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martes, 26 de septiembre de 2017

LOS HERMANOS DE JESÚS


Los hermanos de Jesús
Es verdad que en los evangelios se habla de «los hermanos y hermanas de Jesús». 


Por: P. Paulo Dierckx - P. Miguel Jordá | Fuente: Apostolado del Libro 




En la Biblia leemos que los habitantes de Nazaret, hablando de Jesús, decían: «Este es el Hijo del Carpintero y su Madre es María, es hermano de Santiago, José, Simón y Judas, y sus hermanas también viven aquí entre nosotros.» (Mt. 13, 55-56)

En otra parte de la Biblia leemos: «Un día Jesús estaba predicando y los que estaban sentados alrededor de él le dijeron: «Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan». (Mc. 3, 32)

Los que no conocen bien la Biblia sacan de estos textos la precipitada y errónea conclusión de que María tuvo más hijos y que por tal razón no pudo haber quedado virgen, como creen los católicos. Muchos hermanos evangélicos hablan así, al parecer, no por amor a la verdad, sino simplemente para desorientar a los católicos y para que la gente sencilla abandone la verdadera fe en Cristo, en su Iglesia y en la Virgen María. En esta carta quiero explicarles cuán equivocadas están estas personas que piensan que Jesús tuvo más hermanos en el sentido estricto.

1) «Hermanos y hermanas» en el sentido bíblico

Es verdad que en los evangelios se habla de «los hermanos y hermanas de Jesús». Pero eso no quiere decir que sean hermanos de sangre de Jesús, o hijos e hijas de la Virgen María.

Jesús, en su tiempo, hablaba el idioma arameo (que es como un dialecto del hebreo) y en las lenguas arameas y hebreas se usaba la misma palabra para expresar los distintos grados de parentesco cercano, como «primo», hermano», «tío», «sobrino», «primo segundo»... Y para indicar estos grados de parentesco, simplemente, usaban la palabra «hermano o hermana.»

Por ejemplo: Abhraham llama «hermano» a su sobrino Lot (Gén. 13, 8 y Gén 14, 14-16) Labán dice «hermano» a su sobrino Jacob (Gén. 29, 15).

Es decir, en la Biblia no se usan las palabras «tío» o «sobrino», sino que a los que descienden de un mismo abuelo se les llama hermanos.

Ahora bien, para evitar las confusiones, la Biblia usa varios modismos. Por ejemplo: si se trataba de hermanos verdaderos, hijos de una misma madre, se usaba la expresión: «Tu madre y los hijos de tu madre.» Esta era la única manera correcta de expresarse. En Mateo16, 17 se usa la expresión «Simón, hijo de Jonás» para decir que el papá de Simón es Jonás.

En ningún lugar del Evangelio se habla de los hermanos de Jesús en sentido estricto, como «hijos de María». Por tanto en la Biblia no aparece ningún hermano de Jesús según la carne.

En el Evangelio de Lucas leemos que Jesús subió a Jerusalén junto con María y José. El niño Jesús tenía ya 12 años. Este relato no menciona ningún hermano de Jesús en sentido estricto. Así el texto nos hace entender que Jesús es el hijo único de María. (Lc. 2, 41-52).

Al momento de morir, Jesús confió su madre María al apóstol Juan, hijo de Zebedeo, precisamente porque María quedaba sola, sin hijos propios y sin esposo. Para los judíos una mujer que se quedaba sola era signo de maldición. Por eso Jesús confía María a Juan y también Juan a María.

«Cuando Jesús vio a su madre, y de pie junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, Jesús dijo a su madre: «Madre, ahí tienes a tu hijo. Luego le dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde entonces ese discípulo la recibió en su casa» (Jn. 19, 26-27).


2) ¿Quiénes son «estos hermanos de Jesús»?

La Biblia nombra a cuatro «hermanos» de Jesús (Mat. 13, 55-56).

En Mt. 13, 55-56 encontramos los nombres de cuatro «hermanos» de Jesús: Santiago (o Jacobo), José, Simón y Judas.

De estos cuatro hermanos de Jesús arriba mencionados, dos eran apóstoles: Santiago «el hermano del Señor» (Gál. 1, 19) es el apóstol Santiago «el Menor» (Mc. 15, 40), y Judas, «servidor de Jesucristo y hermano de Santiago».

La madre del apóstol Santiago el Menor se llama María y esta María, madre de Santiago y José, estaba junto a la cruz de Jesús (Mc. 15, 40) y era «hermana de María la Madre de Jesús» (Jn. 19, 25) y tía de Jesús. Es la que el Evangelista llama María de Cleofás (Jn. 19, 25)

Comparando los textos bíblicos entre sí, está claro que ni Santiago ni los otros tres nombrados «hermanos de Jesús» eran hijos de la Virgen María y José, sino primos hermanos de Jesús.

Hagamos el árbol genealógico de las dos familias:

«Padre» + madre = hijo (José + María =Jesús)

Alfeo o Cleofás + María = hijos: Santiago, José, Simón y Judas.


3) Jesús es el hijo primogénito de María: 

Otros dicen que la Biblia nombra a Jesús como el «primogénito» o sea «el primer hijo de María» y eso es señal de que María tuvo más hijos.

El hecho de que Jesús sea «primer hijo» no significa que la Virgen María tuviera más hijos después de Jesús; de ninguna manera quiere decir eso el Evangelio. «Y dio a luz a su primer hijo» (Lc. 2, 7) quiere decir que «antes de nacer Jesús, la Virgen no había tenido otro hijo».

Y esto era muy importante para los judíos, porque siendo Jesús el primogénito, o sea, el primer hijo, quedaba consagrado completamente a Dios. (Ex. 13, 2). Y es que la Ley del Señor mandaba que el primer hijo fuera consagrado u ofrecido totalmente a Dios (Ex. 13, 12 y Ex. 34, 19). Por eso Jesús, por ser el primogénito o primer hijo ya desde su nacimiento quedaba ofrecido y consagrado totalmente al servicio de Dios.

Esto, y no otra cosa, es lo que enseña el Evangelio al decir que Jesús fue el «primer hijo» (Primogénito) de la Virgen María. En ningún caso quiere decir el primero entre otros hermanos.


4) El uso de la palabra «hermano» en el sentido religioso

Un día preguntó Jesús a sus discípulos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y mirando a los que estaban en torno a él añadió: Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt. 12, 49-50). Jesús fue el primero en utilizar la palabra «hermano» no en sentido carnal, sino en sentido figurado

En el Evangelio de Juan (20, 17), Jesús llama a sus discípulos y apóstoles: «mis hermanos» y en la carta a los Hebreos (2, 11) todos los redimidos por Cristo son «sus hermanos.» Cristo es «el Primogénito de estos hermanos.» (Rom. 8, 29).

