poder abrazarte antes de que te marches a París!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volverás a ver aquí abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que serán los últimos.
Tú sabes que París ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. Sé un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad... Yo te pongo bajo la protección de la Santísima Virgen María, y te recomiendo encarecidamente seas constante en las prácticas de piedad que desde muy niño tuviste de rezar mañana y noche las tres Avemarías...
Rogará por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazón...”

La carta que tenía fecha de hacía cuarenta y ocho años, produjo una honda emoción al doctor. Rememoró los años despreocupados de su juventud, sus extravíos y ligerezas, su apartamiento de los actos de culto y el abandono de sus devociones. Pensó también en sus tareas profesionales y en su vida familiar y se detuvo recordando a su bondadosa madrina, que murió a los pocos meses de escribir aquella carta. Ella le había enseñado a rezar las tres Avemarías en su infancia...

Sintió el doctor un vivo impulso de gratitud hacia esa mujer buena, cuyos buenos consejos no siguió. Y mirando tiernamente a la nieta, balbuceó:
–¡Por mi madrina!... Dios te salve, María...

Y rezó las tres Avemarías juntamente con la nieta, que, con íntimo gozo, sonreía y lloraba a la vez. ¡Estaba ganado para Dios “el buen Doctor”!...

–Llama al Padre –dijo el enfermo–, porque he de contarle estas cosas.

Acudió el sacerdote diligentemente, y el doctor hizo su confesión con singular fervor.

Al día siguiente empeoró alarmantemente y hubo que administrarle el Santo Viático... Con paso acelerado se aproximaba a la muerte.

Tomó “el buen Doctor” con dificultad una mano de su nieta y, haciendo un gran esfuerzo, le dijo:
–Esto se acaba..., reza conmigo las tres Avemarías...

Al terminar la tercera Avemaría expiró dulcemente.



© P. Didier de Cre, O. F. M. Cap.

viernes, 21 de julio de 2017

PECADO Y MISERICORDIA


Pecado y misericordia
Reconocer el pecado nos permite invocar, aceptar, celebrar la misericordia.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic net 




En algunos lugares es fácil encontrar a católicos que han perdido la idea del pecado. De ahí se deriva la desafección hacia el sacramento de la confesión y, en no pocos lugares, la costumbre de comulgar sin ninguna inquietud acerca de si uno posee o no posee las disposiciones suficientes para participar en la Mesa del Señor.

Otros llevan la pérdida del sentido del pecado mucho más lejos: dejan de comulgar, se alejan poco a poco de una Iglesia que “no les sirve”, apagan en su interior todo anhelo de transcendencia al dejarse invadir por las preocupaciones del mundo.

No es fácil reconocer que hemos “pecado”, que hemos ofendido a Dios, al prójimo, a nosotros mismos.

No es fácil especialmente en el mundo moderno, dominado por la ciencia, el racionalismo, las corrientes psicológicas, las “espiritualidades” tipo New Age. Un mundo en el que queda muy poco espacio para Dios, y casi nada para el pecado.

Muchos reducen la idea de pecado a complejos psicológicos o a fallos en la conducta que van contra las normas sociales. Desde niños nos educan a hacer ciertas cosas y a evitar otras. Cuando no actuamos según las indicaciones recibidas, vamos contra una regla, hacemos algo “malo”. Pero eso, técnicamente, no es pecado, sino infracción.

Otros justifican los fallos personales de mil maneras. Unos dicen que no tenemos culpa, porque estamos condicionados por mecanismos psíquicos más o menos inconscientes. Otros dicen que los fallos son simplemente fruto de la ignorancia: no teníamos una idea clara de lo que estábamos haciendo. Otros piensan que el así llamado “pecado” sería sólo algo que provoca en los demás un sentimiento negativo, pero que en sí no habría ningún acto intrínsecamente malo.

