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jueves, 13 de noviembre de 2014

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO PARA HOY JUEVES 13 DE NOVIEMBRE DEL 2014


Francisco en Sta. Marta: 
El Reino de los Cielos es una fiesta, no un espectáculo.
En la homilí­a de este jueves, el Santo Padre reflexiona sobre el Reino de Dios. Recuerda que es silencioso y crece dentro



Ciudad del Vaticano, 13 de noviembre de 2014 (Zenit.org) 


Sin hacer ruido, rezando y cumpliendo con los compromisos diarios. Es así como crece cada día el Reino de Dios. Así lo ha explicado el santo padre Francisco en la misa de Santa Marta celebrada esta mañana.


En el silencio, quizá de una casa donde "se llega a fin de mes con medio euro solamente" y aún así no deja de rezar y de cuidar a los propios hijos y los propios abuelos. Allí es donde se encuentra el Reino de Dios, lejos del clamor, porque el Reino de Dios "no atrae la atención" exactamente como no la atrae la semilla que crece bajo tierra.

El Papa ha tomado el fragmento del Evangelio de Lucas para reflexionar en su homilía sobre la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos: '¿cuándo vendrá el Reino de Dios?' Jesús responde; "vendrá un día en el que os dirán: 'aquí esta', o 'allí está'; no os vayáis, no lo sigaís". Francisco ha afirmado que "el Reino de Dios no es un espectáculo. El espectáculo muchas veces es la caricatura del Reino de Dios".

Al respecto, el Pontífice ha exclamado "¡El espectáculo! El Señor nunca dice que el Reino de Dios es un espectáculo. ¡Es una fiesta! Pero es diferente. Es fiesta, cierto, es bellísima. Una gran fiesta. Y el Cielo será una fiesta, pero no un espectáculo. Y nuestra debilidad humana prefiere el espectáculo".

Asimismo, el Papa ha recordado que muchas veces el espectáculo es una celebración -por ejemplo, la boda- en la que se presenta la gente más que para recibir un sacramento, vienen a "hacer un espectáculo de moda, a hacerse ver, la vanidad". Por eso, el Papa ha precisado que "el Reino de Dios es silencioso, crece dentro. Lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad, en nuestra tierra, que nosotros debemos preparar".  Y así el Pontífice ha citado las palabras de Jesús cuando dice que para el Reino llegará el momento de la manifestación de fuerza, pero será solamente al final de los tiempos.

De este modo, el Papa ha indicado que "el día que hará ruido, lo hará como el relámpago, iluminando, que brilla de un lado al otro del cielo. Así será el Hijo del hombre en su día, el día que hará ruido. Y cuando uno piensa en la perseverancia de tantos cristianos, que llevan adelante la familia -hombres, mujeres- que cuidan de sus hijos, cuidan de los abuelos y llegan al final de mes con medio euro solamente, pero rezan, allí está el Reino de Dios, escondido, en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días". Porque -ha añadido- el Reino de Dios no está lejos de nosotros, ¡está cerca! Esta es una de sus características: cercanía de todos los días.

Pero Jesús, cuando describe su regreso en una manifestación de gloria y poder, añade que "antes es necesario que sufra mucho y sea rechazado por esta generación", ha observado el Papa. Lo que esto quiere decir -según ha precisado el Pontífice- es que "también el sufrimiento, la cruz, la cruz cotidiana de la vida, la cruz del trabajo, de la familia, de llevar las cosas adelante, esta pequeña cruz cotidiana es parte del Reino de Dios".

Por eso, para concluir ha invitado a pedir al Señor la gracia "de cuidar el Reino de Dios que está dentro de nosotros" con "la oración, la adoración, el servicio de la caridad, silenciosamente".

Y así ha finalizado el Santo Padre: "el Reino de Dios es humilde, como la semilla: humilde pero es grande, por la fuerza del Espíritu Santo. A nosotros nos toca dejarlo crecer en nosotros, sin presumir: dejar que el Espíritu venga, nos cambie el alma y nos lleve adelante en el silencio, en la paz, en la calma, en la cercanía a Dios, a los otros, en la adoración a Dios, sin espectáculos".