En este sentido aparece la palabra «hermano» 160 veces en las cartas apostólicas del N. T. «Hermanos pues, en este sentido, hoy como ayer, son todos los que creen y aceptan a Jesús.» Y en esto los hermanos evangélicos son muy inconsecuentes porque en sus sermones usan a cada rato la expresión «hermanos» en sentido figurado (todo el mundo entiende que no se trata de hermanos carnales) Pero cuando se trata de interpretar esta palabra en el N. T., dicen que hay que entenderla en sentido carnal, de verdaderos hermanos según la sangre.

La Iglesia Católica, al igual que las iglesias Evangélicas, tiene ahora también la costumbre de llamar a sus fieles «hermanos y hermanas». ¿Significa esto que todos somos hermanos según la carne? De ninguna manera, sino que utilizamos la palabra «hermanos» en sentido figurado. ¿Por qué, entonces, los evangélicos tienen tanto empeño en interpretar la palabra «hermano» sólo en sentido literal para concluir que la Virgen tuvo otros hijos? ¿No hay aquí una tergiversación o mala interpretación de textos? ¿No será que se utilizan estos textos tan sólo como un pretexto para confundir a los católicos poco familiarizados con la Biblia?

Ojalá que estas palabras «hermano y hermana» no sean para nosotros palabras conflictivas. Hermanos según la carne son los hijos de unos mismos padres. Hermanos según el espíritu somos todos los seres humanos, mayormente los que son miembros de una misma comunidad o familia religiosa.

Queridos hermanos y amigos en Cristo: Creo que estas explicaciones bastan para aclarar el sentido bíblico de la expresión «hermanos y hermanas del Jesús.» Que nadie los venga a molestar ahora con discursos erróneos y a decirles que María tenía muchos hijos... Los que hablan así son personas que no conocen bien la Biblia; es gente que interpreta la Palabra de Dios a su propio gusto y quiere solamente sembrar dudas y mentiras. ¿No dijo el apóstol Pedro que debemos ser prudentes con nuestras interpretaciones privadas de la Biblia? (2 Pedr. 1, 20).

Y por último, queridos hermanos, yo también los nombro con la palabra hermanos, les pido que no hagan caso de palabrerías, sino que sean realmente capaces de vivir este gran sueño de Jesucristo que es construir el Reino de Dios en que todos los hombres volverán a ser hermanos.

martes, 18 de julio de 2017

NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA


Nadie es profeta en su tierra
Señor, ¿a quien iremos sino a ti? Tú solo tienes palabras de vida eterna.... 


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 




Jesús nos ha advertido muchas veces que debemos ser personas de fe, y que la fe es la llave que abre todos los tesoros de su Corazón.

En el Evangelio nos va a decir lo mismo, pero de una manera del todo inesperada. Diríamos que lo va a hacer presentándonos un cuadro a contra luz.

Quiere llevar el mensaje de la salvación a un puesto muy querido --¡y tan querido, como es su pueblo de Nazaret!--, pero la incredulidad de sus paisanos va a cerrar todas las puertas a la generosidad de ese su Corazón, tan delicado y sensible.

Jesús llegó a Nazaret acompañado de sus discípulos. El carpintero de antes, el trabajador de los campos, el muchacho bueno y amigo de todos, viene ahora como una persona importante, pues su enseñanza, sus milagros, su fama por toda Palestina hacen de Él un personaje fuera de serie. Jesús, sin embargo, sigue tan humilde y sencillo como antes.

Al llegar el sábado se presenta en la sinagoga como lo había hecho siempre. Aunque ahora lo hace no para escuchar, sino para tomar la palabra y enseñar. Y lo hace tan bien, con tanta gracia y sabiduría, que todos se quedan pasmados.

Vienen entonces los comentarios obligados.
Para unos, este Jesús es algo extraordinario:
- ¿De dónde tanto conocimiento? ¡Pero, cómo domina la Escritura! Y esos milagros que dicen ha hecho en Cafarnaúm y en otras partes... Dios está seguramente con Él.

Otros, sin embargo, se escandalizan y siembran la cizaña entre el auditorio:
- Pero, ¿no es éste el carpintero, el hijo de María? ¿Y no están entre nosotros todos sus parientes? ¿Cómo le vamos a hacer caso?

Jesús se ve aquí como un signo de contradicción. Unos que sí, otros que no... Y con cara triste les asegura a sus paisanos:
- Un profeta no es despreciado sino en su patria, entre sus parientes y en su propia casa.

Así y todo, aún se dignó imponer la mano sobre algunos enfermos y curarlos, porque el corazón le traicionaba siempre. Pero también manifestó sus sentimientos íntimos:
- Me maravilla vuestra incredulidad. Quisiera haberos ayudado más, pero no puedo ante vuestra falta de fe...

Y no tuvo Jesús más remedio que asumir semejante fracaso y marcharse a predicar por los otros pueblos y aldeas.

Al leer este pasaje del Evangelio nos topamos con el problema de la incredulidad y del rechazo de Dios, que es un pecado tan frecuentemente denunciado en la Biblia.

Israel sintió siempre la tentación de volverse a los dioses de los paganos, dejando al Dios que los había sacado de Egipto. Rompían la alianza y se prostituían ante cualquier altar levantado en las colinas a los ídolos de los extranjeros. No escarmentaban con los castigos de Dios, castigos siempre amorosos para apartarlos de esos cultos idolátricos.

Ahora va a ser peor. Ahora rechazan a Dios que se les presenta en Jesucristo. A pesar de los milagros que hace, a pesar de su enseñanza tan bella, a pesar de todo, no creen en Jesús, se escandalizan de Él, y se lo echan bien lejos...

Todo esto, por sus apariencias humildes. Venían de decirse:
Que venga un Cristo fulgurante, y le haremos caso.
Que detenga el sol como Josué, y creeremos en Él.
Que eche bien lejos a los romanos, y lo aceptaremos.
Que someta las naciones de los gentiles a Israel, y entonces sabremos que es el Mesías, el que queremos y esperamos...

Esto pensaban y esto querían los dirigentes del pueblo.

Pero como Jesús no hacía nada de esto, y aseguraba que el Reino de Dios tan esperado era una cosa tan diferente, se vio rechazado como Mesías. Hasta que pudo decir Él mismo sobre la Jerusalén incrédula:
- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajos las alas, y tú no has querido!...

Esta podría ser nuestra situación, como pueblos y como personas. Pero Dios no quiera que nos suceda algo semejante. Podremos tener nuestras debilidades, colectivas como personales, pero eso de rechazar a Jesucristo, ¡no!...

La fe en Jesucristo y en su Iglesia no la perderemos. A veces se nos presentarán con apariencias humildes y exigentes, cuando nos hablen de puntos de la Ley de Dios que el mundo rechaza. Nosotros, con la gracia de Dios, queremos permanecer fieles y seremos dóciles al Magisterio de nuestros Pastores, que vienen y nos enseñan como enviados del mismo Dios.