Hemos de superar este tipo de interpretaciones equivocadas e insuficientes. Para descubrir lo que es el pecado necesitamos reconocer que nuestra vida está íntimamente relacionada con Dios, que existimos como seres humanos desde un proyecto de amor maravilloso. Es entonces cuando nos damos cuenta de que Dios llama a cada uno de sus hijos a una vida feliz y plena en el servicio a los hermanos, y que nos pide, para ello, que vivamos los mandamientos.

Porque existe Dios, porque tiene un plan sobre nosotros, entonces sí que podemos comprender qué es el pecado, qué enorme tragedia se produce cada vez que optamos por seguir nuestros caprichos: nos apartamos del camino del amor.

Al mismo tiempo, si al mirar a Dios reconocemos que existe el pecado, también podemos descubrir que existe el perdón, la misericordia, especialmente a la luz del misterio de Cristo.

Lo dice de un modo sintético y profundo el “Compendio del Catecismo de la Iglesia católica”, en el n. 392: “El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia”.

Es cierto que nos cuesta reconocer que hemos pecado. Pero hacerlo es propio de corazones honestos y valientes: llamamos a las cosas por su nombre, y reconocemos que nuestra vida está profundamente relacionada con Dios y con su Amor hacia nosotros.

Reconocer, por tanto, el pecado nos permite invocar, aceptar, celebrar la misericordia (según una hermosa fórmula del Papa Pablo VI). De lo contrario, nos quedaríamos a medias, como tantas personas que ven sus pecados con angustia, algunos incluso con desesperación, sin poder salir de graves estados de zozobra interior.

Es triste haber cometido tantas faltas, haberle fallado a Dios, haber herido al prójimo. Es doloroso reconocer que hemos incumplido buenos propósitos, que hemos cedido a la sensualidad o a la soberbia, que hemos preferido el egoísmo a la justicia, que hemos buscado mil veces la propia satisfacción y no la sana alegría de quienes viven a nuestro lado. Pero la mirada puesta en Cristo, el descubrimiento de la Redención, debería sacarnos de nosotros mismos, debería llevarnos a la confianza: la misericordia es mucho más fuerte que el pecado, el perdón es la palabra decisiva de la historia humana, de mi vida concreta y llena de heridas.

De este manera, podremos afrontar con ojos nuevos la realidad del pecado, de nuestro pecado y del pecado ajeno, con la seguridad de que hay un Padre que busca al hijo fugitivo: así lo explica Jesús en las parábolas de la misericordia (Lc 15), en todo su mensaje de Maestro bueno. Descubriremos que si ha sido muy grande el pecado, es mucho más poderosa la misericordia (cf. Rm 5). Estaremos seguros de que el amor lleva a Dios a buscar mil caminos para rescatar al hombre que llora desde lo profundo de su corazón cada una de sus faltas.

Juan Pablo II hizo presentes estas verdades en su encíclica “Dives in misericordia”, un texto que vale la pena leer y meditar con el corazón en la mano.

También el Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Deus caritas est”, evidenció la grandeza y profundidad del perdón divino:

“El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor” (“Deus caritas est” n. 10).

Con los ojos puestos en el Crucificado, que también es el Resucitado, podemos descubrir la maldad del pecado y la fuerza de la misericordia. Desde el abrazo profundo de Dios Padre nacerá en nuestros corazones la fuerza que nos acerque al sacramento de la confesión, el arrepentimiento profundo que nos aparte del mal camino, la gratitud que nos haga amar mucho, porque mucho se nos ha perdonado (cf. Lc 7,37-50).

lunes, 17 de julio de 2017

LOS PAJARITOS Y LA LUCIÉRNAGA


Los pajaritos y la luciérnaga



No nos contentemos con las luces pequeñas y que no son sino reflejo de la luz increada, origen de todas las luces. No tengamos miedo y familiaricémonos con las fuentes. Leamos los grandes autores y, especialmente, el gran libro donde el mismo Dios nos habla, la Biblia.