(13 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 13 DE NOVIEMBRE DEL 2014


El Reino de Dios entre nosotros
Tiempo Ordinario

Lucas 17, 20-25. Tiempo Ordinario. Dejar que Jesús reine en mi alma es abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera. conmigo. 


Por: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús les respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros. Dijo a sus discípulos: Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

Oración introductoria
Señor Jesús, para vivir unido a Ti de modo real, personal y constante, necesito alimentar esta unión por medio de la vida de gracia y la identificación de mi voluntad con la tuya, en esta meditación y durante toda mi vida. ¡Ven Espíritu Santo y haz esto posible!

Petición
Jesús, dame la gracia de orar y de hablar contigo de corazón a corazón.

Meditación del Papa Francisco
Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor.
Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz» (S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

Reflexión
El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra.

Propósito
Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa. Que cada día Dios sea lo más imprtante en mi vida, buscar que el Reino de Dios viva en mi corazón, a través de la oración y la caridad a los demás.

Diálogo con Cristo
Jesús, ni el trabajo, ni el estudio, ni las ocupaciones cotidianas, deben ser un obstáculo para estar unido a Ti. Sólo dejando que gobiernes y ordenes mi vida, podrá venir a mí tu Reino. Reconociéndote hoy como mi Rey y Señor, todo mi día se convertirá en un medio para alabarte, para glorificarte y amarte, por medio de mi amor y servicio a los demás.

¿FANÁTICO?.... NO, TAN SÓLO CATÓLICO


¿Fanático?... no, tan sólo católico
Autor: Andrés Tapia Arbulú



Durante una reunión social, me dijeron que soy un fanático.

Francamente, mi primera reacción ¿casi tentación? hubiera sido de protesta y enojo. En mi léxico personal, como en el de muchas personas, la palabra fanático abarca una serie de conceptos que van de la gama de lo irracional a la de la violencia. 

¿Me había exasperado ante una opinión contraria? No, había estado de lo más tranquilo. ¿Había gritado o ridiculizado a alguien? Menos, además de no ser caritativo. ¿Había decidido defender a ultranza a algún político, equipo de fútbol o propuesto alguna violencia? Nada de eso. 

Uds. juzguen: sencillamente lo que expresé, en diversos momentos de la reunión, fue una serie de puntos de vista, no muy originales por cierto:

Que el matrimonio es para toda la vida.
Que las relaciones fuera del matrimonio están mal.
Que la vida es sagrada y el aborto es un asesinato aún en caso de violación.
Que la homosexualidad es un desorden moral grave y dista mucho de ser normal.

Como les decía, ideas no muy originales pues todas ellas se encuentran en el Catecismo de la Iglesia Católica. Consideraciones que la Iglesia y los católicos han mantenido durante siglos.

Lo curioso es que no me encontraba en una reunión de librepensadores u otro tipo de aquelarre bohemio. Se encontraban muchos católicos y algunos de más de una misa de domingo. ¿Qué es lo que había pasado entonces? 

Algo muy sencillo y preocupante: los católicos se van mimetizando con una sociedad secularizada, la cual va minando sutil pero inexorablemente su fe hasta amoldarla a una especie de buenas costumbres sociales. Y como la sociedad se encuentra en un desvarío donde cada uno tiene su opinión, ellos, irresponsablemente, van perdiendo su identidad católica hasta terminar creyendo que ser católico es más un compromiso con las buenas costumbres de la sociedad que con el Dios de Jesucristo.

Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico.

Por eso cuando expresé mi manera de ver la realidad las reacciones fueron varias. Algunos apuraron lo que estaban bebiendo. Otro hizo un gesto de disgusto y una pareja me dijo (ellos sí levantando la voz): ¡eres un fanático!, con el mismo tono que hubieran empleado para referirse a que era un grosero o un enfermo sexual.

Los miré un poco sorprendidos y les dije tranquilamente: ¿Fanático?... no, tan sólo católico.