¡Señor Jesucristo! Aunque hoy te ves rechazado por muchos, nosotros te acogemos como el Enviado de Dios y como el Salvador. Nuestra respuesta será siempre la de Pedro: -Señor, ¿a quien iremos sino a ti? Tú solo tienes palabras de vida eterna.

lunes, 17 de julio de 2017

EXIGENCIAS DE LA IMITACIÓN DE CRISTO


Exigencias de la imitación de Cristo
El Señor formula tres exigencias para los que le quieren seguir. ¿Las conocemos?


Por: P. Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer 




En la piedra fundamental de un Santuario de Schoenstatt están grabadas dos manos abiertas. Una viene de arriba, otra se adapta desde abajo en esta mano abierta. ¿Y el significado de esta imagen? Dios precisa al hombre. Dios llama al hombre a su servicio. El hombre debe ser compañero y colaborador de Dios en el desarrollo de su Reino.

Ya en el bautismo recibimos la llamada personal de Dios, para participar en la redención del mundo y de los hombres. En el Evangelio Jesús nos invita a entregarnos totalmente por su misión, de seguirle generosamente en su camino. El Señor formula tres exigencias para los que le quieren seguir:

1ª Exigencia: “El que encuentra su vida, la perderá: y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.

Jesús exige renunciamiento a la realización arbitraria de la vida; exige la lucha contra el egoísmo y la obstinación; exige entregar y arriesgar la vida para Él y su Reino.
Sabemos y experimentamos cada día nuevamente que el egoísmo está muy dentro de nosotros mismos. Por eso, ninguno de nosotros, si quiere ser colaborador en el Reino de Jesús, puede desistir de esta lucha diaria. Así tenemos un vasto campo para nuestra auto educación. E incluso, si no podemos aniquilar este virus del mal hasta el fin de nuestra vida, lo que importa es que estemos luchando contra él hasta el último día.
Sólo esta abnegación de sí mismo, sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso por el amor a Dios y por el amor a los demás. Toda nuestra vida tiene que ser un esfuerzo diario para des-centrarnos de nosotros mismos por la construcción de un nuevo mundo, un mundo lleno de amor, de entrega, de magnanimidad.

Cada uno por su camino y según los dones de la gracia está llamado a cumplir servicial y desinteresadamente sus tareas humanas, por amor a los suyos y a todos los hombres, y, en definitiva, solamente así vamos a encontrar la vida eterna.

2ª Exigencia: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.

La disposición para el sufrimiento, la pena y la cruz en el camino del seguimiento, es otra exigencia del Señor. No debemos buscar el sufrimiento, pero tenemos que aceptarlo si nos es impuesto. Tenemos que abrazar la cruz, por amor a Jesús y a la voluntad de Dios Padre.
Jesucristo mismo también se enfrentó con esta dolorosa realidad humana, que afecta a todos y desconcierta a muchos. Su vida es un continuo sacrificio, un diario camino de Cruz. Permanentemente se enfrentó con el sufrimiento, lo santificó, lo sublimó y nos dejó el mensaje consolador de que la cruz tiene un sentido altamente redentor.

Tomemos, por eso, con fuerza y fidelidad nuestra cruz de cada día, el gran medio de redención y semejanza con Jesús y sigámosle. Ofrezcámosla a Él y a la Virgen María como nuestro aporte más valioso al Capital de gracias.

3ª Exigencia: "El que ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”.

Es la tercera exigencia de Jesús para los que le siguen, para los que son verdaderamente cristianos.
A primera vista parece ser una exigencia un poco oscura. Porque Dios mismo nos puso en el corazón el amor natural a los padres, a los hijos, a los seres queridos. Y todos sabemos y experimentamos de forma positiva o negativa cuán decisivo es el ambiente de la familia natural en el éxito o fracaso de la vida humana. Una inmensa responsabilidad gravita sobre los padres, más si pensamos en su obligación de desarrollar la vida religiosa en sus hijos. Porque padre y madre, en primer lugar, son los responsables de que los suyos encuentren una relación profundamente personal con Dios, un amor sano hacia Dios y hacia los demás. Por eso, como en ningún otro campo de la vida humana, es necesario la conducción de Dios en la educación y formación de la juventud.

Pero Jesús no se pronuncia contra el amor familiar.
Pone en claro el criterio, cuando se trata de jerarquizar el amor y sus exigencias: Dios está por encima de todo. Las exigencias más nobles del amor humano pasan al segundo plano, cuando Cristo se hace presente con sus exigencias.

También María, la Madre de Jesús y San José tuvieron que experimentar esta contradicción. Fue cuando Jesús, a la edad de doce años, por voluntad del Padre celestial se quedó en el templo, a pesar de ser buscado desesperadamente por sus padres.

Creo que en nuestra época de conflictos de generación, sobre todo los jóvenes que sienten vocación religiosa, se encuentran ante esta alternativa. Porque no raras veces tienen que conquistarse su misión personal, tienen que tomar sus decisiones de vida, tienen que arreglar su propia existencia- contra la opinión y contra la voluntad de sus padres y familiares. Pero también cada uno de nosotros puede llegar, un día, a la situación de tener que renunciar a afectos familiares o amistosos, para poder obedecer a Dios, sin ninguna restricción.

Queridos hermanos, pidámosle entonces a la Virgen María que nos dé fuerzas para seguirle fielmente a su Hijo, por todos los caminos que Él quiere llevarnos. Y que Ella sea nuestra gran estrella en el caminar detrás de las huellas del Señor.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

lunes, 10 de julio de 2017

TRES LLAMADAS DE JESÚS


Tres llamadas de Jesús



El evangelio de Mateo ha recogido tres llamadas de Jesús que hemos de escuchar con atención sus seguidores, pues pueden transformar el clima de desaliento, cansancio y aburrimiento que a veces se respira en algunos sectores de nuestras comunidades.

- “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que viven su religión como una carga pesada. No son pocos los cristianos que viven agobiados por su conciencia. No son grandes pecadores. Sencillamente, han sido educados para tener siempre presente su pecado y no conocen la alegría del perdón continuo de Dios. Si se encuentran con Jesús, se sentirán aliviados.

Hay también cristianos cansados de vivir su religión como una tradición gastada. Si se encuentran con Jesús, aprenderán a vivir a gusto con Dios. Descubrirán una alegría interior que hoy no conocen. Seguirán a Jesús, no por obligación sino por atracción.

- “Cargad con mi yugo porque es llevadero y mi carga ligera”. Es la segunda llamada. Jesús no agobia a nadie. Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotros pues nos propone vivir haciendo la vida más humana, digna y sana. No es fácil encontrar un modo más apasionante de vivir.

Jesús libera de miedos y presiones, no los introduce; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.

- “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso”. Es la tercera llamada. Hemos de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace más clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone nunca a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos invita a seguirlo por el mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos siempre a levantarnos.

Hemos de centrar nuestros esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y mujeres necesitados de aliento, descanso y paz. Me entristece ver que es precisamente su modo de entender y de vivir la religión lo que conduce a no pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús. Pienso en tantas personas que, dentro y fuera de la Iglesia, viven “perdidos”, sin saber a qué puerta llamar. Sé que Jesús podría ser para ellos la gran noticia.