Cuatro pajaritos recién emancipados del nido dormían en un monte muy tupido, con la madre. A las doce de la noche fueron despertados por una luz y rompieron a gorjear. La madre, sobresaltada, preguntó lo que les pasaba y contestaron en coro que ya había salido el sol. Y la madre les hizo ver que no era más que una pequeña luciérnaga. A muchos les pasa lo mismo, que ven genios en todas partes y gritan: «¡Aquí está el sol!», al prenderse cualquier vela (Daireaux).

No leas la Biblia como si leyeras un libro más. Empieza con la invocación del Espíritu Santo, para que su don de sabiduría disponga tu mente a recibir el mensaje que Dios ha preparado con amor especial para ti ese día. La presencia de Dios en su Palabra es una realidad que hay que captar en la fe. Que el Espíritu te guíe e ilumine.


* Enviado por el P. Natalio

miércoles, 12 de julio de 2017

REFLEXIONES SOBRE EL AMOR


Reflexiones sobre el amor



No es muy habitual, ver la celebración de un 75 aniversario de bodas. Dejadme decir que tuve la impresión de estar ante una pareja de jóvenes de 98 y 96 años respectivamente, y digo jóvenes, porque todavía se permitieron bailar un vals, mas con el corazón que con las piernas, y al final se dieron un apasionado beso, y un largo abrazo, que se fundió en una emocionada ovación por parte de todos los que estábamos allá. Cuatro generaciones acompañaban a esa larga historia de convivencia. La forma de mirarse, de besarse, de sonreírse, de acariciarse, era un ejemplo de que se puede ser joven en la vejez, y se puede ser viejo en la juventud.

Uno ve esta experiencia, y después en la tranquilidad, reflexiona. Y surge la pregunta: ¿Por qué unas parejas duran tanto y otras duran tan poco? Y aquí, más que dar respuestas, convendría formularnos preguntas. Una pregunta crucial y fundamental sería esta: ¿Que espero yo del otro? ¿Cuáles son los deseos y las necesidades que espero que el otro me resuelva? Si resulta que las expectativas no se cumplen... todo se va a paseo.

Y no nos damos cuenta que la pregunta correcta sería exactamente la inversa. ¿Qué espera el otro de mí? ¿Cuáles son sus deseos y necesidades para que yo las atienda? Es esa la cuestión de fondo. Recuerdo que en un libro, Erik Fromm, decía estas palabras: "En el arte de amar, hemos de ser los primeros en tomar la iniciativa". Por este camino sí que se puede construir algo sólido y firme. Porque no hay amor sin una donación personal, generosa y gratuita.

Yo no sé, si hemos pensado en profundidad, la gran oportunidad que representa el espacio de convivencia de la pareja o de la familia, para construirnos como personas y educarnos en el arte de convivir. Debiéramos estar convencidos de que se puede hacer una cosa grande, con las pequeñas cosas de cada día, con la esperanza de que se pueden y se deben ir mejorando. Para ser felices, no hacen falta ni grandezas ni espectacularidades. Sino sencillamente estar dispuestos a una donación plena al otro.

Hace años, que en un grupo de parejas que se preparaban para el matrimonio, y asistían en una parroquia a aquellos encuentros prematrimoniales, los monitores formulamos a las parejas esta pregunta: “¿Qué es para vosotros el amor". Se oyeron las respuestas más variopintas que se pueda imaginar. No tenían el mismo cariz las visiones de los chicos que de las chicas. Se oyeron cosas como: "La sensación que noto cuando nos acercamos”, “Me gusta que me miren y me deseen”, “Salir de copas juntos”. Algunos comentarios se ajustaban más a la realidad, como este: "Estar a las verdes y a las maduras". Pero tal vez, la pareja que parecía menos preparada, casi no hablaban, eran forasteros, habían venido de Cáceres, él era guardia civil, y fue él, el que dio la respuesta más acertada. Dijo: "Para mí el amor, es estar dispuesto a dar la vida por mi novia". Sí señor. No se podía decir con menos palabras, una definición mejor de amor.