CELESTIALES FRUTOS DE LA SAGRADA EUCARISTÍA


CELESTIALES FRUTOS DE LA SAGRADA EUCARISTÍA
Beneficios de recibir a Jesús Sacramentado



Aquí solo referiremos los principales para animarnos a aficionarnos más y más a frecuentarla.

Aumenta la gracia.

Da Luz al alma a fin de conocer el bien para seguirlo y el mal para huirlo.

Aviva la fe y la esperanza.

Enciende la caridad.

Modera la ira y las demás pasiones,  preservándonos de pecar.
Nos une con Jesucristo.

Nos da una suavidad espiritual, mediante la cual se hacen con gusto todas las obras de virtud.

Ahuyenta los demonios, para que no nos tienten tan a menudo.

Calma los remordimientos de la conciencia.

Hace tener gran confianza en Dios en la hora de la muerte.

Alimenta el alma dándole vigor, así como el pan material lo da al cuerpo.

Nos da especiales auxilios para perseverar en el bien y llegar a la eterna Gloria.

Grandes son los beneficios de recibirla!!! Pero…recordemos la palabras de San Pablo:

Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien, sin examinar su conciencia come y bebe el Cuerpo, come y bebe su propia condenación».

1 Cor 11,28

Pero no te asustes si en situación de pecado mortal te encuentras. Confiésate bien antes, y de veras arrepentido, excítate a muchos y fervientes actos de humildad, confianza y amor, y comulgando de ésta manera gozarás de éstos GRANDES BENEFICIOS!

REZANDO EL PADRE NUESTRO FRENTE A JESÚS EUCARISTÍA


Rezando el Padre Nuestro frente a la Eucaristía
Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net


Estoy frente a ti, Señor, en esta mañana de cielo azul y sol resplandeciente. Me dispongo a rezar, después de saludarte y empiezo:

"Padre Nuestro... me detengo y llega hasta mi como un relámpago la escena en que tú, Jesús, les decías a aquel grupo de hombres que habías escogido, que te seguían y que te veían orar.

Te preguntaron cómo debían orar y tú dijiste:

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. (Mt 6, 9-13)

Y añadiste: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 9-15)

Me detengo unos momentos para pensar lo que estoy diciendo, ya que generalmente esa oración es una rutina en mi vida.

Su comienzo es toda una maravilla de grandeza, de fuerza, de ternura... y revelada por ti, Señor, porque sino ¿quién se atrevería a llamar PADRE, al Omnipotente, al Creador del cielo y de la tierra, a la Divinidad, al Todopoderoso, al que dijo: "Yo Soy El que Soy"? Pues bien, Jesús, tú que eres su Hijo, dijiste que es así como le podemos llamar, con plena confianza, con respeto pero con mucho amor: Padre

También nos dices que hay que santificar ese NOMBRE, que debemos darle todo el respeto y la gloria de que es merecedor y después añades una petición: Que venga tu Reino, ese Reino por el que Tú te hiciste hombre y es el que viniste a anunciar y que fue el causante de tu muerte y nos sigues pidiendo que recordemos que es también nuestra misión el anunciarlo.

Y lo que sigue, ¡qué bien lo sabes tú, Jesús! Cada día, en todos los rincones de la Tierra hay alguien que te dice, aún con lágrimas en los ojos y el corazón roto de dolor, ¡hágase tu Voluntad! ¡Qué difícil, cómo cuesta dejar todo en tus manos y aceptar tu Voluntad!

Y sigue otra petición: Nuestro pan Señor que no nos falte. ¡Que todos tus hijos, sin distinción de razas y credos, tengan el alimento de cada día, ya que a ti te preocupaba y apenaban aquellos hombres que te seguían y no tenían que comer y que tenían hambre... y lleno de piedad hiciste uno de los milagros más hermosos. Ahora nos toca a nosotros luchar porque llegue el día en que no exista el hambre en esta Tierra.
Y lo más importante, que nunca nos falte TU Pan, la Eucaristía, que siempre podamos recibirla, que aumentes nuestra fe para amar cada día más Tu presencia en ese pequeño pedacito de Pan donde quieres quedarte con nosotros para siempre.

