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viernes, 16 de marzo de 2012

EL AMOR Y LOS DETALLES...

El amor y los detalles
Autor:  Padre Justo López Melús




El amor se manifiesta sobre todo en los pequeños detalles. Y es que cuando hay amor hay detalles, y cuando no hay detalles es que no hay amor. Un corazón sensible no admite extravagancias ni faltas de respeto. Un caballero, por ejemplo, no permite que se burlen de su madre, y no tiene reparos humanos en mostrarle cariño.

Cuenta el cardenal Suenens que en una ocasión acompañaba al rey Balduino por una carretera secundaria. Conducía el rey, él era el único pasajero. De repente dio un brusco frenazo. Al pasar cerca de un pueblo vio una imagen de la Virgen sobre un pedestal, pero alguien había tenido el mal gusto de profanarla poniéndole en la cabeza un casco militar. El rey se bajó del coche, quitó el casco y lo tiró a una zanja. Luego cogió el volante y arrancó sin comentarios, como la cosa más natural del mundo.

EL AMOR DE DIOS...

El Amor de Dios

   Dios nos hace saber de muchas maneras que nos ama, que nunca se olvida de nosotros, pues nos lleva escritos en su mano para tenernos siempre a la vista (Isaías 49, 15-17)


I. Dios nos hace saber de muchas maneras que nos ama, que nunca se olvida de nosotros, pues nos lleva escritos en su mano para tenernos siempre a la vista (Isaías 49, 15-17). Jamás podremos imaginar lo que Dios nos ama: nos redimió con su Muerte en la Cruz, habita en nuestra alma en gracia, se comunica con nosotros en lo más íntimo de nuestro corazón, durante estos ratos de oración y en cualquier momento del día. Cuando contemplamos al Señor en cada una de las escenas del Vía Crucis es fácil que desde el corazón se nos venga a los labios el decir: “¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?”

II. Dios nos ama con amor personal e individual. Jamás ha dejado de amarnos, ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte o cuando cometimos los pecados más graves. Su atención ha sido constante en todas las circunstancias y sucesos, y está siempre junto a nosotros: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mateo 28, 20), hasta el último instante de nuestra vida. ¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente” (Decenario al Espíritu Santo).

III. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su amor por nosotros. Nuestro amor a Dios se muestra en las mil incidencias de cada día: amamos a Dios a través del trabajo bien hecho, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del descanso... Todo se puede convertir en obras de amor. Cuando correspondemos al amor a Dios los obstáculos se vencen; y al contrario, sin amor hasta las más pequeñas dificultades parecen insuperables. El amor a Dios ha de ser supremo y absoluto. Dentro de este amor caben todos los amores nobles y limpios de la tierra, según la peculiar vocación recibida, y cada uno en su orden. La señal externa de nuestra unión con Dios es el modo como vivimos la caridad con quienes están junto a nosotros. Pidámosle hoy a la Virgen que nos enseñe a corresponder al amor de su Hijo, y que sepamos también amar con obras a sus hijos, nuestros hermanos.



Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


SER PAN...

Ser pan
Autor: Rafael Prieto Ramiro


Puede que sea bonito, pero desde luego no ese nada fácil hacerse pan.

Significa que ya no puedes vivir para tí, sino para los demás.

Significa que ya no puedes poseer nada, ni cosas, ni tiempo, ni talentos, ni libertad, ni salud; todo lo tuyo ya no es tuyo, es de y para los demás.

Significa que tienes que estar enteramente disponible, a tiempo completo.

Ya no puedes protestar si te exigen mucho, si te molestan mucho, si te llaman a cualquier hora y para cualquier cosa.

Significa que debes tener paciencia y mansedumbre, como el pan, que se deja amasar, cocer y partir.

Significa que debes ser humilde, como el pan, que no figura en la lista de platos exquisitos; está ahí, siempre para acompañar.

Significa que debes cultivar la ternura y la bondad, porque así es el pan, tierno y bueno.

Significa que debes estar siempre dispuesto al sacrificio, como el pan que se deja triturar.

Significa que debes vivir siempre en el amor más grande, capaz de morir para dar vida, como el pan.

San Ignacio de Antioquía quería ser triturado por los dientes de las fieras para llegar a ser pan de Cristo.

Tú, no hace falta que busques a los leones para que te trituren.

Déjate triturar por esos cachorrillos que son los hermanos.

Déjate amasar por las contrariedades, los trabajos y los servicios a favor de los hermanos.

Déjate cocer por el fuego del amor y del espíritu.

Después ya podrás ofrecerte a todos los que tengan algún hambre.

ORACIÓN PARA SONREIR...

Oración para sonreir

Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro
sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición.
Que mis ojos sonrían diariamente
por el cuidado y compañerismo
de mi familia y de mi comunidad.
Que mi corazón sonría diariamente
por las alegrías y dolores que compartimos.
Que mi boca sonría diariamente
con la alegría y regocijo de tus trabajos.
Que mi rostro dé testimonio diariamente
de la alegría que tú me brindas.
Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor.
Amén.

Madre Teresa de Calcuta

JESÚS, LA MEJOR OPCIÓN EN LA VIDA

Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Jesús, la mejor opción en la vida
Viernes tercera semana Cuaresma. A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos.
 