© Antoni Pedragosa

domingo, 25 de junio de 2017

SÍNTESIS DE SABIDURÍA


Síntesis de sabiduría



Intercambiar experiencias entre personas sabias es enriquecedor. Se aprende mucho sin necesidad de sufrirlo en la propia piel. Los clásicos decían, “de lo sucedido a uno sólo, aprendan todos”. Son consejos que debes confrontar con tus experiencias y darles el punto justo, para aprovecharlos con discernimiento. He aquí algunos.

El día más bello... Hoy.  La cosa más fácil... Equivocarse. El obstáculo más grande... El miedo. La raíz de todos los males... El egoísmo. La peor derrota... El desaliento.  La primera necesidad... Comunicarse. Lo que más hace feliz... Ser útil a los demás. El peor defecto... El mal humor. El sentimiento más ruin... El rencor. El regalo más bello... El perdón  La sensación más grata... La paz interior. La fuerza más potente del mundo…La fe. Lo más bello de todo... El amor. La distracción más bella... El trabajo.  La persona más peligrosa... La mentirosa. Lo más imprescindible... El hogar. El resguardo más eficaz...El optimismo.  La mayor satisfacción... El deber cumplido. Las personas más necesarias…Los padres. (Madre Teresa de Calcuta).    

“Cometiendo errores, se aprende”, dice el proverbio. Es verdad. Pero es sin duda mejor aprender de los errores, búsquedas, experiencias… de los que ya han transitado los caminos de la vida. Con razón afirmó Benjamín Franklin: “La experiencia es una excelente escuela, en la que lamentablemente no se inscriben los necios”.


* Enviado por el P. Natalio

martes, 13 de junio de 2017

LUZ DEL MUNDO



Luz del mundo
El amor fraternal es el gran signo del cristiano, el único testimonio que aceptan los demás, la única invitación convincente para los de afuera.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer 




“Vosotros sois la sal de la tierra”. “Vosotros sois la luz del mundo”. El Señor dirige estas palabras a todos los cristianos, a cada uno de nosotros.

Somos llamados a ser testigos de nuestro cristianismo en este mundo, ante todos los hombres. Y este testimonio debe realizarse no tanto en muchas palabras, sino sobre todo en nuestras acciones y obras. Porque el mundo moderno quiere que las palabras se traduzcan en hechos; los principios, en efectos; la fe y la caridad, en obras.

El mundo actual no se convertirá nunca a Dios, si no encuentra en nosotros, en nuestras vidas cristianas, un signo y testimonio de la presencia de Dios. Sabemos que después de su ascensión, Cristo no tiene ya más que una aparición posible, la nuestra. El único rostro que Él puede mostrar a nuestros contemporáneos, para llamarlos y convertirlos, es el nuestro, el de nuestras familias, el de nuestras comunidades y grupos.

Entonces, ¿cómo podemos ser luz del mundo? ¿Cómo podemos dar testimonio de Cristo en medio de los hombres?

El signo característico del cristiano auténtico es el amor, el amor a Dios y el amor a los hermanos. Seremos sal de la tierra, luz del mundo en la medida en que seamos testigos fieles del amor sin límites de Jesucristo, en nuestra propia vida.

Es la única prueba convincente de que Él sigue vivo: que nuestra comunidad cristiana, nuestras familias, cada uno de nosotros vivamos con tanto amor y entrega servicial, que los demás sientan ganas de unirse a nosotros. Que ellos sólo puedan explicarse nuestra entrega cristiana, admitiendo que Cristo se ha hecho vivo de nuevo en nosotros.

Y sabemos: El amor al prójimo es amor a Dios. Porque a partir de la encarnación de Cristo, el segundo mandamiento es semejante, es igual al primero. ¡No separemos pues el amor a Dios del amor a los hermanos!

San Juan Crisóstomo nos explica: “Quien acepta uno de los dos preceptos, observa también el otro. Ni un alma sin cuerpo, ni un cuerpo sin alma pueden constituir un hombre. Así, pues, no se puede hablar de amor a Dios, si no se tiene como compañero el amor al prójimo”.