Y luego, la petición de la humildad pidiendo perdón de nuestras ofensas, pero ese perdón, lleva una condición. ¡Ay, Jesús, esa condición, tú lo sabes porque conoces nuestro corazón, cómo nos cuesta! Mira que le ponemos al Padre, el ejemplo de que nos perdone "cómo nosotros perdonamos" y nosotros somos los que siempre decimos: "¡yo eso no lo voy a perdonar, no puedo, me han hecho demasiado daño o es una persona que no la soporto, me cae muy mal y no la voy a perdonar!" o "yo perdono pero... no olvido". ¡Ay, Jesús!, tú que sabes y recuerdas que diste hasta la última gota de tu preciosa sangre para que fuésemos perdonados y sabes también que esa es la condición del amor por nuestros semejantes. Perdonar y olvidar, porque así es el perdón que Dios, nuestro Padre, nos da. Y nosotros sabemos muy bien cómo es nuestro perdón...

Ya voy a terminar la oración más hermosa que nos pudiste enseñar, pidiendo: Que no nos dejes caer en la tentación, qué seamos fuertes para no rendirnos a los mil sortilegios y engaños del enemigo de ese Dios que tanto nos ama y ¡líbranos del mal! Si, líbranos de ese mal y de tantos males para que no echen raíces en nuestro corazón, y nos puedan alejar de nuestro Padre Dios.

Bendita, como ninguna, la oración del Padre Nuestro, que siendo tan hermosa la decimos todos los días pero tan rutinariamente que no le podemos dar todo el maravilloso sentido y poder que ella encierra.

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor, sabiendo que la dirijo a mi Padre Bueno que me escucha y me ama.

Gracias por estar presente en la Eucaristía... gracias por Tu Pan de cada día.

SAN DIEGO DE ALCALÁ, FRANCISCANO, 13 DE NOVIEMBRE


Diego de Alcalá, Santo
Diego de Alcalá, Santo

Franciscano, 13 de noviembre 


Por: Andrés- Avelino Esteban Romero | Fuente: Franciscanos.org



Empezamos esta breve silueta hagiográfica reparando una, no por lo generalizada menos digna de ser reparada, injusticia en la denominación del santoral español al designar a San Diego con el toponímico de Alcalá de Henares, en lugar del nombre de la villa de San Nicolás del Puerto, en la provincia de Sevilla.

Insignificante por su demografía, es la villa de San Nicolás del Puerto uno de los lugares más típicos y pintorescos de la provincia andaluza. Se halla situado al norte de la misma, en pleno complejo montañoso, con gran riqueza hidráulica, que dan a sus alrededores extensas zonas cultivadas y amplias alamedas. Su altitud y arboledas hacen del lugar un oasis en la canícula sevillana.

San Nicolás, en su insignificancia demográfica y urbanística, tiene un lugar en la historia por el mejor de los títulos que dan entrada en ella, por haber sido cuna de uno de los hombres que figuran en el santoral de la Iglesia católica. Hacia fines del siglo XIV, sin que sea posible concretar más la fecha, nació de humilde familia pueblerina el niño que había de llevar junto a su nombre en documentos reales y bulas pontificias el nombre del lugar que le vio nacer: San Diego de San Nicolás. El hecho al que hemos aludido al comienzo de estas líneas de que se le designe como San Diego de Alcalá no tiene más explicación que el haber sido la ciudad complutense su última residencia terrenal, lugar de su sepulcro hasta el presente, y que sus numerosos milagros hicieron bien pronto célebre en toda España. Pero tanto las historias primitivas del Santo como la bula de canonización expedida por Sixto V, no conocen otro lugar de referencia que San Nicolás. La tradición lugareña ha conservado ininterrumpidamente hasta el día de hoy la casa de su nacimiento. La devoción de sus paisanos, cobijados bajo su celestial patronato, respalda la designación del lugar de su nacimiento. El Santoral Hispalense, de Alonso Morgado, el más documentado elenco hagiográfico de santos sevillanos, así lo reconoce. Es, pues, de justicia devolver al humilde pueblo sevillano el mejor título de su historia, máxime cuando la ciudad complutense tiene tantos otros de rango universitario y literario que la encumbran en España.