© José Antonio Pagola

jueves, 6 de julio de 2017

JESÚS PERDONA SIEMPRE


Jesús perdona siempre
Cuando Jesús se relaciona con el hombre, especialmente con los necesitados y pecadores siente una profunda misericordia.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Aldo Moro era amigo de Pablo VI. Cuando las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo, Pablo VI se ofreció como rehén para que liberasen a su amigo; pero Aldo fue asesinado. Las cuatro hijas de Aldo fueron a la cárcel en las Navidades siguientes, a llevar unos regalos y perdonar a los asesinos de su padre. Ante la pregunta de los periodistas qué es lo que hacían con este gesto una de ellas respondió: “lo hemos aprendido de Jesús”.

Jesús dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En él tenían cabida todos los seres humanos, en especial los más despreciados. El no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9,13). Jesús practicaba y enseñaba a otros a practicar la lección más difícil: pasar haciendo el bien y perdonar y a Pedro le manda que perdone siempre (Mt 18,21). La reconciliación perfecta la hizo Jesús, él es el único mediador entre Dios y los seres humanos (1Tm 2,5). Él murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos, a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros (2Co 5,14-21). Cristo nos ha reconciliado con Dios “por medio de la cruz, destruyendo en sí mismo la enemistad…; por él tenemos acceso al Padre en un mismo espíritu” (Ef 2,14-18).

Jesús excusa y perdona a sus enemigos y así se lo pide al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Hasta ese punto llegó el perdón de Jesús. Jesús no se dejó vencer por el mal, sino que venció al mal con el bien (Rm 12,21). Dice san Juan Crisóstomo: “En las guerras se considera vencido al que cae. Pero entre nosotros la victoria consiste en eso mismo. Nunca vencemos cuando nos portamos mal, sino cuando soportamos el mal con paciencia. La victoria más bella consiste en vencer con nuestra paciencia a los que nos hacen daño”. Jesús no fue enviado por su Padre como juez, sino como salvador (Jn 3,17); él nos revela que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt 18,12).

Jesús no sólo anuncia este perdón, sino que además lo ejerce y testimonia con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Mc 2, 5-11). Jesús nos manda amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen (Lc 6, 27-35). Al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la medida que midamos se nos medirá (Lc 6,36-38).

Jesús tenía entrañas de misericordia y sus seguidores, al mismo tiempo que se sienten atraídos por él, tienen que comprender que la misericordia “es la única realidad que puede resumir e iluminar decisivamente todos los demás aspectos del mensaje cristiano” (B. Bro). Cuando Jesús se relaciona con el ser humano, especialmente con los necesitados y pecadores siente profundamente la misericordia. Los evangelios nos hablan de distintos momentos en que se le conmovieron las entrañas. Como ante el féretro del joven muerto en Naím o ante los ciegos de Jericó. La misma expresión es utilizada por él en el relato de la parábola del buen samaritano y del hijo pródigo.

Jesús sentía compasión cuando veía a las multitudes vejadas y abatidas, como ovejas sin pastor (Mt 9,36); cuando veía a los ciegos, a los paralíticos y a los sordomudos que de todas partes acudían a él, (Mt 14,14); cuando se daba cuenta de que las personas que le habían seguido durante días estaban fatigadas y hambrientas (Mc 8,2). Hay parábolas en las que habla del perdón. Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en su casa y se sentó a la mesa. Una mujer, que era pecadora en la ciudad, cuando supo que estaba a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro lleno de perfume y comenzó a bañarlos con lágrimas y a limpiarlos con sus cabellos; le cubrió de besos los pies y se los ungió con el perfume… Como esta mujer amó mucho, se le perdonaron todos sus pecados (Lc 7,36-47). La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza esta verdad (Mt 18,23-35), en la que insiste Cristo (Mt 6,4) y que nos impide olvidar haciéndonosla repetir cada día en el padrenuestro.

Jesús presenta la misericordia fraterna como una buena disposición previa al perdón de Dios. Es necesario perdonar para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas (Mc 11,25). El perdón fraterno aparece aquí como condición esencial previa para obtener el perdón de Dios. Lucas va mucho más lejos, parece dar por supuesto que cuando pedimos perdón al Señor hemos perdonado previamente a todos. Así decimos al Padre que perdone nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende (Lc 11,4). Realmente somos nosotros los que al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la misma medida que midamos, se nos medirá (Lc 6,36-38). Y hay que usar una buena medida para excusar los pecados de cada día, esos que van carcomiendo toda clase de amor. Éste muere, a menudo, por las continuas desatenciones, olvidos, genio, egoísmo.

San Pablo presenta el perdón como una consecuencia del perdón divino e invita a perdonar, (Col 3,13), a ser benignos y misericordiosos (Ef 4,32) y a que la puesta del sol no sorprenda en el enojo (Ef 4,26).

Pedro pone como norma de conducta el no devolver mal por mal ni insulto por insulto; antes, al contrario, manda bendecir y amar siempre (1P 3,8-9).

La reconciliación depende de cada persona, cada uno es libre para aceptarla o rehusarla (Mc 4,1-9); pero la reconciliación es, sobre todo, obra de Dios, él es el que realiza su obra, ensalza a los humildes y rebaja los soberbios (Lc 1,52-53). Quien perdona deja las ofensas atrás, apunta hacia nuevos horizontes, soslaya lo sucedido y propone una nueva relación al ofensor.

viernes, 19 de mayo de 2017

LOS INTERESES DE CRISTO


Los intereses de Cristo
Podemos resumir los intereses de nuestro Señor Jesucristo en dos: el celo por Su Padre celestial y el amor por las almas.


Por: Padre Sergio Larumbe | Fuente: Catholic.net 




Cristo se encarnó por mí

Jesús nos pertenece. Él mismo se encarnó y nació por nosotros y se dignó ponerse a nuestra disposición: Él mismo dijo Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mt. 9,13). Y nos ama con un amor que no hay lengua que pueda expresar. Cristo vino a dar la vida por nosotros: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Nada nos ha negado Jesús. Ahora debemos preguntarnos ¿qué hemos hecho por quien tanto trabajó en nuestro provecho? Amor con amor se paga.

Podemos resumir los intereses de nuestro Señor Jesucristo en dos: el celo por Su Padre celestial y el amor por las almas.

El Celo por el Padre

El celo por el Padre: Tenemos el claro ejemplo de la expulsión de los mercaderes del templo: Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará (Jn. 2,15-17). Además Cristo siempre hablaba del Padre. Era su tema central.

Amor por las almas 

Tenía un gran interés y deseo por llevarlas al Padre y como fruto de su pasión tenía un deseo de que no ofendan a Dios con sus faltas. De hecho no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos, como se dice en el evangelio de San Juan: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13) y Cristo la dio cuando todavía nosotros éramos enemigos suyos: Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! (Rm. 5,10).