Cuando, por eso, amamos a nuestros hermanos, estamos amando a Dios de un modo auténtico y directo. Y, además, la prueba de que amamos a Dios es que nos amamos los unos a los otros. Cristo ha revelado que tenemos las mismas relaciones con Dios que con cualquiera de nuestros hermanos. Estamos tan cerca de Dios, como de cualquiera de nuestros prójimos.

San Juan nos explica en su 1ª carta: “El que dice que ama a un Dios, a quien no ve, sin amar a su hermano, a quien ve, es un mentiroso”. El amor a Dios se presta a muchas ilusiones, a mucha imaginación. Pero el amor a nuestros hermanos es extraordinariamente realista.

Podemos saber en cualquier momento en que punto nos encontramos. Así nuestro amor a los demás es nuestra manera concreta de entrar en el amor a Dios. El prójimo es Cristo al alcance de nuestro amor. No amamos verdaderamente a Cristo, si no lo amamos en el hermano.

Ese amor fraternal es el gran signo del cristiano, el único testimonio que aceptan los demás, la única invitación convincente para los de afuera.

Queridos hermanos, tratemos de ahondar en nosotros ese amor a Dios en los hermanos, y nos haga descubrir y superar todos los obstáculos para que sea más pleno. Así nuestra vida será cada vez más sal de la tierra y luz del mundo.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo es nuestra comunidad familiar?
2. ¿La cordialidad caracteriza a nuestras relaciones?
3. ¿Soy una luz de Cristo… encendida?

sábado, 10 de junio de 2017

LA VIUDA POBRE, PARA QUIEN TODA ESPERANZA ERA DIOS


La viuda pobre, para quien toda esperanza era Dios
Quien no espera algo, no lucha por ello. 


Por: P. Juan J. Ferrán | Fuente: Catholic.net 




Encontramos este relato en Mc 12, 41-44.

Nos encontramos ante una escena que nos enseña la perspicacia de Cristo y el espíritu de observación que le caracterizan. Acababa de instruir a los suyos sobre el peligro de la vanidad, del apego a las cosas materiales, de la búsqueda de la fama, y toma asiento frente al arca del Tesoro. Desde allí ve cómo algunos ricos echaban mucho en el arca del Tesoro. Pero descubrió también a una pobre viuda que echó sólo dos monedas. Hasta allí todo normal. Unos echan más y otros echan menos. Entonces llama a sus discípulos y les dice algo que impresiona y que solo él podía conocer: Esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir. No hay más comentarios, ni la escena continua. Lo ha dicho todo. Sobre todo, ha descubierto en aquella mujer una actitud espléndida: el comportamiento de alguien que solo lo espera todo de Dios. Otra vez nos encontramos ante una mujer sin nombre, no sabemos si joven o mayor, de quien sólo sabemos que era viuda.

A veces resulta difícil comprender la realidad de la virtud teologal de la esperanza. La esperanza a nivel humano es una de las once pasiones más fuertes de la persona (amor, esperanza, deseo, gozo, odio, aversión, temor, tristeza, ira, audacia, desesperación) y consiste fundamentalmente en el sentimiento que confía poder poseer el bien ausente. Este sentimiento sostiene al ser humano a pesar de las dificultades. Pero lógicamente lo importante para nosotros es la esperanza teologal que es la que nos mantiene a los cristianos de pie en medio de las dificultades que se oponen a la salvación.

