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viernes, 17 de agosto de 2012

Imagina lo mejor...lo más lindo...




Imagina lo mejor...lo más lindo...
Autor: Graciela Heger



        Trata de ser feliz, de disfrutar el día, aún cuando te parezca que no hay motivos mira a tu alrededor o hacia adentro, siempre hay un recuerdo, una mirada, un gesto que pueden cambiar tu día...

        Deja todo lo que te preocupa por un instante de lado, la vida es hoy...no sabemos si hay mañana...Por eso no te detengas...No te permitas sentirte solo...En algún lugar siempre hay alguien que está pensando en vos, o te está esperando, sólo observa...

        Vos podes...La vida siempre nos da motivos para ser felices, está en nosotros el saber descubrirlos...Está en nosotros sentirnos bien, dejar a un lado todo lo que nos inquieta o nos lastima para dar paso a todo aquello que nos enciende y nos motiva...

        Sólo por hoy...Sonríe...Sois importante, Ros único, no bajes los brazos, no sientas temor...La vida siempre nos da nuevas oportunidades para ser felices...Está en nosotros abrirnos a ellas, está en nosotros detener la marcha y abrir los brazos para recibir...

        Si nos encerramos, si nos detenemos en los problemas, si nos marginamos, si nos aislamos nada es posible.

        Imagina un día feliz...Una vida feliz...Está a tu alcance...Sólo es cuestión de poner toda la fuerza en nuestros pensamientos, en nuestros sueños...

        El secreto de los triunfadores, de aquellos que todo lo logran está en que sienten el éxito y se ven disfrutando de los logros antes de obtenerlos...

        Imagina lo mejor...lo más lindo...Cierra los ojos y siéntete un triunfador...El éxito de tu día y de tu vida dependen de vos.

OLVÍDALO...




Olvídalo
Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla



Las resacas que dejaron las tormentas de este año...¡Olvídalas!

Los pasos tambaleantes, los pasos retrasados, los pasos hacia atrás...¡Olvídalos!
Las veces que pasaste ignorada, inadvertida, lastimada... ¡Olvídalas!

Los sueños consumidos, las ilusiones
hechas cenizas, los intentos hechos polvo y el amor hecho recuerdo... ¡Olvídalos!

Las veces que latió tu corazón y nadie se dio cuenta, que quisiste hacer y no te dejaron, que
abriste los ojos y te cerraron los párpados... ¡Olvídalas!

Las estrelladas apagadas, los días opacos, el tiempo en blanco, la luna dividida y las horas de
cerrazón... ¡Olvídalas!

El manto de insignificancia, de masa, de anonimato... de rutina... ¡Olvídalo!

Las espinas largas y hondas, los secretos angustiosos y tristes, las piedras altas e insalvables...  ¡Olvídalas!

Las semillas que se te quedaron dormidas, los vuelos que se te quedaron a ras de tierra,
las rosas que se secaron antes de tiempo...¡Olvídalas!

La cáscara de la semilla, el lucimiento de la vanidad, la máscara del hombre y el ropaje de la
verdad... ¡Olvídalo!

No vivas hacia atrás. No comiences recargado de sombras. No des la espalda a la luz.
No te reflejes en lo que pasaste. No te aferres al mismo punto de partida. Párate en la proa de tu
barco, levanta de nuevo las velas, mira hacia lo largo y lo ancho del mar... cuando te convenzas
de su inmensidad encontrarás otro camino, y cuando mires al cielo parecerás gaviota que
apartándose de todo encuentra el camino, y va dar a Dios.

Con el pasado aprendes, con el presente renaces y con el futuro sueñas.
Vivir empezando, es la forma de llegar. Lo demás... ¡Olvídalo!

BUSQUEDA Y ENCUENTRO


Búsqueda y encuentro
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD


Hay encuentros planificados y los hay fortuitos. El encuentro de san Cristóbal con Jesús fue muy especial. Un niño le pidió que lo llevara al otro lado del río. Cristóbal aceptó con mucho gusto y lo colocó sobre su hombro. Al preguntarle por qué pesaba tanto, el niño le respondió: “Es que soy el Creador del mundo. Soy Jesús, que he tomado la forma de niño para que tuvieras el gusto de llevarme sobre tus hombros”.

            Jesús sale a nuestro encuentro y se “disfraza” de mil formas para enamorarnos, para que nos encontremos con él a gusto. Es entonces cuando se cumple lo que dice Jeremías: “Me buscaréis y me hallaréis, cuando me solicitéis de todo corazón” (Jr 29,13).

           Toda nuestra vida es búsqueda y encuentro. A veces buscamos y no encontramos; otras, las menos, encontramos sin buscar.

           La búsqueda nace del deseo, de querer algo que nos inquieta o interesa. Es el corazón el que mueve, empuja y dispone para el encuentro. Es en el corazón donde se producen todos los encuentros. Es el motor de la búsqueda y del encuentro. Quien busca de corazón, encuentra, porque pone alma y vida.