Su gran Interés

Por eso que su gran interés es que evitemos todo pecado para así llevarnos al Padre: Este es otro de los grandes intereses de Jesús. Todo pecado que evitemos, aunque sólo sea venial, es una grande obra para los intereses de Jesús. Nos convenceremos de ello recordando que si con una leve mentira pudiésemos cerrar para siempre el infierno, salvando todas las almas que hay en él, acabar con el purgatorio y hacer que todo el humano linaje se igualase en santidad a San Pedro y San Pablo, todavía no nos sería lícito cometer bajo ningún concepto esa ligera falta; pues más perdería la gloria de Dios con dicha culpa liviana, que cuanto pudiese ganar en la justificación y salvación de todo el universo mundo. ¡Que obra, pues, tan grande no será para los intereses de Jesús impedir un solo pecado mortal! Y cuán fácil cosa es evitarle! Si cada noche, antes de acostarnos, suplicásemos a nuestra dulcísima Señora tuviese la dignación de ofrecer a Dios la Preciosísima Sangre de su hijo para estorbar en cualquier parte del mundo, durante la noche, un solo pecado mortal, y renovásemos luego por la mañana la misma súplica por todas las horas del día, seguramente una ofrenda hecha por semejantes manos, obtendría la gracia deseada. Cada uno podría probablemente evitar así todos los años setecientos treinta pecados mortales; y si mil de nosotros hiciésemos iguales ofrecimientos, y perseverásemos en ellos por veinte años, lo cual sería fácil y nos colmaría al propio tiempo de inefables méritos, ascendería la suma de culpas graves que impidiésemos a más de catorce millones. Si suponemos ahora que todos los miembros de la Confraternidad practicásemos lo mismo, tendríamos entonces que multiplicar la suma anterior por cuarenta; y La omisión de quinientos sesenta millones de pecados mortales sería la ofrenda anual de nuestra Confraternidad a la Pasión de Nuestro Señor. En igual proporción prosperarían los intereses de Jesús, y cuán dichosos, inmensamente dichosos, no seríamos entonces nosotros. Aumentamos igualmente el fruto de la Pasión de nuestro Redentor adorable cada vez que conseguimos, llegue uno al Tribunal de la Penitencia a confesar sus culpas, aunque no sean sino veniales: aumentamos ese mismo fruto bendito con todo acto de contrición que hagan los hombres por mediación nuestra, y con cada plegaria que dirijamos a Dios para alcanzarles la gracia de obtenerla: nos da idéntico resultado toda ligera mortificación o penitencia que inspiremos a los demás. Y todo esfuerzo de nuestra parte para fomentar la Comunión frecuente entre nuestros hermanos: y cuando inducimos al pueblo a tomar parte en la devoción a la Pasión de Nuestro Señor, a leer o meditar sobre ella, ¿qué otra cosa estamos haciendo sino acrecentar los intereses de Jesús? Cierta persona aseguraba, y si la memoria no me es infiel, era Alberto Magno, que una sola lágrima derramada sobre los sufrimientos de Nuestro Señor tenía más mérito delante de los divinos ojos que un año entero de ayunos a pan y agua. ¡Cuál no será, pues, el valor de hacer que los demás giman con nosotros por la Pasión de Jesús, y cuánto mayor el lograr de ellos que reciten una corta oración! ¡Oh dulce Jesús mío! ¡Y cómo es que somos tan fríos y duros! ¡Enciende, pues, en nosotros el sagrado fuego que viniste a encender sobre la tierra!

Cristo me amó y se entregó por mí

No debemos dudar nunca que somos objeto del amor de Dios, somos uno de sus mayores intereses ¿No vino al mundo acaso por nosotros? ¿Cuáles son mis dudas sobre el amor de Dios hacia mi persona? ¿Qué no hizo Cristo por salvarme, y qué no seguirá haciendo? No puedo dudar de su amor, no puedo hacerme merecedor de aquel reproche hecho a san Pedro cuando después de caminar por las aguas se empezó a hundir por desconfiado: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt. 14,31).

lunes, 10 de abril de 2017

EL ROSTRO DE CRISTO, CÓMO ES?


El Rostro de Cristo, ¿cómo es?
Hay un retrato de Jesús que sí tiene mucha influencia en los demás y es la imagen que damos los cristianos


Por: P. Máximo Álvarez Rodríguez | Fuente: Catholic.net 




Hace un tiempo unos supuestos científicos se atrevieron a presentar un retrato de Cristo. Decían basarse en el hallazgo de un cráneo de una persona judía contemporánea de Jesús. La conclusión parece un poco atrevida, puesto que es como si después de veinte siglos intentaran descubrir cómo era Miss España 2000 por la cabeza de una persona poco agraciada de la misma época. En aquel tiempo habría, como ahora, altos y bajos, guapos y feos, de todo...

Lo cierto es que el presunto retrato de Jesús, difundido por los presuntos investigadores, da un poco de pánico. Sin embargo, aunque de la tradición y de los datos que ofrece el Evangelio parece desprenderse la idea de un Jesús atractivo, no tendría por qué extrañarnos que Jesús hubiera sido una persona fea.

Dicha teoría existe, basada en el cántico del "Siervo de Yahvé" de Isaías. La defendieron autores tan famosos como San Justino, San Basilio, San Cirilo y Tertuliano, en principio hostiles a todo lo que el cuerpo significa. Pero otros Padres de la época como San Jerónimo, San Gregorio de Nisa, o San Juan Crisóstomo, defendieron lo contrario.

En todo caso Jesús, que asumió la pobreza y debilidad humanas, pudo haber asumido perfectamente la fealdad corporal. Pero parece que no ha sido así. Por lo tanto el mencionado retrato virtual parece, cuando menos, una impertinencia.

Hay un retrato de Jesús que sí tiene mucha influencia en los demás y es la imagen que damos los cristianos, la imagen que da la Iglesia.

Y últimamente, por eso de que siempre destaca más lo negativo, dicha imagen en los medios de comunicación no ha salido tampoco demasiado bien parada. Que si los Obispos no condenan claramente el terrorismo, que si los misioneros, que si un cura hizo o dijo no sé qué...

En la mayoría de estos casos si uno se deja llevar de la primera impresión, de los titulares y aún de los primeros comentarios, se comprende que puedan suscitar un sentimiento de indignación.

Pero a medida que se va profundizando en las noticias y recogiendo datos, las cosas se ven de otra manera.

Pero vamos a ponernos en el peor de los casos: que los miembros de la Iglesia cometemos errores o que nuestra manera de actuar pueda causar escándalo (unas veces con razón y otras sin ella). Lo primero que debería tener presente la persona escandalizada es aquella frase de Jesús a los fariseos que querían apedrear a la mujer: "el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra".

Y no olvidemos que la Iglesia somos todos, no sólo las Jerarquías eclesiásticas, sino en primer lugar todos los bautizados. Ya el Concilio dejó bien clara la doble condición de la Iglesia "santa y pecadora".

No es lo preocupante que el rostro de Jesús sea feo o guapo, sino que la mencionada investigación no responde a criterios objetivos. No es lo preocupante la imagen a veces lamentable de la Iglesia sino la incomprensión, sensacionalismo fariseísmo o mala uva con que algunos que también forman parte de ella se regodean.