La esencia de la esperanza cristiana es el deseo de Dios como bien supremo nuestro, deseo que se asienta firmemente en la bondad y omnipotencia divinas que nos asegura el alcanzar la salvación eterna, es decir, a Dios mismo. Es el amor de Dios hacia nosotros quien nos asegura esta posibilidad y quien logra que no pongamos nuestro corazón en los bienes de la tierra, sino más bien en los bienes del cielo. Este deseo de Dios es realmente el que estimula el camino del bien. Quien no espera algo, no lucha por ello. Cuando más fuerte es el deseo, más fuerte es la lucha. En nuestra sociedad desgraciadamente para muchas personas Dios no es el Bien primero, ni el Bien supremo. Por eso, vemos a tantas personas mirar tanto hacia las cosas de la tierra, correr animosamente detrás de ellas, desgastarse por lo que perece, y mirar tan poco a las cosas de allá arriba.

Cuando el corazón humano se deja arrebatar por Dios y lo experimenta fuertemente, entonces la esperanza de poder poseer a Dios se convierte en la fuerza que mueve la vida. Basta ver cómo la esperanza de Dios ha hecho santos a niños, jóvenes y adultos, mujeres y hombres, que han sido capaces de dar la vida por él. También es verdad que la falta de ilusión por Dios conduce a muchos otros cristianos a la mediocridad, a la tibieza, al pecado. Son las leyes de la vida. Así es el corazón humano y así responde. No olvidemos, sin embargo, que es Dios quien acreciente en nosotros este deseo e incluso quien inspira los medios para poderlo realizar mediante una vida santa.

Debemos meternos dentro de nosotros mismos para constatar hasta qué punto Dios se ha convertido en el deseo de los deseos, en la aspiración suprema de nuestra vida, en el valor primero, en la ilusión que nos anima cada día. Poca respuesta habrá en la vida a las cosas de Dios, si Dios no es todo para nosotros, como lo era para S. Pablo: Para mí la vida es Cristo. Todo lo considero basura con tal de alcanzar a Cristo, mi Señor. Hay que pedirle a Dios que acreciente en nosotros cada día más este deseo.

miércoles, 19 de abril de 2017

DERECHO A SER FELIZ


Derecho a ser feliz
Creer que los seres humanos alcanzamos la felicidad acumulando dinero o coleccionando mujeres (u hombres) como si fueran trofeos de caza es un grave error antropológico


Por: Jaime Nubiola | Fuente: http://www.fluvium.org 




"Yo tengo derecho a ser feliz" me decía ayer un amigo al anunciarme su propósito de abandonar a su mujer y a sus hijas para formar una nueva familia con otra mujer. Me impresionaba que una persona adulta e inteligente estuviera decidida a echar por la borda quince años de vida familiar arguyendo que la felicidad es un derecho como los de la Declaración universal de derechos humanos.

No es fácil aclararse sobre a qué llamamos felicidad. Algunos creen que es un estado de ánimo, y pretenden encontrarla en la euforia de la borrachera o de la droga o en los libros de autoayuda. Para otros, es la satisfacción de todos los deseos y, como están insatisfechos, se sienten casi siempre tristes. De hecho, lo que está más en boga es la identificación de la felicidad con el sentirse querido, con el estar enamorado. Quizá por ese motivo vuelan por los aires tantos vínculos matrimoniales, esclerotizados por la erosión del tiempo, el aburrimiento mutuo o el desamor infiel.

Ya Aristóteles, hace más de dos mil trescientos años, advirtió que la felicidad no era algo que pudiera buscarse directamente, esto es, algo que se lograra simplemente porque uno se lo propusiera como objetivo. Como todos hemos podido comprobar en alguna ocasión, quienes ponen como primer objetivo de su vida la consecución de la felicidad son de ordinario unos desgraciados. La felicidad es más bien como un regalo colateral del que sólo disfrutan quienes ponen el centro de su vida fuera de sí. En contraste, los egoístas, los que sólo piensan en sí mismos y en su satisfacción personal, son siempre unos infelices, pues hasta los placeres más sencillos se les escapan como el humo.

Me gusta pensar que, en vez de un derecho, la felicidad es un deber. Los seres humanos hemos de poner todos los medios a nuestro alcance para hacer felices a los demás; al empeñar nuestra vida en esa tarea seremos nosotros también felices, aunque quizá sólo nos demos cuenta de ello muy de tarde en tarde. Viene a mi memoria un programa religioso para jóvenes en la televisión española de los sesenta que tenía como lema: "Siempre alegres para hacer felices a los demás". ¡Cuánta sabiduría antropológica encerrada en una fórmula tan sencilla!