Muy poco se sabe de sus primeros años.

La más segura de sus biografías, debida a la pluma de don Francisco Peña, abogado y promotor en Roma de la causa de canonización del Santo, y que debió, por lo mismo, poseer los mejores datos en torno a la vida de Diego, así lo reconoce. Don Cristóbal Moreno, traductor en el siglo XVI al castellano de la obra latina de Peña, también hace constar esta insuficiencia de datos sobre la niñez y primeros años de San Diego. Y hasta la Historia del glorioso San Diego de San Nicolás, escrita por el que fue guardián del convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares, donde vivió y murió el Santo, se concreta para esta época de la vida de Diego a las anteriores biografías de Peña y Moreno. La Historia de Rojo, el guardián complutense, aparecida en 1663, sesenta años después de la muerte de Moreno y a un siglo de distancia de la obra latina de Peña, no pudo ampliar con nuevos datos, como parecería lógico por haber vivido en el mismo convento de San Diego, lo que la bula y anteriores hagiógrafos nos comunican. Alonso Morgado tampoco nos enriquece el conocimiento de la niñez de Diego con aportaciones que llenen el vacío de sus primeros años.

Deseosos de que esta silueta hagiográfica responda a la más estricta seriedad documental, tanto más exigida cuanto San Diego llegó a ser un taumaturgo popular en sus tiempos y en la España de los siglos de oro, nos vamos a dedicar tan sólo a destacar dos aspectos de su vida: sus itinerarios y las características de su santidad, tal como aparecen aquéllas en la bula de canonización.

San Diego, nacido en el más pequeño lugar de la provincia de Sevilla, fue sin duda uno de los hombres de su tiempo y condición que más viajó. Podríamos trazar la línea de su constante andar con un gráfico que va de San Nicolás al cielo, pasando por Sevilla, Córdoba, las Islas Canarias, Roma y Castilla, rindiendo viaje en Alcalá de Henares, para saltar desde la gloria del sepulcro a los altares. En el polvo de sus sandalias quedaron adheridas y mezcladas tierras de innumerables caminos de España y Francia e Italia.

De San Nicolás pasa a un lugar cercano a la villa para ponerse bajo la dirección espiritual de un santo sacerdote ermitaño, el primero que cultiva sus ansias generosas de total entrega de servicio a Dios. De allí, confirmada su voluntad de consagración al Señor, se traslada a Arrizafa, cerca de Córdoba, en cuyo convento profesa como fraile lego en los Menores de la observancia franciscana. Desde este lugar comienza su itinerario limosnero y misional por incontables pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando detrás de su paso una estela de caridad y milagros que aún pervive en las tradiciones lugareñas de no pocos de esos pueblos.

Pero el humilde fraile de «tierra adentro» había de enfrentarse, en su constante caminar, con las rutas del «mar océano», empresa en aquellos tiempos ni corta ni común. Las Islas Canarias, especialmente Fuerteventura, son ahora la meta de su itinerario misionero en calidad de guardián, para lo que fue designado hacia el año 1449. Su paso por las Islas Afortunadas quedó también marcado por obras maravillosas de apostolado y de caridad. Vuelto a la Península hacia el año 1450, en ocasión del jubileo universal proclamado por la santidad de Nicolás V, su piedad mueve sus pies camino de Roma para lucrar las gracias de aquel jubileo. Después de varios meses de peregrinar llega a la Ciudad Eterna al tiempo de la canonización de San Bernardino de Sena, cuyo acontecimiento, al congregar en Roma varios miles de religiosos franciscanos, había de ofrecer otra oportunidad a su celo y caridad ardiente con motivo de una epidemia habida entre los peregrinos llegados de varias partes. Fue el convento de Santa María de Araceli el lugar de su residencia durante tres meses.

Vuelve a España. Y después de un tiempo en el convento castellano de Nuestra Señora de Salceda, llega en su última etapa terrenal a Alcalá de Henares, en cuyo convento de Santa María de Jesús había de vivir los últimos años de su vida mortal para nacer a la gloria y a la santidad de los altares.