           Muchas veces buscamos a tientas, sin ser conscientes de lo que queremos. Deseamos sin desear, navegamos sin saber a dónde, andamos a gatas en la noche. Y claro, no encontramos. No encontraremos hasta que no nos dejemos motivar por Dios, hasta que no caigamos en la cuenta de que Él es el que nos busca desde toda la eternidad. Cuando nos encontramos con Él, nos encontramos con nosotros mismos y con los otros. Dejamos de huir, aunque seguimos heridos y llagados por el mismo encuentro.

           ¿Cómo sabemos que Dios nos busca? Dios nos busca cuando sentimos inquietud interior o una soledad que no podemos nombrar. También a través del diálogo, de la visita, de la oración, emergen preguntas y respuestas que van llenando la vida de sentido, de alegría y paz, de esperanza para seguir buscando en momentos de oscuridad.

           ¿Cómo sabemos que estamos buscando a Dios? Hay síntomas como reflexionar sobre lo que nos mueve por dentro, que nos permite enfrentarnos a toda clase de miedos, ansiedades y preocupaciones. Buscar a otros semejantes que desean lo mismo...

La Escritura nos habla de esta búsqueda y encuentro, de personas buscadas y encontradas por Dios. Zaqueo, ansioso y curioso por conocer a Jesús, inicia esta búsqueda sin medir las consecuencias. De repente Jesús lo mira y le dice: “Zaqueo, date prisa y baja, porque hoy voy a tu casa” (Lc 19,1-10). Una mujer llevaba enferma viarios años. Buscaba el encuentro con Jesús. Un día se decidió, “vino por detrás y le tocó el manto” (Mc 5,27). Otra mujer lo buscaba sin darse cuenta. Buscaba la verdad, la alegría, la felicidad y la vida, pues nadie se las había dado. Cuando se encontró con Jesús, inmediatamente corrió a decir lo que le había ocurrido (Jn 4,1-42).

           El camino de búsqueda y encuentro es un viaje lento y complejo que exige mucha fe, paciencia y perseverancia.

DAME UN POCO DE TU TIEMPO

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Dame un poco de tu tiempo
Sufrir en soledad no es nada fácil. Sufrir con alguien nos permite sentir que en el dolor somos valiosos.
Dame un poco de tu tiempo


La enfermedad, el dolor, pueden ser aislantes. El que sufre siente la tentación de encerrarse en sí mismo, de guardar el dolor dentro de su alma, de no desvelar un secreto que le pertenece a él, que no puede ser comprendido del todo por los otros.

Pero otras veces la enfermedad nos impulsa a pedir ayuda. Sufrir en soledad no es nada fácil. Sufrir con alguien nos permite sentir que en el dolor somos valiosos, que nuestra incapacidad, nuestra pequeñez, nuestra nulidad, no resultan un obstáculo para que otros nos cuiden, nos amen, nos apoyen.

Las manos de muchos hombres y mujeres que sufren nos aprietan con firmeza. Nos piden una parte de nuestra vida. El enfermo necesita amor, cariño, cercanía, a veces tanto o más que una medicina, que una nueva dosis de calmante. El médico que sabe acariciar la frente de sus enfermos, que les conoce, que les da no sólo su ciencia y su técnica, sino su corazón, hace un bien incalculable. El enfermero o la enfermera que peina a una anciana, que le ayuda a refrescarse la boca, que le cuenta una historia del periódico o le pregunta por sus nietos, ofrece un bálsamo profundo, que llega al corazón. El familiar, el amigo, que pasa horas y horas junto al trabajador o al estudiante víctima de un accidente inesperado, hace un gesto de amor y de cariño que sólo los que han sufrido saben apreciar en toda su grandeza.

Es cierto que vivimos en un mundo de prisas. Es cierto que tenemos mil cosas por hacer. Es cierto que desde muy temprano hemos de luchar contra el tráfico, en medio de mil tensiones y problemas. Pero también es cierto que somos más hombres cuando podemos darnos al que sufre, para que su dolor no sea vacío, para que su pena no lo hunda en la soledad, para que su angustia no lo lleve a la desesperación.

Cuando algún enfermo nos apriete la mano y no nos deje ir, no tengamos miedo. Nos pide un poco de tiempo, pero sobre todo nos pide un poco de amor. Nos ofrece también, quizá sin saberlo, la oportunidad de ser un poco más buenos, de sentir lo hermoso que es ser hombre cuando el amor se convierte en lo más importante. Quizá incluso el enfermo sepa amarnos más de lo que nosotros le amemos. Entonces, de un modo misterioso, nuestro dar se convierte en recibir. Los dos somos así un reflejo de Dios, que supo amar sin buscar recompensa, que dio su sangre en una Cruz porque nos quiso, que ha iluminado cada lecho de hospital con un rayo de esperanza, con una lágrima de alegría. Lágrima de un enfermo y de un sano que supieron dejar algo de sí mismos para vivir, generosos, buenos, junto al que sigue allí, a nuestro lado.



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  • P. Fernando Pascual LC