Creer que los seres humanos alcanzamos la felicidad acumulando dinero o coleccionando mujeres (u hombres) como si fueran trofeos de caza es un grave error antropológico. El secreto más oculto de la cultura contemporánea es que los seres humanos sólo somos verdaderamente felices dándonos a los demás. Sabemos mucho de tecnología, de economía, del calentamiento global, pero la imagen que sistemáticamente se refleja en los medios de comunicación muestra que sabemos bien poco de lo que realmente hace feliz al ser humano.

La felicidad no está en la huida con la persona amada a una paradisíaca playa de una maravillosa isla del Caribe, abandonando las obligaciones cotidianas que, por supuesto, en ocasiones pueden hacerse muy pesadas. La felicidad no puede basarse en la injusticia, en el olvido de los compromisos personales, familiares y laborales, tal como hacen algunos de los personajes de Paul Auster que cada diez años huyen para comenzar una nueva vida desde cero. La felicidad —respondí a mi amigo con afecto— no es un derecho, sino que es más bien resultado del cumplimiento —gustoso o dificultoso— del deber y aparece siempre en nuestras vidas como un regalo del todo inmerecido, como un premio a la entrega personal a los demás, en primer lugar, al cónyuge y a los hijos.

martes, 4 de abril de 2017

OPTIMISMO


OPTIMISMO


Estás en un mundo problemático y te acosan las dificultades. Mas, no ser optimista no depende de circunstancias externas, sino de tu posición frente a problemas, conflictos y dificultades.

Cultiva la posición de ti mismo y acostúmbrate a imaginar vivamente las posibilidades de abundancias de bienes, satisfacciones y éxito.

Superas el pesimismo y sus terribles efectos, imaginando siempre lo mejor para ti y trabajando tenazmente por lograrlo.

Pon todo el potencial de tu mente y de tu fe en el auxilio de Dios, al servicio de tu progreso integral y de la ayuda a los necesitados.
El optimismo es la fuente perenne en la que puedes saciar tu sed de todo lo positivo de la vida.



Gra Baq

jueves, 30 de marzo de 2017

ENCUENTRO CON DIOS


Encuentro con Dios



Nada hay más decisivo en la vida del hombre que el encuentro con Dios. No hay bienes materiales en este mundo que puedan sofocar en tu interior la nostalgia de Dios. Escucha esas voces profundas de vida más plena, desbordante de sentido. Enfréntate con ese anhelo de Dios que no podrán acallar todos los ruidos del mundo.

El conocido escritor ruso, León Tolstoi, describía así su reencuentro con la fe: “Hace cinco años la fe vino a mí. Creí en la enseñanza de Jesús y toda mi vida experimentó una repentina transformación. Lo que antes había deseado, ya no lo deseé más y comencé a desear lo que nunca había deseado. Lo que antes me parecía verdadero ahora era falso, y lo falso del pasado lo reconocí como verdadero. Claro y preciso testimonio de lo que acontece cuando uno se encuentra con Jesús.

Jesús es capaz de cambiar nuestra vida y darle la alegría que anhelamos. Tú también puedes tener una experiencia similar, una vivencia transformante llena de luz, de energía y felicidad. Busca al Señor de corazón, escucha su voz, y decídete valientemente encontrarlo y quedarte con él. Ponte ahora mismo en camino. “Habla, Señor, que tu servidor escucha”. (APC).


* Enviado por el P. Natalio

lunes, 27 de febrero de 2017

VIVIR LA PALABRA


Vivir la Palabra



En la Palabra de Dios encuentras alimento cotidiano y orientación en tu camino, consuelo y fortaleza en tus penas, semillas de vida nueva, promesas de alegría sin fin, normas de vida inocente y pura, maravillosos ejemplos de fe. La Reina de la Paz te pide que pongas el Libro Sagrado en un lugar visible de tu casa y vivas con amor sus mensajes.