Es como si alguien se recreara en reirse o divulgar los defectos o debilidades de una persona. Pero sobre todo la belleza de la divinidad de Jesús y de la Iglesia, en cuanto sacramento de salvación, es algo que no deja lugar para la duda.

lunes, 6 de marzo de 2017

REINO IMPORTANTE


Reino importante



Jesús comenzó a predicar a la gente diciendo: “El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios ha llegado. Conviértanse y crean en la buena noticia”. Estas palabras que resonaron como una clarinada para convocar al pueblo de Dios, siguen señalando el camino de la salvación: volver al Señor, purificando el corazón…

Un Emperador de la antigua Alemania visitando una escuela hizo algunas preguntas. Tomando una naranja, preguntó a una niñita: —¿A qué reino pertenece? —Al reino  vegetal, dijo la niña con aplomo. —Bien, y ¿a qué reino pertenece esta moneda de oro? —Al reino mineral, volvió a responder. —¿Y a qué reino pertenezco yo?, preguntó con picardía el emperador. La niña se ruborizó sin atreverse a decir, al reino animal; pero, se le ocurrió una idea ingeniosa. —Al reino de Dios, señor, dijo con los ojos relucientes. El emperador se conmovió y enjugó una lágrima que asomó a sus ojos; puso su mano sobre la cabeza de la pequeña y añadió seriamente: —¡Ojalá que yo sea digno de ese reino!

Jesús a todos nos invita a entrar en este reino por la puerta de la conversión y de la fe en las buenas nuevas de salvación que están en su mensaje. Es fundamental leer la Palabra de Dios para dar solidez a nuestra vida cristiana. Ojalá tomes el hábito de comer este pan celestial. Gracias por encontrarte cada día en este lugar.


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 16 de febrero de 2017

QUIÉN ES JESUCRISTO? Y PARA TI.. QUIÉN ES?


¿Quién es Jesucristo? Y para ti... ¿Quién es...?
Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más importante en tu vida.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 




La respuesta la da San Pedro cuando contesta: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»

Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Ellas; otros, que Jeremías u otro de los profetas. Y El les dijo: Y vosotros: ¿Quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. (Mt. 16, 13-16)

No ha habido en la historia de la humanidad persona tan controvertida como Jesucristo.

Ya se ve claro en la respuesta que dan los discípulos a la pregunta del Maestro: Para unos es un personaje importante: Juan el Bautista, Elías, Jeremías u otro de los profetas. Nunca ha negado nadie -salvo algún fanático sectario- que Jesús ha sido un hombre importante en la historia humana. Alguien con una personalidad capaz de arrastrar tras sí a la gente, no sólo en su tiempo, sino siempre.

Lo que no todos son capaces de descubrir es la razón íntima por la que Jesús atrae. La respuesta la da San Pedro cuando contesta: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» Para ello hace falta -como Jesús le dice a Pedro- que lo revele el Padre eterno. Hace falta la fe, que es un don de Dios.

No se puede entender a Jesucristo si no se cree que ese hombre, que llamamos Jesús de Nazaret, encierra en sí mismo un misterio: La Segunda Persona divina, el Verbo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre al asumir la naturaleza humana.

Ya sabemos que en la mentalidad del judaísmo de la época de Jesús se estaba esperando próximamente al Mesías. La mujer samaritana -que no era ninguna mujer culta- le dice a Jesús: sé que está para venir el Mesías. La profecía de Daniel y otras sobre el tiempo de la venida del Mesías coincidía aproximadamente con estos años.

En estas circunstancias aparece en Galilea Jesús de Nazaret. Juan el Bautista, que tenía un gran prestigio entre todos los judíos de su tiempo -hasta Herodes le escuchaba con gusto-, da testimonio a favor de Jesús. Le llama «el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Este es de quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre que es más que yo, porque existía antes que yo Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que ha de bautizar en el Espíritu Santo. Y yo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios» (Jn. 1, 30-34)

Comienza Jesús a predicar y su predicación está llena de misericordia para con todos. Su doctrina es una doctrina de perdón y compasión. Enseña que Dios ama a todos los hombres y que incluso los pecadores pueden alcanzar el amor de Dios, si se convierten. El pueblo piensa y dice de él, que «nunca nadie ha hablado como este hombre» (Jn. 7, 46) porque hablaba con autoridad, no como los escribas y fariseos. Y es el mismo Jesús quien en la sinagoga de Nazaret, después de leer una profecía de Isaías referente a los tiempos del Mesías, dice: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc. 4, 21) Su doctrina va acompañada de abundantes milagros, movido por la compasión que sentía: sanar enfermedades, resucitar muertos, multiplicar la comida, etcétera.

No es de extrañar, por tanto, que la gente sencilla y los de corazón abierto le tuvieran por el Mesías esperado. Efectivamente, ¿qué mejor rey se podía tener que uno para quien no habrá problema de carestía ni de hambres? ¿Qué mejor rey que quien puede curar a los enfermos y resucitar a los muertos? ¿Quién puede gobernar mejor a un país, que un hombre que da muestras de tal sabiduría? Por todo esto no es de extrañar que en una ocasión, después de haber dado de comer a cinco mil hombres con unos pocos panes y peces, quieran proclamarle rey.

Indudablemente, a Jesús le seguía la masa del pueblo, compuesta en su mayoría por gente sencilla y humilde: ¿Acaso algún magistrado o fariseo ha creído en Él? Pero esta gente que ignora la Ley, son unos malditos(Jn. 7, 48-49) Es verdad que también algunos personajes importantes le siguieron, y aunque al principio con miedo, luego no tuvieron reparo en confesarse amigos suyos a la hora de su muerte. Así fueron Nicodemo, José de Arimatea y otros.

Estas gentes sencillas, que frecuentemente eran despreciadas por los orgullosos fariseos, ven con buenos ojos la doctrina de Jesús. Unos le seguían, efectivamente, movidos por su doctrina aunque no la entendían plenamente, como pasó con sus discípulos. Otros le seguían porque les daba de comer; otros porque hacía milagros.

Posiblemente algunos también le seguían por gratitud, al haber sido curados.

Ciertamente su bondad, su trato exquisito para con los débiles del mundo y severo para con los que obraban injustamente, serían motivos para que las masas le siguiesen.

¿Quién es para ti Jesucristo? Hoy te hace la misma pregunta que a los apóstoles y lo único que quiere es oir tu respuesta de amor. Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más importante en tu vida.

lunes, 13 de febrero de 2017

QUÉ HA TRAÍDO JESÚS AL MUNDO?


¿Qué ha traído Jesús al mundo?
Me ha traído la esperanza, el perdón, la salvación, el Amor...me ha traído a Dios.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Cada generación se siente invitada a ponerse ante Jesús de Nazaret para preguntarse: tú, ¿quién eres?

Después de 2000 años, también nosotros sentimos la necesidad de resolver la pregunta sobre Jesucristo, sobre su Persona, sobre su Misión, sobre su Obra.