Esta breve consignación geográfica de sus itinerarios en aquellos tiempos, y en un humilde hijo pueblerino y religioso lego, es más que suficiente para poner de relieve su destacada personalidad, cuya base estribaba tan sólo en su santidad misionera y caritativa.

Si hubiésemos de sintetizar la fisonomía de su espiritualidad, dentro siempre del estilo franciscano de su vida, no dudaríamos en destacar la obediencia hasta el milagro, la sencillez y servicialidad sin límites, la caridad heroica para con todos, como las virtudes que le encumbraron a la santidad y que le hicieron famoso y hasta popular en vida y después de su muerte. El humilde lego que hacía salir a su paso a todos para verle y acogerse a su valimiento delante de Dios mientras vivía, había de congregar junto a su sepulcro a los grandes de la tierra después de muerto. Cardenales y prelados de la Iglesia, reyes y príncipes, hombres y mujeres del pueblo habían de ir, sin distinción de clases, al humilde religioso franciscano. Enrique IV de Castilla, primero; cardenales de Toledo, príncipes de España, el mismo Felipe II después, acudieron junto a su tumba, llevados por el mismo sentimiento de confianza en su santidad milagrosa, o hicieron llevar sus restos sagrados hasta las cámaras regias, como en el caso del príncipe Carlos, hijo del Rey Prudente, a fin de impetrar de Dios, por su mediación, la curación y el milagro. Nada menos que el propio Lope de Vega había de inmortalizar en una de sus comedias en verso el milagro del príncipe Carlos, que había de cantar, en la poesía del Fénix de nuestros Ingenios, el pueblo todo de España.

Nadie con más autoridad que Sixto V puede resumirnos las características de la santidad de Diego. «El Todopoderoso Dios –dice en la bula de canonización–, en el siglo pasado, muy vecino y cercano a la memoria de los nuestros, de la humilde familia de los frailes menores, eligió al humilde y bienaventurado Diego, nacido en España, no excelente en doctrina, sino “idiota” y en la santa religión por su profesión lego..., mostrándole claramente que lo que es menos sabio de Dios, es más sabio que todos los hombres, y lo más enfermo y flaco, más fuerte que todos los hombres... Dios, que hace solo grandes maravillas, a este su siervo pequeñito y abandonado, con sus celestiales dones de tal manera adornó y con tanto fuego del espíritu Santo le encendió, dándole su mano para hacer tales y tantas señales y prodigios así en vida como después de muerto, que no sólo esclareció con ellos los reinos de España, sino aun los extraños, por donde su nombre es divulgado con grande honra y gloria suya... Determinamos y decretamos –continúa la bula– que el bienaventurado fray Diego de San Nicolás, de la provincia de la Andalucía española, debe ser inscrito en el número y catálogo de los santos confesores, como por la presente declaramos y escribimos; y mandamos que de todos sea honrado, venerado y tenido por santo...»

Lo humilde y pobre del mundo fue escogido por Dios para maravilla de los grandes y poderosos de la tierra. En Diego se cumplió una vez más de modo esplendente el milagro de la gracia.

Así se consumaron las etapas del itinerario de San Diego de San Nicolás, quien entró en la inmortalidad bienaventurada el 13 de noviembre de 1463 en Alcalá, y en la gloria de los altares en julio de 1588, bajo el pontificado de Sixto V, culminando el proceso introducido por Pío IV en tiempos de Felipe II.

No queremos cerrar esta silueta sin consignar aquí un deseo y una aspiración de todos sus paisanos, y que será la última etapa de sus itinerarios y hasta una solución a la soledad en que hoy se halla su sepulcro. La etapa, triunfal y definitiva, de Alcalá, donde hoy reposa, a San Nicolás, la villa que le vio nacer, y en la que la devoción popular al santo Patrono y paisano espera tenerle lo más cerca posible, no sólo para honrarle como su santidad y gloria merecen, sino incluso para conseguir por su mediación valiosa la completa y plena restauración de la vida cristiana de un pueblo pequeño y humilde, pero que conserva la fe en su Santo, al que lleva siglos esperando.