Jesús, la mejor opción en la vida

La Escritura habla constantemente de la presencia de Dios como el único, como el primero en el corazón del pueblo de Israel, y usa la imagen del escuchar, del oír para indicar precisamente esta relación entre Dios y su pueblo.

Cuando a Jesús le preguntan ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, para responder Jesús emplea las palabras de una oración que los israelitas rezan todas las mañanas: "Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, no tendrás otro Dios delante de ti".

Dentro del camino de la Cuaresma -que es el camino de conversión del corazón-, la escucha, el llegar a oír, el ser capaces de recibir la Palabra de Dios en el corazón es un elemento fundamental que se mezcla en nuestro interior con el elemento central del juicio, que es nuestra conciencia.

El profeta Oseas decía: "Ya no tendré más ídolos en mí". Es necesario aprender a no tener más ídolos en nosotros; hacer que nuestra conciencia se vea plena y solamente iluminada por Dios nuestro Señor, que ningún otro ídolo marque el camino de nuestra conciencia. Podría ser que en nuestra vida, en ese camino de aprendizaje personal, no tomásemos como criterio de comportamiento a Dios nuestro Señor, sino como dirá el Profeta Oseas: "a las obras de nuestras manos". Y Dios dice: "No vuelvas a llamar Dios tuyo a las obras de tus manos; no vuelvas a hacer que tu Dios sean las obras de tus manos". Abre tu conciencia, abre tu corazón a ese Dios que se convierte en tu alma en el único Señor.

Sin embargo, cada vez que entramos en nosotros mismos, cada vez que tenemos que tomar decisiones de tipo moral en nuestra vida, cada vez que tenemos que ilustrar nuestra existencia, nos encontramos como «dios nuestro» a la obras de nuestras manos: a nuestro juicio y a nuestro criterio. Cuántas veces no hacemos de nuestro criterio la única luz que ilumina nuestro comportamiento, y aunque sabemos que es posible que Dios piense de una forma diferente, continuamos actuando con las obras de nuestras manos como si fueran Dios, continuamos teniendo ídolos dentro de nuestro corazón.

La Cuaresma es este camino de preparación hacia el encuentro con Jesucristo nuestro Señor resucitado, que, vencedor del pecado y de la muerte, se nos presenta como el único Señor de nuestro corazón. La preparación cuaresmal nos tiene que llevar a hacer de nuestra conciencia un campo abierto, sometido, totalmente puesto a la luz de Dios.

A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos, ¿qué podemos hacer para que nuestra conciencia realmente sea y se encuentre sólo con Dios en el propio interior? Recordemos el ejemplo tan sencillo de una cultura de tipo agrícola que nos da la Escritura: "Volverán a vivir bajo mi sombra". Dios como la sombra que en los momentos de calor da serenidad, da paz, da sosiego al alma. Dios como el árbol a cuya sombra tenemos que vivir.

Tenemos que darnos cuenta de que esta ruptura interior, que se produce con todos los ídolos, con todas las obras de nuestras manos, con todos los criterios prefabricados, con todos los criterios que nosotros hemos construido para nuestra conveniencia personal, acaban chocando con el salmo: "Yo soy tu Dios, escúchame". Él es nuestro Dios, ¿escuchamos a nuestro Dios? ¿Hasta qué punto realmente somos capaces de escuchar y no simplemente de oír? ¿Hasta qué punto hacemos de la palabra de Dios algo que se acoge en nuestro corazón, algo que se recibe en nuestro corazón? Nunca olvidemos que de la escucha se pasa al amor y de la acogida se pasa a la identificación.

Éste es el camino que tenemos que llevar si queremos estar viviendo según el primero de los mandamientos y si queremos escuchar de los labios de Jesús las palabras que le dice al escriba: "No estás lejos del reino de Dios". Solamente cuando el hombre y la mujer son capaces de hacer de la palabra de Dios en su corazón la única luz, y cuando hacer la única luz se concreta a una escucha, a un amor identificado con nuestro Señor, es cuando realmente nuestra vida empieza a encontrarse próxima al reino de Dios. Mientras nosotros sigamos teniendo los ídolos de nuestras manos dentro del corazón, estaremos encontrarnos alejados del reino de Dios, aunque nosotros pensemos que estamos cerca.

En nuestra conciencia la voz de Dios tiene que ser la luz auténtica que nos acerca a su Reino. Siempre que recibamos la Eucaristía, no nos quedemos simplemente con el hermoso sentimiento de: "¡qué cerca estás de mí, Señor!". Busquemos, pidamos que la Eucaristía se convierta en nuestro corazón en la luz que va transformando, que va rompiendo, que va separando del alma los ídolos, y que va haciendo de Dios el único criterio de juicio de nuestros comportamientos.

Solamente así podremos escuchar en nuestro corazón esas palabras tan prometedoras del profeta Oseas "Seré para Israel como el rocío; mi pueblo florecerá como el lirio, hundirá profundamente sus raíces. Como el álamo y sus renuevos se propagarán; su esplendor será como el del olivo y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano. Volverán a vivir bajo mi sombra." Que la luz de Dios nuestro Señor sea la sombra a la cual toda nuestra vida crece, en la cual toda nuestra vida se realiza en plenitud.



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  • P. Cipriano Sánchez LC