El Papa Benedicto XVI concreta aún más la pregunta para nuestro tiempo, para nuestro mundo sumergido en guerras, pobreza, injusticias, miedos. “¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?” (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, p. 69).

La respuesta surge desde una experiencia profunda, desde la oración que descubre en Jesucristo al Salvador del mundo. “La respuesta es muy sencilla: a Dios. [Jesús] ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se había ido revelando primero poco a poco, desde Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los profetas; el Dios que sólo había mostrado su rostro en Israel y que, si bien entre muchas sombras, había sido honrado en el mundo de los pueblos...” (“Jesús de Nazaret”, pp. 69-70).

Ante Cristo toda la historia humana adquiere su sentido más profundo, más pleno. Los reinos humanos, los imperios poderosos, los que triunfan en el dinero o en el poder, pasan y se esfuman, uno tras otro. En silencio, con una presencia humilde, con una fuerza pacífica, la gloria de Dios sigue entre nosotros, supera la contingencia del tiempo, ofrece esa salvación auténtica que cada hombre desea con ansiedad inextinguible.

Desde que Jesús ha traído a Dios, todo es distinto. “Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor” (“Jesús de Nazaret”, p. 70).

¿Qué ha traído Jesús al mundo? La pregunta puede hacerse en primera persona: ¿qué ha traído Jesús para mí, para mi familia, para mis amigos, para la ciudad y la nación en las que vivo? La respuesta también se hace en singular: me ha traído la vista, me ha traído la esperanza, me ha traído el perdón, me ha traído la salvación, me ha traído el Amor, me ha traído a Dios...

En la marcha diaria hacia lo eterno, Jesús nos acompaña, nos guía, nos levanta, nos cuida. Como el apóstol santo Tomás, abrimos el corazón lleno de alegría para decir, ante tanto Amor, unas palabras de fe humilde y total: “Señor mío y Dios mío”...

lunes, 6 de febrero de 2017

JESÚS ES LUZ PARA NOSOTROS



JESÚS ES LUZ PARA NOSOTROS



Jesús es luz para nosotros, ilumina nuestra vida porque su manera de vivir es luminosa, convincente.

La luz de Jesús, no simplemente sus palabras, su mensaje, sino todo Jesús, su manera de actuar, su entrega, su coherencia, todo Jesús es Luz.

Se ha iluminado nuestra vida porque vemos vivir a Jesús: ésa es la primera y mejor revelación de Dios. Y por tanto, la luz que ofrecemos no es ante todo un mensaje de palabras sino una manera de vivir que convence, que salva, que es capaz de mostrar a todos el sabor de la vida.

Jesús sí que es para nosotros cirio encendido que se quema para iluminar.

Jesús sí que es para nosotros la sal que da sabor a todo, a vivir, a trabajar, descansar, triunfar, fracasar, estar sano y enfermo, morir… a todo: toda nuestra vida tiene sabor a Jesús, nuestra sal.



José Enrique Ruiz de Galarreta

sábado, 4 de febrero de 2017

EL AMOR DE CRISTO NO TIENE LÍMITES


El amor de Cristo no tiene límites
El amor está en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net 




Jesús nos amó hasta el final, dio la vida por nosotros. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,2).

Una de las características del amor de Cristo es que no tiene límites. Él se rompió amando, con sus palabras, con sus manos, con sus gestos, con sus actitudes. En aquella tarde, Jesús amó a los suyos como nadie los había amado hasta entonces, los amó, hasta el límite, hasta el fin, hasta el extremo, hasta dar la vida. Jesús demostró este amor al otro en el servicio y en el estar atento en las cosas pequeñas. “Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla se la ciñó luego echó agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida” (Jn 13.5). Echar agua, lavar, secar los pies, era un oficio de esclavos. Y Jesús se convierte en esclavo, en servidor; se empobrece, se rebaja poniéndose a sus pies. Este servicio humilde y callado lo hizo Jesús con sus discípulos; quien no se deje lavar los pies por él, no tendrá parte en su reino.

Jesús fue un hombre especial, extraordinario en generosidad, bueno de verdad, que pasó haciendo el bien sobre la tierra y curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él (Hch 10,38). Por eso Pablo aconsejaba a los cristianos como norma de vida: "Mantengamos fijos los ojos en Jesús" (Hb 12,2), para tener sus mismos sentimientos, para obrar como él. Fue enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Él vino para los casos difíciles, para "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

Jesús fue un hombre bueno, con una bondad de calado profundo, de inversión de valores, de búsqueda de lo esencial. Lo radical de su bondad estaba en el hecho de su estar "a la escucha" de las necesidades de los otros. Él dio su vida por todos, su entrega fue total, él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45). Nunca condenó a nadie, trató de salvar a todos, de dar vida y de ser vida y fuente de agua viva. Toda la vida de Jesús fue una donación al Padre y se entregó como precio de nuestra liberación. El “amarás a Dios con todo tu corazón y toda tu alma”, encuentra su nueva plenitud en la palabra y en vida de Jesús. Dios, para él, es el único bueno (Mc 10,18), el Padre amoroso (Mt 5, 45) que busca la oveja perdida (Lc 15,4-7), porque es un Dios que busca y acoge lo que se había perdido (Lc 15,2).

En sus enseñanzas repetía que lo más importante era buscar a Dios, su Reino, que no se preocuparan de lo demás. Mil veces invitaba a sus oyentes a no tener miedo, a no dudar, a creer de verdad (Jn 8,46). A todos les dio ejemplo de amor y el amor fue su único mandato. El amor se concretiza en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance. “Atender a cosas aún menudas, y no hacer caso de unas muy grandes”, porque “quedamos contentas con haber deseado las cosas imposibles y no echamos mano de las sencillas” (7M 4,14).

San Jerónimo escribió un comentario a las cartas de Juan, donde dice que cuando a Juan le preguntaban sus discípulos cristianos, constantemente respondía: “Hijos míos, amaos los unos a los otros”. Cansados los discípulos de esa machacona insistencia, le preguntaron que por qué repetía tanto lo de “amaos”. Su respuesta fue bien sencilla: “porque éste es el mandamiento del Señor, y si lo cumplimos es suficiente”.

Efectivamente, quien comprende y experimenta lo que es el amor, no puede por menos de gritar como Francisco de Asís: Dios es amor, amor, amor. Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Jn 4,16) El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Por eso insistía Juan: “Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn. 4, 7). Esto mismo había encomendado Jesús a sus discípulos y les pide que se ayuden, se apoyen, se consuelen. Por eso Jesús insistirá: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35).

Juan era un experto en la ciencia del amor, había comido junto a Jesús y había sentido el latir del corazón del Amado. En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros, en que ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros vivamos por él (1Jn 4,9). Para Juan el amor es la piedra angular del reino de Cristo (Jn 3,16) y exhorta siempre a los hermanos al amor recíproco (2Jn 5,6). El amor de Dios se ha revelado en un acontecimiento histórico: el hecho de Jesucristo, que inaugura el tiempo de la misericordia divina. Este acontecimiento histórico, revelación única y suficiente de Dios manifiesta también que Dios no sólo ha amado y ama, sino que “es amor” (1Jn 4,8).