“¡Queridos hijos! También hoy los invito a ser portadores del Evangelio en sus familias. Hijitos, no olviden leer la Sagrada Escritura. Pónganla en un lugar visible y testimonien con su vida que creen y viven la Palabra de Dios. Yo estoy cerca de ustedes con mi amor, e intercedo ante mi Hijo por cada uno de ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Antes de leer la Palabra puedes orar así: “Concédeme, Señor, escucharte cada día con humildad, en un ambiente de silencio interior. Ayúdame a liberarme de las palabras inútiles que distraen mi espíritu. Haz que, meditando tu Palabra como María en mi corazón, pueda hacerla fructificar en mi vida. Gracias, Jesús, porque tus palabras son espíritu y vida”. 


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 23 de febrero de 2017

PROFESOR UNIVERSITARIO


Profesor universitario



El hombre moderno está orgulloso del progreso, del avance de la ciencia y la tecnología, vive devorado por la fiebre del “adelanto”, pero ¿va a alguna parte? ¿Es exagerado decir que el hombre de hoy ya no sabe a dónde va ni para qué vive? Vive “nadando” entre el placer y la comodidad pero, insatisfecho, no experimenta la alegría de vivir.

Un profesor universitario de lengua española, soñó que se encontraba con Dios y decidió preguntarle por qué nunca había sido feliz, a pesar de su exitosa carrera y sus conocimientos. Dios le dijo: “Sé que eres profesor de gran trayectoria en el idioma. Dime, pues, cuáles son las tres primeras personas en la gramática”. El profesor sorprendido ante pregunta tan fácil, respondió: “Esto es muy simple, son: YO, TÚ y ÉL”. Dios lo miró y dijo: “Ves, ése es el problema. Aún con tu saber, lo has dicho al revés. Por eso no eres feliz. Siempre debes decir “ÉL” primero, refiriéndote a mí, para que yo sea el primero en tu vida. “TÚ”, para que el prójimo sea la segunda persona importante para ti. Y finalmente cuando me hayas buscado y ayudado a tu prójimo, entonces estará el ‘YO”. Así pues, para ser feliz, di siempre: “ÉL, TÙ y YO”.

El sentido de la vida no cabe en el corto espacio que hay entre la cuna y la tumba. Hay que buscarlo más allá. El Eclesiastés señala que las cosas de este mundo son "poca cosa",”vanidades”. No bastan para hacernos felices. No basta toda la prosperidad del mundo para colmar las ansias eternas del corazón humano, sólo Dios.


* Enviado por el P. Natalio

martes, 21 de febrero de 2017

CLASE DE MEDICINA


 Clase de medicina



Según una fábula, Zeus colocó dos alforjas a cada ser humano: una sobre el pecho y otra, atrás a la espalda. Los hombres, sin excepción, han puesto en la alforja que está a la vista los defectos de las personas conocidas, mientras que los defectos propios en la alforja que tienen en la espalda. Por eso son expertos en debilidades ajenas, y analfabetos en sus propias fallas.

En un hospital universitario un doctor explica a sus alumnos ante la cama de una anciana enferma, los síntomas de su enfermedad. —Fíjense, en la arrugada frente, en los ojos hundidos y brillantes, en la piel arrugada y roja, en las uñas… La enferma, cansada de oír epítetos desfavorables, exclamó: —¡Ya está  bien, doctor, que usted tampoco es un Apolo!

El conocimiento de uno mismo es llave de sabiduría, porque desde tu realidad personal puedes crecer y superarte. Con un ojo en tus virtudes para conservarlas y darles brillo, y con el otro ojo en tus debilidades para neutralizarlas, afronta con esperanza esa labor cotidiana de  realizar el proyecto de Dios sobre tu vida.


* Enviado por el P. Natalio
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...