Juan aprendió muy bien la lección del amor, como lo más importante y como lo único que merecía enseñarse e insistir. La primera carta de Juan es una joya. De ella entresaco algunos pensamientos.
- El que ama a su hermano, ése es hijo de Dios (3,10).
- Quien ama a su hermano ha pasado de la muerte a la vida (3,14).
- Amar de verdad es dar su vida por el hermano (4,10).
- El que ama comparte sus bienes con el hermano necesitado (4,17).
- Amarnos es cumplir lo que Jesús nos mandó (3,23).
- El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (4,7).
- Nuestro deber de amar se funda en que Él nos amó (4,11)
- Si amamos al hermano, Dios permanece en nosotros (4,12).
- Amemos, ya que Él nos amó primero (4,19).
- Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4, 20).
- Si alguien ama a Dios, ame también a su hermano (4, 21).

viernes, 3 de febrero de 2017

AGRANDA LA PUERTA, PADRE


Agranda la puerta, Padre



Jesús en cierta oportunidad dijo que al Cielo entrarán los que son como niños. ¿Cómo son los niños? Sencillos, sinceros, humildes, confiados, puros, inocentes… Pareciera que la puerta del Paraíso es tan baja y estrecha que, si no nos empequeñecemos, no podremos entrar. El famoso escritor y poeta Unamuno lo expresó en un breve poema:

Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad.
Vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar.

Para lograr esta ansiada metamorfosis, medita con frecuencia en las actitudes del mismo Cristo, manso, humilde y puro de corazón, de quien escribió G. Papini: “La limpidez de su mirada era  la de quien sólo una vez ha nacido y ha permanecido niño aún en la madurez. Infancia intacta que nunca se empañó”. San Pablo nos exhorta, “Revístanse de Cristo”.


* Enviado por el P. Natalio

lunes, 30 de enero de 2017

JESÚS, SIGNO DE CONTRADICCIÓN


Jesús, signo de contradicción
Unos lo aceptarán gozosos, otros lo rechazarán. Pero seguir a Cristo es tener la luz en el alma, oponerse a El es vivir en tinieblas. 


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 




Cristo predica la conversión y el arrepentimiento de los pecados, pero muchos se han quedado en prácticas externas y rutinarias de religiosidad.
Durante la Presentación de Jesús en el Templo, José y María escucharon unas sorprendentes palabras proféticas del anciano Simeón referidas a Jesús: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc. 2, 34-35)

Estas palabras proféticas se cumplieron ampliamente a lo largo de la vida del Señor. Unos lo aceptarán gozosos, otros lo rechazarán. Cristo se convertirá en signo de contradicción en Israel, es decir, en ocasión de que se formen dos grupos bien diferenciados: los que le siguen y los que se oponen a él. Cristo hablará a las conciencias de los israelitas para que cumplan la ley de Dios con plenitud, y después les revelará su mensaje de salvación, que incluye la formación de un nuevo Pueblo de Dios más perfecto y espiritual.

Simeón después de decir que Cristo sería «signo de contradicción» añade que sería también «luz para iluminación de las gentes» Jesús afirmará de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn. 8, 12) Seguir a Cristo es poseer la luz en el alma; oponerse a El es vivir en tinieblas.

Al éxito del Señor al principio, ya que es aceptado por muchos como Mesías, sucede un enfrentamiento cada vez mayor con algunos israelitas, especialmente con los que detentan los poderes en Israel. La causa está en que Cristo predica la conversión y el arrepentimiento de los pecados y muchos de los poderosos se han quedado en prácticas externas y rutinarias de religiosidad, sin una auténtica fe que lleve a una vida de renuncia. Al ser recriminados por Jesús, no quieren rectificar.

Este enfrentamiento con el Señor tendrá muchos grados. Algunos se oponen a él fuertemente y con odio: es el caso de muchos fariseos, sacerdotes y escribas de Israel, que constituyen los estamentos más importantes. Otros, en un principio, le siguen, pero le abandonan cuando ven que los que detentan el poder se oponen a El. Los hay que le siguen en momentos difíciles, pero que también le abandonarán en el momento de la Pasión y Crucifixión.

San Juan, en el prólogo de su evangelio, explica con una imagen el rechazo de Jesús por el pueblo elegido: Jesús es la luz, pero las tinieblas no la recibieron (1, 4) Más claramente aún, dice: «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (1, 11)

Jesucristo es el Hijo de Dios, que visita un pueblo preparado durante siglos de revelación progresiva y lo que le debía resultar familiar, la presencia de Dios, no lo acepta.

En esto consiste el gran pecado de Israel, que representa a todos los hombres pecadores: el pueblo de la propiedad de Yavé, en vez de acoger la luz, intenta sofocarla.

El enfrentamiento de los fariseos y escribas con Jesús fue creciendo a medida que Jesús desarrollaba su predicación pública.

San Juan Bautista les había recriminado en diversas ocasiones su mala conducta diciéndoles: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que os espera? Haced, pues, frutos dignos de penitencia: y no comencéis a decir a vosotros mismos: tenemos por Padre a Abrahán; pues yo os digo que Dios puede hacer salir de estas piedras hijos de Abrahán. Ya está el hacha aplicada a la raíz de los árboles. Todo árbol que no produzca buen fruto va a ser cortado y arrojado al fuego» (Lc. 3, 7-8) Jesús aplicará estas mismas acusaciones a los fariseos cuando les dice: «Si tenéis un árbol bueno, su fruto será bueno. Si tenéis un árbol malo, su fruto será malo, porque el árbol se conoce por su fruto. Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas, si sois malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt. 12, 33-34)

La mayoría de los que ejercían la autoridad en Israel no quisieron convertirse ni con Juan Bautista ni con Jesús, por eso: «Aunque había hecho tan grandes milagros en medio de ellos, no creían en El (...) Sin embargo, aun muchos de, los jefes creyeron en El, pero por causa de los fariseos no le confesaban, temiendo ser excluidos de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Jn. 12, 37-43)

La razón última por la que los escribas y fariseos no reciben a Jesús como Mesías está en que han desfigurado la religión de Israel. La Palabra de Dios no ha entrado en su corazón transformándolo y convirtiéndolo. Por eso, se refugian en el mero cumplimiento externo de preceptos que han inventado los hombres y descuidan la justicia, la comprensión y la sinceridad de vida, resultando que dicen y no hacen, como les reprochará Jesús.

Y lo que es más grave, no sólo no entran en el Reino de los Cielos, sino que no dejan entrar a quienes verdaderamente quieren hacerlo, "porque ellos son los representantes oficiales de Dios (cfr. Mt. 23)

Se puede decir que ocultan y desfiguran el verdadero «rostro» de Dios, en vez de darlo a conocer.
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